Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo
En un entorno de optimismo realista (optimismo porque el programa nuclear avanzaba; realista porque todavía China no podía ser el poder que quería) Mao decidió fijarse en las porciones de su territorio que todavía no eran suyas. Esto, por supuesto, no supuso sacar a pasear el asunto de los territorios que tenía en litigio con la URSS y mucho menos el asunto de Mongolia, espinoso como él solo. Nos referimos a la colonia portuguesa de Macao y, fundamentalmente, a la británica de Hong Kong. Dos territorios que, en la práctica, dependían de la China continental para casi todo.
Mao, sin embargo, no quería acabar con Hong Kong; sobre
todo, porque la colonia era su mayor fuente de divisas fuertes. Lo que sí que
hizo fue intentar desestabilizarla, alimentando fuertes conflictos laborales en
su seno. Además, comenzó a insinuar en discursos públicos que su plan era tomar
el control de la colonia antes de la fecha prevista de 1997. En realidad, Mao
quería que Hong Kong estuviese permanentemente agitada, pero no lo suficiente
como para provocar una intervención china. Quería, pues, el Hong Kong de James
Bond: mezclado, no agitado.
En los conflictos que se produjeron, la policía hongkonesa
llegó a matar a algunos manifestantes. El número, sin embargo, era muy
limitado; estaba lejos de ser una matanza (aunque si llegan a estar por ahí los
soberanistas catalanes, seguro que habrían hablado de varios millones de
muertos), por lo que los británicos ni siquiera se disculparon. Entonces la
Prensa comunista comenzó a incitar a los radicales de la colonia para que
matasen policías. Como los agitadores reales no tenían medio, el 8 de julio Chou
En Lai coló por la frontera soldados chinos, que mataron a tiros a cinco
policías. Lo que siguió fueron dos meses de bombardeos desde la China
comunista.
Los británicos, sin embargo, no perdieron los nervios.
Evitaron el enfrentamiento frontal, y fueron deteniendo a los líderes
agitadores por fascículos. Como consecuencia, el 22 de agosto una multitud
“espontánea”, formada en su totalidad por “incontrolados”, rodeó la legación
británica en Pekín, encerró allí a todo su personal, estuvo a punto de
quemarlos vivos y a las tías les tocaron todo lo tocable (esto de la fijación
de los padres del feminismo por meter mano habría que mirarlo algún día; claro que a la luz de últimas noticias sobre alguna de las luminarias ideológicas hispanas, ya la cosa queda más aparente). En
1967, de hecho, los “incontrolados” atacaron también las embajadas de la URSS,
de Indonesia, India, Birmania y Mongolia.
Un país con el que,
inesperadamente, China tuvo más que palabras, fue Corea del Norte. Allí, Kim Il
Sung llevaba más de diez años soñando con que las tropas chinas que habían
llegado durante la guerra de Corea se marchasen de una puta vez. Así que conminó
a Mao a sacar de allí a su gente. A Mao, siempre temeroso de que Corea del
Norte cayese del lado soviético del parteaguas marxista, aquello no le gustó
nada. En enero de 1967, Kang Sheng, en una visita de comunistas albaneses, tuvo
un acceso de sinceridad, y les dijo que Kim Il Sung debía de ser derribado del
poder. Como aquello era difícil, Mao ordenó a los “incontrolados” que fuesen a
la embajada norcoreana de Pekín a dar por culo; cosa que hicieron,
ridiculizando en sus pósteres a “Kim el Gordo”; lo cual, en una nación como
Corea del Norte, donde hasta los luchadores de sumo son pinceles, era bastante
más que un remoquete.
Kim reaccionó aplicándole la ley de memoria histórica a la
plaza de Mao Tse Tung de Pyongyang y cerrando las salas del Museo de la Guerra
de Corea donde se analizaba la actuación china en la misma. Y comenzó a marcar
el prefijo de Moscú.
La consecuencia de todo esto fueron que, a finales de 1967,
China tenía relaciones diplomáticas o semi diplomáticas con medio centenar de
países; pero con casi todos ellos tenía cuando menos un motivo de
enfrentamiento. Sin embargo, diez años de los chinos haciendo web scraping en
todo el mundo, especialmente en occidente, a la búsqueda de subnormales y memos
de la Ceja que se tragasen las mierdas del Libro Rojo, habían dado sus frutos.
