lunes, septiembre 01, 2025

1976 (1): Muerta la momia, aquí no ha cambiado nada


 


Muerta la momia, aquí no ha cambiadonada
El problema francés
Vitoria
En abril, muertos mil
Montejurra
El 18 de julio más difícil
Caza mayor
Esta vez, te vas a pelear con tu puta madre
La hora del dolor


He decidido abordar la redacción de esta corta serie de posts porque, lo confieso, estoy hasta los huevos. Estoy hasta los cojones de leer en X (normalmente sin intervenir, por supuesto; porque uno podrá ser tonto, pero no gilipollas) cómo personas que, a todas luces, tienen menos de 50 años, pontifican sobre eso que llamamos Transición Política como proceso fallido. La tesis fundamental, bien conocida, es que todos los fallos de mercado de la situación actual, que son muchos, provienen de que el franquismo se cerró en falso y que la Transición fue un pacto entre culpables para olvidar sus culpas.

El primer comentario que merece esto es que se trata de una postura cobarde. Mario Onaindía, fundador de Euzkadiko Ezkerra, tuvo un día la valentía de declararle a un periódico español, Diario 16, que “el problema del País Vasco son los vascos”. Esta frase lo convirtió, en mi opinión, en el vasco más valiente, si no el único, desde que Sabino Arana inauguró el vasquismo actual. Pero, además de una reflexión particular sobre los problemas de ese lugar que, Miguel de Unamuno dixit, sólo los tontos llaman Euskadi, es una interesante reflexión general: cuando las cosas te van mal, lo primero y más gallardo que deberías hacer es detectar y reconocer tu papel en dicha situación.

La primera culpa de lo que te pasa hoy, es tuya. Empieza por asumir ese concepto porque, entre otras cosas, mientras no lo asumas, no vas a cambiar esa situación que tan poco te gusta. Si a día de hoy las cuentas no te cuadran, no le eches la culpa a unos negociadores y protagonistas político-sociales que, en cerca de un 80% o 90%, ya están muertos. Y aplícate un poco a entender su situación. Sobre todo si pretendes ser algún día licenciado en Historia, o ya lo eres y pretendes ser algún día historiador. En dicha situación, tu primera obligación es entender (nadie habla de comprender, ni de asumir, ni de compartir) las circunstancias en las que se produjeron los hechos que tratas de juzgar.

En esta serie de artículos me voy a limitar a contarte un año. El año 1976. Te voy a contar el año 1976 para que te plantees qué habrías hecho tú en esas circunstancias; amén de otras preguntas interesantes. Quizás la más importante de ellas es si aquello a lo que hoy llamas ultraderecha es, en realidad, ultraderecha; o, más bien, lo que a ti te pasa es que no has visto un ultraderechista de verdad en tu vida. A partir del momento en que leas esta serie (si es que llegas al final), ya es cosa tuya. Y para el porcentaje, que lo hay, de lectores de este blog que vivieron aquellos días tensos, servirá de recordatorio.

Personalmente, yo, de aquel año, convoco fundamentalmente dos recuerdos: los de las dos veces que la policía se presentó en mi casa de La Coruña aquel año 1976. Una de ellas no cuenta: fue por un motivo, aunque serio, tan imbécil, tan gilipollas, que todos, los inspectores de policía incluidos, acabamos descojonados de la risa; mi padre fue finalmente denunciado (por injurias a la religión católica), pero el juez se limpió el ojete con el tema.

Pero la otra sí que fue seria.

Eran las nueve de la noche, y en ese mismo momento estábamos todos viendo en la tele la información de uno de los asesinatos de guardias civiles que aquí se van a reseñar; honradamente, no recuerdo cuál. En ese momento, llamaron a la puerta. Teníamos timbre, pero ellos llamaron a la pequeña aldaba, y los golpes resonaron en la noche. Mi escalera no tenía iluminación común; el casero era un rata, así pues toda la iluminación tenían que proveerla los vecinos con su luz desde dentro. Yo tenía 14 años y, aunque mi madre intentó que no lo hiciera, me acerqué a la puerta y me asomé a la mirilla. No se veía nada. Nada. Sólo se oía una voz: “Abran a la policía”.

