De esta serie se ha publicado ya un primer, segundo, tercer, cuarto, quinto, sexto, séptimo, octavo, noveno , décimo, décimo primer, décimo segundo, décimo tercer, décimo cuarto, décimo quinto, décimo sexto, décimo séptimo y décimo octavo capítulo.
Resumen de lo publicado: Tras la espantada de Sauron y el apagamiento, que parece definitivo, de su ojo en la cumbre de Mordor, los hobbits se creen ganadores definitivos de la lucha contra los poderes oscuros. Ello a pesar de que los Rojirrim y los enanos, teóricos aliados suyos, siguen en buena parte haciendo la guerra por su parte y tratando de pactar con Sauron en lugar de acabar con él. En aquel clima tan optimista, los hobbits comienzan a pensar en el futuro cuando tengan el poder absoluto sobre la Tierra Media, y se deciden por un amiguete, el mortaraz Aragorn Mendes, para que los gobierne.
--------
A las 12,25 horas de la mañana, el general De Gaulle ha vuelto a París. Tardará dos horas de recibir al primer ministro Pompidou y comenzar a dar explicaciones concretas.
Resumen de lo publicado: Tras la espantada de Sauron y el apagamiento, que parece definitivo, de su ojo en la cumbre de Mordor, los hobbits se creen ganadores definitivos de la lucha contra los poderes oscuros. Ello a pesar de que los Rojirrim y los enanos, teóricos aliados suyos, siguen en buena parte haciendo la guerra por su parte y tratando de pactar con Sauron en lugar de acabar con él. En aquel clima tan optimista, los hobbits comienzan a pensar en el futuro cuando tengan el poder absoluto sobre la Tierra Media, y se deciden por un amiguete, el mortaraz Aragorn Mendes, para que los gobierne.
--------
A las 12,25 horas de la mañana, el general De Gaulle ha vuelto a París. Tardará dos horas de recibir al primer ministro Pompidou y comenzar a dar explicaciones concretas.
El miércoles por la mañana, cuando De Gaulle partió de París
acompañado por su mujer y el comandante Le Floric, su ayuda de campo, se había
dirigido al helipuerto de Issy-les-Moulineaux; pero no para volar hacia
Colombey, como se había supuesto, sino hacia Taverny, el puesto de mando
secreto de la nación; algo así como el sótano de la Casa Blanca que aparece en
tantas películas, pero en versión Louis de Funes. De Gaulle estuvo allí apenas un cuarto de hora, pero lo que
hizo o dejó de hacer no ha terminado de estar claro. Luego se marchó a
Baden-Baden, al cuartel general de las fuerzas francesas en Alemania. Allí, el
presidente tiene una serie de reuniones con los altos mandos militares. ¿Para
preparar un golpe de Estado? Bastante truquera la teoría. Más bien, para
conocer de primera mano la voluntad, o no, del Ejército, de mantenerle su
apoyo. Después de esas entrevistas, De Gaulle volará a Mulhouse, para
entrevistarse allí con más mandos militares; y luego, finalmente, a
Colombey-les-deux-Églises, teórico primer destino de su salida. A las seis y
media, desde su villa de descanso, telefonea a Pompidou y le anuncia: “No me
retiro”.
Como digo, las pistas tienen toda la pinta de que no se
puede hablar de una conspiración para dar un golpe de Estado, como han
pretendido, y sobre todo pretendieron en ese mismo momento, algunas visiones.
Podría ser, incluso, todo lo contrario; podría incluso ser que De Gaulle
tratase de parar algún movimiento desesperado del Ejército, más que provocarlo.
Lo que está claro es que, de las entrevistas celebradas, De Gaulle sacó la idea
clara de que, o bien los militares aceptaban apoyarlo, o bien exigían su
presencia como garantía de normalidad. Ambas posibilidades conducen al mismo
tipo de reacción, que fue la que tuvo, es decir anunciar que no se iría.
En la entrevista de las dos y media del día 30, lo primero
que escucha De Gaulle es a Pompidou presentándole su dimisión; y lo primero que
escucha Pompidou es a De Gaulle diciéndole que al Président, los deseos de su premier se la sudan. A partir de ahí,
hablan de qué se puede hacer. Ambos están de acuerdo en que, en la situación de
anormalidad que tiene el país, el anunciado referendo es imposible. Pompidou,
sin embargo, le dice a De Gaulle que hay que proponer algo en positivo, y le
insinúa la posibilidad de convocar unas elecciones. De Gaulle acepta.
A las cuatro y media , la radio transmite una declaración
del presidente De Gaulle. Dice [itálicas mías, obviously]: “Francesas, franceses, en mi calidad de
detentador de la legitimidad nacional y republicana, he analizado en las
últimas 24 horas todas las eventualidades sin excepción que me permitirían
mantenerla. Y he tomado mis decisiones. En las circunstancias existentes, no me
retiraré. Tengo un mandato del pueblo. No me retiraré. No cambiaré de primer
ministro, cuyos valor, solidez y capacidad merecen el reconocimiento de todos. El
primer ministro me va a proponer aquellos cambios que le parezcan útiles para
la composición del Gobierno. Asimismo, con fecha de hoy disuelvo la Asamblea
Nacional. He propuesto al país un referendo que diese la ocasión a los
ciudadanos de decidir una reforma profunda de nuestras economía y universidad
y, al mismo tiempo, de expresarme si mantienen su confianza en mí o no, por la
sola vía aceptable: la democracia”.
Continúa diciendo que se ha dado cuenta de que la situación
actual obstaculiza ese proyecto, por lo que ha decidido aplazarlo. Más
adelante, afirma que “ha llegado el momento de organizar la acción cívica”.
“Francia”, afirma, “está amenazada por una dictadura. Se quiere impulsar a la
nación a resignarse ante un poder que nacería desde la desesperanza nacional.
Este poder sería esencialmente el del vencedor, esto es el comunismo
totalitario”.
La declaración de De Gaulle, medida hasta el nanomilímetro cae sobre la sociedad francesa
como una bomba atómica. Las fuerzas de izquierdas lo interpretan como un gesto
que coloca al país al borde de la guerra civil. Pero esto pertenece al terreno
de los gestos; hoy diríamos, de la imagen. En realidad, De Gaulle, con su gesto
y su anuncio, ha ganado muchas más cosas que las que ha perdido.
En primer lugar, el presidente francés ahora tiene alguien a
quien representar: esa mayoría silenciosa que siempre parece no existir, pero a
la que los excesos de Mayo del 68, y notablemente el mitin de Charléty, de unos
tonos revolucionarios que son muy difíciles de edulcorar por los muchos estrategas
de izquierdas que no querrían haber llegado tan lejos, ha sacado a la calle.
En segundo lugar, el movimiento de Mayo del 68, y también
sus adherencias políticas, han procedido con una notable torpeza a la hora de
leer la situación. Han reaccionado con el muy superficial Adieu, De Gaulle, al anuncio del referendo. Como ya he comentado
unos párrafos más allá, los estudiantes, muchos de ellos marxistas de libro en
el sentido estrictísimo del término (todo lo que saben del marxismo lo han
sacado de libros escritos por marxistas; que es como pretender obtener una
imagen equilibrada de la divinidad de Cristo leyendo sólo libros aprobados por
el obispo), han cometido el error de obrar como si esa burguesía a la que
quieren tumbar no estuviese dispuesta a organizarse y defender a sus líderes.
Han pensado, por lo tanto, que el anuncio del referendo es sólo una forma
elegante buscada por De Gaulle para marcharse; cuando, en realidad, fue una
forma desesperada de quedarse.
En tercer y más importante lugar, la idea de
Pompidou de aplazar el referendo y convocar elecciones, aunque arriesgada, fue
un torpedo en la línea de flotación del Mayo del 68, destinado a partirlo en
dos. Sucintamente: entre los que no esperaban nada de esas elecciones, y los
que lo esperaban todo.
No cabe dudar que de Mayo del 68 sea un movimiento formado
por revolucionarios sinceros, que alcanzaron su hubris en el estadio de
Charléty. Pero dentro del movimiento, desde la alianza con los sindicatos y las
fuerzas políticas, había, por definición, otros elementos muy poco
revolucionarios. Simples y puros agiotistas del poder que lo que buscaban era
gobernar. Gobernar aquella misma república, aquella misma asamblea, aquel mismo
palacio del Elíseo. Nada de revoluciones ni cambios de régimen ni tonterías.
Para todas aquellas personas, Mayo del 68 era un sol que calentaba mucho. Que
había calentado ya suficiente, de hecho.
Todos esos Mitterrand, Rocard, etc., simplemente salivaron
cuando escucharon a De Gaulle decir que convocaría elecciones, convencidos de
que las ganarían de calle.
En cuarto lugar, no hay que olvidar los mensajes insinuados en el muy medido discurso del presidente. Ese "he considerado todas las posibilidades" daría para muchos comentarios, y era, de hecho, un guiño a los organizaciones de ultraderecha. El complemento "en las circunstancias existentes" venía a tender la mano hacia los ciudadanos no de izquierdas que estaban cansados de De Gaulle, muchos, para que se diesen cuenta de que ahora, y sólo ahora, tocaba apoyar al general. Y, finalmente, la apelación a la dictadura comunista era una forma de lanzarle al PCF el mensaje de que, si el órdago de Mayo salía mal (cosa en la que los comunistas creían; ellos nunca pensaron que pudiese llegar el gobierno revolucionario de Charléty), ellos serían los principales perdedores, porque la reacción posterior les colocaría al frente de un movimiento que no habían controlado y sería su mejilla la que se llevase los hostiones.
En cuarto lugar, no hay que olvidar los mensajes insinuados en el muy medido discurso del presidente. Ese "he considerado todas las posibilidades" daría para muchos comentarios, y era, de hecho, un guiño a los organizaciones de ultraderecha. El complemento "en las circunstancias existentes" venía a tender la mano hacia los ciudadanos no de izquierdas que estaban cansados de De Gaulle, muchos, para que se diesen cuenta de que ahora, y sólo ahora, tocaba apoyar al general. Y, finalmente, la apelación a la dictadura comunista era una forma de lanzarle al PCF el mensaje de que, si el órdago de Mayo salía mal (cosa en la que los comunistas creían; ellos nunca pensaron que pudiese llegar el gobierno revolucionario de Charléty), ellos serían los principales perdedores, porque la reacción posterior les colocaría al frente de un movimiento que no habían controlado y sería su mejilla la que se llevase los hostiones.
La mayoría de las reacciones que siguen al discurso de De
Gaulle son las de los distintos partidos políticos anunciando su decisión de
acudir a las elecciones. Dependiendo de quién sea la reacción, se propone, o no,
la creación de una candidatura única de izquierdas.
La UNEF de Jacques Sauvageot es, tal vez, la única
organización de peso dentro de Mayo del 68 que reacciona de la forma que cabría
esperar en el ámbito del movimiento. Propone pasar de las elecciones y darle el
poder a las asambleas de estudiantes y obreros. Nadie, y nadie es nadie, la
escucha. Los estudiantes, por lo tanto, siguen sin entender la que han
montando, ni sus consecuencias.
Son las cinco y media de la
tarde. El presidente de la Asamblea, Chaban-Delmas, acaba de anunciar la
disolución de la misma. Los diputados gaullistas salen del edificio, camino de
la no muy lejana plaza de la Concordia. El lugar se va petando poco a poco.
También hay jóvenes. Pero el público está formado mayoritariamente por
empleados y funcionarios. Burgueses, diría el análisis del momento. En la
cabeza de la impresionante manifestación, que comenzará a contarse por miles,
luego por decenas de miles, y finalmente por centenares de miles de personas,
miembros del Gobierno y de parlamento; entre ellos, por cierto, André Malraux,
el escritor comunista que tanto hizo por apoyar al bando republicano de
la guerra civil.
Se canta el viejo himno del ejército del Rhin, más conocido como La Marsellesa. La manifestación es impresionante y todo el mundo se extraña (hasta hoy mismo, por cierto) de la presencia, no relevante pero sí significativa, de jóvenes estudiantes en la misma. A medianoche, personas a pie y en coche tomarán el Quartier Latin, como tratando de demostrarle a los estudiantes que también su teatro tradicional de operaciones les pertenece. Un grupo de jóvenes se cruza con François Mitterrand, de vuelta a su casa. Lo persiguen con la insana intención de darle una mano de hostias. El futuro Président de la République se libra refugiándose en un garaje.
Se canta el viejo himno del ejército del Rhin, más conocido como La Marsellesa. La manifestación es impresionante y todo el mundo se extraña (hasta hoy mismo, por cierto) de la presencia, no relevante pero sí significativa, de jóvenes estudiantes en la misma. A medianoche, personas a pie y en coche tomarán el Quartier Latin, como tratando de demostrarle a los estudiantes que también su teatro tradicional de operaciones les pertenece. Un grupo de jóvenes se cruza con François Mitterrand, de vuelta a su casa. Lo persiguen con la insana intención de darle una mano de hostias. El futuro Président de la République se libra refugiándose en un garaje.
El ministro de Correos y
Transportes, Yves Guéna, hace unas declaraciones esa noche llamando a los
trabajadores de los servicios de su ministerio para que vuelvan al trabajo. “Es
necesario para poder celebrar las elecciones”, dice. En la noche del 30 al 31
de mayo, hace que la policía ocupe varias oficinas de los servicios de P et T,
como les llaman los franceses.
Los piquetes sindicales no se
oponen.
Hay, mal que le pese a los
revolucionarios, una irresistible sensación de cambio en la dirección del
viento.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario