Como ha habido una pausa vacacional, tal vez necesites que te diga que este post sigue a otros tres que encontrarás aquí, aquí, aquí y aquí.
Mehmed Fatih o, como lo conocemos nosotros, Mehmed II el Conquistador, sería, en efecto, el pollo que finalmente conseguiría abrir la lata de Constantinopla para los seguidores de Mahoma. Un hecho histórico desde muchos puntos de vista, y no el menor de ellos que se trata de la primera batalla propiamente dicha de la Historia bélica que fue básicamente ganada por la artillería.
Mehmed Fatih o, como lo conocemos nosotros, Mehmed II el Conquistador, sería, en efecto, el pollo que finalmente conseguiría abrir la lata de Constantinopla para los seguidores de Mahoma. Un hecho histórico desde muchos puntos de vista, y no el menor de ellos que se trata de la primera batalla propiamente dicha de la Historia bélica que fue básicamente ganada por la artillería.
A la muerte de su padre Murad, Mehmed
se encontraba en Magnesia, Asia Menor. Nada más acceder al trono se
desplazó con gran rapidez hasta Andrinópolis. Tenía el nuevo
sultán 21 años de edad. Intensamente educado y formado por su
padre, tenía también una personalidad extremadamente cruel, hay
quien dice que a causa de su homosexualidad reprimida. Sea como sea,
lo cierto es que se desplegaba con sus prisioneros, notablemente los
cristianos, con una crueldad que estaba más allá de lo que cabría
esperar de un animal político.
Su acceso al trono despertó muchas
inquietudes en Europa. Todos los países, fuesen o no tributarios del
turco, se apresuraron a enviar emisarios a Andrinópolis para
transmitir las más cálidas felicitaciones. Poco tiempo después,
el sultán y Juan de Huniad firmaban una paz de tres años; poco a
poco, además, fue renovando los acuerdos que ya tenía firmados su
padre con vecinos y vasallos. Eso incluye al rey de Serbia, el
príncipe de Valaquia, los genoveses, los caballeros de Rodas, la
república de Ragusa, Demetrio el déspota del Peloponeso, el
príncipe de Karamania y, por supuesto, Constantino, emperador de
Bizancio. En 1451, los turcos y Constantinopla firman un acuerdo en
el que se regulaban los ingresos procedentes de poblaciones situadas
en la Struma, así como el trato recibido por Orkán, nieto de
Suleimán y que permanecía en Constantinopla.
En la primavera de 1452, los turcos
abordaron la construcción de una fortaleza en el lado europeo del
Bósforo, frente a la que Bayezid había elevado en el lado asiático
(conocida como Guzel Hissar, aunque creo que ahora se llama Anadolou Hissar). Esta Kessen Hissar, posteriormente llamada Rumili Hissar, fue una gran
obra en la que no escatimaron gastos y que el sultán dirigió
personalmente. Con esta construcción, el sultán quería impresionar
a los griegos, aunque su objetivo fundamental fue mejorar los
ingresos aduaneros derivados de los barcos procedentes del Mar Negro.
Constantino, en su inicio, les dejó
hacer. Pero luego acabó por darse cuenta de que era un proyecto
enormemente lesivo para sus intereses, por lo que resolvió atacar a
los obreros, acción que justificó por las depredaciones que los
turcos estaban haciendo, o permitiendo, en todo el Bósforo. En buena
parte, era lo que Mehmed estaba esperando para poder declararle la
guerra al emperador. El ataque por parte de los musulmanes de una
villa griega provocó la decisión de Constantino de cerrar las
puertas de la capital y detener a todos los turcos que encontró
dentro.
Este Constantino era Constantino XI Dragasés, hijo de Juan
VIII Paleólogo. Había llegado a la dignidad purpurada con 45 años,
edad ya bastante provecta en su época, mandando sobre apenas la
ciudad de Constantinopla y sendas franjas de tierra de unas millas al
norte y al oeste de la capital, más el Peloponeso, donde había
colocado a sus hermanos Demetrio y Tomás, ambos dos notas de cojones.
