El business model
Vinos y odres
Los primeros pasos de los liberales
Lo dijo Dios, punto redondo
Enfangados con la liturgia
El asuntillo de la Revelación
¡Biscotto!
Con la Iglesia hemos topado
Los concilios paralelos
La muerte de Juan XXIII
La definición de la colegialidad episcopal
La reacción conservadora
¡La Virgen!
El ascenso de los laicos
Döpfner, ese chulo
El tema de los obispos
Los liberales se hacen con el volante del concilio
El zasca del Motu Proprio
Todo atado y bien atado
Joseph Ratzinger, de profesión, teólogo y bocachancla
El sudoku de la libertad religiosa
Yo te perdono, judío
¿Cuántas veces habla Dios?
¿Cuánto vale un laico?
El asuntillo de las misiones se convierte en un asuntazo
El SumoPon se queda con el culo al aire
La madre del cordero progresista
El que no estaba acostumbrado a perder, perdió
¡Ah, la colegialidad!
La Semana Negra
Aquí mando yo
Saca tus sucias manos de mi pasta, obispo de mierda
Con el comunismo hemos topado
El debate nuclear
El triunfo que no lo fue
La crisis
Una cosa sigue en pie
Obviamente, se apuntaron ámbitos de, por así decirlo, retirada controlada. Se habló de que los laicos están, en el fondo, mejor preparados para realizar la labor de Cristo en la Educación, en la política social y, en general, en la administración de las cosas terrenales (pero observad cómo este último concepto, adecuadamente interpretado, acaba tocando la pasta).
D’Souza, que claramente tenía una intención total de
provocar, se preguntó también por qué los laicos no podían tomar labores dentro
de la Curia. Por qué, por ejemplo, no pueden formar parte del cuerpo
diplomático y, por ejemplo, ser ellos mismos nuncios pontificios. Esto, dijo,
“le dejaría espacio a los sacerdotes para el ejercicio del oficio sagrado y
sacramental para el que fueron ordenados”; en otras palabras, el pobre D’Souza
no dejaba de ser el típico pringao que se cree que el objetivo de la Iglesia es
evangelizar, cuando en realidad es la pasta.
En el marco de esta discusión, por cierto, el 13 de
octubre Patrick Keegan, presidente del Movimiento Mundial de Trabajadores
Cristianos, se convirtió en el primer laico que hablaba en una sesión
conciliar.
La versión corregida del esquema tras las discusiones
sería aprobada por Pablo VI el 28 de mayo de 1965. Se votó ya en la cuarta
sesión, obteniendo mayoría suficiente.
La pequeña rebelión de los redactores del esquema sobre el
apostolado de los laicos puso encima de la mesa el asunto de los esquemas que
habían sido notablemente reducidos, siguiendo la presión del bando progresista
para simplificar las discusiones y centrarlas en los textos considerados
fundamentales. Eran muchos los padres conciliares que consideraban que esa
reducción no tenía que haberse producido; y eran muchos más los que
consideraban que proceder a votarlos sin discusión era, ya de por sí, una solemne
cacicada. La presión sobre los moderadores fue tan fuerte que se vieron
finalmente compelidos a decidir que algún tipo de discusión se debería
desarrollar antes de las votaciones. Esto afectaba a los textos sobre las
iglesias orientales, las misiones, sobre los sacerdotes, sobre los religiosos,
sobre el sacramento del matrimonio, sobre la educación de los sacerdotes y
sobre la educación católica. Todos estos textos fueron, además, abiertos a las
aportaciones por escrito.
En un movimiento un tanto paradójico, que yo creo que
muestra las diferencias en su seno, el bando progresista decidió propugnar que
las discusiones de los textos resumidos pudieran abarcar más de un día; a pesar
de que, como he dicho, si alguien había presionado para simplificar el
concilio, eran ellos. De hecho, comenzaron a mostrar una evidente preocupación
por el ritmo excesivamente vivo que habían adoptado los moderadores en el
avance del concilio, juzgando, probablemente, que les impedía introducir elementos
de sus doctrinas y necesidades ideológicas en alguno de los textos. En
realidad, casi todas las conferencias episcopales cambiaron de idea en esto, y
la razón aparente fue la aparición, el 30 de septiembre, de un texto que era el
suplemento al esquema sobre la Iglesia en el mundo moderno. Aquel suplemento
era una especie de inventario de ideas progresistas que el bando ídem hubiera
querido ver reflejadas en el texto del esquema, cosa que no había pasado porque los textos se estaban gestionando a toda hostia.
El anuncio de que todo se discutiría y de que todo estaba abierto a nuevas aportaciones disparó la actividad conciliar. El 7 de octubre, todos los padres conciliares recibieron una visión corregida, y notablemente aumentada, de las proposiciones sobre los sacerdotes. El documento era muy diferente del que se había distribuido al inicio de la tercera sesión, apenas unos días antes; y, además, había crecido, después de que el texto hubiera sido reducido. La práctica totalidad de la grasa nueva del documento venía de Fulda. Esto también ha llevado a pensar a algunos observadores de estos hechos (como el presente) que, tal vez, todo estuvo muy pautado desde el primer momento y que, en realidad, los alemanes habían diseñado eso que en lenguaje societario se llama una "operación acordeón". Es decir: habían reducido los esquemas, no para aprobarlos con rapidez, sino contando con que pasaría lo que pasó, es decir, que apareciese como necesario rellenarlos de nuevo; momento en el que aparecieron con el famoso suplemento y otros textos, dispuestos a que dicho relleno se hiciese sólo con su masa madre. Bajo esta interpretación, pues, todo estuvo planificado desde el primer momento para conseguir unas decretales progresistas.
El 12 de octubre, el secretario general informó de que los
moderadores habían decidido que la discusión sobre el esquema de los sacerdotes
comenzaría al día siguiente. Nada más comenzar dicha discusión, hubo
intervenciones apoyando que dicha discusión fuese, como mínimo, tan larga como
había sido la del esquema sobre los obispos. Además, se produjo una auténtica
avalancha de críticas contra el texto del esquema, trufado, como os he dicho,
de propuestas de Fulda.
Las consecuencias son evidentes. A los alemanes, en ese
ambiente de oposición, ya no les interesaba tanto prolongar la discusión. Por
lo tanto, el día 14, segundo de la discusión, los moderadores anunciaron que la
discusión sobre el esquema acabaría ese mismo día. Impasibles al
desaliento, 112 obispos latinoamericanos, casi todos brasileños, hablaron por
boca del arzobispo de Goiania, Fernando Gomes dos Santos, diciendo que
entendían que los redactores del esquema lo habían hecho con su mejor
intención, pero que el esquema, vaya, era una puta mierda. Las proposiciones
del esquema, dijo, “son un insulto para los más queridos sacerdotes que
trabajan con nosotros en la viña del Señor”. Y se preguntó (no sin razón): “Si
este concilio es capaz de decir cosas tan bellas sobre los obispos y el
laicado, ¿por qué se van a decir ahora tan pocas cosas, y tan imperfectas,
sobre los sacerdotes?”
Las palabras de Gomes venían a tocar el centro del agujero
negro. En su obsesión por dejar espacio para que los laicos construyesen la
Iglesia que deseasen, y a los obispos para que tuviesen poder efectivo a la
hora de apostar por ese movimiento, los promotores de la visión progresista
habían terminado por pasarse de frenada y por dejar a los sacerdotes en mal
lugar, restándoles espacio e importancia en la labor pastoral.
Al final de la mañana, ante la presión de estas
intervenciones y el hecho de que sólo habían podido hablar 19 de los 27
prelados que habían pedido la palabra, los moderadores llegaron a la conclusión
de que tenían que joder a los alemanes, y le dijeron a Felici que anunciase la
continuación de las intervenciones en el día siguiente; y que la votación
quedaba aplazada sine die hasta que a los moderadores les saliese del
culo.
El siguiente día de discusión, 15 de octubre, tomó la
palabra el bombero Alfrink. Dijo que no se podía aprobar un esquema que
cabreaba tanto a algunos sacerdotes, así que propuso una patada a seguir, con
envío del texto a la Comisión para que fuese redactado de nuevo. Ante la
presión de los padres conciliares, Felici siguió sin aclarar cuándo se iba a
votar.
Al día siguiente, el secretario general leyó un comunicado
en el que decía que se iba a abrir una votación en la que los padres
conciliares deberían definir, por mayoría simple, si se podían votar las
proposiciones. La votación se haría el lunes 19 de octubre. En dicho día, 930
padres votaron por que se procediesen a votar las proposiciones como estaban, y
1.199 por devolverlas al corral.
Tras esta ardiente discusión, probablemente fueron muchos
los que pensaron que con el tema siguiente: las misiones, el asunto iba a ser
mucho más placentero. Al fin y al cabo, ¿tanto había que discutir cuando se
habla de una labor que está en el mismo centro del objetivo pastoral que es el supuesto
centro de la Iglesia? (Supuesto, sí; el verdadero es la pasta). El
conjunto de proposiciones sobre las misiones que habían sido elaboradas dentro
del proceso de simplificación del concilio había sido aprobado por Pablo VI el
3 de julio de 1964 para su distribución entre los padres conciliares. Pero, las
cosas como son, casi desde ese día ya se había visto que el tema se iba a
convertir en un estrapalucio.
En efecto; prácticamente contemporánea a la circulación de
las proposiciones oficiales es la remisión de una especie de contra-esquema,
llamado Documentum Nostrum I o Nuestro Documento número 1; borrador que
se vio seguido por los documenta nostra II y III, con sucesivas
revisiones.
El gran muñidor de este texto alternativo es un viejo
conocido nuestro: Tarsicio van Valenberg, el capuchino holandés que ya muñó un
texto alternativo al esquema sobre la liturgia, como hemos visto. Van
Valenberg, en efecto, había sido la espada terrenal del episcopado holandés,
sobre todo en la primera sesión, tratando de evitar que determinados esquemas
salieran demasiado fachas. Lo acompañaban en esta aventura el superior de los
llamados Padres Blancos, el de los Padres de Montfort, la Sociedad de Misiones
Africanas, los Padres de Picpus (en realidad, Congregación de los Sagrados
Corazones de Jesús y María), los Misioneros del Sagrado Corazón, los Padres de
la Santa Cruz y los Asuncionistas. Este grupo, que afirmaba haber recibido
además el apoyo de muchos obispos, acabó por enviar el Documentum Nostrum
III al secretario general Felici, solicitándole que se incorporase como
enmienda a la totalidad, por así decirlo, al borrador de esquema. Al secretario
general, sin embargo, la idea le gustó menos que sustituir los frescos de la
Sixtina por diseños de Mariscal.
Aquel gesto de la Secretaría General del concilio fue una
muestra más de hasta qué punto la jerarquía conciliar hacía de su capa un sayo
con los temas que consideraba menores y, por lo general, mostraba tener menos
cintura de Alexanco. La nómina de organizaciones que os he copiado estaba
detrás de las iniciativas de El Tarsi viene a delimitar con claridad la idea de
que difícilmente se encontraría una opinión sobre la labor misional de la
Iglesia que estuviese avalada por más actores reales de dicha labor
misional. Durante todo el concilio, lejos de ello, el gobierno de Roma no dejó
de actuar como si considerase que el tema de las misiones le pertenecía (y no
es para menos, porque en las misiones hay mucha pasta) y, por lo tanto,
hizo seña de identidad del gesto de pasar de todo lo que le venían a decir.
Lo que sí es cierto es que el 4 de mayo de 1964, la
Comisión de Misiones se había reunido y había votado unánimemente a favor de
las proposiciones oficiales del esquema. Pero lo que también es cierto es que,
conforme más padres conciliares procedentes de zonas misionales fueron
allegándose a Roma para la tercera sesión, más evidente se hacía que aquel
esquema no les gustaba. Lo cual no nos ha de mover a otra cosa que a
plantearnos si la Comisión de Misiones estaba bien constituida, o más bien
había sido una transacción política. Algunos miembros de la Comisión, sin
embargo, apuntaron otra explicación; una explicación en la que la culpa era de
la Comisión Coordinadora. Al decretar la drástica reducción de los textos que
no consideraba esenciales, el esquema sobre las misiones quedó reducido a seis
magras páginas; y la Comisión, según esta versión, las habría votado
unánimemente, tapándose la nariz, por estar convencidos de que era lo más que
iban a sacar con una jerarquía conciliar que iba a saco contra los esquemas que
no valoraba.
El 30 de septiembre de 1964, en la tarde, el Secretariado
General de la Conferencia Episcopal Panafricana celebró una reunión para
estudiar aquel merdé. Ya tenían encima de la mesa un anuncio hecho por la
jerarquía del concilio, en el sentido de que la discusión del tema misional
sería corta. Ello a pesar de que un miembro de la Comisión, y también de la
Conferencia, el arzobispo Jean Zoa de Yaoundé (Camerún) había defendido en
dicha Comisión la idea de que el texto debía disfrutar de una discusión tan
larga como cualquier otro, por lo que el presidente de la Comisión, Gregorio
Pedro Agagianian, así lo iba a solicitar en la sesión.
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