lunes, abril 28, 2008

Memoria de la memoria

Se acerca el XX aniversario de una fecha histórica, del 18 de julio de 1936, en que comenzó la guerra de España.


Este aniversario coincide con una nueva situación nacional e internacional que exige de las fuerzas políticas españolas definir su posición ante los importantes problemas que están al orden del día. El Partido Comunista de España fija la suya en el presente documento.

La fecha del 18 de julio ha tenido hasta ahora dos significaciones:


Una, la oficial, que celebraba la victoria de las fuerzas franquistas y que entrañaba la perpetuación del espíritu de guerra civil, el odio contra republicanos y demócratas, el tono de cruzada frente a más de media España.

Otra, la de los que fuimos derrotados, pese a defender una causa justa. Nuestra celebración, a su vez, significaba la reiteración de nuestra confianza en el restablecimiento de la democracia, la no aceptación de una derrota injusta, el legítimo orgullo de haber resistido heroicamente cerca de tres años a fuerzas superiormente armadas y –¿por qué no decirlo?– cierto ánimo de revancha.


Pero en los últimos años se ha producido una importante evolución. Fuerzas considerables, que en otro tiempo integraron el campo franquista, han ido mostrando su discrepancia con una política que mantiene vivo el espíritu de guerra civil.

En el campo republicano son más numerosas e influyentes las opiniones de los que estiman que hay que enterrar los odios y rencores de la guerra civil, porque el ánimo de desquite no es un sentimiento constructivo.

Un estado de espíritu favorable a la reconciliación nacional de los españoles, va ganando a las fuerzas político-sociales que lucharon en campos adversos durante la guerra civil. Ya en el curso de ésta, el Partido Comunista vió la necesidad de llegar a un acuerdo entre los españoles, que garantizase la independencia nacional y la convivencia civil. Ese acuerdo no fué posible entonces, a pesar de que también en el campo opuesto había fuerzas que lo deseaban.

En su carta a la redacción de Mundo Obrero de marzo de 1938, el Secretario General del Partido Comunista, José Díaz, escribía refiriéndose a la unidad que necesitaba nuestro pueblo:

«Esta unidad debe comprender importantes capas de la población, que en la zona facciosa están bajo el yugo y quizá bajo la influencia de la propaganda fascista, debe comprender a todos los españoles que no quieren ser esclavos de una bárbara dictadura extranjera.»

Consecuente con esta posición, el Partido Comunista fué uno de los inspiradores de la política expresada en los «Trece puntos» del gobierno republicano, política que se proponía un acuerdo entre los dos campos en guerra, sobre la base de un compromiso que garantizase la independencia de España; que no hubiera represalias y el derecho del pueblo a elegir libremente sus gobernantes.

Esta orientación ha sido una constante de nuestra política de unión nacional. Se encuentra en nuestro manifiesto de septiembre de 1942, donde proclamábamos: «la reconquista de España para la libertad y la democracia no puede ser obra de un partido o una clase, sino el resultado de la conjugación de esfuerzos de todos los grupos políticos nacionales, desde los católicos hasta los comunistas.»


Posteriormente, en la clandestinidad y la emigración, no hemos cesado de preconizar la unión nacional de los españoles, de insistir en la necesidad de cerrar el foso abierto por la guerra civil entre unos y otros, de encontrar un terreno común para impulsar el desarrollo nacional y elevar el bienestar de los españoles.

Ese es el sentido de nuestra política de unión y de frente nacional reafirmada por el V Congreso de nuestro Partido celebrado en noviembre de 1954, línea que hemos defendido consecuentemente, incluso cuando la mayor parte de los elementos representativos de las fuerzas de izquierda y de derecha la rechazaban.

El Partido Comunista sabe que las ideas y soluciones, por muy justas que sean, no se abren camino de la noche a la mañana, simplemente con formularlas. Hace falta luchar por ellas hasta conseguir que ganen la conciencia de las gentes, hasta que maduren las condiciones para que esas ideas o soluciones sean transformadas en realidad.

Hoy, la idea de una solución pacífica de los problemas políticos, económicos y sociales de España, sobre la base del entendimiento entre las fuerzas de izquierda y de derecha, ha ganado mucho terreno, aunque todavía queden serios obstáculos que vencer.

En la presente situación, y al acercarse el XX aniversario del comienzo de la guerra civil, el Partido Comunista de España declara solemnemente estar dispuesto a contribuir sin reservas a la reconciliación nacional de los españoles, a terminar con la división abierta por la guerra civil y mantenida por el general Franco.

Fuera de la reconciliación nacional no hay más camino que el de la violencia; violencia para defender lo actual que se derrumba; violencia para responder a la brutalidad de los que, sabiéndose condenados, recurren a ella para mantener su dominación.

El Partido Comunista no quiere marchar por ese camino, al que tantas veces ha sido lanzado el pueblo español por la cerril intransigencia de las castas dirigentes a todo avance social.
Crece en España una nueva generación que no vivió la guerra civil, que no comparte los odios y las pasiones de quienes en ella participamos. Y no podemos, sin incurrir en tremenda responsabilidad ante España y ante el futuro, hacer pesar sobre esta generación las consecuencias de hechos en los que no tomó parte.


Las fuerzas democráticas españolas no pueden continuar como hasta ahora, al margen de la vida de España, imposibilitadas de enriquecerla y servirla con su aportación cultural y su experiencia política.


Una política de azuzamiento de rencores puede hacerla Franco, y en ello está interesado, pero no las fuerzas democráticas españolas.


Existe en todas las capas sociales de nuestro país el deseo de terminar con la artificiosa división de los españoles en «rojos» y «nacionales», para sentirse ciudadanos de España, respetados en sus derechos, garantizados en su vida y libertad, aportando al acervo nacional su esfuerzo y sus conocimientos.

Es un hiriente sarcasmo que once años después de la derrota del fascismo en el mundo, España sea casi el único país que conserva un régimen fascista. De esta situación sufren todas las clases sociales, excepto un pequeño grupo de monopolistas y gente corrompida.

La pervivencia de este régimen es funesta para el país. No existen leyes que garanticen verdaderos derechos a los ciudadanos; no hay instituciones políticas estables respaldadas por el consenso popular. Se mantiene el principio del Partido único fascista. Se persigue a los españoles por motivos ideológicos y políticos. Si la represión se ceba en los comunistas, socialistas, cenetistas y nacionalistas vascos y catalanes, las persecuciones políticas alcanzan también a monárquicos, democristianos, liberales e incluso a los falangistas disidentes. La censura campa por sus respetos, irresponsable, y en muchos casos, analfabeta. La menor expresión discrepante es reprimida utilizando un sistema judicial de excepción que es, de hecho, la continuación de la jurisdicción militar de tiempo de guerra.

El general Franco continúa amenazando con la guerra civil y con lanzar de nuevo la «ola de camisas azules y de boinas rojas» contra las fuerzas de derecha e izquierda que discrepan de la dictadura.

Si las fuerzas sociales que retiran su apoyo a Franco se pronunciasen por la reconciliación nacional, el entendimiento que no pudo lograrse entre los españoles durante la guerra civil, podría hacerse hoy, tendiendo un puente entre el pasado y el presente, de cara al porvenir, en el camino de la continuidad española.

El Partido Comunista de España, al aproximarse el aniversario del 18 de julio, llama a todos los españoles, desde los monárquicos, democristianos y liberales, hasta los republicanos, nacionalistas vascos, catalanes y gallegos, cenetistas y socialistas a proclamar, como un objetivo común a todos, la reconciliación nacional.








Las palabras que acabáis de leer son la introducción de un largo documento que fue leído por primera vez en Radio España Independiente a finales de la primavera del año 1956. Este manifiesto marca el inicio de lo que históricamente se conoce como política de Reconciliación Nacional del Partido Comunista de España (PCE). La Reconciliación Nacional supuso un hito para el antifranquismo y colocó, en 1956, los cimientos de lo que veinte años después sería la transición política española; algo que sería bueno que recordasen quienes quieren ver en dicho proceso una serie de reacciones apresuradas y débiles. La memoria histórica también debería referirse a episodios como éste, para que podamos entender que, tal vez, en ocasiones se alimenta un revanchismo con el que quienes hicieron la guerra no quisieron conscientemente tener nada que ver.

Terminada la guerra civil española, el Partido Comunista fue con claridad la formación política que menos se resignó a la derrota. Lo dejó bien claro antes del final propiamente dicho de la guerra enfrentándose a tiros con las tropas republicanas del coronel Casado, que querían terminar el conflicto. Y lo demostró después, manteniendo el objetivo del derrocamiento de Franco a base de alimentar alianzas internacionales y el movimiento de los maquis, guerrilleros que se echaron al monte y que hostigaron a la guardia civil, algunos durante bastantes años.

