Tiberio Graco
Definición de un enfrentamiento
Malos tiempos para la lírica senatorial
Roma no paga traidores
La búsqueda de un justo medio
Ese hombre (hoy casi desconocido) llamado Publio Sulpicio Rufo
La hora de Cinna
El nuevo hombre fuerte
La dictadura del rencor
Lépido
Pompeyo
Éxito en oriente
Catilina
A Catilina muerto, Pompeyo puesto
El escándalo Clodio (y una reflexión final)
Aquel año 70, el gran hecho que tuvo en vilo a los romanos fue un juicio. El juicio que inició Cicerón contra el pretor de Sicilia, Cayo Verres. Recordaréis que Verres, como presidente de la comunidad autónoma de Sicilia, había sido encomendado de la compra de grano. En fin: miembro de la clase política, investido de poderes especiales y pobremente auditados, y en posesión de toneladas de pasta. Supongo que ya os imagináis lo que viene detrás. Excelente tiempo para las Jessicas.
Verres, por lo demás, había llegado incluso al punto de ajusticiar a ciudadanos romanos que se le habían opuesto. Pero, además, estaba excelentemente bien cubierto. Los Metelos, por ejemplo, le eran muy cercanos, ya que, de hecho, Verres había financiado la elección de uno de ellos, Quinto Cecilio Metelio Caprario Crético, como cónsul para el año 69. De hecho un Metelo, Lucio, propretor de Sicilia el año 70, obstaculizó todo lo que pudo la denuncia de Cicerón. Cuando el juicio tiró para delante, Quinto Hortensio fue designado su defensor. La pura designación convenció a los optimates de que el caso estaba ganado. Algo así como denunciar a un socialista y que vayan y te digan que el caso, por extraño sortilegio, va a ser dirimido por Conde-Pumpido.
Cicerón convirtió aquel juicio en algo más que el juicio de una persona. Lo convirtió en el juicio político de un sistema por el cual los magistrados provinciales romanos tenían un bisnes de puta madre montado con personajes políticos de la capital. Todos los debates del juicio, por lo demás, colocaron a la opinión pública romana en un estado de semi cabreo, de convicción generalizada en favor de algún tipo de medida, que fue acrisolada por el pretor Lucio Aurelio Cota. La Lex Aurelia Iuidiciaria eliminó el monopolio senatorial de los tribunales que había sido recuperado por Sila. La ley cambió radicalmente el destino de Verres. Con un tribunal macedonio (que no macedónico; es decir, variado), sus posibilidades se reducían a cero; así pues, eligió el exilio.
La Lex Aurelia fue una ley inteligente porque no pretendía romper con la pana. Los futuros tribunales estarían compuestos de un tercio de senadores, otro tercio de caballeros y un último tercio de tribunos del Erario, una especie de subclase bastante parecida al ordo equester. Pompeyo, por lo demás, impulsó una ley para que los que se habían unido a Lépido, y luego a Sertorio, pudiesen regresar a Roma. Esta ley benefició, entre otros, al hijo de Cinna, cuñado de Julio.
Lo que, sin embargo, no había terminado de resolverse era el tema del grano; en esas circunstancias, Pompeyo y Craso, y también Julio, quien probablemente comenzó a actuar entre bambalinas, estaban en peligro de perder su reserva de popularidad. El tema del grano eran las pensiones de la República romana. Qu4e siguiese sin haber provisión a buen precio era una situación muy comprometida en la cual el tribuno Aulo Gabinio presentó una propuesta a la asamblea, en contra de la posición del Senado, por la que se elegiría un magistrado con poder proconsular, a quien se le encargaría resolver el problema de los piratas. La propuesta establecía que dicho comandante debería ser un consular; de alguna manera, pues, estaba pre diseñada para que el elegido comenzase por P. Este comandante disfrutaría de un imperium de tres años con reclutamiento ilimitado. El Senado, obviamente, no quería darle tanto poder a alguien, y mucho menos que ese alguien fuese la figura más descollante de la joven política republicana. Un tipo que se podía hacer un Sila, con dos de pipas; o, peor, un Mario. Porque lo que le molestaba al Senado era las buenas relaciones de Pompeyo con los populares.
Quienes no dudaban del tema eran los romanos. En la ciudad había hambre, mucha hambre. La cuestión, por así decirlo, había dejado de ser frumentaria. El tema había dejado de ser si el Estado romano quería, o no, subvencionar el grano entregado al personal. La cuestión era que el grano no llegaba. No era tiempo de leyes, sino de hostias. Y, como quiera que Pompeyo, a través de su labor regulatoria consular, había arreglado bastante bien el tema de los intereses económicos de los veteranos de sus pasadas guerras, en la ciudad había mucha gente que no le hacía ningún asco a una nueva expedición pompeyana en la que poder hacer fortuna. Tanto es así que, cuando el Senado comenzó a debatir su oposición a la medida, un grupo de personas se hizo un rodea el Senado, entró en el templo y echó a los senadores. En realidad, el senador que más se destacó por apoyar la medida fue Julio César.
La asamblea votó la ley a favor. El Senado reaccionó presionando al tribuno Lucio Trebelio para que la vetase, haciendo uso de sus prerrogativas. Otros dos tribunos: Publio Servilio Glóbulo y Lucio Roscio Otón, se unieron al veto. Esto generó graves disturbios. La reacción de Gabinio fue la misma que la de Tiberio Graco: lanzó una propuesta para votar el despido de Trebelio; éste, cuando las tribus comenzaron a votar sin dudarlo, retiró su veto. Y así salió adelante la Lex Gabinia de piratis persequendis, que muy justamente se puede considerar el principio de la seria escalada de poder de Pompeyo.
Hay que decir que el pompeyismo tenía un argumento a su favor: la decisión de conceder aquel imperium era lo más racional que podía hacer Roma. Pompeyo acabó con el problema de los piratas en apenas un mes y medio. Los piratas salieron huyendo y se concentraron en Cilicia, hasta donde los persiguió Pompeyo hasta reventarlos en Corakesion, uséase, Alanya. En total, a Pompeyo le había tomado tres meses.
Gabinio, con estas noticias de por medio, se vino arriba. En el año 68, Lucio Licinio Lúculo seguía combatiendo contra Mitrídates. Dicho año, su ejército, al mando de su legado Cayo Valerio Triario, había sido vencido en Zela. Gabinio impulsó una ley que destituía a Lúculo de su mando y se nombraba al cónsul Marco Acilio Glabrión. Esta ley fue paralela de una auténtica campaña de cancelación en la persona de Lúculo. En Roma se lo acusaba de estar prolongando la guerra para seguir enriqueciéndose. Pero esto, las cosas como son, no lo pensaban sólo los romanos. Las dos legiones que tenía en el Ponto desde el año 86 se sublevaron por aquel tiempo, exigiendo su licenciamiento. De hecho, en cuanto llegaron las noticias al campamento de su sustitución, los soldados se negaron a obedecer las órdenes de Lúculo.
La jugada de Acilio Glabrión yo creo que fue una jugada florentina por parte de Aulio Gabinio; un tipo que, la verdad, me parece muy interesante, recio dominador de las complejas artes de la política, que si no es más famoso es porque no tiene una fuente que lo trate en profundidad. Gabinio tenía que saber que Glabrión no era un comandante ni medio bueno. Tenía que saber que fracasaría, como fracasó. A comienzos del año 66, la guerra contra Mitrídates y Tigranes iba como la rana. Uno de los tribunos de turno, Cayo Manilio Crispo (que, junto con el pretor Elio Milio Fontecho, formó el célebre grupo musical Milio & Manilio), hombre de Gabinio, promulgó la Lex Manilia de bello Mithridatico, por la cual se proponía encargar a Pompeyo la administración de las provincias de Bitinia y Cilicia y, lo que es más importante, el mando total en la guerra en oriente.
Roma, en ese momento, estaba en su justo punto de cocción para considerar una decisión así. Pompeyo había terminado con la piratería rascándose el pene; y el tema de Mitrídates acojonaba mucho en la ciudad. Cuatro consulares, Publio Servilio Vatia, Cayo Escribonio Curión, Cayo Casio Longino y Cneo Léntulo Clodiano, hicieron público su apoyo a la Lex Manilia. Sin embargo, en el Senado había una corriente importante de oposición a una propuesta que consideraban el germen de lo que, con el tiempo, hemos terminado por denominar cesarismo. Quinto Hortensio y Quinto Cátulo se convirtieron en los dos portavoces de esta oposición optimate. Sin embargo, en el seno de la asamblea hubo otros senadores que defendieron la propuesta, entre ellos Julio. Los hombres de la nobleza caballera también lo apoyaron. Incluso Cicerón, que acababa de estrenar pretura, defendió la Lex Manilia.
Manilio, por lo demás, tenía la fuerza donde la tenía. Las 35 tribus votaron a favor de la propuesta. Casi inmediatamente, Pompeyo designó cuatro legados para la guerra mitridática: Lucio Afranio, viejo soldado compañero de Pompeyo en el mundo entero; Quinto Meterlo Celer, la cuota optimate; Aulo Gabinio, que así era recompensado por sus desvelos; y Lucio Valerio Flaco.
Pompeyo hizo lo que sabía hacer. Entró en Asia Menor obligando a Mitrídates a retirarse; penetró en el Cáucaso y sometió al rey Tigranes de Armenia. En el año 64 regresó al Ponto, sometió todo el país y formó la doble provincia de Ponto-Bitinia. Luego bajó a Siria, donde había un serio conflicto dinástico. Allí ignoró a los dos sucesores de Antíoco Asiático, declarando que Siria se convertiría en provincia romana. Luego sometió a Judea (o sea, como dicen los licenciados en Historia de izquierdas;: a los palestinos) a la administración siria. Estando sitiando Jerusalén, a Pompeyo le llegó un email comunicándole que Mitrídates había muerto y que su hijo, Farnaces, se sometía. En el año 63, pues, Pompeyo se dedicó a rehacer el mapa de Asia Menor, creando principados clientes de Roma, amén de negociar el status quo con los partos. Todo esto lo hizo sin conocimiento de las ideas del Senado sobre la materia, es decir, por su puta jeró.
Todos estos sucesos no hicieron sino alimentar las tendencias de izquierdas en la política republicana romana. A finales del año 64 se planteó la cuestión de cómo iban a ser asistidos y recompensados los soldados que llevaban años luchando en oriente para Lúculo y Pompeyo. Por ello, los tribunos de la plebe de perfil más popular comenzaron a pensar en la necesidad de diseñar una nueva ley agraria, que pretendía la creación de colonias en Italia donde serían reasentados los voluntarios de oriente. Para ello contaban sobre todo con las posesiones estatales en Campania, el denominado ager Campanus.
A mediados de diciembre del 64 comenzó su mandato un nuevo colegio de tribunos. Todavía no habían tenido tiempo de recibir el cipol para poder entrar en los rostra cuando uno de ellos, Publio Servilio Rulo, convocó una contio y le contó a los romanos que se venía encima una nueva ley agraria, por la cual diversos miembros de la clase proletaria recibirían tierras a costa del Estado. La ley ya estimaba que las tierras disponibles serían insuficientes, por lo que también contaba con la venta de otros patrimonios estatales que financiaría la compra de otras tierras. Se renunciaba a meter mano en las grandes propiedades agrarias, para así no cabrear al Senado, siempre tan cabreable en cuestiones agrícolas. Se trataba, pues, de una propuesta de inspiración gracana, si bien tenía que lidiar con una mucha menor capacidad de tierras que la que había en el año 133. Se preveía el nombramiento de una comisión de diez miembros, nombrados por la asamblea, con un mandato de tres años. Es lo que conocemos como comisión agraria Servilia.
Pompeyo no podía aspirar a estar en la comisión. No estaba en Roma, y se le había roto el Skype. En realidad, eran Craso y César los que estaban detrás, y los optimates lo sabían. Esto lo sabemos por cosas como que Cicerón pronunció cuatro discursos contra el proyecto. Formalmente, la consideraba una ley que todo lo que labraría sería el enriquecimiento de una clase de nuevos ricos surgida de las filas populares. En el fondo, sin embargo, lo que temía Cicerón, lo que temían los optimates, era que aquello fuese el golpe de gracia para que los terminales de izquierdas acabasen por controlar la política financiera del Estado.
Rulo se encontró con una oposición cerril, y o no supo, o no quiso, enardecer demasiado a las masas. Yo creo que lo que pasó fue que su proyecto de ley era un proyecto que no tenía nada claras las fuentes de financiación. Y eso, hasta la invención de la socialdemocracia y el socialismo, ha sido siempre un problema. Los optimates, por lo demás, repartieron sobres a tuticuanti entre sus clientes para garantizarse una votación contraria, y la consiguieron. Pero, claro, los hechos siempre tienen consecuencias. La derrota de la propuesta de Rulo hizo que muchos romanos proletarios dejasen de confiar en las posibilidades que les ofrecía, por así decirlo, la política romana normal. Un señor llamado Catilina habría de beneficiarse inmediatamente del temita.
El principal problema para los impulsores de la derrota de Rulo, era Pompeyo. Con dicha derrota, la recompensa de los veteranos pompeyanos quedaba en el aire; y nadie en Roma era tan idiota como para considerar que el general aceptaría aquello sin más.
Por lo demás, una de las razones de la caída de la propuesta de Rulo fue que Julio, que probablemente era su principal apoyo en Roma en ausencia de Pompeyo, estaba a otras cosas. En el año 63, el futuro hombre fuerte de Roma había decidido presentarse para la pretura del año siguiente, para lo que contaba con el apoyo económico de Craso. Por medio, además, Metelo Pío falleció, dejando libre el cargo de pontífice máximo, que también ambicionaba Julio. El tribuno del año 63, Tito Atio Labieno, se había cargado el sistema de cooptación a los cargos religiosos establecido por Sila. Esto abrió la lucha electoral por el cargo de pontífice máximo, que Julio ganó frente a dos sólidos candidatos optimates: Quinto Lutacio Cátulo y Publio Servilio Vatia Isáurico. Aquella elección tuvo un gran valor moral en la República: en el momento en el que un cargo de gran prestigio se había puesto al albur de la elección, lo había ganado un candidato cercano a las izquierdas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario