lunes, julio 05, 2010

La guerra civil bis (10)

El 25 de agosto de 1948, en un yate propiedad de un industrial vasco y acompañado por un pequeño séquito, Juan de Borbón se acercó al yate Azor, la nave usada por Franco en sus vacaciones, anclado a corta distancia de la costa de San Sebastián. Dos destructores acompañaban al barco de Franco, y su marinería presentó armas al Borbón, tanto al pasar al yate como al salir de él. Franco y Juan de Borbón departieron durante tres horas. En el curso de dicha entrevista, el jefe del Estado le ofreció al jefe de la casa real española designar algún día a su hijo Juan Carlos como heredero del trono, lo cual vendría a suponer que a partir de entonces el muchacho tendría un proceso de educación monitorizado por ambas partes. En resumidas cuentas: Franco le ofreció a la casa de Borbón volver a reinar en España a cambio de tener la oportunidad de convertir a su heredero en un franquista.

El Pardo sabía muy bien lo que hacía. La fecha, 1948, no es casualidad. Diez años después del fin de la guerra civil, Franco, para entonces, ha sobrevivido a lo peor del hambre de la posguerra; ha sobrevivido a los planes, más o menos deletéreos, de imponer la monarquía mediante la fuerza simbólica de los generales monárquicos; ha sobrevivido al escrito de 27 procuradores de sus Cortes en favor de la monarquía; ha sobrevivido a las más que probables presiones internacionales, notablemente británicas, a favor de la solución monárquica; y ha sobrevivido al bloqueo internacional. Todo eso sólo se consigue con una cosa que los tiempos actuales, probablemente para evitar lo doloroso de tal asunción, tienden a olvidar e incluso a negar: un fuerte y masivo apoyo popular. El Franco de 1948 es un líder nacional que está muy lejos de estar cuestionado. Que esto fuese así por miedo, por prudencia o por interés de los españoles, sería cuestión de otro post. Lo que más importa aquí son los hechos. Juan de Borbón, a lo largo de la segunda mitad de los cuarenta, se ha ido convenciendo progresivamente del poder y la fuerza sociológicos de Franco y ha decidido, simple y llanamente, pactar con él. Es cierto que en el momento de la entrevista no le da su anuencia al plan propuesto; pero el plan propuesto, al fin y a la postre, se pone en marcha. Y eso es todo un síntoma.

No parece que a Juan de Borbón llegar a dicho acuerdo más o menos tácito con Franco le suponga ningún prurito moral por estar dejando en la estacada a esa facción del republicanismo en el exilio, y del antifranquismo del interior, que aceptó la idea de que era necesario un acuerdo con los monárquicos. La entrevista entre Franco y Juan de Borbón es, por parte de aquél, una jugada maestra, y, por parte de éste, una defección en toda regla. Por lo demás, aunque el entonces jefe de la casa real da toda la impresión de ser persona de limitadas capacidades analíticas, no podían faltarle finos observadores en su entorno que le hiciesen ver que el paso que iba a dar rompería, quizá definitivamente, al republicanismo, diviendo y, por lo tanto, debilitando sus ya magras posibilidades. Así fue. No pocos republicanos irredentos, y por supuesto los comunistas, se podría decir que celebraron la entrevista en lo que tenía de confirmación de que la vía Prieto era una cagada. Por su parte los prietistas intentaron hacer como si que no ocurría nada e incluso forzaron a toda hostia, espoleados quizá por el hecho de que los propios monárquicos se dieron cuenta de lo que habían hecho, el llamado Pacto de San Juan de Luz, en el que ambas partes renuevan su voluntad de colaborar en unos términos etéreos y difusos, como no podía ya ser de otra manera. Prueba del paroxismo intelectual en el que cayó el republicanismo posibilista es la enloquecida afirmación realizada por Prieto en la presentación del pacto, según la cual «si estallase otra guerra mundial, la permanencia de Franco en el poder sería uno de los mayores peligros a los que tendrían que enfrentarse los adversarios de Stalin en el Occidente europeo». Sic. ¿Franco, ayudando, siquiera indirectamente, a Stalin? ¿El mismo Franco que incluso pensó en no acudir a un partido internacional oficial con Rusia en el Bernabéu?

