lunes, enero 13, 2025

Vaticano II (25): El asuntillo de las misiones se convierte en un asuntazo



El business model
Vinos y odres
Los primeros pasos de los liberales
Lo dijo Dios, punto redondo
Enfangados con la liturgia
El asuntillo de la Revelación
¡Biscotto!
Con la Iglesia hemos topado
Los concilios paralelos
La muerte de Juan XXIII
La definición de la colegialidad episcopal
La reacción conservadora
¡La Virgen!
El ascenso de los laicos
Döpfner, ese chulo
El tema de los obispos
Los liberales se hacen con el volante del concilio
El zasca del Motu Proprio
Todo atado y bien atado
Joseph Ratzinger, de profesión, teólogo y bocachancla
El sudoku de la libertad religiosa
Yo te perdono, judío
¿Cuántas veces habla Dios?
¿Cuánto vale un laico?
El asuntillo de las misiones se convierte en un asuntazo
El SumoPon se queda con el culo al aire
La madre del cordero progresista
El que no estaba acostumbrado a perder, perdió
¡Ah, la colegialidad!
La Semana Negra
Aquí mando yo
Saca tus sucias manos de mi pasta, obispo de mierda
Con el comunismo hemos topado
El debate nuclear
El triunfo que no lo fue
La crisis
Una cosa sigue en pie



Obviamente, se apuntaron ámbitos de, por así decirlo, retirada controlada. Se habló de que los laicos están, en el fondo, mejor preparados para realizar la labor de Cristo en la Educación, en la política social y, en general, en la administración de las cosas terrenales (pero observad cómo este último concepto, adecuadamente interpretado, acaba tocando la pasta).

D’Souza, que claramente tenía una intención total de provocar, se preguntó también por qué los laicos no podían tomar labores dentro de la Curia. Por qué, por ejemplo, no pueden formar parte del cuerpo diplomático y, por ejemplo, ser ellos mismos nuncios pontificios. Esto, dijo, “le dejaría espacio a los sacerdotes para el ejercicio del oficio sagrado y sacramental para el que fueron ordenados”; en otras palabras, el pobre D’Souza no dejaba de ser el típico pringao que se cree que el objetivo de la Iglesia es evangelizar, cuando en realidad es la pasta.

En el marco de esta discusión, por cierto, el 13 de octubre Patrick Keegan, presidente del Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos, se convirtió en el primer laico que hablaba en una sesión conciliar.

La versión corregida del esquema tras las discusiones sería aprobada por Pablo VI el 28 de mayo de 1965. Se votó ya en la cuarta sesión, obteniendo mayoría suficiente.

La pequeña rebelión de los redactores del esquema sobre el apostolado de los laicos puso encima de la mesa el asunto de los esquemas que habían sido notablemente reducidos, siguiendo la presión del bando progresista para simplificar las discusiones y centrarlas en los textos considerados fundamentales. Eran muchos los padres conciliares que consideraban que esa reducción no tenía que haberse producido; y eran muchos más los que consideraban que proceder a votarlos sin discusión era, ya de por sí, una solemne cacicada. La presión sobre los moderadores fue tan fuerte que se vieron finalmente compelidos a decidir que algún tipo de discusión se debería desarrollar antes de las votaciones. Esto afectaba a los textos sobre las iglesias orientales, las misiones, sobre los sacerdotes, sobre los religiosos, sobre el sacramento del matrimonio, sobre la educación de los sacerdotes y sobre la educación católica. Todos estos textos fueron, además, abiertos a las aportaciones por escrito.

En un movimiento un tanto paradójico, que yo creo que muestra las diferencias en su seno, el bando progresista decidió propugnar que las discusiones de los textos resumidos pudieran abarcar más de un día; a pesar de que, como he dicho, si alguien había presionado para simplificar el concilio, eran ellos. De hecho, comenzaron a mostrar una evidente preocupación por el ritmo excesivamente vivo que habían adoptado los moderadores en el avance del concilio, juzgando, probablemente, que les impedía introducir elementos de sus doctrinas y necesidades ideológicas en alguno de los textos. En realidad, casi todas las conferencias episcopales cambiaron de idea en esto, y la razón aparente fue la aparición, el 30 de septiembre, de un texto que era el suplemento al esquema sobre la Iglesia en el mundo moderno. Aquel suplemento era una especie de inventario de ideas progresistas que el bando ídem hubiera querido ver reflejadas en el texto del esquema, cosa que no había pasado porque los textos se estaban gestionando a toda hostia.