Todo con lo que contaba el emperador
era la ayuda del resto de la Europa cristiana, sobre todo desde
la unión de las iglesias de oriente y occidente en el concilio de
Florencia, en 1439. Constantino, que dependía de esta fusión
totalmente para hacer sobrevivir a Bizancio, no hizo sino apoyarla, y
de hecho en 1452 hizo celebrar, bajo su presidencia, un gran oficio
religioso en el que intervinieron el cardenal Isidoro, un griego que
operaba como legado del Papa de Roma; y el patriarca de
Constantinopla, Gregorio Mammas. La gran masa de sacerdotes y
creyentes ortodoxos, sin embargo, nunca tragó con aquella movida y
le negó el respeto a los católicos; no pocos de ellos, por
preferir, la verdad es que preferían a los turcos. Un importante
noble local, el gran duque Lucas Notaras, llegó a decir que
prefería ver un turbante en Santa Sofía que un capelo cardenalicio.
El Papa le había prometido a
Constantino un montón de ayuda, pero lo cierto es que ésta era más
bien magra. Todo lo que había en Constantinopla eran 200 caballeros
que habían venido con Isidoro y algunos barcos venecianos y
genoveses que habían sido retenidos en el puerto. Los genoveses
tenían 500 hombres, que estaban comandados por su almirante, Gianni
Guistiniani, que con el tiempo sería el alma de la defensa de la
ciudad.
Constantinopla ocupaba entonces apenas
el espacio existente entre el Cuerno de Oro y el Mar de Mármara; hoy
en día se llama Estambul y es un poquito más grande, la verdad. Muy
cerca del mar, en el Cuerno de Oro, se encontraba el barrio de
Karakoy, que nosotros conocemos mejor como Gálata. Entonces aquel
barrio estaba ocupado por genoveses, que tenían considerables
niveles de autonomía, hasta el punto de estar gobernados por un
podesta propio y encontrarse rodeados de una muralla también
propia.
El 2 de abril de 1453 los griegos,
viéndole las orejas al lobo, decidieron extender una gran cadena que
cruzaba el Cuerno de Oro y, por lo tanto, lo cerraba a la entrada en
el mismo por mar. La cadena se colocó más o menos donde luego se
construiría el puente de Karakeui, y consiguió proteger de los
ataques turcos un total de diez naves, sobre todo genovesas.
Como ya hemos insinuado, a Mehmed II le
cabe el mérito de haber sido uno de los primeros generales de su
época que se percató del valor de la artillería convenientemente
utilizada. Al campamento turco llegó un desertor cristiano llamado
Urbán, tal vez húngaro tal vez rumano, quien mejoró notablemente
la potencia de fuego de su artillería. Urbán era un experto
fundidor de cañones que se había ofrecido al emperador Constantino.
Sin embargo, no contento con el sueldo que le ofrecieron, le hizo un
Neymar a los cristianos y se piró con los mahometanos. El sultán le
encargó que fundiese el mayor cañón que se hubiese visto jamás.
Urbán cumplió, pues fabricó un pepino con una boca de tres pies
capaz de lanzar a una milla más de 700 kilos de piedra. 60 bueyes
cargaron durante dos meses este ingenio desde Andrinópolis hasta
Constantinopla. Hizo el cañón un gran servicio a los turcos, aunque
tan perfecto no era, pues en medio de la batalla implosionó,
causando la muerte de varias personas, entre ellas la de su creador, el tal Urbán.
El 5 de abril, el ejército salido
precisamente de Andrinópolis llegó al asedio. Por el camino había
sometido y arrasado a varias poblaciones que entonces estaban bajo
control griego. Los heraldos vocearon por toda la zona que el tellal,
el asedio, había comenzado.
Mehmed tenía claro que, en realidad,
sólo había una cosa que debiera prevenir, y ésta era la llegada de
ayuda por mar. Es por esto que había emplazado a su flota frene a
Gallipoli, al mando de su kaphoudan pacha Suleiman Reis
Bartoglú. Reis salió de Gallipoli y remontó el mar de Mármara
hasta situarse en el mismo Bósforo, donde incluso se le unieron más
unidades que se encontraban en el Mar Muerto. Con este gesto, Mehmed
consiguió lo que buscaba, ya que tamaña exhibición vino a suponer
un durísimo golpe moral para los griegos constantinopolitanos.
Frente al despliegue turco,
Constantinopla apenas tenía hasta 9.000 combatientes, la elite de
los cuales estaba formada por 3.000 soldados italianos, genoveses y
venecianos al mando de Giustiniani. Menos de 10.000 combatientes que,
conscientes de que luchaban por la prevalencia de su Dios, se batieron
más allá de cualquier resistencia lógica, sobre todo teniendo en
cuenta que su labor combinaba la lucha con la reparación de los
muchos daños causados por la artillería turca. Entre los
combatientes no faltó su basileus, Constantino Dragasés,
siempre situado en la brecha más peligrosa de la lucha, justo
enfrente del puesto de mando de Mehmed. Cuando menos él, que venía
a ser el último de una lista de emperadores bastante abúlicos y
gilipollas, logró mantener impoluto su honor ante la Historia.
El 19 de abril los turcos atacaron, por
tierra y mar, pero no tuvieron demasiado éxito. A las 10 de la
mañana del 20, los residentes en Constantinopla pudieron contemplar,
en el mar de Mármara, cuatro barcos que avanzaban a toda vela. Se
trataba de tres navíos genoveses con recursos y pertrechos que
habían sido enviados tal vez por el Papa, y que en su viaje se
habían encontrado un barco de transporte lleno de trigo. Los turcos
se aprestaron a impedir su entrada en el Cuerno de Oro, pero los
genoveses, a pesar de ser muchos menos, tenían a su favor el viento
y la arquitectura de su barcos, más elevados que los mahometanos.
Hubo un momento, sin embargo, en el que pareció que su ventaja se
iba a disolver porque el viento paró; pero al caer la tarde, cuando
regresaron las ráfagas, pudieron aprovechar su velocidad para
escapar de la garra turca. En cuanto cayó la noche, navíos de la
ciudad, que conocían la situación de la cadena, salieron para
remolcarlos hacia dentro. Mehmed, que observó la acción
personalmente, se cogió un globo importante con el almirante
Bartoglú, al que quiso cortar la cabeza, aunque finalmente se
contentase con apalearlo en público y degradarlo.
La victoria de los genoveses, o más
bien deberíamos decir la no-victoria de los turcos, despertó en la
ciudad un entusiasmo indescriptible y un optimismo sin demasiada
base, puesto que los constantinopolitanos dieron en pensar que
aquellos cuatro barcos no eran sino la primera expresión de una gran
flota que acudiría en su defensa.
Mientras tanto, Mehmed hacía con aquel
suceso lo que todas las personas inteligentes: aprender. Se dio
cuenta de que tratar de tomar Constantinopla meramente por tierra y
con los puntos de ataque que mantenía hasta el momento era
imposible, y que por ello debía abrir un nuevo frente. Debía atacar
la muralla que se encontraba a lo largo del Cuerno de Oro,
tradicionalmente más débil que otras porque, al fin y al cabo,
contaba con la defensa del dominio de las aguas. Sin embargo, si algo
le había enseñado la batalla de los navíos genoveses era que
entrar en el Cuerno por la puerta, esto es por su estrecho natural,
resultaba imposible; por no mencionar la cadena. Fue así como
concibió la parte más impresionante de toda aquella acción bélica,
que no fue otra que el transporte de sus barcos por tierra desde
el Bósforo hasta el Cuerno de Oro pasando más allá de la colina de
Pera.
Con el concurso de incontables soldados
y obreros obligados, el turco creó un camino de aproximadamente
cinco kilómetros por los que transportó algunos de sus navíos más
ligeros (las crónicas nos dicen que ninguno de los transportados
tenía más de 20 metros de largo). Allanó el camino con planchas y
subió a cada barco en una especie de carro para transportarlo. Al
parecer, transportó a unos 70 barcos de esta manera.
Lo más importante de esta acción es
la rapidez con que fue ejecutada. Como sabemos, Mehmed había
resultado vencido el 20 de abril. Pues bien: el 23 sus barcos ya
estaban en el Cuerno de Oro. El transporte propiamente dicho se había
realizado en una sola noche.
