lunes, julio 04, 2016

La caída del Imperio (11: Atila y Constantinopla)

  1. Las envidias entre Valente y Graciano y el desastre de Adrianópolis.
  2. El camino hacia la primera paz con los godos.
  3. La llegada en masa, y desde diversos puntos, de inmigrantes al Imperio.
  4. La entrada en escena de Alarico y su extraño pacto con Flavio Stilicho.
  5. Los hechos que condujeron al saco de Roma propiamente dicho.
  6. La importante labor de rearme del Imperio llevada a cabo por Flavio Constancio.
  7. Las movidas de Gala Placidia hasta conseguir nombrar emperador a Valentiniano III.
  8. La movida de los suevos, vándalos y alanos en Spain. 
  9. La política de recuperación del orgullo y el poder romanos llevada a cabo por Flavio Aecio.
  10. La entrada en acción de Atila el huno.

La tropa enviada desde el Imperio Oriental a Sicilia con la intención primera de participar en una expedición contra los vándalos no logró llegar a tiempo de contrarrestar la invasión de los hunos. Cuando Naisuus, o Nis, cayó en poder de los soldados de Atila, el Imperio tuvo que parlamentar y alcanzar un acuerdo de paz, porque sus tropas estaban todavía muy lejos de poder plantar batalla.


Lo poco que se sabe de los términos exactos de aquella negociación da la medida de la posición de fuerza que tenían los hunos. El subsidio que recibían del imperio fue elevado a unas 1.400 libras de oro al año (y sería incrementado todavía cinco años después). Probablemente también hubo cláusulas favorables a los hunos en materia de refugiados, aunque no está del todo claro. Lo que sí sabemos es que aquel asunto de que le fuesen devueltos los hunos que huyesen hacia el Imperio era una de las reivindicaciones más intensas de Atila y los suyos.

Sin embargo, el tratado de paz del 442 más parece la negociación de una tregua que un tratado de paz propiamente dicho. Esto lo decimos porque Atila no abandonó su actitud belicosa después de firmarlo. Probablemente, para entonces sabía bien que tenía la sartén por el mango, y un plan muy definido para dominar los Balcanes. Un año después, en el 443, derrotó por KO a una tropa romana en Chersonesus; y en el 447 estaba frente a las murallas de la propia Constantinopla.

¿Qué había pasado? Los romanos habían aceptado el tratado del 442 por la única y exclusiva razón de que su ejército se encontraba en Sicilia. Cuando las tropas estuvieron de nuevo en casa, lógicamente se sintieron fuertes de nuevo y, probablemente, en el 443 dejaron de pagar el subsidio que recibían los hunos. A finales del 443, debían de tener muy claro de qué iba la milonga, puesto que aprobaron una ley que obligaba a todos los castellanos a restituir en sus fortalezas el número antiguo de soldados (hecho éste que nos da la pista de que, probablemente, los efectivos en defensa se habían relajado un tanto). Por lo demás, son muchos lo indicios de que los romanos habían reclutado isaurianos en Cilicia, tratando con ello de reforzar su poderío militar.

En el año 444, por otra parte, Atila hizo matar a su hermano Bleda, convirtiéndose en el único jefe de los hunos. Esto bien pudo galvanizar a los romanos, por lo que suponía de sugerencia de graves disensiones en el bando enemigo. Probablemente, fue cuando se produjo ese asesinato que los romanos decidieron dejar de pagar a los hunos, lo que sugiere su convicción de que Atila no les atacaría por estar demasiado ocupado consolidando su poder.

Atila envió una embajada a Constantinopla para protestar por los problemas de funcionamiento que tenía el acuerdo de paz. Los romanos contestaron con evasivas diplomáticas. El jefe de los hunos, entonces, entendió que sólo le quedaba una manera de reaccionar; así pues, se subió al caballo y, con la cuchilla de capar gorrinos entre los dientes, se hizo una promenade por la orilla del Danubio, llevándose por delante toda fortaleza romana que encontró.

El primer fuerte de importancia que se encontró fue Ratiaria, en la Dacia, donde no dejó en pie ni los ceniceros. Luego se desplazó en dirección occidental, hacia las montañas balcánicas. Y fue allí donde se encontró con Arnegisclo, master militum per Thraciam, o sea, comandante en jefe de las tropas serbias, croatas, bosnias, montenegrinas y rumanas. Arnegisclo venía desde Marcianópolis con todos los soldados que tenía disponibles, y decidió presentar batalla en el río Utus (hoy conocido como Vit), en Bulgaria. Por mucho que los romanos se batieran como jabatos (claro que esto de que fueron tope de valientes lo dicen las crónicas romanas...), fueron derrotados, cobrándose los hunos incluso la vida de Arnegisclo, que no sabemos si dejó detrás de sí descendencia para legar un nombrecito tan difícil de declamar con tres tequilas en el cuerpo. El caso es que, con la victoria del Utus, a los hunos les quedaron francos los pasos de las montañas, por lo que podían desplazarse al sur hacia la meseta tracia; la primera etapa hasta la caza mayor, que era, obviamente, Estambul (dicho quede en términos contemporáneos).

A Constantinopla los dedos se le hacían huéspedes. En la madrugada del 27 de enero del 447 sufrió un grave terremoto, hecho que tiene su importancia porque redujo a grava una parte de las murallas de la ciudad. Con bastante probabilidad, cuando Atila supo de la movida, decidió acelerar sus planes de ir contra la capital. Pero los romanos reaccionaron con rapidez. Constantino, prefecto de la ciudad, movilizó a los constantinopolitanos para quitar cascotes a cascoporro y reconstruir torres. Las zonas sensibles de la ciudad fueron reconstruidas en el plazo récord de dos meses.

Así pues, cuando Atila llegó a las cercanías de la capital, se la encontró más cerrada que una almeja tímida. Además, los romanos disponían en la zona de un segundo ejército, desplegado a ambos lados del Bósforo. Este ejército se enfrentó a los hunos en el Chersonesus, Quersoneso para los hispanohablantes, y fue derrotado.

Atila, pues, falló a la hora de tomar la perla del mundo como quería; pero no está clar que esto fuese un mal funcionamiento de sus planes. Ya hemos dicho que la imagen de Atila como un cachoperro subido a su caballo, embrutecido y simple, es bastante lejana a la realidad. El rey de los hunos, más probablemente, sabía bien el tipo de partida que estaba jugando, y sabía bien que, si tomaba Constantinopla, se encontraría con problemas de muy diversa naturaleza, dentro y fuera de su pueblo. Probablemente, la toma de Constantinopla en ese momento histórico habría provocado una reacción sin precedentes desde Rávena, que no habría dudado en generar una vasta coalición para contrarrestar a los hunos; coalición en la que, probablemente, los otrora enemigos del Imperio participarían con gusto y por interés particular, esto es, para conservar sus propios territorios de la voracidad de un poder naciente. Atila, además, sabía que lideraba un pueblo nómada, por mucho que sean bastantes los síntomas de que por entonces se volvió bastante sedentario; y a poco listo que fuese tenía que darse cuenta de que liderar el mundo (pues Constantinopla era la capital del mundo) le supondría una serie de obligaciones que probablemente no quería ni podía cumplir.

Por todas estas razones yo, cuando menos, tengo mis dudas de que los hunos quisieran nunca tomar Constantinopla, como sí querrían los turcos siglos después. Lo que buscaban los hunos era lo mismo que habían buscado (y obtenido) los godos antes, esto es: obtener el dominio sobre un territorio en el que poder radicarse. Su objetivo no podía ser la propia Constantinopla, sino los Balcanes. En mi opinión, el objetivo de Atila no era sino hacerse con el dominio legal de esa zona, como lo había hecho Geiserico de Túnez y alrededores. Y, en buena parte, lo consiguió, puesto que logró alcanzar tanto la costa del Mar Negro como de los Dardanelos, mediante el control de Sestus, o sea Sesto; y de Callipollis, actual Gallipoli. Esto quería decir que era, de facto, el dueño de los Balcanes. Los hicieron efectivamente suyos, y en todas partes, al parecer con las únicas excepciones de Adrianópolis y Heracleia, hicieron valer esos usos que generaron esa frase tan famosa que nos dice que donde pisaba el caballo de Atila no volvía a crecer la hierba. De hecho, se considera que todo el desarrollo urbano generado por los romanos en la zona fue destruido por los hunos y ya no volvería a ser reconstruido (generando, tal vez, un diferencial de desarrollo en la zona respecto del resto de Europa que hemos estado pagando hasta hace bien poco).

La campaña del 447 dejó a los romanos como el gallo de Morón, ya sabéis: sin plumas y cacareando. Inmediatamente, comenzaron las negociaciones con el huno para ver de arreglar la movida. Como ya he dicho Atila, en realidad, había renunciado, o nunca lo había pensado, a invadir el centro del Imperio romano. En realidad, lo que más le preocupaba tras sus victorias era poder consolidarse en su territorio sin tener romanos cerca, y por eso reclamó el respeto de una especie de zona de seguridad, de cinco días de marcha de longitud, al sur de sus posesiones danubianas. Lo que querían los hunos era, simple y llanamente, que todos los romanos que vivían allí se pirasen. Los romanos, por su parte, tenían la ilusión de poder torear un poco al líder huno.

Las negociaciones no debieron de ir muy bien (entre otras cosas, porque parece que hubo un intento de cargarse a Atila de por medio), porque el caso es que el líder huno acabó añadiendo a sus dos reivindicaciones históricas (que le devolviesen a los fugitivos hunos y que se estableciese la zona de seguridad) una tercera condición: que se le entregase una mujer de casta noble para poder casarla con su secretario, que había nacido romano.

En el 450, esta situación bastante enfrentada se dulcificó con una nueva embajada romana presidida por Anatolio, que en ese momento era uno de los principales jefes militares del Imperio oriental; y Normo, otro alto funcionario. Anatolio y Atila ya habían negociado en el 447, por lo que se conocían bien. Según las crónicas, estos embajadores literalmente hundieron a Atila en regalos, ablandando su conciencia hasta hacerle prometer que abandonaría los territorios romanos en el Danubio y que dejaría de dar por saco con el tema de los fugitivos, con la condición de que los romanos ya no aceptasen más de éstos. Los embajadores regresaron a Constantinopla con el secretario de Atila, para allí buscarle una churri con quien casarlo.

En el ínterin entre la primera y la segunda embajada, sin embargo, tuvo que pasar algo. Algo que no conocemos porque los hunos nunca se historiaron a sí mismos y, consecuentemente, no tenemos registros que nos describan su operativa y su evolución. Tal vez Atila recibió informes, tal vez pensó mejor las cosas.Tal vez la dadivosidad de los romanos orientales, que sin duda eran más fuertes que los occidentales tras que éstos perdiesen el África del Norte, le convenció de que el Imperio no tenía ni media hostia. El caso es que, con el tiempo, Atila el huno fue cambiando de idea, y abandonando la de, simplemente, establecerse en los Balcanes con su pueblo. Los romanos de Constantinopla, tras haber llegado a los acuerdos que llegaron con el huno, pensaban que habían tangado a Atila. Pero no era cierto. En realidad, era Atila quien les había engañado. Porque en ese momento procesal, todo lo que buscaba el huno era tranquilidad al este de sus posesiones.

Había decidido invadir el Imperio occidental.

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