Abrió mi padre. Apenas medio palmo. Exigió ver la acreditación. Y, efectivamente, un carné policial entró por la puerta.

Resultó que no éramos nosotros. El juez había autorizado un registro en casa de nuestro vecino, un tipo solitario a quien los hermanos llamábamos Pirolo, y quien, al parecer, tenía actividades sindicales; y simplemente necesitaban un testigo. Pero, durante unos tensos segundos, yo creo que los seis en la casa pensamos que allí se acababan nuestras vidas, o algo. En estas notas lo vais a leer. En aquel tiempo, ETA mataba simplemente llamando a la puerta de su víctima, y disparando cuando abría. Tenía su lógica pensar que la policía hiciese lo mismo.

Te cuento esto porque, si tienes menos de 50 años y no eres refugiado de una zona en conflicto, tú nunca has vivido eso. Tú has vivido en ese mundo que dibujaba Winston Churchill; ese mundo en el que, si alguien llama a la puerta a las cinco de la mañana, es el lechero.

Por esta razón, te voy a pedir que le tengas un respeto a los tiempos que no has vivido. Especialmente si vas a estudiar, estás estudiando o has estudiado Historia. Si no sientes ese respeto, serás toda tu vida un graduado; nunca un historiador.

Noviembre de 1975. Demos la lección por sabida y asumamos que sabes de lo que estamos hablando. Han pasado dos meses desde las últimas ejecuciones del franquismo, el 27 de septiembre. El jefe del Estado, por lo demás, está muy gravemente enfermo. Es el inquilino más famoso de Alfonso Cabeza, entonces director del hospital de La Paz, y que con los años acabará siendo un peripatético presidente del Atlético de Madrid.

El país está en calma. Una calma chicha, diríase que pactada. Las organizaciones de izquierda que han jurado liarda parda por las ejecuciones están tranquilas. Todo el mundo espera el desenlace. En realidad, la única violencia importante, aquel mes de noviembre, es la de la ultraderecha.

En algunos medios de comunicación extranjeros, en ese momento, se apostaba por el estallido de una nueva guerra civil en España. Su tesis: los fusilamientos de septiembre han reabierto la zanja entre las dos Españas; y éstas serán incapaces de llegar a acuerdo alguno entre ellas.

Franco, sin embargo, siempre tuvo un poco la flor en el culo; o, tal vez, en este caso, fuimos los españoles los que tuvimos ocupado el ojete. En aquellos tiempos hubo una tesis bastante exitosa que hoy se ha olvidado y en la que yo, particularmente, creo: una de las razones por las que no estalló una nueva guerra civil en España fue que España, de alguna manera, ya estaba en guerra cuando Franco murió. Ya teníamos un enemigo: el hombre de Marruecos que había colocado miles de marroquíes en la frontera del Sáhara español, con la intención de okupar la finca. Aquello se solucionó (bueno; solucionarse, solucionarse...) con la rápida retirada de España y la ocupación, esta vez permitida, del territorio por Marruecos. Pero la eventualidad de un enfrentamiento hizo bastante por atemperar las tensiones internas.

La gran pregunta que se hacía en las tensas horas en las que el cadáver momificado de Franco comenzó a estirarse era si el franquismo tendría un nuevo líder. Franco nunca se había preocupado en serio de designar un sucesor, consciente como era de que ese sucesor le podría hacer un Franco, es decir, desalojarlo a él. Enfermo Camilo Alonso, muerto Carrero, Girón en una silla de ruedas, y habiendo ya dejado claro Juan Carlos de Borbón que él no era de ese bote, la plaza estaba libre. Pero lo que es importante entender es que había una ultraderecha real, que nadie sabía a ciencia cierta lo numerosa que era, que estaba por la labor de mantener puras las esencias del bando ganador de la guerra civil.

