miércoles, abril 07, 2021

Islam (31: a los beatos se les ponen las cosas de cara)

 El modesto mequí que tenía the eye of the tiger

Los otros sólo están equivocados
¡Vente p’a Medina, tío!
El Profeta desmiente las apuestas en Badr
Ohod
El Foso
La consolidación
Abu Bakr y los musulmanes catalanes
Osmán, el candidato del establishment
Al fin y a la postre, perro no come perro
¿Es que los hombres pueden arbitrar las decisiones de Dios?
La monarquía omeya
El martirio de Husein bin Alí
Los abásidas
De cómo el poder bagdadí se fue yendo a la mierda
Yo por aquí, tú por Alí
Suníes
Shiíes
Un califato y dos creencias bien diferenciadas
Las tribulaciones de ser un shií duodecimano
Los otros shiíes
Drusos y assasin
La mañana que Hulegu cambió la Historia; o no
El shiismo y la ijtihad
Sha Abbas, la cumbre safavid; y Nadir, el torpe mediador
Otomanos y mughales
Wahabismo
Musulmanes, pero no de la misma manera
La Gran Guerra deja el sudoku musulmán hecho unos zorros
Ibn Saud, el primo de Zumosol islámico
A los beatos se les ponen las cosas de cara
Iraq, Siria, Arabia
Jomeini y el jomeinismo
La guerra Irán-Iraq
Las aureolas de una revolución
El factor talibán
Iraq, ese caos
Presente, y futuro

 

Hasán al-Bana creía que todos los egipcios deberían unirse para sacudirse el yugo colonial bajo la bandera del Islam. Es, pues un teórico que expresa, mejor que la mayoría, la medida en la que, entrado el siglo XX, el movimiento musulmán estaba perdiendo el gusto por sus matices, ante los evidentes efectos de cohesión que generaba tener un enemigo bien fácil de identificar.

El punto de vista de la Hermandad Musulmana era claro: estar cerca de todo musulmán. Se especializó, por lo tanto, por la fundación de mezquitas allí donde no las había o eran escasas; y, sobre todo, trabajó desde sus inicios para convertirse en un exitoso provisor social, estableciendo ofertas laborales y educativas propias. Se convirtió en un movimiento al que, por lo tanto, unos se adherían por convicción, y otros por percibir que, en realidad, era el único que se preocupaba por ellos y por sus hijos. La Hermandad Musulmana no tardó en convertirse en el principal movimiento de masas en Egipto, de largo; entonces fue cuando se planteó su exportación a otros países árabes.

El primer ministro egipcio, y antes jefe de Policía, Nuqrashi Pasha, declaró a la Hermandad como organización terrorista y lo que consiguió fue morir asesinado. No fue el único. El propio al-Bana acabaría asesinado en 1949, en un suceso que siempre se ha supuesto organizado y provocado por los servicios secretos egipcios, lo cual lo convirtió en un mártir de la causa. En todo caso, la Hermandad Musulmana, en frase que se suele utilizar mucho ahora, había llegado para quedarse, y se había convertido en una alternativa muy clara al nacionalismo árabe. Igual que Cambó dijo aquello de: “¿Monarquía? ¿República? ¡Cataluña!”, la Hermandad venía a decir: “¿Sunismo? ¿Shiismo? ¡Islam!” Ciertamente, sin embargo, las divisiones eran muy profundas, hondamente enraizadas en la Historia. Al islamismo le quedaba mucho terreno que hollar, pero digamos que había encontrado el sendero adecuado.

En 1971, el último destacamento permanente de tropas británicas en Oriente Medio abandonó sus puestos en el Golfo Pérsico. Éstos eran los resultados de la presión del nacionalismo árabe que, para entonces, se había mostrado muy fuerte e influyente en el área, a través de figuras como la de Gabal Abdel Nasser, el presidente de Egipto. Sin embargo, para entonces el nacionalismo árabe, quizá sin percibirlo él mismo, estaba empezando a perder la batalla frente a las posiciones que tienden a colocar la religión como el primer argumento a la hora de definir la identidad de los ciudadanos del área.

Para esta evolución no hay que perder de vista la enorme importancia que tuvo la llamada Guerra de los Seis Días, en 1967, así como la del Yon Kippur algunos años después, que vino acompañada de la reacción de la OPEP disparando los precios del petróleo.

La Guerra de los Seis Días fue un enorme trauma para el nacionalismo árabe, un trauma del que, en parte, todavía no se ha recuperado. El Estado de Israel derrotó, además de forma inusitadamente sencilla, a las fuerzas combinadas de Egipto, Siria y Jordania. Fue, pues, una Cruzada musulmana que terminó como el culo. Nasser, el padre de la idea de la RAU (República Árabe Unida), que yo recuerdo ver reflejada en los mapamundis de mi escuela, había prometido que sería Hulk luchando contra una oveja coja, y se había desvelado como un sparring paquete que se había ido a la lona al primer uppercut.

Las personas en las naciones musulmanas, por ello, comenzaron a creer cada vez menos en las tesis nacionalistas, y más en los mensajes religiosos. En medio de ese proceso, países como Iraq, Irán y, sobre todo, Arabia Saudita, se convirtieron en naciones extremadamente ricas cuando el precio del petróleo se disparó.

Esto, sin embargo, estaba a punto de generar evoluciones que yo creo que en, un suponer, 1970, hace ahora cincuenta años, nadie habría avizorado.

Durante las tres décadas anteriores a la segunda mitad de la de los setenta del siglo pasado, la elite iraquí había permanecido básicamente suní, al calor de la monumental simonía de su régimen, que les favorecía descarada y constantemente. Esa cumbre de la pirámide seguía siendo como la relapsa aldea gala, puesto que el país, lejos de cambiar, seguía siendo overwhelmengly suní. Y todos aquellos sucios shiies, en la visión de sus gobernantes, eran, además, pobres como ratas. Ni Vladimiro Lenin habría podido soñar un teatro mejor para una revolución.

Y no lo digo a humo de pajas. Los shiies iraquíes, en apretada falange, aprovecharon la implantación en su país de los modos e ideologías occidentales para apuntarse al Partido Comunista. Los shiies, de hecho, eran una proporción absolutamente minoritaria de las estructuras de poder en Iraq; pero eran la mitad de los cuadros de su Partido Comunista. Un Trotsky, sin embargo, probablemente los habría expulsado en masa del Partido, porque, en su mayoría, aquellos shiies no eran creyentes del marxismo-leninismo, sino demandantes de una mayor igualdad social que, además, recelaban del nacionalismo árabe porque lo veían como cosa de suníes. Iraq era una de las naciones a la que le había hecho tilín el proyecto nasserista de la RAU; pero esa proclividad levantaba ronchas entre los shiíes, puesto que, si en Iraq eran mayoritarios y aun así estaban puteados, tenían la idea clara de lo que les pasaría si algún día se convertían en porción minoritaria de una gran nación árabe de raíz suní.

Tras la segunda guerra mundial, Iraq había llegado a tener cuatro primeros ministros shiíes, lo cual no es mucho, pero es mucho más que el cero zapatero de antes de la guerra. En teoría, esta apertura podría haber cambiado las cosas; sobre todo, el mandato de Fadhil al-Jamali, un decidido nacionalista árabe que había nombrado un gobierno en el que la mitad de los ministros eran shiíes. Sin embargo, el Sistema, por así decirlo, que está incluso por encima de las estructuras formales de poder, unida a la endémica inestabilidad del país, hizo que estos experimentos no fuesen todo lo duraderos que habría sido necesario para enraizarse.

En medio de una situación de creciente inestabilidad y de gentes cada vez más encabronadas, la monarquía iraquí llegó a la Casilla de la Muerte en 1958. Se produjo un golpe de Estado que no se paró en barras, puesto que se llevó por delante al primer ministro, al rey y a gran parte de la familia real. Fue un golpe un poco a la portuguesa, salvando las distancias, liderado por un grupo de oficiales del Ejército que habían leído los epílogos y los prólogos de los libros de Engels.

El régimen militar en Persia cambió de forma radical el panorama del país. Siguiendo el ejemplo de Nasser conforme el presidente egipcio fue, él mismo, implantando políticas de corte socialista, éstas llegaron a Iraq. Nasser, en el poder desde 1952 merced a otro golpe militar, creía a pies juntillas en las virtudes en la planificación estatal de la economía y en la propiedad pública de la estructura empresarial. A día de hoy, no os podéis ni imaginar la enorme corporación industrial que es el Ejército egipcio.

Ideológicamente, los militares que ganaron el poder eran unos fans irredentos de la reunificación árabe. Una cosa que en sí no es mala (a pesar de que, como ya he dicho, estaba bastante en contra de los sentimientos de una mayoría shií rural; pero no hay nada que no solucione una buena LOGSE en unos añitos); pero que sí lo fue si la ponemos en conexión con el hecho de que, en realidad, el socialismo iraquí se ocupó mucho del telón, pero prácticamente no cambió gran cosa en el decorado. La elite socioeconómica siguieron siendo los suníes, puesto que décadas de simonía descarada había puesto en sus manos la gran parte de los recursos y tierras del país, y el tan cacareado socialismo pro-nasserista, al fin y al cabo presionado, como todos los gobiernos, por la necesidad de dar resultados en 24 horas, no cambió gran cosa de eso (el único que se atrevió un poco con eso fue Salvador Allende y, por el camino, descojonó el país). Por otra parte, en el nuevo reparto que supuso la revolución, a los kurdos del norte no les tocó nada, razón por la cual comenzaron a rebotarse cada vez más.

En 1952 un shií, Fuad al-Rikabi, funda la rama iraquí del partido Baas, una formación ultranacionalista árabe y de tendencias secularistas. Sin embargo, él mismo hubo de abandonar el propio partido en 1959, ante los enormes problemas que encontró para consolidarlo como una formación nacionalista; la desconfianza shií hacia la oferta seguía allí.

El gobierno revolucionario iraquí, en todo caso, había nacido con ciertas ínfulas integradoras. El brigadier Abdel Karim Qasim, su líder máximo, era hijo de un suní y de una failí, es decir una shií kurda. Había vivido todo el puzzle en las paellas del domingo (o de los viernes), pues. Su primera intención confesada era acabar con las desigualdades en el país; pero, claro, eso fue antes de que descubriese los maravillosos atractivos de pasarse la vida otorgando y recibiendo recompensas desde las personas poderosas. Ideológicamente, no obstante, Qasim prestó mucha atención a los postulados del comunismo iraquí, cuya principal obsesión era contrapesar los fuertes sentimientos nacionalistas con que había llegado la revolución. Unos dirán que eso no impidió, otros dirán que eso tuvo la lógica consecuencia de que en torno al presidente, un personaje crecientemente autoritario, se montase todo un culto a la personalidad.

Puesto que el régimen de Qasim generaba importantes dosis de decepción entre los amplios sectores nacionalistas del ejército iraquí que le habían ayudado a triunfar, un grupo de éstos se lo llevaron por delante el 9 de febrero de 1963. Tanto él como su círculo de poder fue llevado ante los tribunales, condenado y fusilado. Eso sí, alrededor de su figura se había creado tal halo de mito y creencia en su poder y capacidad de supervivencia, que los nuevos gobernantes decidieron mostrar en televisión su cuerpo tras el fusilamiento. Sí, lo que estás pensando: los abuelos y papás de los que, décadas después, dijeron que la exposición del cadáver de Sadam Husein había sido un sacrilegio y de mal gusto.

Todos estos movimientos se producían en el teatro del nacionalismo árabe y, en parte, también de la penetración de ideas y políticas comunistas. Pero de una forma tal vez imperceptible por las elites, pues las elites monclovitas siempre tienden a vivir en su Matrix, el país estaba, cada vez más, moviéndose por motivos religiosos. Ya hemos dicho que el Baas y, en parte, el régimen de Qasim, eran de tendencias secularistas. Una sociedad tan religiosa como la persa tenía que reaccionar a eso tarde o temprano.

Los suníes iraquíes reaccionaron creando su propia rama de la Hermandad Musulmana. En 1957, los shiíes crearon una especie de Hermandad para ellos, llamada al-Dawa, La Llamada. Su líder era un joven erudito, Mohamed Baqir al-Sadr.

Este tipo de movimientos no podía llevar sino a algún intento de movimiento panislámico. El líder del mismo fue un suní, pero siempre apoyado, desde Nayaf, por el gran ayatolá Mushin al-Hakim. MAH había hecho algunas intervenciones públicas en 1960 afirmando que buena parte del entorno jurídico iraquí se daba de tortas con la sharia, por lo que fue molestado por los poderes públicos. Asimismo, el régimen pasó a dificultar la labor pública de buena parte de los partidos políticos, lo cual, en el fondo, fue oro molido para ellos, pues aprendieron a moverse en la clandestinidad. La clandestinidad, además, jugó su habitual papel de unión contra el enemigo; nacionalistas e islamistas comenzaron a trabajar juntos en un país en el que la elite militar del poder hacía justo lo contrario, a causa de sus divisiones.

Aunque pareciese todo lo contrario, a los beatos las cosas se les ponían de cara.

2 comentarios:

  1. A lo mejor soy yo, pues al fin y al cabo es un tema complejo, pero donde dices "El régimen militar en Persia" y "una sociedad tan religiosa como la persa", ¿no será la primera Iraq y la segunda "iraquí"?

    Además, cuando dices "Esa cumbre de la pirámide seguía siendo como la relapsa aldea gala, puesto que el país, lejos de cambiar, seguía siendo overwhelmengly suní", ¿no era el país mayoritariamente shií y de ahí esa sensación de estar gobernados por una elite que no pertenecía al país?

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  2. Lo de suní es una errata que te juro que creía que había corregido.

    Lo de persa, es que me gusta usarlo para transmitir la idea de que no hay que usar la sinécdoque "árabe"

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