lunes, febrero 03, 2025

Vaticano II (y 37): Una cosa sigue en pie



El business model
Vinos y odres
Los primeros pasos de los liberales
Lo dijo Dios, punto redondo
Enfangados con la liturgia
El asuntillo de la Revelación
¡Biscotto!
Con la Iglesia hemos topado
Los concilios paralelos
La muerte de Juan XXIII
La definición de la colegialidad episcopal
La reacción conservadora
¡La Virgen!
El ascenso de los laicos
Döpfner, ese chulo
El tema de los obispos
Los liberales se hacen con el volante del concilio
El zasca del Motu Proprio
Todo atado y bien atado
Joseph Ratzinger, de profesión, teólogo y bocachancla
El sudoku de la libertad religiosa
Yo te perdono, judío
¿Cuántas veces habla Dios?
¿Cuánto vale un laico?
El asuntillo de las misiones se convierte en un asuntazo
El SumoPon se queda con el culo al aire
La madre del cordero progresista
El que no estaba acostumbrado a perder, perdió
¡Ah, la colegialidad!
La Semana Negra
Aquí mando yo
Saca tus sucias manos de mi pasta, obispo de mierda
Con el comunismo hemos topado
El debate nuclear
El triunfo que no lo fue
La crisis
Una cosa sigue en pie




La reacción creada por el manifiesto Curran fue bastante clara: los obispos estadounidenses se colocaron del lado de su Boss. Esta decisión suya yo creo que ya se veía venir en algunas de sus tomas de posición en el concilio (que ya hemos ido viendo), y que definen a la Iglesia católica USA en la zona media de la tabla del progresismo religioso, sin grandes alharacas. El 31 de julio, monseñor John F. Deardon, pastor de las almas de Detroit (donde había y hay mucho que pastorear, para qué nos vamos a engañar) fue el encargado de hacer público el planteamiento obispal.

El tema, sin embargo, fue bastante confuso. Diversos obispos progresistas vinieron a decir que el manifiesto de la jerarquía estadounidense, en realidad, les daba la razón. Incluso otro obispo, Joseph Bernardin, acabó saliendo a la palestra para aclarar movidas. Admitió Bernardin que los obispos no negaban que tuviesen diferencias interpretativas con el Papa en la materia de la encíclica. En una posición un tanto eclécticamente incómoda, Bernardin argumentó: “es cierto que las personas tienen la libertad de formar su conciencia; pero también lo es que tienen la obligación de formar la conciencia correcta”. O sea, la típica afirmación sacerdotal, que te deja más dudas que las que te resuelve; porque al final, el ensotanado, lo que busca, es que le obedezcas. El domingo 4 de agosto se leyeron en muchos púlpitos mensajes de diferentes obispos sobre la materia.

Desde entonces hasta ahora, la Iglesia ha seguido embarrancando muchas veces en los aspectos relacionados con la vida carnal de las personas, el matrimonio, la descendencia y todo eso. El Vaticano II fue una cita que, claramente, buscó pasar por encima de esas cosas, o más bien deberíamos decir que buscó “pasar cerca”; pero sin meterse de hoz y coz. Como si fuera consciente de que ésa era la mejor manera de empeorar las cosas. En esencia, la combinación de la Humanae Vitae y el manifiesto Curran vinieron a señalar que el gran problema de la Iglesia católica, que tuvo que orillar en el concilio, es que no estaba madura para discutir según qué cosas.

El tema no es fácil. Quiero decir: no es tan fácil como tendemos a verlo los externos. Para la Iglesia, no es tan fácil como asumir y comprobar que los usos e ideas de la sociedad moderna han cambiado y que, en consecuencia, todo lo que tiene que hacer es sintonizarse con esos usos. No es tan fácil, como digo, porque la Iglesia es receptora y difusora de un magisterio divino que trasciende los siglos. En la medida en que se considere que la posición contra los medios artificiales de planificación familiar se considere parte de ese magisterio divino y eterno (que ahí es donde está la diferencia entre los sacerdotes conservadores y progresistas), abandonar dicho magisterio no aparece como una tarea fácil. En realidad, es una tarea imposible. Una Iglesia que decidiese modificar partes de su Magisterio divino vendría a ser como si Coca-Cola anunciase mañana que sólo va a fabricar zumos de frutas.

El problema para la Iglesia es que, en el plazo que se toma para resolver este sudoku, corre peligro, y lo sabe, de que, en realidad, llegue un momento en que de igual. Puede, efectivamente, llegar un momento en el que la fina postura final teológica sobre esto o lo otro de igual. Por esta razón, muchos sacerdotes, obispos, y el último Papa vivo en el momento de escribir estas notas, han tratado de tomar el gobernalle del cambio. Pero eso tiene sus problemas.

El gran problema que generó la polémica de la Humanae Vitae fue que colocó en el centro de la doctrina de muchos sacerdotes el principio de la conciencia personal. La conciencia de los esposos, en este caso. Con toda su buena intención, teólogos y padres de la Iglesia vinieron a defender la idea de que lo que tiene que procurar un buen católico es estar a bien con su conciencia. Esto generó el fenotipo, hoy mayoritario, del creyente que dice: “yo soy católico; pero no sigo esto, ni esto, ni esto, ni esto”. La religión a la carta, dictada por la conciencia personal.

El problema de la Iglesia, en mi opinión, está ahí. Sostiene una teoría absurda: la teoría según la cual se puede vivir en el 2024 siguiendo las reglas fijadas por un tipo en el año 32, y aceptando como correctas, más o menos, todas y cada una de las interpretaciones que se han ido realizando de lo que dijo ese tipo en el año 32 durante los siguientes 2.000 años. Es, como digo, una teoría absurda; normalmente, no se nota. Pero, cada vez que intentas reformarla, recauchutarla, lo notas. En apenas setenta años, la elite soviética del vodka y las putas cayó en el marasmo, entre otras cosas, por empeñarse en entender que todo lo que había dicho y escrito un tipo (Lenin) en los veinte primeros años del siglo XX quedaba escrito en piedra. Un católico multiplica ese problema exactamente por cien.

Por eso, los PasPas que más han triunfado en el mundo moderno son los que, de alguna manera, han dejado hacer. Siempre nos quedaremos con las ganas de saber cómo habría sido el mandado de Albino Luciani. Parece que era un decidido partidario de la reforma de la Iglesia. Pero el caso es que el Joligós, tres o cuatro semanas después de haber iluminado a los cardenales para elegirlo, se dio cuenta de que se había equivocado, y lo llamó a su seno. Un hecho éste oscuro como la noche que la ICAR nunca ha hecho el menor esfuerzo por aclarar. Por eso, en realidad, todas las confesiones de progresismo de los Papas son puras pamemas. Si tanto amor tienen por la verdad, cuando menos permitirían que su cadáver fuese desenterrado. No sería la primera vez que a un Francisquito lo sacan de su tumba; y todavía puede tener trazas de lo que comió o bebió la noche que la roscó.

La muerte de Luciani, en todo caso, fue buena noticia para la vertiente conservadora, que pudo colocar a un pontífice de un país rabiosamente católico, y también muy conservador, como era Polonia. Juan Pablo II llegó para echar una mano en el segur que tomba, tomba tomba que ya estaban cantando en Washington pensando en la URSS; y cumplió su misión. Volvió a colocar a María en su trono (la invocación de su lema, Totus Tuus, se dirige a ella). Pero, paradójicamente, su reinado viajero y tirando a rancio sirvió para dejar claro que quienes pensaban que la Iglesia podía dar marcha atrás y poner algunos contadores a cero en antes del Vaticano II, eran mercancía averiada.

Desde entonces, de formas más o menos taimadas, la Iglesia juega la baza del progresismo. Ciertamente, para ella se ha producido un giro dramático de los acontecimientos cuando han empezado a ser de público conocimiento tantas y tantas prácticas sacerdotales consistentes en invitar a los jóvenes creyentes a que masajeasen el pene de su director espiritual. El escándalo de la pederastia en la Iglesia ha roto completamente el relato de una Iglesia “acorde con el mundo moderno”. Por lo demás, es que al mundo no suele apetecerle creerla. Ahí está el caso de las totalmente injustas acusaciones recibidas por la ICAR por su supuesta culpa en la difusión del SIDA en África. La gente, simplemente, quería creer que la Iglesia era culpable, y lo creyó.

Repasemos, de hecho, los principales objetivos que se planteó el Vaticano II.

La co-gobernanza de Dios. Las tensiones entre un Papa centralizador y las conferencias episcopales nacionales o regionales siguen, en realidad, en el mismo punto en el que estaban. De hecho, incluso han renacido las tendencias cismáticas, como la de las monjas ésas de Burgos (que, por cierto, llama la atención que la Prensa se sorprenda tanto de que todo sea, en el fondo, una pelea por la pasta). La Curia se ha reformado así, así; y buena prueba de que el SumoPon no controla el cotarro es que el índice de chorradas por minuto de sus intervenciones está disparado. Y es que, efectivamente, cuando un PasPas no gobierna, se le nota en la cantidad de tonterías que dice.

Ecumenismo. El acercamiento a los protestantes no parece que haya avanzado gran cosa. En primer lugar, en el norte de Europa hacia donde ha avanzado la gente ha sido hacia el ateísmo o el agnosticismo, por lo que el movimiento iniciado en el concilio carece de utilidad; no hay más que ver las frecuentes películas y series de serie negra para ver la frecuencia con que  la creencia religiosa se concibe como algo propio de personas aberradas y no muy equilibradas. Específicamente en Alemania, los que en su día fueron los planes de Rahner y Ratzinger quedaron seriamente dañados por la caída del Muro. Como una de las consecuencias del concilio fue, precisamente, chapotear pero no salpicar delante de los comunistas, cuando cayó, sobre todo, la RDA, la ICAR no tenía demasiadas medallas que prenderse de la pechera como resistente. Como más bien lo que había hecho era pastelear, la reacción en aquellos países no le ha favorecido nada. Y, la verdad, que la ICAR se empeñe en llamar a la Virgen Madre de la Iglesia ha tenido poco que ver en esto.

