viernes, septiembre 07, 2012

Breve historia de la ariosofía (4: Jörg Lanz von Liebenfels, o el cientifismo mal entendido)

Parte 1: En el fondo, todo empezó con Riemann.
Parte 2: La Blavatsky
Parte 3: Guido von List


Discípulo de Von List, exactamente igual de proario, aunque exento de muchos de los tintes nacionalistas del armanismo, es Jörg Lanz von Liebenfels.

Exento, como decimos, de la típica reivindicación listiana de que los germanos han sido puteados durante siglos, Lanz creía en una Historia de Europa constantemente dominada por los arios, incluyendo una Nueva Era por venir dominada por reyes y sacerdotes de la dicha raza, continuadores de diversas órdenes medievales que, según él, habrían sido guiados por un tal Frauja (denominación gótica de Jesucristo) que llamaba a la exterminación de los hombres de menor calidad.

Jörg Lanz von Liebelfels decía de sí mismo que había nacido en Messina, el 1 de mayo de 1872, del matrimonio entre el barón Johann Lancz de Liebenfels y Katharina Skala. En realidad, no había nacido en Messina, sino en Viena; no había nacido el 1 de mayo de 1872, sino el 19 de julio de 1874; y no era hijo de un barón, sino de un maestro de escuela, Johann Lanz. Eso sí, su madre se llamaba Katharina. De adolescente, desarrolló un gran interés por la Edad Media y, muy especialmente, los templarios. Profesó los votos para entrar en el Císter, en la abadía vienesa de Heiligenkreuz, donde mostró notables capacidades, que aconsejaron a la orden usarlo para ejercer la enseñanza. En mayo de 1894, durante unas excavaciones se desenterró una lápida con inscripciones, que Lanz decidió estudiar. Dicho estudio le llevó a la convicción de que los males del mundo habían sido, y eran, provocados, por una especie de raza de hombres de baja calidad. Decidió estudiar zoología para buscar ahí respuestas a su teoría.

Directamente enfrentado con el darwinismo a través de la investigación biológica, Lanz desarrolló rápidamente una comovisión racista y maniquea, según la cual las personas rubias y de ojos azules, o sea los arios, serían la raza pura; rodeada de una serie de razas menores y envilecidas, tales como negros, personas de rasgos mongoles y lo que llamó “mediterranoides”. Hay que tener en cuenta que las traducciones bíblicas hechas por su profesor de Viejo Testamento en el monasterio, Nivard Schlögl, habían sido puestas en el Índice por la Iglesia a causa de su rabioso antisemitismo.

Con esta teoría, Lanz estaba encontrando el camino que estaban necesitando el armanismo y la ariosofía en general para hacerse “científicos”.

El 27 de abril de 1899, tras unos meses bastantes conflictivos, Lanz dejó el monasterio. De nuevo civil, o sea libre de desarrollar cualquier tipo de teoría, reinventó la Historia Bíblica (lo cual demuestra, entre otras cosas, y como ya hemos tenido ocasión de comentar recientemente, que la Biblia y los Evangelios, lejos de ser un preciso documento histórico como pretenden algunos, son textos de hondas raíces fabulísticas que pueden ser consecuentemente interpretados de mil maneras). Según él, la metáfora de la manzana y el Paraíso venía a designar el error de los arios a la hora de mezclarse con otras razas sub o seudohumanas. En 1905, puso estas ideas negro sobre blanco en su alucinógeno Theozoologie oder die Kunde von den Sodoms-Äfflingen und dem Götter-Elektron (Teozoologia de la ciencia de los Sodom-Apelings y el Electrón de los dioses). Nada más leer el título ya nos damos cuenta de que Lanz era otro gazpachero de puta madre que, fundamentalmente, mezcla las antiguas tradiciones judeocristianas con las entonces nuevas ciencias, para crear un panaché bastante jodido.

En el libro se cuenta la historia de Adam, un humano menor, pigmeo, (da la impresión de que Lanz, también buen consumidor de noticias antropológicas, estaba fascinado por el descubrimiento de estos negros enanos en el centro de África), el cual, a base de follarse a todo lo que se movía, es el creador de una raza de hombres medio bestias. Adam-Adán, aquí tenemos la identificación del pecado original, cometido en todos aquellos arios (arias) que Adam se habría pasado por la pómez. Las andanzas de este Adam habrían terminado en la cría de pigmeos específicos para la realización de diversas prácticas sexuales y, según Lanz, el Viejo Testamento no es sino el libro escrito para advertir a los arios del peligro de este contacto.

A los Anthropozoa, u hombres-bestia descendientes del muy rijoso Adam, que por lo que se ve era enano pero no gilipollas, se oponen los Theozoa, es decir los seres superiores (arios) los cuales, en la antigüedad (de ahí lo del electrón en el título) habrían tenido órganos capaces de captar los impulsos eléctricos. Recordemos, en este punto, que Lanz escribe en los tiempos de los primeros descubrimientos sobre la radiación, la electricidad y el magnetismo, que son lo último de lo último pero, en realidad, nadie sabe todavía lo que van a demostrar. En realidad, si nos paramos a pensarlo esa creencia mágica sobre la electricidad ha permanecido en nuestro inconsciente colectivo, pues llevamos casi dos siglos viendo cómo el doctor Frankenstein revive un cadáver a base de meterle voltios. Lanz aprovecha esta mezcla de fama, curiosidad y desconocimiento generales para salpimentar sus teorías con estos materiales.

En efecto, los arios originales, según Lanz, eran auténticos transistores con patas, sintonizaban Onda Cero con el glande y eran, asimismo, telépatas. Todas estas habilidades se fueron al carajo a base de practicar el coito con los y las anthropozoa y permanecen atrofiadas en las gáldulas pineal y pituitaria de los arios. Pero podrían ser recuperadas si se llevase un plan efectivo de segregación racial.

En opinión de Lanz, los milagros perpetrados por Jesucristo confirman su naturaleza electrónica; o sea, Jesús era otro ario más de éstos que sintonizaban por sí solos. Los pigmeos lo crucificaron (¿imaginais la escena? Es como de Monty Phyton...) porque se oponía a la mezcla de razas. Y El mundo actual es el resultado de ese putadón, esto es, el reino del mal.

Esta cosmogonía llevaba a conclusiones muy distintas que las del cristianismo en el que Lanz se había desarrollado intelectualmente. El ex monje atacó en sus escritos la doctrina de la compasión, defendiendo que lo que había que hacer con los débiles y los inferiores era darles palos hasta en la esquina inferior derecha del yeyuno. El socialismo, la democracia y el fenimismo fueron sus principales objetivos en este sentido; por lo que es en sus páginas donde se puede ver, con más claridad que en ningún otro sitio, la mortífera mezcla de antirracionalismo y violencia que caracterizará al fascismo alemán.

Muy alineado con las ideas practicadas, por lo general, por casi todas las religiones monoteístas, la visión lanziana está especialmente interesada en denigrar el papel de la mujer con el argumento de que es más propensa al vicio; y no se olvide que el folleteo mezclarrazas es, en su teología, la fuente del pecado original; lo cual sustenta la defensa de ideas como la esterilización de las razas inferiores (vestíbulo de exterminio). La mujer, incluso la mujer aria, está en un constante peligro de contaminación, del que sólo la salvará un sometimiento total a la disciplina de su marido ario. Hemos de recordar, en este punto, que el nazismo hitleriano es rabiosamente machista. Tan rabiosamente machista que incluso resolvió (a medias) el problema del desempleo a base de expulsar a las mujeres del mercado laboral.

La política propuesta por Lanz de crear Zuchtklöster, una especie de conventos conejeros para arias, donde sirvientes arios (Ehehelfer) les darían salami para que generasen hijos puramente arios, fue posteriormente adoptado por el himmlerismo (adoptemos, en este punto, un neologismo más preciso que el común hitlerismo). Y, ¿qué hacer con los seres inferiores, de otras razas? Pues, entre las ideas, Lanz era partidario de que fuesen sacrificados e incinerados (cosa que fueron); deportados a Madagascar (cosa que se pensó bien seriamente, como sabemos por las memorias del médico personal de Himmler); o esclavizados y utilizados como bestias de carga (cosa que se hizo, en Alemania, en Francia, en Polonia, en Ucrania...).

Jörg Lanz von Liebelfels denominaba al mundo de los arios Lande des Elektrons und des heiligen Graals; tierra de los electrones y el Santo Grial. Lo cual quiere decir que todas sus tripi-teorías sobre la condición electrónica de los semidioses arios primigenios, y del propio Jesucristo, se mezclaba con su afición por los templarios.

Para Lanz, el Grial era un símbolo eléctrico, una especie de transistor derivado de los enormes poderes electromagnéticos que poseían los arios en su momento vital Bruja Avería. Si los templarios buscaban el Grial era para poder llevar a cabo sus planes de limpieza racial y, consecuentemente, el proceso y disolución de la orden no fue sino la victoria de las razas inferiores. Pero eso Lanz lo “resolvió” refundando la orden, en la ONT (Ordo Novi Templi). En 1907, puesto que ya para entonces había conseguido encandilar a bastante gente de pasta, pudo Lanz comprar un cuartel general para esta orden, en Burg Werfenstein; en lo alto de cuya torre más alta ondeó, aquella Navidad, la esvástica. Nombró varios hermanos para esta orden, entre ellos August Strindberg, el propio Von List, o el general Blasius von Schemua.

El final de la primera guerra mundial y la disolución del imperio austro-húngaro empañó mucho la estrella de Lanz, pero en el machito templario siguio otro personaje, Dedlef Schmude, quien incluso viajó en 1924 a Persia esperando encontrar allí, en Tabriz, una colonia ONT perdida. Paradójicamente, la ONT fue disuelta, en marzo de 1942, por la Gestapo.

Entre los dispículos de Lanz, no podemos dejar de citar a Harald Grävell van Jostenoode, más que nada porque, en la adopción de esta visión radicalmente racista y ariocéntrica, mezcló los materiales originales de Lanz, de origen cristiano, con principios del budismo; lo cual abrocha, una vez más, a todas estas formulaciones prenazis a la vieja sabiduría oriental.

1 comentario:

  1. Giacomo Bondini12:51 p.m.

    Entre tanto disparate, me ha llamado la atención el hecho, que yo desconocía, de que el muy coqueto se añadía años, en lugar de quitárselos, como hace la coquetería actual.

    La coquetería masculina de su época consistía en querer parecer mayores de lo que eran.

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