En 1947, sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar. Es la fecha que normalmente se señala para la evidencia de algo que ya venía ocurriendo de antes, que es la, llamémosle comprensión de los Estados Unidos hacia el régimen de Franco. El franquismo nunca osó imaginarse a sí mismo enfrentándose frontalmente con los Estados Unidos, como claramente se deduce de testimonios como las memorias del embajador Carlton Hayes. Así pues, aún no había terminado la segunda guerra mundial y Franco ya le estaba vendiendo wolframio a los estadounidenses, sabiendo muy bien que vendérselo a ellos suponía no vendérselo a Hitler, que lo necesitaba como el comer para sus proyectiles. Estados Unidos comenzó por tener una política de abastecimiento selectivo de España destinado a no dejarla caer en la pobreza pero sin permitir su desarrollo; según Hayes, por ejemplo, el suministro de gasolina tenía como objetivo alimentar el 60% de las necesidades reales de España. Suficiente para ser amiguitos, y suficientemente poco como para que tu amigo trate de ser aún mejor amigo, a ver si le das más.

A partir de 1947, con la consolidación de la guerra fría contra el enemigo comunista, los Estados Unidos deciden que Franco es un elemento necesario en el tablero europeo. Un dictador que te ajunta es siempre mejor amigo que una democracia que te ajunta pues, al fin y al cabo, en una democracia tus enemigos siempre pueden ganar unas elecciones y putearte. Por esta razón los Estados Unidos, que gustan de verse como campeones mundiales de la democracia, tienen una larga historia como impulsores de regímenes para los cuales las libertades son entes de ficción. Franco se avino a poner bases y a ser el patio trasero del cuartel americano en Europa y las esperanzas de que la democracia fuese traída a España por las potencias occidentales, simplemente, se esfumaron.

Los comunistas tienen muchos defectos. Pero la capacidad de adaptación a las circunstancias no está entre ellos. El PCE reaccionó al cambio de entorno diciendo adiós a los proyectos de acciones bélicas contra el franquismo y diseñando una estrategia de infiltración en el régimen. De aquellos años son las primeras instrucciones relativas a la participación de comunistas en las estructuras del régimen, especialmente las sindicales, que algunos años más tarde llevarían a la práctica de forma masiva las Comisiones Obreras.

El comunismo, exiliado y residente en Moscú, tomó conciencia, además, de que con el paso de los años, como es ley de vida, a la sociedad española se iban incorporando generaciones para las que la guerra ya no era una experiencia directa y que, además, el comunismo tenía lógicas y graves dificultades para desarrollarse entre los españoles. Por lo tanto, los comunistas se dieron cuenta de que toda estrategia de antifranquismo pasaba por superar la situación en la que había quedado dicha oposición tras la guerra (los comunistas por un lado, los demás por otro) para volver a tender puentes de unión.

Esta nueva estrategia de búsqueda de contactos y unión con los que no eran ni comunistas ni franquistas fue definitivamente aprobada en 1948. En octubre de 1950 dio sus primeros frutos en las elecciones para enlaces sindicales, en las cuales un montón de comunistas y asimilados resultaron elegidos, especialmente en Cataluña.

La doble estrategia de penetración en el sindicato falangista y búsqueda de unidad de acción con otras ideologías tuvo como resultado la aparición de la conflictividad social en el franquismo. El 1 de marzo de 1951, los barceloneses boicotearon los tranvías de la ciudad como reacción a su brusco encarecimiento. Colgada de esta protesta como de una percha, el PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña, dominado por los comunistas) consiguió que el día 12 se produjese una huelga general, como resultado de una tormentosa reunión, celebrada el día 6, entre obreros y jerarcas sindicales falangistas; reunión que sirvió para que los camisas azules descubriesen, alucinados, que buena parte de sus enlaces sindicales era comunista.

La respuesta policial no se hizo esperar. Poco tiempo después de la huelga, la policía detuvo a 28 militantes comunistas, el más importante de los cuales era Gregorio López Raimundo. Su objetivo era inflarlos a hostias en la comisaría y hacer con ellos algo que podríamos llamar tortura ejemplarizante. Sin embargo, el franquismo se encontró con una realidad nueva: los movimientos internacionales de solidaridad. La solidaridad internacional con López Raimundo alcanzó tal nivel que, aún dentro de su brutalidad, el franquismo tuvo que cortarse un pelo.

El siguiente punto de movilización fue la Euskalduna de Bilbao, donde 3.000 obreros hicieron una huelga de nueve días. Esta huelga, poco estudiada por los historiadores en mi opinión, fue de gran importancia, porque fue, que yo sepa, la primera vez que el franquismo, además de moderar sus brutalidades, se bajó los pantalones, ya que el conflicto provocó una revisión de las reglamentaciones laborales que para los falangistas eran inamovibles, amén de un subidón salarial de hasta el 15%.

Del 1 al 5 de noviembre de 1954 se celebra en el exilio el V Congreso del PCE. Es una reunión importante porque la misma marca el hito en el que los comunistas aparcan sus reivindicaciones más radicales para elaborar un programa reivindicativo a todas luces diseñado para que no dé miedo a interlocutores de otras ideologías. El comunismo español trata de quitarse la fama de orco. Como ejemplo, las conclusiones del V Congreso nos hablan de la necesidad de separar Iglesia y Estado «mas», se añade, «teniendo en cuenta los sentimientos religiosos de una gran parte de la población, el Estado deberá subvenir las necesidades del culto». A un comunista que se le hubiese ocurrido defender esto en las Cortes de la República lo habrían corrido a gorrazos desde el cabo de Gata al de Finisterre.

El franquismo, mientras tanto, no se queda quieto. Consciente de que el flanco obrero es en ese momento la única oposición activa (la oposición universitaria no comenzará hasta 1956), convoca en 1955 un llamado Congreso Nacional de Trabajadores, con la intención de recuperar la iniciativa en la dirección de las masas obreras. El tiro, sin embargo, le salió mal. Muy mal. Porque la convocatoria del Congreso, en realidad, sirvió para que los infiltrados comunistas encontrasen un foro desde el cual dar por culo.

En las diferentes provincias se celebran asambleas de delegados para preparar el congreso. En las de Lérida, Guipúzcoa, Sevilla, León y Burgos, se vota la solicitud en el Congreso de un salario mínimo vital con escala móvil (algo así como cláusula de actualización). Pedir esto en la casa de la Falange es como entrar en casa de un tibetano y preguntarle si tiene rollitos de primavera. Barcelona, Vizcaya, Oviedo y Valencia, además, se unieron a la petición.

Contra las cuerdas y perdida la iniciativa, el Congreso de Trabajadores aprobó, entre sus conclusiones, algunas peticiones de los comunistas: salario mínimo, jornada de ocho horas y seguro de paro.

En 1956 las cosas se pusieron feas por el aumento incontrolado de precios. Para los obreros resultaba vital que los salarios se actualizasen en consecuencia. Demostrando su acojone, el gobierno, lejos de reprimir las protestas, anunció en marzo un aumento del 16% y prometió otro 6% para el otoño. No obstante, las protestas continuaron. Y ocurrió algo más, algo que el franquismo no esperaba: el 15 de agosto, la curia arzobispal española hace público un comunicado en el que denuncia las condiciones de vida de los obreros y reclama para ellos salarios más elevados. Franco, al leer estas palabras, debió pensar, como Julio: tu quoque, filii?

Como se ve, los detallitos aprobados por el V Congreso del PCE habían dado sus frutos.

El aumento salarial decretado en octubre fue muy superior al 6% prometido. Aunque, en realidad, esta medida fue nefasta para los obreros, pues estas subidas tan bruscas lo que hicieron fue traer más inflación, empobreciendo aún más a las clases humildes.

En 1956 pasaron más cosas. Fue el año de la primera protesta estudiantil seria contra el franquismo, que se concretó en un enfrentamiento entre estudiantes (y mediopensionistas que pasaban por allí) de Falange con estudiantes de izquierdas. En un enfrentamiento enfrente del colegio de Areneros (actual sede del ICADE), un falangista resultó herido de un tiro en la cabeza, del que nunca se ha recuperado del todo según mis noticias, y que estuvo a punto de matarlo. En las horas posteriores, se dice que grupos de falangistas prepararon auténticos progromos de izquierdistas, que no se llevaron a cabo gracias a que la vida del herido se salvó. Aún así Franco aprovechó los incidentes para cesar a dos ministros: uno aperturista, Ruiz Giménez, titular de Educación y por lo tanto responsable de las movidas estudiantiles; y el otro falangista hasta la médula, Fernández Cuesta, que durante los sucesos se encontraba de viaje en Brasil. A todas luces, lo que hizo Franco fue aprovechar que el Pisuerga pasaba por Valladolid para recortarle las alas a Falange, pues el partido, en aquellas fechas, aún no había abandonado totalmente la ilusión de crear en España un estado fascista puro.

En los sucesos de 1956 había estado del lado de los estudiantes de izquierdas el otrora falangista radical Dionisio Ridruejo; y era jerarca universitario el otrora falangista de libro Pedro Laín Entralgo, reconvertido al democratismo. Detalles como éste enseñaron a los comunistas que el sólido muro franquista se resquebrajaba, y que merecía la pena meter unas cuñas por esas grietas a ver si así, con el tiempo, lograban romperlo.

El último gran factor de importancia para la política de reconciliación nacional de 1956 fue el hecho de que Stalin ya no estuviese entre los vivos. El padrecito comunista, en efecto, la había espichado ya, y con él había muerto toda una etapa del comunismo. El nuevo líder soviético, Nicolasito Khruschev, denunció (eso sí, en secreto) los crímenes de su antecesor, desestalinizó la URSS e inició una política de entente un poco más cordiale con Occidente, dentro de la cual cabían las relaciones de comunistas con no comunistas. En febrero de 1956, el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS había decretado que no hacía falta hacerle la guerra a los imperialistas, pues a éstos, simple y llanamente, se les caería la picha a cachos, ella sola, con el mero contraste entre su modo de vida y su régimen de libertades y el de la mentada Unión Soviética. No tengo muy claro que los jerarcas soviéticos se creyesen de verdad esta gilipollez; pero lo que sí es cierto es que la aplicaron.

En junio de 1956, el PCE alumbró la declaración que inicia este largo post. Hacía veinte años del inicio de la guerra. Para que nos hagamos una idea: hacía el mismo tiempo del principio de la guerra que el que hace ahora de la caída del Muro de Berlín. En realidad, pocos de los protagonistas de aquello habían muerto: Azaña, Largo; el propio Juan Negrín murió a finales de 1956. La guerra seguía siendo algo muy vivo y muchas personas que la habían experimentado eran aún jóvenes. Sin embargo, había una nueva generación. Asumiendo los 12 años de edad como la que pudiera señalar una cierta conciencia en vivir la guerra, en 1956 había ya en España más de diez cohortes de españoles que tenían ya más de 18 años pero no tenían esa edad durante el conflicto. Y, sobre todo, estaba la reflexión provocada por el paso del tiempo, el paso del exilio.

Decenas, centenares, miles de españoles vivían lejos de España, la mayoría amargados por ello, no pocos de ellos teniendo que asumir oficios lejanos a su vocación o a sus conocimientos. En ese caldo fructificaron las reflexiones sobre los porqués de una guerra y de las culpas propias. Lejos de los esquemas interpretativos hoy tan al uso (toda la culpa de todo en su totalidad la tuvieron los franquistas/rojos), la literatura alumbrada en aquellos años desde el exilio suele tener enormes dosis de autocrítica. Por su parte, el mismo fenómeno se produce en el propio franquismo, en el que no pocos elementos acaban por darse cuenta de que Franco no está dispuesto a evitar el error de eternizar una solución provisional como es la dictadura militar.

La declaración que encabeza este artículo es el fruto de todo eso. Su resultado es el gesto consciente de pasar página, de reconocer errores propios, y mirar hacia delante. Las palabras antes escritas se pronunciaron por las ondas de radio en 1956, veinte años antes de la transición política. A mi modo de ver, desmienten radicalmente a quienes creen, o quieren creer, que el pacto en que se basó dicha transición se debió al miedo a la involución, el temor a la reacción del franquismo. Lejos de ello, fue una política muy meditada, tan meditada que llevaba cociéndose dos décadas cuando por fin se pudo aplicar.

Uno puede estar en desacuerdo con esta estrategia. Pero lo que no podemos es negarla, negar que existió, negar que fue defendida y aplicada por los mismos (en este caso hablamos del PCE, así pues Pasionaria y Santiago Carrillo) que antes habían actuado de formas bien distintas. La Historia, Historia es. El primer mandato de la memoria es conocerla; y el segundo, no olvidarla.

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