lunes, julio 24, 2006

¡Ah, la lengua!

Ahora está muy de moda rescatar cosas buenas o destacables de ese periodo de la Historia de España en el que, por segunda vez, el país adoptó la forma estatal republicana. Se habla de los avances en la legislación que realizó la República en ámbitos sociales; quizá la creación de los jurados mixtos (hoy lo llamamos a eso negociación salarial) sea uno de esos logros más interesantes, aunque también es cierto que, por un lado, muchos patronos los boicotearon; y, por el otro, a la CNT tampoco le gustaban (coartaban, según ellos, la libertad del individuo).

Pero hoy traigo aquí una que me ha sorprendido gratamente. La he leído en un libro que hoy se encuentra raramente: La paz fue posible. Yo tengo una edición de Ariel de principios de los setenta, y su autor es Joaquín Chapaprieta.

Chapaprieta fue un abogado que, ya desde principios del siglo XX, ocupó escaño en las Cortes. Antes de llegar la República, se adhirió a un pequeño grupo de diputados vinculado a Rafael Gasset, no lejano a la ideología del Partido Radical. Todo ello, sin embargo, no le impidió conservar cierta vitola de independiente y, de hecho, con los dos principales cabezas del Partido Radical, Alejandro Lerroux y Santiago Alba, tuvo sus más y sus menos. Algún día contaremos aquí los porqués, cuando haya tiempo para escribir y describir el escándalo del estraperlo y el affaire Nombela-Tayá.

Lo importante es que este personaje del que os hablo fue primero ministro de Hacienda (el realidad, ya se había fogueado siendo la mano derecha de Santiago Alba cuando éste intentó diseñar la reforma fiscal española tras la Gran Guerra, reforma de la que también hablaremos algún día); y, después, durante el que se conoce como el bienio negro, es decir el periodo que va desde la revolución de Asturias (octubre del 34) hasta la victoria del Frente Popular (febrero del 36), llegó a presidente del Consejo de Ministros.

En un dibujo que aparece reproducido en las memorias de Gil-Robles, supongo que tomado de la prensa de la época y que señala los inmuebles en los que se movía la política madrileña durante la república, aparece, entre otros, el domicilio de Chapaprieta, que estaba en el número 59 del paseo de la Castellana.

Mucho me estoy enrrollando. El caso en que en sus Memorias, Chapaprieta refiere que, en 1935, siendo presidente del Gobierno, le comentó un día al Presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, lo mucho que a Chapaprieta le azoraba que los decretos y leyes que en España se elaboraban estuviesen tan mal escritos. Alcalá-Zamora era académico; con seguridad, de la lengua; y yo creo que también de la Historia, aunque no estoy seguro. Así pues, ambos coincidieron en el diagnóstico e, incluso, Alcalá le confesó a Chapaprieta que tenía redactadas unas notas sobre lo que podría ser un proyecto de ley, o quizás de decreto u orden, para obligar a que todos los textos legales aprobados fuesen sometidos a una adecuada revisión de estilo.

Según Chapaprieta, ese proyecto de Alcalá-Zamora fue aceptado por él, y añade que cree que se llegó a leer en las Cortes (o sea, que se aprobó). Yo no lo he encontrado en la base de datos histórica del BOE. He buscado por palabras clave como revisión, estilo, lengua, lenguaje, en todo el año 1935. Pero no la he encontrado.

En fin. He aquí un muy buen detalle de los tiempos republicanos. Porque lo cierto es que nuestras leyes, decretos y órdenes ministeriales, hoy, parecen escritas casi todas con el pie izquierdo.