martes, enero 04, 2011

Humaredas

Vaya por delante una cosa: he dejado de fumar dos veces, las dos apenas sin esfuerzo, las dos mediando un engorde físico de fácil recuperación y ahora mismo, cuando hace ya ocho años o así de la última vez que fumé, tengo nostalgia cero de aquellos tiempos y la convicción de que ya nunca volveré a fumar ni me deprime ni lo contrario. Eso sí, que se fume en mi presencia no me molesta. No me ha molestado ni uno solo de mis días de ex fumador y, antes, no fumador.

Con estas credenciales, quizá se entienda que contemple el espectáculo de estos primeros días de enero del 2011 en España con cierta distancia valleinclanesca. El domingo pasado, mientras conducía desde Galicia hasta Madrid, escuché un buen rato el programa dominical de Pepa Fernández en Radio 1, que su conductora convirtió en poco menos que un homenaje radiado a la legislación antitabaco, hablando de sí misma en los restaurantes y cafeterías en términos de extrema liberación. En las horas siguientes, en los medios, he visto y leído reacciones de la parte contraria, incluso de insumisión en el caso de algún hostelero que ha anunciado que no piensa cumplir la legislación. Ambos inputs no han hecho sino intensificar la sensación de absurdo que ya tenía, además de plantear un problema sociológico, político e histórico que me gustaría plantearos.

En primer lugar, el absurdo. La verdad es que la ley que se ha puesto en marcha, o por lo menos lo que sé de ella, me parece bastante preñado de detalles un poco absurdos. En primer lugar, pretende proteger a los no fumadores. Pero no a todos. Me extraña que ninguno de los sesudos analistas a los que he visto y oído en las últimas horas no haya caído en la cuenta de que la ley crea eso que Marx llamaba un lumpenproletariado, una clase obrera por debajo de la clase obrera: el subsector de las mucamas y mucamos de hotel.

La ley, se dice, ha liberado, por fin, a los camareros de bar, hasta ahora sometidos a la tortura de inspirar los humos ajenos. Cierto. Pero, con lo mismo, condena a dicha pena a los profesionales que tengan que limpiar y hacer las camas de las habitaciones de hotel designadas por los mismos, en plena legalidad, como habitaciones de fumadores. A nadie parece importarle que si un camarero se queda sin trabajo y se emplea como oficial de mantenimiento en un hotel, vuelve a ser un fumador pasivo, y lo vuelve a ser bajo el paraguas de la misma ley.

Esto es así porque la ley antitabaco es una ley de atrevimiento selectivo. Se atreve con unas cosas y con otras, no. ¿Por qué no se atreve con las que no lo hace? Pues porque estima que atreverse con ellas generaría un serio perjuicio económico. Lo cual es un dato importante.

La ley y, en general, la filosofía antitabaco llevada a cabo por los gobiernos, rezuma hipocresía. En primer lugar, me llama la atención la cantidad de representantes políticos y sociales que hoy defienden desde puntos de vista progresistas la prohibición de fumar (por cierto, ¿no habíamos quedado en que estaba prohibido prohibir?), pero dos días antes clamaban por la legalización del tabaquismo asociado al uso de sustancias estupefacientes. Me cuesta entender por qué fumarse un Camel es un desprecio hacia el resto de los integrantes de la sociedad, pero deshacer ese mismo Camel y mezclarlo en un papelito con una chinita de costo es un acto máximo de libertad. Pero puede que sea problema mío, claro.

Esos mismos puntos de vista, notablemente presentes en esta ley, desmienten también su propensión a la igualdad a través del fistro ése que se han inventado de los clubes privados. En realidad, no se trata de clubes privados, porque un club privado es una estructura que tiene más servicios de los que aquí teóricamente se permiten (y digo teóricamente porque si los redactores de la ley honestamente piensan que en los clubes que se formen no van a correr el vino y la tortilla, es que son más inocentes de lo que pensaba). Lo que a mi modo de ver dice la ley es algo tan simple (y constitucionalmente lógico) como: si un grupo de amigos se quiere juntar, alquilar un local, meterse dentro y dedicarse a fumar, puede hacerlo. La ley, pues, no añade novedad alguna: con ley o sin ley, si yo quiero invitar a mi casa a seis amigos y dejarles fumar dentro, el Estado no es chichi para impedírmelo, al menos mientras el tabaco sea legal.

Pero, aún así, los clubes privados están ahí, en el texto de la ley. Y, ¿quiénes pensamos, de verdad que los van a formar? ¿Verdaderamente pensamos que siete auxiliares administrativos de Telefónica van a poder formar un club privado? Formarán clubes, y se adherirán a ellos, quienes puedan pagarlo. De nuevo, pues, se crea un lumpenproletariado, en este caso entre los fumadores. El fumador mileurista, a fumar a la puta calle (porque otra cosa de la ley es que crea calles putas y calles honradas y virtuosas).

Esto es así porque la legislación antitabaco no permite lo que, a mi modo de ver, debería permitir, que es la creación de fumaderos. Esto es, locales donde esté expresamente permitido fumar y, en realidad, ésa sea la actividad principal del negocio. Y aquí está el meollo de la cuestión, en mi opinión. Contra lo que dicen los defensores de la ley, la función de ésta no es proteger a los no fumadores de la posibilidad de convertirse en fumadores pasivos. Si la intención fuese esa, a los fumadores se les permitiría crear ambientes propios para llevar a cabo su práctica. La intención de la ley, a mi modo de ver bastante clara, es trabajar para la erradicación del consumo de tabaco; filosofía que abona aún más el tufillo absurdo e hipócrita de todo esto, pues la acción es acometida por un Estado que hasta antesdeayer por la tarde no sólo cobraba y cobra impuestos por las labores de tabaco, sino que las explotaba como negocio en régimen de monopolio. Dicho de otra forma: si en España surgiese una oleada de denuncias en las cortes civiles por parte de afectados por el tabaco considerando que fueron engañados y propelidos al consumo de un producto nocivo, ¿a quién iban a sentar en el banquillo sino a los mismos redactores de la ley antitabaco? Si eso ocurriese, ¿acaso los abogados del Estado no se defenderían aduciendo que fumar es una decisión personal que sólo al individuo compete? Pero, dicha afirmación, ¿acaso no está en contradicción con las bases filosóficas de la ley antitabaco?

La ley, por lo tanto, parte de un presupuesto básico: el Estado es quién para decidir qué es sano y qué es insano. El Estado es quién para decidir qué prácticas debe realizar el ciudadano, y cuáles no. Y aquí es donde, para mí, está la discusión filosófica.

E Histórica. No todos los ejemplos que tenemos en el pasado nos apuntan que la decisión del Estado sobre la salud de sus administrados sea acertada. El caso más flagrante es la Ley Seca en Estados Unidos, producto de un caldo ideológico y social que se coció durante casi cien años, con ingredientes fundamentalmente religiosos y morales. Su fracaso fue bien evidente. También Adolf Hitler tenía ideas sobre la salud del pueblo alemán. Concretamente, Hitler pensaba que la salud pública del pueblo alemán debía elevarse mediante la práctica de apartar primero, y después asesinar en masa, a los sicóticos, esquizofrénicos y retrasados mentales. Una práctica, por cierto, que, como bien nos recuerda el abogado defensor Hans Rolfe en Judgement at Nuremberg, también era teóricamente aceptada en los Estados Unidos en el siglo XIX. En un lugar tan adicto a la democracia como Reino Unido, a mediados del siglo XX todavía se practicaba, de una forma más o menos voluntaria, el tratamiento químico de la homosexualidad, conceptuada por el Estado como un hecho pernicioso en términos de salud pública; práctica notablemente destructiva tanto somática como sicológicamente que se aplicó incluso a personas tan importantes para la Historia del país como Alan Turing, que hizo por la victoria de los aliados en la segunda guerra mundial mucho más que todas las divisiones de sherpas juntas y multiplicadas por siete.

Personalmente, considero que decidir por el ciudadano lo que es bueno y lo que no es bueno que tome es, más que un error, una decisión del Estado que va más allá de las atribuciones que racionalmente le deberían corresponder. El problema de las drogas no es que maten a quien las consume, pues eso es un problema de la persona; el problema estriba en la relación de dependencia que generan, que en algunos casos puede ser tan fuerte que mueva al consumidor a destrozar su vida primero, luego la de su familia, y luego la de todo quisqui que se le ponga por delante y posea algo robable. A mi modo de ver, las drogas deben ser ilegales no porque sean malas, sino por las consecuencias que tienen en el comportamiento de quienes las consumen. Las hamburguesas con queso y los bollos industriales también matan (killing me softly with this scone). Lo que pasa es que si a un zampabollos le quitas los bollos no se va a la cocina, agarra el hacha de cortar huesos de pollo y te abre la cabeza; cosa que sí puede hacer un heroinómano si le quitas la nieve y se la tiras por la ventana.

En suma, ¿es lógico que el Estado decida que aquellos de sus ciudadanos que fuman no deben hacerlo porque es malo para su salud? Confieso que, al menos a mí, la tentación de contestar que sí me da repelús. Estamos en lo de siempre. El stress test de la respuesta no consiste en ponerla a prueba en relación con una práctica que se considera nociva (pues yo, al menos, creo que fumar es nocivo) sino con otra que sea más discutible.

Por ejemplo: dado que la velocidad al volante es nociva (y, por cierto, afecta a otros, digamos, conductores pasivos), ¿estaríamos de acuerdo en que el Estado, como ya insinuó una vez un director general de Tráfico (y se desdijo defecando tonadas, claro), obligase a que en España sólo se vendiesen coches y motos que pudiesen circular hasta 120 km/h? Es seguro que muchos españoles, fumadores y no fumadores, verían en dicha medida una intromisión intolerable en su libertad personal. Pero, al fin y al cabo, ¿no tendría la medida el mismo sustrato filosófico que la ley antitabaco, es decir: Yo, Estado, decido lo que es sano que mi ciudadano haga, y lo que no?

¿Qué tal el cáncer de piel? Me parece a mí que el mismo consenso que existe sobre que el de pulmón lo provoca el tabaco existe sobre el hecho de que el de piel lo produce la exposición excesiva al sol. ¿Aceptaríamos que un ciudadano pudiese ser multado por llevar en una piscina o en una playa más de tres horas y media? ¿Aceptaríamos que una policía melanómica estuviese facultada para comprobar en todo momento si la piel de cualquier ciudadano tiene la adecuada protección potinguera, y le multase en caso contrario? Esta medida, de hecho, sería más lógica que la ley antitabaco, puesto que los niños chicos, es decir humanos de bajo albedrío, en su inmensa mayoría no fuman ni están expuestos al riesgo de convertirse en fumadores; pero esos mismos niños, sin embargo, sí están expuestos a fabricarse el germen de un melanoma si se pasan verano tras verano el día entero en la playa en pelota picada y sin más protección que su sonrisa.

Frente a estas ideas, lo sé, cabe el argumento: no te enteras, Contreras; la ley lo que busca es defender los derechos de los no fumadores. Por eso repito aquí lo que ya he dicho, y es que la ley, en el punto y hora en el que, además de permitir que los no fumadores puedan ir a locales libres de humo, impide que los fumadores puedan ir a locales llenos de humo, ya no puede considerarse una ley meramente protectora de los no fumadores, sino claramente procuradora de un descenso en el tabaquismo.

Yo decidí ir por la vida apestando a repugnancia galáctica y emitiendo por la boca un aliento vomitivo. Decidí estragar mis pulmones y elevar mi tensión arterial hasta niveles estratosféricos. Con el mismo hemisferio cerebral con que decidí eso, decidí lo contrario. It was my choice. A mi modo de ver, el Estado no toca pito en esta historia.

13 comentarios:

  1. Hola,

    Parece mentira de este blog, pero el argumento del hotel me parece un poco peregrino.

    Por lo que yo sé de hoteles hasta ahora, el servicio de habitaciones suele arreglar las mismas... cuando no están ocupadas.

    Que una cosa bien distinta es estar dónde ha estado un fumador... y otra que te fumen en la cara.

    La gente, que tiene poca memoria, ha olvidado que hace bien se tuvo otra ley menos restrictiva que ésta. A los locales de más de 100 metros se les obligaba al tema de las zonas separadas (que pocos, muy pocos cumplieron apropiadamente); y a los locales de menos de 100, se les permitía escoger.

    Hecha la ley, hecha la trampa. El número de locales en cada ciudad que eligieron ser libres de humo se podían contar casi con los dedos de una mano.

    Caía de cajón que aquí, en España, o haces una ley que prohíba de raíz o te toman por el pito del sereno.

    En todo el tiempo de aplicación de la anterior ley ni un solo fumador, pero ni uno, al sentarse en una mesa contigua a la mía me ha preguntado si me molestaba que fumara. Ni uno es ni uno.

    ¿No percibe usted, fumador, ciertas miradas revanchistas y cachondeadoras ahora que tiene que ir a fumar al frío? No lo dude, todos no fumadores.

    Una última anécdota. Este año, en la cena de navidad de la empresa, en un local grande y advertidos por los camareros que no se podía fumar, sin ceniceros de por medio, los asistentes decidieron fumar, por sus cojones.

    Pues ala, ahora, por los cojones de los que no fuman, a fumar afuera.

    Salu2

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  2. "...divisiones de sherpas..."

    Supongo que te refieres a los gurkhas, no a los sherpas.

    Por lo demás, creo que tienes razón. Se prohibe porque, pudiendo prohibir fumar, ¿porqué no hacerlo? Nuestra realidad española cada vez más se parece a las novelas de Stanislaw Lem.

    Feliz año nuevo, por cierto.

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  3. Spidi, si el argumento del hotel es peregrino, entonces la propia ley es peregrina. Digo yo que si en una habitación donde ha estado X minutos antes uno o varios fumadores ya no queda rastro tóxico que respirar, menos quedará en el ambiente de un parque, ¿no te parece?

    Por lo demás, el fondo de la cuestión del fracaso de la ley anterior es fácil de formular: el no-fumadero no era, ni es, negocio. Si lo fuese, ya la ley anterior hubiese funcionado.

    Yo no he dicho que los fumadores no merezcan un soplamocos por fumar al lado de un no fumador sin siquiera preguntarle. Lo que he dicho es que la ley, además de garantizar tu derecho a que esto no te pase, ha evitado que los fumadores dejen de molestarte por la vía más lógica, que es tener que ir a locales de fumadores. Y eso, insisto, no lo hace por protegerte, sino porque el Estado se siente con derecho a decidir sobre lo que es sano y lo que no lo es.

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  4. Gurkas, cierto. No lo voy a cambiar para público escarnio de mi persona.

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  5. Si a uno le molesta el humo pide por favor que dejen de fumar en su presencia a quien esté haciéndolo. Y si se es una mujer embarazada ya no hace falta ni decirlo y fin de la historia. Habiendo modales sobran leyes, pienso yo. Otra cosa es el fumeteo en hospitales y demás que ya estaba regulado, prohibido vamos.

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  6. Pues a mi me parece que el Gobierno se ha quedado corto; puestos a prohibir, las cosas se deben hacer sin medias tintas ,y las prohibiciones deben hacer honor a su nombre y ser totales. Si la intención real de nuestros gobernantes es la de evitar las muertes asociadas al consumo de tabaco (el Gobierno calcula que se evitarán unas 800 muertes anuales), por qué no plantear una ley que corte de raíz el problema.

    Habrá que volver a comprar tabaco de contrabando (como decía aquel chiste, conmigo no hacen canoas)

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  7. Ya puestos a seguir siendo rompedor, amigo Asier, me permito recordarte que los españoles que están generando esos 800 muertos al año, es decir los fumadores, están ingresando en las arcas del Estado 7.000 millones de euros al año. Lo cual viene a ser el 10% del gasto público en sanidad contabilizado según estándar EESPROS. Y las enfermedades del tabaco no generan ni de coña el 10%del gasto público en sanidad.

    Ilegalizar el tabaco es imposible porque se pierde más de lo que se gana. Paradójicamente.

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  8. Anónimo3:27 p.m.

    Como fumador pasivo me alegro de la prohibición. Me parece un poco raro cualquier argumento que pretenda criticar la ley. Más allá de las contradicciones de dicha ley, el acto de fumar un cigarrillo es estúpido por naturaleza. Ni siquiera crea placer. Es, para los fumadores, una necesidad. Es, además, perjudicial para los que rodean al fumador. Si uno desea drogarse que se drogue, pero por dios, no me echéis el puto humo.

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  9. Sólo quería ser sarcástico,soy fumador, y por eso comentaba lo del tabaco de contrabando.

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  10. Unoquenuncafumó5:42 p.m.

    Nunca he fumado. Nunca me gustó el humo. Me repugna.

    He estado muchos años, muchos, tragándome el humo de los demás sin decir ni pío. Ni pío. Nunca jamás nadie me preguntó si fumar me molestaba. Nunca. Incluso los que sabían que sí me molestaba nunca dejaron de fumar un solo pitillo (¡o puro!) en mi presencia. Las poquísimas veces que pedí que alguien apagara un cigarrillo me mandaron a freir espárragos... ¡a quién se le ocurre, por Dios, coartar mi libertad divina de fumar cómo y cuando quiera!!

    Lo siento, elzo... ¿hablas de modales? Nunca los he visto.

    Se hizo una ley-a-medias esperando que hubiera más o menos la mitad de locales que prohibirían fumar. Nasti de plasti, tres o cuatro mataos (que, por cierto, siguen haciendo su negocio tan ricamente), así que cada vez que me tomaba un café o iba a comer, a seguir tragando humo. Y claro, dejé de ir a tomar café, a comer...

    Se acabó. Ahora la Ley está de mi parte. Aviso: al primero que pille fumando, le denuncio.

    Ah, por cierto, las cifras de muertes por tabaquismo no son 800 al año, no... son como 50.000 muertos de lo que eufemísticamente llamaban "EPOC" al año, con 3.000 de ellos, fumadores pasivos. Según The Lancet, que digo yo que es una revista seria, un 1% de la mortalidad es como consecuencia de tabaquismo ¡En fumadores pasivos! Unas veinte veces más que muertos en accidentes de tráfico. Y yo no quiero ser uno de ellos. Ya no.

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  11. Pues lo que no deja de ser "para mear y no echar gota" es que se permita la venta de tabaco en lugares en los que está prohibido su consumo. Pero claro, debe se como en la farmacia que aunque vendan supositorios...

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  12. Luis Montes10:20 p.m.

    Yo también creo que no se debería prohibir fumar por ley, si los propios fumadores se diesen cuenta de que no deberían fumar en lugares cerrados. Del mismo modo que no se prohibe escupir en el suelo o emitir ventosidades digestivas. Muchos habíamos dejado de ir a bares y restaurantes para no salir oliendo a tabaco. Si el Gobierno hubiese hecho bien las cosas en 2006 ahora no tendríamos estos debates. Debería haber obligado a habilitar un espacio para fumadores a todo aquel local que quisiese permitir fumar, independientemente de la superficie.

    Saludos

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  13. Hola
    Primero, me posiciono: soy fumador. Dicho esto, nunca me han gustado los lugares demasiado ahumados. Una ley antitabaco más severa que la que había, probablemente era necesaria.
    Ahora bien, no deja de molestarme esta ley precisamente AHORA. Por varias razones:
    - La querencia a prohibir de la progresía en el gobierno.
    - El cabreo que nos estamos tragando, día sí día también, viendo que cada vez tenemos menos en los bolsillos, para que AHORA vengan a cabrearnos a los fumadores un poquito más.
    - Por lo poco que ha durado la ley anterior y por las inversiones que tuvieron que hacer no pocos establecimientos para cumplirla. Inversiones que ahora se tiran literalmente a la basura por decreto ley.
    - (Last but not least) Por la hipocresía que muestra la sociedad, en este y en otros temas y/o movimientos, que ha puesto de moda la corrección política imperante. Ahora no basta con no hacer lo que no te gusta. Si no te gusta algo, te tienes que hacer ANTIalgo.

    Hay que ser militante antitaurino, antinuclear,anticlerical, antimachista, antifascista y, por supuesto, antitabaco. (* ver nota al final)

    Antitaurino que se zampa sin rubor un cochinillo o unas chuletitas de lechal.
    Antinuclear ecologista que pone la calefacción a tope, abre las ventanas y cuando va al campo tira la lata de Coca-cola.
    Anticlerical al que le mola el Islam, sólo pa joder a los católicos.
    Antimachista que se escandaliza mucho más si un hombre maltrata a una mujer que si una mujer maltrata a un niño o un anciano.
    Antifascista y pacifista que va con palos y navajas a reventar una manifestación.
    Antitabaco que va a comprar el periódico subido en su 4x4 de 2500 cc y el aire acondicionado puesto. O que le mola ir al restaurante de moda a comer carne a la piedra. O que... El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

    (*) Para descolocar a amantes de colgar etiquetas, debo decir que no me gustan los toros; no recuerdo la última vez que fui a misa; políticamente opino que la democracia es el peor de todos los sistemas, si exceptuamos todos los demás; no pego a mi mujer; y no voy a manifestaciones. Eso sí, estoy a favor de la energía nuclear. La etiqueta me la pongo yo solito: soy ANTIanti.

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