Mao era, en muchos países, la estrella del momento. En España, claro, eso no se
percibió hasta diez años después, cuando llegó la democracia; pero la imagen
que tenía Mao en el mundo, una imagen de súper demócrata, de Lobezno de la Libertad del Ser
Humano, era la puta hostia. En las universidades de Francia, de Reino Unido o
de Alemania, no había dedos en manos y pies para contar todos los profesores
(normalmente no numerarios) que consideraban a Mao un filósofo de altura y
citaban el librito en clase. Jean Paul Sartre, el imbécil número 1 de la
Imbecilopedia europea, llegó a escribir que la violencia del maoísmo era
“profundamente moral”. Pero, bueno, también decía cosas como “sed cubanos”; y
ahí están la renta per capita de Francia y de Cuba para demostrar lo acertado
que solía ser en sus apreciaciones.
Sin embargo, lo que el maoísmo ganó en el ámbito bardemero,
entre historiadores, cineastas y diseñadores pantaloneros, no lo ganó entre
aquéllos que se supone que eran los que le importaban: las masas. Los partidos
maoístas, en aquellos países donde eran libres de actuar, nunca fueron gran
cosa. En occidente, el mayor de todos fue el portugués, y nunca tuvo mucho
predicamento. En Mayo del 68, los maoístas eran ese tipo de gente a la que
tenías que soportar como parte de la partida pero, la verdad, todo el mundo los
tomaba como un verdadero coñazo; sobre todo porque nunca creyeron en la
revolución puramente estudiantil, así pues fueron desde el principio un grano
en el culo de las asambleas. En la España democrática creo recordar que la
organización maoísta más importante fue la Organización Revolucionaria de los
Trabajadores u ORT, cuyo líder, José Sanroma, me quiere sonar que terminó
paniaguado por el PSOE, al que se afilió.
En otras partes del mundo no le fue mejor (al maoísmo, no a
Sanroma). Uno de los grandes problemas de Mao, por ejemplo, es que nunca le
cayó bien a Nasser. Le hizo al egipcio ofertas de ayuda mil, a cambio de lanzar
una revolución popular en el Sinaí; a lo que Nasser contestó, con retranca
tebana, que “la revolución popular no es posible en el desierto del Sinaí
porque es un desierto, es decir, no hay gente”. El gran problema de Mao con
Nasser y con otros muchos líderes del tercer mundo es que no sólo les exigía
que fuesen amigos suyos; les exigía que fuesen enemigos de la URSS. Esto le
cerró las puertas de muchos comunismos del mundo, empezando por el
latinoamericano. Ni qué decir tiene que los intentos de des-sovietizar Cuba le
salieron como la rana. Entre otras cosas, lo que le salió mal aquí fue que el
Che Guevara las espichase; aunque tampoco es que le fuera de coña con él.
Guevara había visitado China por primera vez en 1960. Mao lo intentó como pudo;
pero el argentino nunca aceptó alejarse de Moscú. Cuando volvió a Pekín, en
1965, Mao ni siquiera lo recibió. De hecho, Guevara, en aquella visita, le
pidió a los chinos, que le daban de todo a todo el mundo, que le facilitasen
una emisora de radio potente para llevarla a Bolivia, y los chinos se negaron.
La torpeza de Mao en el exterior le llevó incluso a perder
una pieza que era segura, Viet Nam. Las victorias vietnamitas contra, primero,
Francia y, después, Estados Unidos, habrían sido simplemente imposibles sin los
chinos (porque eso de que el David Vietcong fue capaz de vencer al Goliat Estados Unidos es mercancía averiada de
aula de Políticas y profesor adjunto podemoide). Sin embargo, el Viet
Minh nunca se había fiado de Mao. Lo cierto es que Ho Chi Minh había tenido una
muy mala experiencia con los nacionalistas chinos del Kuomintang; y tendía a
pensar que un chino es un chino, y punto. Es decir, tenía hacia los chinos más
o menos la misma opinión que, cuando menos yo, tengo de los franceses.
Ya en 1954, cuando Mao comenzó su programa de súper
potencia, el líder chino había intentado acceder de alguna manera a tecnología
occidental embargada. Y pensó, con bastante racionalidad, que el eslabón más
débil de la cadena atlantista (siempre lo es) sería Francia. Dado que Francia
estaba en Indochina, y no en buena situación, la idea de Mao era ordenarle al
Viet Minh apreteu, apreteu; para, así, generar un conflicto del que
luego surgiría él para favorecer una solución pactada. París le agradecería sus
buenos oficios pasándole la hoja Excel de la fisión nuclear.
Mao, por lo tanto, consideraba que lo que debiera pasar en
Indochina lo decidía él. Y ya lo había hecho antes: durante la guerra de Corea,
le había ordenado a los comunistas vietnamitas que se quedasen en casa para así
poder centrar sus esfuerzos en la península. En octubre de 1953, los chinos se
hicieron con una copia del Plan Navarre (llamado así por el general Henri
Navarre), es decir la estrategia de Francia en Indochina. Wei Guo Qing, el
general chino en Viet Nam, le dio personalmente una copia a Ho Chi Minh en
Pekín; esta copia fue la que provocó la ofensiva de Dien Bien Phu. Esta batalla
coincidió en el tiempo con la conferencia convocada en Ginebra para tratar los
temas vietnamita y coreano. Mao había decidido que ofrecería un acuerdo en
dicha conferencia; pero no compartió su decisión con los vietnamitas. Esperaba
que el Viet Minh siguiese combatiendo, para generar cuantos más problemas a
París, mejor.
Los vietnamitas tomaron Dien Bien Phu el 7 de mayo de 1954;
el 17 de junio, cayó el gobierno francés. El 23, Chou En Lai se entrevistó en
Suiza con Pierre Mendès-France, el nuevo primer ministro, sin la presencia
de los vietnamitas, y negoció un acuerdo con él. Luego, Chou le dijo a Ho
que aceptase esos términos (muy inferiores a las expectativas del Viet Minh); y
que si no lo hacía, tendría que lugar solo a partir de entonces. Ho le ordenó a
su negociador, Pham Van Dong, que aceptase, cosa que éste hizo entre lágrimas.
A mediados de los sesenta, Breznev decidió comenzar a
escalar la ayuda soviética a Viet Nam, con una intensidad con la que China no
podía competir. Pekín trató de convencer a Ho de que rompiese con los
soviéticos, entre otras cosas buscándole una nueva esposa “voluntaria” china.
Ho no sólo pasó del matrimonio y de romper con la URSS, sino que el 3 de abril
de 1968, para profundo cabreo de Mao, anunció por su cuenta el inicio de
conversaciones con los Estados Unidos. En el ataque de cuernos que le dio a los
chinos, Chou En Lai llegó a decir que el Viet Minh había sido el asesino de
Martin Luther King. Más allá, los chinos se encontraron con que el comunismo
laosiano decidía seguir a los vietnamitas, invitando a los asesores militares
chinos a irse a tomar por culo de allí.
El resultado de todo eso es que, a finales de los años
sesenta del siglo XX, todo el mundo en el mundo, fuera del lado de la Guerra
Fría que fuera, asumía que la pelea era entre Estados Unidos y la URSS; no
entre Estados Unidos y China. Para entonces, de hecho, el Departamento de
Estado americano consideraba que el comunismo chino había dejado de ser una
amenaza en el Tercer Mundo; esto fue oro molido para Li Xing Ping y toda la
pesca, pues occidente decidió poner toda la carne en el asador para tirar el Muro
de Berlín y no la Puerta de Tiananmen.
Washington, sin embargo, había hablado demasiado pronto. El
18 de marzo de 1970, el príncipe Norodum Sihanouk fue depuesto en Camboya, ese
país que rima tan bien. Todo el mundo consideró que el golpe de Estado que se
lo había llevado por delante lo había pagado la CIA. Mao le ofreció a Sihanouk
el apoyo chino a una guerra contra EEUU, buscando con ello lanzar una guerra
total en Indochina. Chou En Lai, de hecho, comenzó a trabajar en una
conferencia panindochina, a la que lógicamente invitó a los vietnamitas. Se
celebró al mes siguiente, e impulsó la creación de un comando único. Los
chinos, que para entonces tenían a Sihanouk a cuerpo de rey (viajaba en dos
aviones; uno era para el equipaje), también tenían en el país a Pol Pot, el
líder de los jémeres rojos, a quien torcieron el brazo y obligaron a aceptar el
liderazgo del príncipe. El día que abrió la conferencia panindochina, como
gesto reputacional, los chinos lanzaron su primer satélite espacial, que se
puso a dar vueltas a la Tierra haciendo sonar (bueno, no sé; que hablen los
físicos, pero yo creo que en el espacio exterior no suena nada) el himno Oriente
es rojo.
El 20 de mayo, Mao hizo público un manifiesto al mundo sobre
la libertad de Indochina y la necesidad de combatir a los aleves Estados
Unidos, e hizo que una gran multitud lo declamase en la plaza de Tiananmen
delante de Sihanouk. El manifiesto fue leído por Lin Biao, entonces número 2 y
quien, según Sihanouk, estaba mamado; entre otras cosas se hizo un Joe Biden y
confundió a Palestina con Pakistán.
El manifiesto, y la manifestación, estuvieron especialmente
dedicados a insultar y ridiculizar la figura del presidente Richard Milhouse
Nixon. Esto no le gustó nada al inquilino de la Casa Blanca, quien estuvo a
punto, pero a punto, a punto, de tragarse el anzuelo que había lanzado Mao.
Nixon, efectivamente, consideraba que la provocación de Pekín debía ser
contestada con el envío de una flota y de tropas a la zona, para que toda
Indochina tuviese claro que nadie insulta al presidente de los Estados Unidos
impunemente. Afortunadamente para Nixon, para la juventud estadounidense, y
para el mundo (aunque no para los camboyanos, viendo cómo avanzó la cosa),
Nixon tenía alguien bastante menos sanguíneo en el despacho oval: Henry
Kissinger. Kissinger le dijo que se tranquilizase. Que la cosa no era para
tanto. Que Mao, al fin y al cabo, le había ofrecido a los vietnamitas un
satélite absurdo y un manifiesto; pero que los vietnamitas no iban a tragar.
Que no habría guerra total en Indochina. Que lo mejor que se podía hacer era no
hacer caso del chino, y dejarlo pasar.
Era justamente así. Cuando Mao se dio cuenta de que los
americanos no habían tragado el anzuelo, se dio perfecta cuenta de que era cosa
de Kissinger, y es por eso que comenzó a dedicarle insultos. Pero, a la larga,
la estrategia del zorro estadounidense funcionó. China no tuvo su guerra total,
y perdió su última oportunidad de dar miedo en el mundo.
Tras el fracaso de la estrategia camboyana, Mao se tenía que
enfrentar al hecho de que no era una potencia mundial. Pero todavía le quedaba
una tirada. Y tenía sus triunfos para ello.
A principios de la octava década del siglo XX, los Estados
Unidos ya estaban pensando en derribar a la URSS. Secretamente, los altos
funcionarios de la Casa Blanca silbaban eso de segur que tomba / tomba,
tomba... Estados Unidos, además, tenía muy claro que no acabas con alguien
sin pagar el precio de ayudar a alguien que le sea cercano; no dañarás al PSOE
si no le das cuartelillo a Podemos, no te cargarás al PP si no ayudas a VOX.
Contra lo que piensan los adolescentes, los licenciados en Historia y las gentes
a las que una vida de aislamiento ha movido a la simpleza, no existen las
victorias totales y definitivas. El enemigo existe por algo, y por alguien;
cuando acabas con ese enemigo, sigue existiendo el alguien (cuando menos en los
tiempos modernos, en los que se supone que ya no hay guerras de exterminio). Lo
que hay que hacer para acabar con el enemigo no es tanto vencerle, como
vaciarlo de su alguien.
China no tenía misiles intercontinentales. No era una
amenaza para más de medio mundo. Su líder estaba loco, ciertamente; pero estaba
muy mayor, y los informes de inteligencia informaban de que el reflujo de la
revolución cultural estaba mutando a la clase dirigente del comunismo chino en
algo bastante más moderado.
La CIA, además, tenía que conocer bien a Mao. Tenía que
saber que se moría por ser un líder mundial. Estados Unidos no tenía ninguna
gana de hacer de China un líder mundial. Pero podía hacerle a China, que diría
Vito Corleone, una oferta que no podría rechazar.
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