Todas las miradas estaban puestas en los Guerrilleros de Cristo Rey. Una organización nacida en su día como oposición al movimiento de curas obreros (de ahí la clara identificación religiosa de su nombre). Desde 1970, más o menos, los Guerrilleros cambiaron de prioridad; su enemigo ya no eran tanto los curas de izquierdas, como el cada vez más pujante movimiento cultural no franquista, afranquista y, en ocasiones, incluso antifranquista. La gran especialidad de los Guerrilleros de Cristo Rey fueron las librerías; y alguna lo puede contar con mucha precisión, pues fue objeto de sus iras con bastante frecuencia. La actividad habitual del facha average (porque éstos que eran fachas) era romper escaparates de librerías y luego tirar cualquier mierda, pintura sobre todo, sobre el contenido, para destrozar los libros. Con el tiempo, también se especializarían en ir al cine donde se proyectaban pelis que no les gustaban y tirar botes de tinta a la pantalla; una bromita que le costaba muchos miles de pesetas al dueño del local, y que estaba, por definición, protegida por la oscuridad.

Llama la atención que los políticos de izquierdas de hoy le reclamen a las fuerzas de derechas la condena del franquismo; y nunca les reclamen la condena de este tipo de atentados. Eso lo dice todo de lo que saben sobre su propio pasado.

El movimiento de ultraderecha, en ese momento, es prácticamente un movimiento que lo que hace es actuar allí donde la policía, cuya principal función es reprimir los movimientos todavía clandestinos, no puede llegar porque sería demasiado cantoso. El gran líder a pie de calle de los guerrilleros era el químico Mariano Sánchez Covisa, famoso en todo Madrid por el pedazo de moto negra que conducía y que se decía equidistante enemigo del capitalismo y del comunismo. El líder político indiscutible era el notario Blas Piñar, quien llegará a sentarse en el Congreso.

Los defensores de la ultraderecha, que por supuesto que los tiene, suelen utilizar un mantra: son grupos de violencia blanda, puesto que suelen actuar contra los bienes, arrasando las librerías por ejemplo; pero a las personas, todo lo más, les dan alguna paliza que otra. La ultraderecha, con ello, intentaba dar a entender que comprendía los tiempos, y que ellos no mataban como sí mataban los terroristas de ultraizquierda. Esto, sin embargo, es matizable. En mi opinión, todavía está por escribir la historia de los grupos de ultraderecha de la época, menos conocidos pero mucho más violentos: los Grupos de Acción Sindical o GAS, la organización Anti Terrorismo ETA o ATE, o los DPH (Defensores del Pensamiento Hispano). Tan sonados en su momento como olvidados en el presente fueron hechos como el asalto al Banco Atlántico del grupo Cruz Ibérica, que era una patota de ultranacionalistas españoles que, por no estar, estaban hasta contra la pérdida de las colonias americanas.

Por lo demás, el argumento “nosotros no matamos” estaba desmentido en hechos como la muerte, ametrallado, de Ignacio Echave Orobengoa, el 5 de octubre de 1975. Echave era dueño de un hostal y su delito era ser hermano del miembro de ETA Juan José Etxabe; su muerte fue la consecuencia de la de tres guardias civiles perpetrada por ETA. Los terroristas que lo mataron nunca, al menos que yo sepa, se ha sabido quiénes fueron, pues ni siquiera tuvieron el cuajo de reivindicar el atentado.

De hecho, en los días anteriores a la muerte de Franco, se viven diferentes episodios. La madre y la hermana de Juan Paredes Txiki, miembro de ETA, uno de los ejecutados el 27 de septiembre, fueron agredidas, junto a un sacerdote que estaba con ellas y que también se comió alguna que otra hostia. En el campus de la universidad de Zaragoza, extrañas patotas de la porra agredieron a estudiantes, tal vez porque preguntaron por La Dolores. Carlos Costa, periodista en plantilla del Diario de Barcelona, recibió una paliza. Seis abogados en Madrid fueron asaltados en su bufete, vejados y agredidos.

El ambiente político está sobresaturado. José Antonio Girón de Velasco, falangista de primera hora, ataca las veleidades reformistas del gobierno, e inaugura una tendencia que será muy conocida por entonces, por mucho que hoy ya no se conozca: “el búnker”, entendido como el refugio donde se emplazan los franquistas de toda la vida, negándose a cualquier evolución y cambio político.