El anuncio de que todo se discutiría y de que todo estaba abierto a nuevas aportaciones disparó la actividad conciliar. El 7 de octubre, todos los padres conciliares recibieron una visión corregida, y notablemente aumentada, de las proposiciones sobre los sacerdotes. El documento era muy diferente del que se había distribuido al inicio de la tercera sesión, apenas unos días antes; y, además, había crecido, después de que el texto hubiera sido reducido. La práctica totalidad de la grasa nueva del documento venía de Fulda. Esto también ha llevado a pensar a algunos observadores de estos hechos (como el presente) que, tal vez, todo estuvo muy pautado desde el primer momento y que, en realidad, los alemanes habían diseñado eso que en lenguaje societario se llama una "operación acordeón". Es decir: habían reducido los esquemas, no para aprobarlos con rapidez, sino contando con que pasaría lo que pasó, es decir, que apareciese como necesario rellenarlos de nuevo; momento en el que aparecieron con el famoso suplemento y otros textos, dispuestos a que dicho relleno se hiciese sólo con su masa madre. Bajo esta interpretación, pues, todo estuvo planificado desde el primer momento para conseguir unas decretales progresistas.

El 12 de octubre, el secretario general informó de que los moderadores habían decidido que la discusión sobre el esquema de los sacerdotes comenzaría al día siguiente. Nada más comenzar dicha discusión, hubo intervenciones apoyando que dicha discusión fuese, como mínimo, tan larga como había sido la del esquema sobre los obispos. Además, se produjo una auténtica avalancha de críticas contra el texto del esquema, trufado, como os he dicho, de propuestas de Fulda.

Las consecuencias son evidentes. A los alemanes, en ese ambiente de oposición, ya no les interesaba tanto prolongar la discusión. Por lo tanto, el día 14, segundo de la discusión, los moderadores anunciaron que la discusión sobre el esquema acabaría ese mismo día. Impasibles al desaliento, 112 obispos latinoamericanos, casi todos brasileños, hablaron por boca del arzobispo de Goiania, Fernando Gomes dos Santos, diciendo que entendían que los redactores del esquema lo habían hecho con su mejor intención, pero que el esquema, vaya, era una puta mierda. Las proposiciones del esquema, dijo, “son un insulto para los más queridos sacerdotes que trabajan con nosotros en la viña del Señor”. Y se preguntó (no sin razón): “Si este concilio es capaz de decir cosas tan bellas sobre los obispos y el laicado, ¿por qué se van a decir ahora tan pocas cosas, y tan imperfectas, sobre los sacerdotes?”

Las palabras de Gomes venían a tocar el centro del agujero negro. En su obsesión por dejar espacio para que los laicos construyesen la Iglesia que deseasen, y a los obispos para que tuviesen poder efectivo a la hora de apostar por ese movimiento, los promotores de la visión progresista habían terminado por pasarse de frenada y por dejar a los sacerdotes en mal lugar, restándoles espacio e importancia en la labor pastoral.

Al final de la mañana, ante la presión de estas intervenciones y el hecho de que sólo habían podido hablar 19 de los 27 prelados que habían pedido la palabra, los moderadores llegaron a la conclusión de que tenían que joder a los alemanes, y le dijeron a Felici que anunciase la continuación de las intervenciones en el día siguiente; y que la votación quedaba aplazada sine die hasta que a los moderadores les saliese del culo.

El siguiente día de discusión, 15 de octubre, tomó la palabra el bombero Alfrink. Dijo que no se podía aprobar un esquema que cabreaba tanto a algunos sacerdotes, así que propuso una patada a seguir, con envío del texto a la Comisión para que fuese redactado de nuevo. Ante la presión de los padres conciliares, Felici siguió sin aclarar cuándo se iba a votar.

Al día siguiente, el secretario general leyó un comunicado en el que decía que se iba a abrir una votación en la que los padres conciliares deberían definir, por mayoría simple, si se podían votar las proposiciones. La votación se haría el lunes 19 de octubre. En dicho día, 930 padres votaron por que se procediesen a votar las proposiciones como estaban, y 1.199 por devolverlas al corral.

Tras esta ardiente discusión, probablemente fueron muchos los que pensaron que con el tema siguiente: las misiones, el asunto iba a ser mucho más placentero. Al fin y al cabo, ¿tanto había que discutir cuando se habla de una labor que está en el mismo centro del objetivo pastoral que es el supuesto centro de la Iglesia? (Supuesto, sí; el verdadero es la pasta). El conjunto de proposiciones sobre las misiones que habían sido elaboradas dentro del proceso de simplificación del concilio había sido aprobado por Pablo VI el 3 de julio de 1964 para su distribución entre los padres conciliares. Pero, las cosas como son, casi desde ese día ya se había visto que el tema se iba a convertir en un estrapalucio.

En efecto; prácticamente contemporánea a la circulación de las proposiciones oficiales es la remisión de una especie de contra-esquema, llamado Documentum Nostrum I o Nuestro Documento número 1; borrador que se vio seguido por los documenta nostra II y III, con sucesivas revisiones.