Ni qué decir tiene que la presencia de
barcos turcos en el Cuerno de Oro colocó a Constantinopla en modo
pánico. El 28 de abril, los griegos hicieron una intentona de
hundirlos, pero no lo consiguieron. En ese punto, la elite del
Imperio bizantino y el propio Giustiniani aconsejaron a Constantino
que se diese el piro de la ciudad para reunirse con fuerzas griegas
que subsistían en Morea, más otras tropas que pudiera conseguir de
los reyes cristianos. El emperador, sin embargo, se negó en redondo.
Mientras tanto, en la ciudad el olor a
derrota animaba las disensiones. Sobre todo, los desacuerdos entre
genoveses y venecianos, por otra parte más bien acostumbrados a ser
enemigos que aliados; los dos se reprochaban el uno al otro la
intención de huir de la ciudad para salvar sus bienes. Sólo la
mediación del emperador calmó algo las cosas.
Ha pasado el mes de abril y buena parte
de mayo, pero Constantinopla sigue sin caer. Mehmed, algo
impresionado de los elevados medios que ha puesto en juego sin
resultado, trata de optar por la capitulación. El 23 de mayo envía
una embajada presidida por el emir de Sinop, Ismael Hanza
Isfendiaroglú (llamado Isfen por sus íntimos), un hombre que ya
había tenido contacto con Constantino y que le transmitió la oferta
del sultán de salir de la ciudad con toda su corte y sus tesoros.
Asimismo, los habitantes que deseasen dejar la ciudad podrían
hacerlo, y llevarse con ellos sus enseres. El emperador sería
declarado rey de la Morea, con estatus de vasallo del sultán. Si no
aceptaba, los turcos tomarían la ciudad a sangre y fuego y venderían
como esclavos a la población. Constantino, no sabemos si adivinando
una celada, rechazó la oferta.
Así las cosas, el domingo 27 de mayo
el sultán dio las órdenes para el asalto final. El lunes el
bombardeo se intensificó y después toda la línea turca quedó en
silencio, hasta el punto de que los griegos llegaron a pensar que
estaban levantando el asedio. Sin embargo, lo que hacían era
prepararse para el asalto que llevaron a cabo en la noche del lunes
al martes. Los turcos habían firmado tres pequeños ejércitos que
atacaron al mismo tiempo, unas tres horas antes del amanecer. Dos de
esos asaltos fueron rechazados, tras lo cual llegó el asalto de
mayor fuerza, llevado a cabo por los jenízaros. Sin embargo, cuando
llegó el amanecer seguían sin parecer capaces de tomar la ciudad.
Una pequeña poterna, la Kerkoporla,
que quiere decir puerta del circo, se encontraba cerca de la llamada
puerta de Andrinópolis, tan escondida que no se había juzgado
necesario protegerla. Cuando los jenízaros lograron destruir parte
de la muralla, repararon en la pequeña puerta y la cruzaron, con lo
que atacaron a los defensores por su flanco, de forma inesperada.
La pérdida de la Kerkoporla
probablemente decidió por sí sola la suerte de la batalla, pero aun
había otro hecho que contribuiría a ello: la pérdida de
Giustiniani. El genovés, situado junto al emperador en el punto más
caliente de la batalla, la puerta de San Romano, fue tan gravemente
herido que moriría días después (probablemente camino de Chío,
después de haber huido de la capital en un barco genovés); pero lo
realmente importante es que su desaparición de la primera línea
terminó por deprimir absolutamente la moral de los griegos.
El emperador se quedó solo con un
pequeño grupo de defensores, pero pronto fue superado por la marea
de turcos. Un soldado mahometano le cortó la cabeza y se la llevó
a Mehmed.
La entrada de los turcos en
Constantinopla, y por lo tanto el final oficial de la Edad Media, se
produjo entre 9 y 10 horas de la mañana. Mehmed cumplió su palabra
y pasó a cuchillo a la población, vendiendo los supervivientes como
esclavos. Ni siquiera respetaron a las personas que se acogieron a
sagrado, refugiándose en las iglesias. Por cierto, que en la iglesia
de la Sabiduría Divina (que nosotros conocemos mejor como Hagia
Sofía) se estaba celebrando una misa en el momento de la entrada de
los turcos; misa que, obviamente, quedó interrumpida. Existe la
leyenda de que el día que ese templo vuelva a ser un templo
cristiano, volverá a surgir el sacerdote que la estaba diciendo para
terminarla. Durante mucho tiempo, para los griegos de origen
bizantino el martes quedó fijado como día nefasto a causa de esta
invasión.
El pillaje de Constantinopla duró tres
días y tres noches. Unas 60.000 personas fueron reducidas a la
esclavitud, y otras 40.000 fueron asesinadas. Sin embargo, hubo una
escapatoria. Como la gran parte de los marineros turcos abandonaron
sus puestos para tomar parte en el pillaje, los navíos genoveses y
venecianos pudieron, por lo general, escapar de la movida.
A mediodía del martes, Mehmed visitó
su nueva posesión. Se dirigió inmediatamente a Santa Sofía, donde
dio gracias a Dios por su victoria y decidió mantener la iglesia,
convertida en mezquita.
Los genoveses del barrio de Gálata
habían mantenido durante todo el asedio una actitud un tanto
ambigua. Tras la entrada de los turcos, le debieron la
conservación de su vida a su podesta Ángel Juan Zacarías,
quien no tuvo miedo de presentarse ante el sultán y negociar con
él. El 29 de mayo, el sultán le reconoció a los genoveses la mayor
parte de sus derechos, entre ellos su autonomía de gobierno y el
derecho a profesar públicamente la religión católica.
Paradójicamente, en el momento de
producirse la toma de Constantinopla una flota de unos treinta
navíos, enviados por el Papa, navegaba hacia la capital para ayudar
a defenderla. Los vientos los retrasaron y, para cuando llegaron
cerca, se encontraron con los barcos italianos que huían, y que les
informaron de que ya no eran necesarios.
Con la toma de Constantinopla, por otra
parte, los propios turcos mutaron. Aquella acción, de fuertes
resonancias morales aunque desde el punto de vista territorial no
fuese gran cosa, también afectó a los ganadores, que dejaron de ser
un Imperio fundamentalmente asiático para pasar a ser un Imperio
fundamentalmente europeo. Y no sólo eso, sino que la contemplación
de los tesoros de Constantinopla (en la decisión de mantener Santa
Sofía se aprecia un cierto sentido de inferioridad por parte del por
otro lado infatuado Mehmed) llevó a los turcos a ambicionar
convertirse, ellos, en los herederos del Imperio Romano de Oriente.
A pesar de todo, no todos los Balcanes
quedaron en manos de los turcos. Serbia, por ejemplo, estaba
gobernada por Jorge Brankovitch, que era vasallo de los turcos, pero
era cristiano. Como lo era su vecino, el indomable Juan de Huniad.
Bosnia permaneció independiente en la práctica y en Albania mandaba
Skanderbeg, Jorge Kastriota. Asimismo, los príncipes de Valaquia y
Moldavia habían aceptado la soberanía otomana, pero con frecuentes
alianzas con los cristianos. Demetrio y Tomás, los hermanos del
fallecido emperador, gobernaban en la Morea, una región donde los
venecianos tenían algunas plazas. Tanto venecianos como genoveses
poseían diversas islas en el Mediterráneo oriental; y, por último,
los caballeros de San Juan de Jerusalén disponían de Rodas.
Si se observa Asia, en Anatolia los
Commenos griegos gobernaban en Trebisonda, por no mencionar a los
emires de Karamán, siempre dispuestos a rebelarse contra el poder
imperial. De hecho, Mehmed, que tomó Constantinopla en el segundo
año de un reinado de treinta, se pasó el tiempo restante guerreando
con vecinos. Eso sí, en el
mismo año 1453 de la toma, firmó acuerdos de paz y de vasallaje con
los genoveses de Gálata y de las islas de Chio y Lesbos; con los dos
príncipes griegos del Peloponeso; con el déspota de Serbia; con el
rey griego de Trebisonda; con la república de Ragusa; y con la
república de Venecia y el duque de Naxos. A los venecianos se les
garantizó el libre comercio y se les renovó el derecho a tener un
cónsul destinado en Constantinopla.