En el otro plato de la balanza del régimen está Manuel Fraga. Fraga es uno de los pocos ministros de Franco (porque son muchos menos de los que te crees) que gustaba de ponerse en público el uniforme de Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Sin embargo, en los años sesenta decidió jugar la baza aperturista para hacerse un sitio en el franquismo presente y futuro. Inventó la España de sol y playa, es decir, inventó nuestro modelo económico actual; e impulsó una Ley de Prensa que en su momento se tuvo por muy aperturista, al calor de la cual las editoriales pudieron publicar los libros que luego las librerías progres colocaban en sus escaparates y los fachas llenaban de pintura. Considerado demasiado liberal por Franco, el general hizo todo lo posible por apartarlo del Poder con mayúsculas y, de hecho, aunque en los últimos cambios de gobierno de Franco estuvo en muchas quinielas para ser el nuevo capitán de la nave, no sólo nunca lo fue, sino que ni siquiera estuvo cerca, cuando menos en mi opinión. Esta lejanía, en un hombre tan ambicioso como él, no hizo sino exacerbar su viaje al centro. Nombrado embajador en Londres, allí se dejó ver como un hombre que se empapaba del modelo británico: monarquía constitucional, libertades, turnismo civilizado.

Cuando el tardofranquismo decidió desarrollar el meconio de las asociaciones políticas, que eran partidos políticos sin serlo, todos ellos con la conditio sine qua non de tener presupuestos ideológicos compatibles con el Movimiento Nacional, Manuel Fraga le dio el rejón de muerte a esa tentativa al darle la espalda. Todo el mundo esperaba que Fraga fundase un partido. Pero el embajador, tras revisar la Ley de Reforma Política, dijo que aquello no le iba y, en lugar de fundar una asociación política, fundó una asociación privada, Fegisa, para poder actuar sin las constricciones de la ley. Los hombres nucleados alrededor de aquella fundación, y que con los años formarían Alianza Popular, de casada Partido Popular, serían popularmente conocidos entonces como fegisarios (denominación que parece haber caído en el olvido, pues la única referencia que da internet de la misma es otro artículo mío del blog).

El regreso de Fraga de la embajada londinense se interpreta en muchos círculos en el sentido de que el régimen ha decidido optar finalmente por la apertura. Y más detalles: a Felipe González Márquez, de quien todo el mundo que lo tiene que saber sabe que es secretario general del PSOE, le devuelven el pasaporte. Y una norma autoriza el uso en los medios de comunicación del vasco, catalán y gallego.

Hay, pues, cierto run-run de que, a pesar de los fachas, esto de la España después de Franco lo mismo hasta tiene arreglo y todo. Son muchas las personas (fuera del País Vasco) que piensan que ETA, ahora que se ha ido el caimán, se va a mostrar negociadora y hasta templada.

Pero las cosas no son así. Todo lo que pasa es que las personas que piensan eso no se han dado cuenta de que ETA no ha nacido para acabar con Franco. Los terroristas saben que tienen que dejarlo claro. Y actúan.

24 de noviembre. Franco ha muerto hace unas 100 horas. Eso es todo lo que ha esperado ETA. A primera hora de la tarde de ese día, Antonio Echevarría Albisu, alcalde de Oyarzun, oye que llaman con los nudillos a la puerta de su casa. Abre y se encuentra frente a frente con dos enmascarados. Pam, pam. A esa distancia no podían fallar. Echevarría fallece camino del hospital.

Echevarría era el alcalde más joven de la provincia de Guipúzcoa. Días antes, había cesado a dos concejales que habían participado en una manifestación contra las ejecuciones del día 27. La familia cree que también podría haber en el asesinato intereses económicos vinculados a una licencia de un supermercado (que, vaya, no es por nada, pero hay que ser muy bestia para llegar a creer que por una puta licencia para vender chope con aceitunas se mata a alguien en su casa). Pero nada de eso es lo correcto. Lo correcto es que, ya hace meses, ETA había anunciado que tenía una lista negra de ayuntamientos vascos cuyos alcaldes consideraba innobles e ilegítimos; y había anunciado que, o se iban, o bala.

Lo importante es el mensaje: muerta la momia, aquí no ha cambiado nada.

1 comentario:

  1. Anónimo1:06 p.m.

    Simplemente, gracias, por dar sentido a la verdad y llamar idiotas a los que creer saberlo todo sin haber vivido nada...

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