Cosas de la entrepierna. En todos los asuntos relacionados con las naturales pulsiones humanas, podemos hablar de medio siglo en el que, por mucho que la Iglesia pretende que el burro ha seguido al dedo, en realidad ha sido el dedo el que ha seguido al burro. El Vaticano nunca ha conseguido ir a ritmo en este tema. Ya hemos visto como la Humanae Vitae rebajó el suflé en materia de planificación familiar. Pero es que cuando la Iglesia todavía no se ha aclarado sobre ese asunto, apareció en el de la homosexualidad y, detrás, el género trans, con lo que los curas van, literalmente, echando el bofe tratando, inútilmente, de seguir el ritmo. El último de los asuntos, por cierto, presenta un problema teológico de la pitri mitri: a ver cómo justifica el Vaticano que Dios esté creando cuerpos disfóricos.

Modernidad. El objetivo de aparecer como una institución a la última le ha salido a la Iglesia, nunca mejor dicho, como el culo. Dos grandes hitos le han enseñado al mundo que el Vaticano, en cuestiones de transparencia y derechos humanos, va justito: uno, el escandalazo de la muerte del Papa Luciani y el posterior mega-escandalazo del ahorcado de Black Friars; temas ambos íntimamente ligados y sobre los cuales los Francisquitos, a pesar de la cantidad de memeces que dicen cada semana sobre la caridad y la vida cristiana y la sinceridad y esas pamemas, nunca han querido dar ni la más mínima explicación. 

El segundo de los escándalos ha sido el de las brochetas de culo de niño en las escuelas católicas. Resulta que muchos de aquellos cardenalitos y obispitos que estuvieron en Roma en los sesenta inventando la nueva Iglesia y propugnando su comunión con el mundo moderno, un mundo de niños libres, o sabían, o sospechaban, o practicaban la pederastia con niños que, de alguna manera, habían sido confiados a su cargo. Y no dijeron ni propugnaron nada. El conocimiento de estos hechos ha sido devastador para algunas iglesias, como la estadounidense. Y lo que te rondaré, morena. El escándalo de la pederastia, y el espectáculo de una Iglesia aceptándolo y actuando contra él, literalmente, arrastrando el escroto, ha roto cualquier ilusión que pudiera tener el cardenalato de parecer uno más del mundo moderno. 

Geopolítica. Aunque las producciones escritas del concilio en materia geopolítica no fueron lo mejor de la representación, es indudable que la Iglesia pretendió, en dicho concilio, erguirse como actor del mundo geopolítico; un actor confiable y de gran altura moral, provocada por el hecho de que el Vaticano es un Estado sin ejército, sin alianzas, adscrito a ningún bloque.

Esta visión un tanto naïf que de sí misma tiene la Iglesia ha acabado, como es lógico cuando se habla de cosas endebles, haciendo aguas. El cambio radical de tensiones geopolíticas del mundo, provocado por el colapso del comunismo y la eclosión del islamismo, no le ha sentado nada bien a la ICAR que, la verdad, a día de hoy sigue sin tener un discurso íntegro, lógico y edificante sobre la materia. El Francisquito de turno, asomado a su balconcito, apenas sabe salir de que las guerras son mú malas, mú malas; y que hay que dar de comer al pobre (con el dinero de otro) y socorrer al inmigrante (como el Estado del Vaticano, que acoge a 300.000 al año; lo que pasa es que los esconde tan bien que no sabemos dónde están). 

Mientras el PasPas dice estas imbecilidades, en diversos puntos del mundo, en algunos casos a pocos miles de kilómetros de Roma, los cristianos son reprimidos, castigados, escrachados, torturados, asesinados; pero rara vez merecen el recuerdo del Vicario de su Dios en la Tierra, porque éste, tras el Vaticano II, se ha convertido en una especie de vendedor de corbatas cuyo objetivo fundamental es llevarse bien con absolutamente todo el mundo. 

A día de hoy, lo que podemos decir es que la Iglesia lo intenta. Lo intenta pagando en ocasiones precios muy altos, como esas misas que más parecen encuentros de networking de folkloristas palacagüinos. Trata la Iglesia de conseguir que las personas, sobre todo las jóvenes, retornen a sus misas, a sus celebraciones. Pero lo tiene difícil. Porque si algo deja clara la Historia del concilio Vaticano II y de los años que le siguieron es que, cada vez que reparas un roto, en algún otro lado de la manta aparece un nuevo descosido.

Eso es lo que ha creado el puto desastre que es hoy la ICAR.

Pero una cosa sigue en pie:




La pasta

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