A pesar de todos estos acuerdos, Mehmed
era consciente de que para poder controlar el paso hacia Europa, los
turcos necesitaban dominar Serbia. Con tal motivo llevó a cabo una
expedición en el verano de 1454, pero apenas consiguió tomar
Ostrovitsa y la periferia de Smederevo.
Mientras tanto, en la Europa cristiana
se trataba de armar una cruzada para recuperar Constantinopla, aunque
nunca se pasó de la negociación. Así las cosas, en 1454 fue Huniad
quien tomó la iniciativa por su cuenta y batió a los turcos cerca
de Krouchevats.
En la primavera de 1455, el sultán en
persona dirigió una nueva campaña. Tomó la villa minera de
Novobrdo, tras un asedio de cuarenta días. En julio de 1456, los
turcos estaban frente a Belgrado y comenzaron a bombardearla. Sin
embargo, los sermones de un sacerdote italiano, Guiovanni di
Capistrano, hicieron que por el Danubio llegasen personas de muy
diferentes nacionalidades a defender la ciudad, además del eterno
Huniad. Los turcos atacaron tres veces pero no sólo fueron
rechazados sino que los cristianos avanzaron, destruyeron muchos de
sus cañones, mataron a su general Karadja Bey, al jefe de los
jenízaros, y al sultán llegaron a herirlo.
Aquel 11 de agosto murió Juan de
Huniad y el 24 de diciembre de 1456 lo hizo Brankovitch, dejando la
Serbia no controlada directamente por los turcos en un estado de
anarquía. Mara, hermana de Brankovitch y viuda de Murad, y sus tres
hijos, se disputaban el poder. Los turcos se aprovecharon de ello. El
gran visir Mamud Pachá se apoderó en 1459 de Ressava, de Smederevo,
de Golubatch y de las minas de Rudnik. Sólo Belgrado, ocupada por
los húngaros, permaneció cristiana.
Muy pronto, Bosnia siguió la misma
suerte. En junio de 1463, Mamud tomó la plaza fuerte de Iaitsé y
asedió Kliutch, donde el rey bosnio Stefan Tomasevitch se había
refugiado. Tomasevitch capituló ante la promesa de respetarse su
vida y la de los suyos. Fue llevado prisionero a Constantinopla; pero
allí los turcos le habrían de devolver la pelota de años atrás a
los cristianos: un sheik muy venerado en la ciudad dictó una fatwa
señalando que faltar a la palabra dada a un cristiano no era
caca; así pues, fueron ejecutados. Durante algún tiempo, la
Herzegovina conservó su condición de ducado (hertseg o
herzog significan duque), pero en 1480 pasaron a formar parte
del Imperio otomano. No hay que olvidar, en todo caso, que en Bosnia
los turcos se beneficiaron de la ayuda desinteresada de los
bogomilos.
En lo que se refiere a los territorios
rumanos, en Valaquia reinaba Vlad IV, mientras que en Moldavia lo
hacía Esteban el Grande. Este Vlad es el que, a causa de su
extremada crueldad, fue llamado tsepesh, El Empalador. Eso sí,
igual que su antecesor también era llamado Dracul, esto es, el
Diablo. Hay, pues, dos Vlad Dracul, no uno (aunque los enamorados de
la basura supersticiosa dirán que en realidad son uno solo, que es
un no-muerto, y blablabla...)
Vlad El Empalador se había casado con
una pariente del rey húngaro Matías Corvin, así pues Mehmed tenía
bastante claro cuáles eran sus preferencias en el enfrentamiento
entre turcos y cristianos. Para intentar deponerlo, le envió una
embajada presidida por un griego, Katabolinos, acompañado de un
turco, Hazam Pachá, y 2.000 hombres. Vlad, ni corto ni perezoso, los
hizo empalar; eso sí, concediendo a los miembros más importantes el
derecho a tener los pies algo más altos.
La respuesta del sultán fue dirigir
personalmente una expedición contra Vlad. Dracul el Empalador se
mostró muy temerario, pues se disfrazó y se infiltró en el campo
turco para matar al sultán. La verdad es que se equivocó de
tienda y se cargó a un pachá, pero consiguió escapar y al día
siguiente atacó a los turcos, que tuvieron que replegarse hasta el
Danubio.
Mehmed se trabajó a Esteban el Grande
para que atacase a los valaquios. Vlad, derrotado, hubo de huir a
Hungría en 1462. En 1474 fue restablecido en su trono tras un
acuerdo entre Matías y Esteban, pero murió poco después asesinado
por un competidor (que no le tuvo que clavar ninguna estaca en el
corazón).
Esteban IV el Grande, rey de Moldavia,
contaba con la protección de la corona polaca, no así con los
húngaros, que habían querido deponerlo. Cuando atacó a Radu el
Bello, que fue el hombre de paja que los turcos colocaron al frente
de Valaquia cuando Esteban echó a Vlad, acabó enfrentado con el
Imperio otomano. Un ejército turco al mando de Suleimán Pachá
entró en Moldavia, pero fue derrotado en Racova (enero de 1475), en
la que probablemente es la mayor victoria cristiana sobre los turcos.
Esteban, sin embargo, acabó perdiendo
el apoyo de húngaros y polacos, así pues perdió la batalla de
Rasboieni contra turcos, valaquios y tártaros, aunque finalmente los turcos
hubieron de retirarse por falta de pertrechos. Esteban no moriría
hasta el 2 de julio de 1504.
En 1463, el rey húngaro Matías Corvin
entró en Bosnia y se hizo con el control de Iaitsé. Más tarde
tomó Smederevo (1476). Los turcos, por su parte, trataron de tomar
la Transilvania, pero fueron frenados por el voivoda Esteban Batori,
quien los batió en 1479 en Kenger-Mezo. Albania, por su parte,
permaneció independiente bajo el mando de su héroe legendario
Skanderbeg. Jorge Kastriota era el cuarto hijo de Juan Kastriota,
príncipe del Épiro. Pasó su infancia como rehén en la corte de
Murad de Andrinópolis. Fue circuncidado y practicó el islamismo.
Sin embargo en 1443, tras la batalla de Nich, presionó al secretario
del sultán para que le cediese la plaza fuerte de Kroia. De todas
formas, asesinó al secretario, reunió una serie de partisanos y se
hizo con el control del lugar. A partir de ahí, se hizo dueño de la
mayoría de las ciudades de Albania y, en 1448, reinaba en todo el
Épiro y era reconocido por todos los señores de la guerra
albaneses.
El sultán Murad, que le había tomado
bastante cariño personalmente, acabó marchando contra él. Tomó
Svetigrado y después Dibra. Sin embargo, en 1450 debió levantar el
asedio de Kroia y regresar a Andrinópolis. En tiempos de Mehmed,
Skanderbeg infligió una dura derrota a los turcos en la planicie de
Lech (1457), también conocida como Alessio. En 1461, ya siendo sultán Mehmed, éste, que proyectaba
una misión contra los commenos reinantes en Trebisonda, llegó a un
acuerdo por la que le reconocía la soberanía del Épiro y de
Albania. En 1464, sin embargo, ambos adversarios se enfrentaron de
nuevo. Finalmente, Mehmed se decidió a marchar él mismo contra el
albanés, pero, igual que su padre, fracasó frente a las murallas de
Kroia. Dejó en la zona a un ejército al mando de Balabán Pachá,
pero este ejército fue seriamente derrotado en 1466. Al año
siguiente, 14 de enero de 1467, murió Skanderbeg, y con él murió
la independencia albanesa.
Aun le quedaban a los turcos otros
puntos de enfrentamiento. Demetrio, hermano del emperador Constantino
Dragasés, reinaba en Esparta y el otro hermano, Tomás, en Patras.
Ambos estaban en lucha constante entre ellos, con otros reyezuelos
peloponésicos y también con los albaneses. Uno de los señores de
la guerra locales, Emanuel Cantacuzeno, había abierto una revuelta
en condiciones con la ayuda de los albaneses. Demetrio resolvió
apoyarse en los turcos, mientras que Tomás elegía a los venecianos.
Mehmed, por su parte, inició en los
años posteriores a la toma de Constantinopla una serie de acciones
exitosas para tomar diversas poblaciones griegas; tan sólo Corinto
se le resistió algo. En 1460 Tomás, que esperaba ayuda del Papa,
atacó las posiciones de su hermano Demetrio y de los turcos en el
Peloponeso. Los turcos respondieron con una expedición a sangre y
fuego. A Demetrio acabó el sultán por darle una pensión y murió,
al parecer, en el monasterio del monte Athos, en 1470. Tomás huyó a
Roma. Por lo que respecta a otra gran ciudad griega, Atenas, Mehmed
hizo estrangular a su último duque, Franco Acciaoli, y la incorporó
a su Imperio.
Por lo que respecta al reino de
Trebisonda y su rey, David Commeno, dicho rey había tejido una
espesa red de alianzas con reyes vecinos turcomanos y otros, como los
ajbasios del Cáucaso. David había dado en matrimonio a su hija a
uno de los reyes turcomanos, Uzún-Hassan. Mehmed, pretextando un
conflicto fiscal con este rey, entró en guerra con él para así
poder hacerse con Trebisonda. Cercado, el rey David Commeno aceptó
capitular a cambio de poder irse con sus tesoros. Fue llevado a
Constantinopla con su mujer y ocho hijos. Sin embargo, Mehmed esperó
que surgiera algún conflicto (que surgió a partir de una carta de
la hija casada con el rey turcomano) para torturar a toda la familia
y ofrecerles la vida a cambio de su conversión al Islam. Todos, sin
embargo, se resistieron, salvo el más pequeño de los hijos.
En 1462, a la muerte del príncipe
Ibrahim de Karamania, surgieron problemas y peleas en el mismo que el
sultán decidió utilizar en su provecho. Mehmed ardía de ganas de
retirarle su autonomía a ese viejo principado selyúcida. La cosa,
sin embargo, no fue fácil. Ichak, hijo de Ibrahim, fuertemente
apoyado por Uzún-Hassán y los persas, presentó larga y dura
resistencia. De hecho, con ayuda veneciana desembarcó en Anatolia e
incendió Esmirna. Sin embargo, en 1472 las tropas comandadas por el
gran visir Mamud Pachá y en las que se encontraba Mustafá, hijo de
Mehmed, lograron someter finalmente la Karamania.
Más guerras. En 1463, la huida de un
esclavo cristiano hasta Corón, donde se refugió en casa de un
veneciano, fue pretexto para abrir hostilidades entre los otomanos y
Venecia. Pero los venecianos, al mando de Luigi Loredano, ocuparon el
Peloponeso y levantaron una muralla en el istmo de Corinto. En 1479,
ambas partes firmaron la paz.
En los comienzos de 1481, Mehmed
preparaba otra expedición, no se sabe muy bien contra cuál de sus
muchos enemigos. Para entonces estaba gotoso y el 3 de mayo sufrió
un grave ataque de su enfermedad, estando en Asia, al sur de Scutari.
Y allí murió el hombre que tomó
Constantinopla: Mehmed eboul feth ve el meghazi,
el padre de las conquistas y de las guerras santas, el gran
propagador de la Fe de Mahoma, el hombre que cambió Europa para
siempre sentando sus reales en los territorios que la habían parido
siglos atrás.
El
Imperio otomano habría de vivir más días grandes; pero si pudo ser
un sólido edificio durante tanto tiempo, ello se lo debió a un
pequeño grupo de sultanes que supieron hacerlo grande y rebosar su
teatro asiático. Ciertamente, contaban con la fuerza de su fe, mucho
menos desportillada de lo que ya lo estaba el cristianismo en
aquellos años; pues es lo cierto que si las cruzadas no fuesen, en
el fondo, coñas mondongueras, Constantinopla no habría tenido que
caer cuando cayó.
Turquía,
reconozcámoslo, nos parece una mierda. Pero es un país enorme (y
precioso) que ha demostrado en su Historia la capacidad de jugar la
Champions League del poder, así como de reinventarse y rehacerse,
como bien demuestra la revolución de Mustafá Kemal. De alguna
manera, quien no conoce la Historia de Turquía, no conoce la
Historia.
Volveremos,
si hay tiempo, a asomarnos por esta ventana del blog. Turquía tiene
todavía muchas cosas que descubrirnos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario