martes, noviembre 14, 2023

Hoxha (9): El fin de la troika

Musulmán, protobotánico, profesor de ética, posible ladrón,tendero y sospechoso de homosexualidad
Los comunistas no están solos
La guerra dentro de la guerra
A purgar se ha dicho
Sucios británicos, repugnantes yugoslavos
Fulgor y muerte de Koçi Xoxe
Sucios soviéticos
Con la Iglesia hemos topado
El fin de la troika
La jugadora de voleibol que cambió la Historia de Albania
La muerte de Mehmet Shehu
Al fin solo


En feble defensa de Hoxha y sus mariachis hay que decir que se revolvió contra toda religión. Los imanes y creyentes de la secta Bektashi, muy frecuentes en Albania, no sólo vieron prohibidos sus ritos, sino que se les afeitaron en público las barbas, como humillación. De hecho, cualquier tipo de creencia quedó prohibida el 22 de noviembre de 1967, tras lo que se conoce como el Decreto 4.337. La Constitución albanesa de 1976 declara oficialmente Albania como un país ateo.

La madre Teresa era una de las pocas personalidades albanesas que podía competir con Enver Hoxha en popularidad. La otra, probablemente, era Ismail Kadaré, el más importante de los literatos albaneses de las últimas décadas. En marzo de 1971, cuando Kadaré tenía 35 años y una novela ya traducida al francés y publicada en París, recibió una llamada en su casa invitándolo a visitar a los Hoxha. Kadaré y su mujer se presentaron en la casa de los Hoxha y fueron recibidos por Nexhmije, su mujer, directora del Instituto Albanés de Marxismo-Leninismo y, por lo tanto, editora de la abultada obra de su marido. En medio de una conversación que Kadaré recordaría como un tanto caótica, a ratos absurda, Nexhmije les informó de que el escritor tendría garantizado el acceso a documentación importante, sobre todo las notas de las reuniones de Hoxha en Moscú y sus entrevistas con Khruschev. Luego llegó Hoxha. Habló largamente de sus recuerdos de infancia, pero luego se las arregló para llevar la conversación a sus recuerdos de Moscú.

El tema estaba claro. Hoxha sabía que Kadaré estaba buscando tema para su próxima novela, y había decidido que dicho tema fuesen las relaciones entre Albania y la URSS.

La novela se publicó dos años después, en 1973, y se tituló Dimri i vetmisë së madhe, algo así como el invierno de la soledad. No gustó. En realidad, no gustó hasta tal punto que, nada más ser publicada, comenzó a ser objeto de críticas públicas aceradas, que acusaban al autor de ser un derrotista, y de colocar a Enver Hoxha en la novela al lado de personajes poco recomendables, como chulos, mujeres de mala nota, etc. Sobre todas las cosas, se le reprochaba haber retratado Albania como una tierra de soledad, algo que, lógicamente, el comunismo desmentía con fuerza.

La novela, que no hemos de olvidar fue promocionada por el jefe del Estado, fue prohibida. Todo el mundo esperaba que Kadaré fuera detenido pero, sorprendentemente, en una reunión del PTA celebrada en Elbasan en mayo de 1973, con la tinta de las críticas publicadas contra la novela todavía fresca, Enver Hoxha tomó la palabra para defender al novelista. No negó que la novela tenía sus cositas (la calificó de “problemática”), pero vino a decir que, tras un tuneado, tendría su punto, porque Kadaré era un buen escritor. Un año y medio después, se publicó la versión corregida de la novela, con algunos cambios de no mucho fuste y un nuevo título: Dimri i madh (el gran invierno). Albania ya no estaba sola.

En fin, continuemos. El apellido Hoxha es relativamente común el Albania, como ya hemos visto. Y ahora tendremos otra prueba, puesto que el médico personal del autócrata también se apellidaba Hoxha, y se llamaba Fejzi. Fejzi Hoxha era amigo de la infancia de su paciente, y había tenido que poner sus manos en la salud de su jefe ya en 1948, cuando fue convocado por Nexhmije, su mujer, preocupada por su salud. Enver no paraba de beber y de orinar, y parecía haber desarrollado una necesidad compulsiva por comer dulces que le había hecho engordar. Aquel día el doctor se dio cuenta de que el jefe de Albania era diabético.

Ese era Enver Hoxha. Diabético, sedentario, fumador compulsivo (tres paquetes diarios). Parece ser que, de hecho, recibió tratamiento para la diabetes en varios países satélites de la URSS. Tras la ruptura con Moscú, los soviéticos le cerraron este grifo a Hoxha, por lo que el Comité Central del PTA decretó la creación de una clínica especial que, cómo no, se emplazaría en el Bllok. Un médico francés que era presidente de la sociedad de amistad albano-francesa, Paul Milliez, comenzó a viajar frecuentemente a Tirana y en 1967 fue integrado en el equipo médico del jefe del Estado real de Albania. Hoxha, de hecho, se hizo tan dependiente de los cuidados y tratamientos de salud que recibía, que una de las personas de su mayor confianza fue su enfermera, Kostandina Naumi. Naumi era una de las tres personas que, fuera de su familia, tenían la confianza de Hoxha. Las otras dos eran Sulo Gradeci, su jefe de Seguridad; y Fahri Bufi, también enfermero.

En la clínica especial, una vez que fue construida y dotada, se creó un equipo médico habitual para el cuidado de Hoxha, formado en su mayoría por cardiólogos. En 1973, sufrió un ataque al corazón, momento en el cual, además de por sus médicos, fue reconocido por médicos chinos, incluido el cardiólogo personal de Mao. Parece ser que Hoxha nunca se fio de los chinorris, y no paró de dar por culo hasta que se largaron.

Cinco años antes, en 1967, sufrió una hemorragia causada por una retinopatía diabética, que le dejó ciego de un ojo durante algunos días. El episodio se repitió un año después.

Enver Hoxha desconfiaba de los médicos. Siendo un estalinista de libro, no creía la tesis oficial de la URSS de que la conspiración de médicos que Stalin denunció poco antes de su muerte fuese mentira; y, además, vivía bastante marcado por lo que sabía de la muerte de su propio amigo y mentor. Es muy probable que temiese un destino parecido para él, teniendo en cuenta que, probablemente, creía que Stalin había muerto envenenado o algo parecido.

En los primeros años setenta, de forma muy embrionaria y, como se dice en el mus, con mucho miedo, Albania realizó algunos movimientos aperturistas. Por ejemplo, la población, en algunas zonas, pudo ver la televisión italiana. Enver Hoxha llevaba dos décadas en el poder, en el Partido se producía el lógico relevo generacional; y eso generaba ciertas tensiones. El máximo mandatario, sin embargo, no estaba dispuesto a permitir que la barca se deslizase demasiado.

Todo comenzó con una carta abierta enviada al periódico Zëri i rinisë, o La Voz de la Juventud. En ella, un grupo de jóvenes de Lushnja protestaban por un festival de la canción que se había celebrado en Tirana tres meses antes. El festival había sido un éxito especialmente entre los jóvenes, y probablemente ése era el problema. Se había caracterizado por composiciones y puestas en escena muy occidentales, extrañas a lo que se veía en Albania comúnmente.

La nota de protesta, digamos, “espontánea” de aquel grupo de jóvenes disparó la remoción de algunos de los jóvenes miembros del Partido más aperturistas. Personas como Todi Lubonja o Fadil Paçrami fueron cesadas y, después, arrestadas. Poco después, el Comité Central celebró su cuarto pleno; un pleno que habría de ser histórico. Lubonja, Paçrami y sus familias fueron enviadas a prisión; pero, la verdad, con el tiempo su castigo aparecería casi como un chollo.

En julio de 1974, la operación se centró en el Ejército. Era ministro de Defensa Beqir Bakullu, a quien ya conocéis porque fue el tipo al que los soviéticos tentaron para que diese un golpe de Estado y reaccionó con fidelidad. Tanto él como su jefe de Estado Mayor, Petrit Dume, y otro alto mando, Hito Çako, fueron arrestados. Se montó un juicio rápido en el que los tres ya no fueron acusados de permitir que gente con el pelo demasiado largo pudiera pasear por la calle, sino de preparar un golpe de Estado. Es decir, Bakullu fue acusado de lo que se había negado a hacer quince años antes. Por supuesto, fueron condenados a muerte, sin que a día de hoy se sepa qué hicieron realmente para merecer aquel castigo. La saña de Hoxha contra ellos fue tan grande que, como declararía en su propio juicio Kadri Hazbiu (quien, como sabéis, era ministro del Interior), la orden que recibió dicho Ministerio fue de que el lugar de enterramiento de sus cadáveres no se conociese nunca. No sería el único caso. El primer ministro Mehmet Shehu, una vez que murió o fue muerto, fue desenterrado tres veces por órdenes de Hoxha, por la misma razón de que no quería que se supiera dónde estaba.

La purga militar, sin embargo, no se limitó a estos altos mandos. Hasta 461 miembros del Ejército fueron detenidos, de los cuales 54 eran oficiales. En los años siguientes se sucedieron las campañas de Prensa asegurando la existencia de enemigos del Pueblo tanto en el Ejército como en las fuerzas del orden. En 1974, fueron arrestados el teniente general Muhamet Prodani y el general Halim Ramohito. Ambos fueron a la prisión de Ruskovec mientras que el teniente general Sadik Bekteshi fue a Sheqëz, cerca de Berat. El general Abaz Fejzo fue enviado a una granja para su “reeducación física” (aquí se ve la traza de la revolución cultural china).

En mayo de 1975 se produjo una nueva purga. Ahora el objetivo era lo que el régimen llamaba “saboteadores de la economía albanesa”. Con esa etiqueta fueron al maco el viceprimer ministro Abdyl Kellezi y los ministros Koço Theodhosi y Kiço Ngjela. Ese mismo año, los dos primeros fueron condenados y ejecutados; el tercero recibió una sentencia de prisión que sólo fue revocada cuando el revocado fue el comunismo. Los hijos de los condenados fueron casi todos encarcelados, y otros parientes enviados a lugares remotos del país. En muchos casos de arrestos, los cónyuges correspondientes fueron obligados a divorciarse y a denunciar a sus ex parejas públicamente por cabrones.

En la segunda mitad de los años setenta, la agitación desde el poder pareció matizarse algo. La cúpula del poder albanés pareció haberse consolidado con el tridente formado por Enver Hoxha, Hysni Kapo y Mehmet Shehu, con lógica prevalencia del primero. Todo el mundo esperaba una evolución tranquila del país hasta el momento en que Hoxha, por razones que con seguridad no serían de conocimiento público, tendría que empezar a pensar en la sucesión; momento en el que, probablemente, la lucha entre los dos sucesores comenzaría.

Antes de terminar la década, sin embargo, hubo novedades. En el verano de 1979, Kapo estaba de vacaciones en Pogradec, cuando comenzó a sentir fuertes dolores en la espalda y en el estómago que se agravaron muy rápidamente. La maravillosa sanidad albanesa, ésa que según el régimen podía tratar a la madre de la madre Teresa de lo que fuese que tuviese, fue incapaz siquiera de diagnosticarlo con precisión. Así las cosas, Hoxha envió a su lugarteniente a París, a ver si en un país serio daban con el problema.

En Francia, las noticias no fueron buenas. Hysni Kapo estaba enfermo de cáncer pancreático. La noticia del diagnóstico, que pilló al autócrata todavía en Pogradec, fue un mazazo para él, según todos los indicios. Lo que no sabemos es si lo que tanto le golpeó fue conocer la condena a muerte de un amigo, o la preocupación por lo gravemente que se desequilibraba el esquema de poder a partir de entonces.

Kapo estaba más que condenado. Nunca regresó a su país, pues murió el 23 de septiembre de aquel año, tras una serie de tratamientos que se intentaron en él, sin éxito alguno.

Tratándose de un régimen comunista, es decir de un lugar donde la transparencia era menos común que el uranio, en seguida comenzó a circular por conciliábulos y sótanos del país la especie de que Hysni Kapo había muerto por un envenenamiento ordenado por Enver Hoxha. En su propio diario, Hoxha anota que, cuatro días después de la muerte de su lugarteniente, tuvo que advertir a su viuda, Vito, de que no fuera difundiendo ese rumor, lo que demuestra que lo conocía.

El gran problema es que ahora el uno más dos era un uno más uno; una situación que nunca le ha sido cómoda a un sistema como el comunista, que siempre ha preferido las troikas para gestionarse y que, de hecho, cuando se ha enfrentado a unos más uno (Khruschev y Malenkov, Stalin y Trotsky, Andropov y Chernenko, Chernenko y Gorvachev), normalmente lo ha hecho como el culo. Mehmet Shehu era primer ministro, miembro del Politburo, y con muchos fieles en el Partido. Había ido acumulando responsabilidades hasta que en 1980 alcanzó un máximo de poder. Había, formalmente, un número tres: Ramiz Alia. Alia, sin embargo, tenía 14 años menos que Shehu y 17 que Hoxha. Era de otra generación en el Partido, así pues, en un régimen que, como todos los comunistas, tendía a la gerontocracia, apenas contaba para nadie.

Pasado el año 1979, pues, el poder en Albania pasó a ser cosa de dos: Enver Hoxha y Mehmet Shehu. De nuevo, el pueblo albanés pensó: esto durará hasta que el primero de ellos tenga necesidad de retirarse, o la rosque. Por eso, cuando se celebró, a todo plan como siempre en los países comunistas, el Día del Trabajo de 1981, con una gran parada en cuya tribuna aparecieron los dos colegas bien juntos, a nadie se le ocurrió pensar que, tal vez ésa podría ser la última vez en que serían vistos en público y en amor y compañía.

Pero lo fue. 

1 comentario:

  1. Anónimo6:12 p.m.

    Me intriga como funciona la religión en países como Albania, Uzbekistán, Senegal, que son países musulmanes pero donde no se practican las normas.

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