El 21 de septiembre de 1948, en París, se abre la III Asamblea de la ONU. Allí sigue existiendo el bando republicano y el bando comprensivo con el franquismo. Pero está el asunto palestino y su capacidad de arrastre. Argentina, acompañada por algunos países latinoamericanos, trata de poner en marcha una tercera vía, y arrastra con ella a los países árabes, interesados en que las naciones sudamericanas renueven su apoyo a los palestinos. Aún así, la tercera vía no aprece ser suficientemente fuerte, pues no logra designar a su candidato para presidir la Asamblea.

Pero, en todo caso, lo que caracteriza esta Asamblea es la escasez de pronunciamientos sobre España y las pocas ganas que se le notan a los delegados de armar bulla con la historia. Una carta de Albornoz en este sentido fue como tratar de hundir un portaaviones con un merengue. Además, durante el año 1948 habían sido ya varios los países que habían violado el acuerdo de la ONU aún vigente, y habían enviado embajadores a Madrid; tal ocurrió con la República Dominicana, El Salvador, Perú, Bolivia y Paraguay.

El balance de mierda que el republicanismo podía exhibir de la Asamblea de 1948 decidió a Albornoz a dimitir. El 6 de diciembre, Martínez Barrio le encarga de nuevo la formación del gobierno. Éste se constituye el 16 de febrero, claramente diseñado para incrementar su capacidad de influencia internacional, de la siguiente manera:

  • Presidencia y Estado: Álvaro de Albornoz (IR).
  • Vicepresidente y Hacienda: Fernando Valera (UR):
  • Justicia: José Maldonado (IR).
  • Ministro sin cartera y secretario del Consejo: Eugenio Arauz (Partido Federal).
  • Ministros sin cartera con misión en América: Félix Gordón Ordax, general Asensio Torrado y Vicente Sol Sánchez.
  • Ministros sin cartera con misión en Europa: Manuel Serra Moret y José María de Semprún y Gurrea.

En marzo der 1949, y a pesar de la insistencia en sentido contrario de Portugal, España es preterida en la formación de la OTAN, organización en la que, curiosidades de la vida, será un gobierno socialista quien se adhiera. Éste es también el año del golpe de Estado en Venezuela que instaura la dictadura de Pérez Jiménez, giro copernicano con el que el antifranquismo pierde un aliado y el franquismo gana un embajador.

En abril de 1949 se celebra la nueva Asamblea de la ONU, en Lake Success. Albornoz, consciente de que ya pelea para empatar el partido, y eso con suerte, trata de influir en las delegaciones amigas para que toda discusión sobre España se aplace. No lo consigue. En la discusión, se ponen encima de la mesa propuestas que, salvo la pura renovación de la decisión de 1946, se refieren a prohibición de tratados comerciales o determinadas exportaciones, como material de guerra. Brasil, en un movimiento ya agónico para la República, presenta una moción para que la ONU, sin cuestionar la resolución del 46, deje libertad a sus miembros para hacer lo que quieran (cosa que muchos ya están haciendo).

El 4 de mayo, comenzó el debate del asunto en la Comisión Política. La URSS y sus satélites convirtieron pronto la discusión en una dura diatriba de la política de defensa de Reino Unido y EEUU. Por supuesto, Polonia se encargó de presentar una resolución dura, que fue rechazada por una mayoría aplastante. Igual pasó en la Asamblea. Pero la guerra civil bis aún no había terminado porque el franquismo, tal y como pretendía, no había conseguido dejar de ser nación apestada en la ONU y, cuando menos sobre el papel, 1946 seguía en pie.

A la luz de lo que pasó, debió de ser entonces cuando Franco llamó al primo de Zumosol y le susurró al oído: you need me, pal.

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