El gran muñidor de este texto alternativo es un viejo conocido nuestro: Tarsicio van Valenberg, el capuchino holandés que ya muñó un texto alternativo al esquema sobre la liturgia, como hemos visto. Van Valenberg, en efecto, había sido la espada terrenal del episcopado holandés, sobre todo en la primera sesión, tratando de evitar que determinados esquemas salieran demasiado fachas. Lo acompañaban en esta aventura el superior de los llamados Padres Blancos, el de los Padres de Montfort, la Sociedad de Misiones Africanas, los Padres de Picpus (en realidad, Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María), los Misioneros del Sagrado Corazón, los Padres de la Santa Cruz y los Asuncionistas. Este grupo, que afirmaba haber recibido además el apoyo de muchos obispos, acabó por enviar el Documentum Nostrum III al secretario general Felici, solicitándole que se incorporase como enmienda a la totalidad, por así decirlo, al borrador de esquema. Al secretario general, sin embargo, la idea le gustó menos que sustituir los frescos de la Sixtina por diseños de Mariscal.

Aquel gesto de la Secretaría General del concilio fue una muestra más de hasta qué punto la jerarquía conciliar hacía de su capa un sayo con los temas que consideraba menores y, por lo general, mostraba tener menos cintura de Alexanco. La nómina de organizaciones que os he copiado estaba detrás de las iniciativas de El Tarsi viene a delimitar con claridad la idea de que difícilmente se encontraría una opinión sobre la labor misional de la Iglesia que estuviese avalada por más actores reales de dicha labor misional. Durante todo el concilio, lejos de ello, el gobierno de Roma no dejó de actuar como si considerase que el tema de las misiones le pertenecía (y no es para menos, porque en las misiones hay mucha pasta) y, por lo tanto, hizo seña de identidad del gesto de pasar de todo lo que le venían a decir.

Lo que sí es cierto es que el 4 de mayo de 1964, la Comisión de Misiones se había reunido y había votado unánimemente a favor de las proposiciones oficiales del esquema. Pero lo que también es cierto es que, conforme más padres conciliares procedentes de zonas misionales fueron allegándose a Roma para la tercera sesión, más evidente se hacía que aquel esquema no les gustaba. Lo cual no nos ha de mover a otra cosa que a plantearnos si la Comisión de Misiones estaba bien constituida, o más bien había sido una transacción política. Algunos miembros de la Comisión, sin embargo, apuntaron otra explicación; una explicación en la que la culpa era de la Comisión Coordinadora. Al decretar la drástica reducción de los textos que no consideraba esenciales, el esquema sobre las misiones quedó reducido a seis magras páginas; y la Comisión, según esta versión, las habría votado unánimemente, tapándose la nariz, por estar convencidos de que era lo más que iban a sacar con una jerarquía conciliar que iba a saco contra los esquemas que no valoraba.

El 30 de septiembre de 1964, en la tarde, el Secretariado General de la Conferencia Episcopal Panafricana celebró una reunión para estudiar aquel merdé. Ya tenían encima de la mesa un anuncio hecho por la jerarquía del concilio, en el sentido de que la discusión del tema misional sería corta. Ello a pesar de que un miembro de la Comisión, y también de la Conferencia, el arzobispo Jean Zoa de Yaoundé (Camerún) había defendido en dicha Comisión la idea de que el texto debía disfrutar de una discusión tan larga como cualquier otro, por lo que el presidente de la Comisión, Gregorio Pedro Agagianian, así lo iba a solicitar en la sesión.

Los obispos africanos decidieron que cada uno de los once episcopados allí reunidos realizarían peticiones a la Presidencia del concilio, los moderadores y la Comisión Coordinadora, en favor de una discusión normal y no resumida. El 6 de octubre, la Comisión de Misiones votó, por 20 votos contra 4. a favor de solicitar al PasPas que el Documentum Nostrum III fuese impreso y distribuido. El reporte sobre las proposiciones sobre las misiones fue distribuido el 21 de octubre; pero, al mismo tiempo, se anunció que su discusión quedaba aplazada; que sería después de la discusión sobre el texto en torno al tema de la Iglesia en el mundo moderno. Para entonces, más de un centenar de padres habían comunicado que querían hablar sobre el tema misional; el asunto había dejado de ser un asuntillo, sobre todo si nos fijamos en que muchos de los peticionarios eran primeras filas, tales como el cardenal Bea; el cardenal Frings; el bombero Alfrink; el cardenal Laureano Rugambwa, titular de la sede de Bukoba, en Tanzania; el cardenal Silva Hernríquez; el eterno Suenens; o monseñor De Smedt. El gran muñidor del debate era el superior general de los Padres Blancos, padre Leo Volker. 

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