viernes, diciembre 29, 2023

El caso Dreyfus (6): El principio del fin

El conde arruinado
Comienza el juicio
Otro traidor entre nosotros
Cualquier cosa menos un nuevo juicio
Zola
El principio del fin
Por la República 


El artículo de Zola partió Francia en dos. Por otra parte, el gobierno dio la callada por respuesta durante ocho largos días. Finalmente, el 20 de enero de 1898, el gobierno denunció el artículo, por lo que toda Francia supo que Émile Zola iba a ser juzgado por su atrevimiento.

La agitación social alcanzó puntos muy elevados. Sobre el caso Dreyfus ya no se discutía en los cafés. El tema se había desplazado al exterior de los locales pues, en la misma calle, partidarios de una u otra posición se peleaban a la vista de todos. En el Parlamento, las relaciones no eran mucho más moderadas. Muchas familias se vieron quebradas por aquel asunto.

En términos generales, las izquierdas políticas y sociales, tras algunas dudas, se pusieron del lado de Dreyfus; el gran oponente lo encontraba el capitán en las derechas más extremas. En París hubo un enfrentamiento masivo tras una reunión política. En otras ciudades de Francia, los exaltados antidreyfusistas apedrearon y agredieron muchas casas de judíos. En Argel, un agitador llamado Max Regis comenzó a llamar al exterminio de los judíos. Una patota de animosos amigos entró en el guetto de la ciudad y provocó dos muertos y varios heridos.

El gobierno francés, con bastante buen criterio, tomó su Código Penal a la letra y forzó la lectura del J’Accuse para reducir al máximo los cargos contra Zola. Trataba, con ello, de evitar problemas mayores. Finalmente, Zola fue acusado de difamar al segundo consejo de guerra por haber prevaricado, puesto que, siempre según el escritor, habían declarado inocente a un acusado a sabiendas de que era culpable.

El proceso comenzó el 7 de febrero de 1898. La sala de justicia estaba casi rodeada por patotas creadas por un agitador, Jules Guerin, así como por extraños grupos de personas vestidas de paisano que, en realidad, eran militares. Zola, para entonces, acudía al juicio, y se movía por París, absolutamente rodeado por una especie de escolta personal de anarquistas y republicanos, formada para impedir que fuese linchado en plena calle. De hecho Leblois, el abogado de Picquart, fue localizado por un grupo de energúmenos, que lo colgó por los pies de uno de los puentes del Sena, y si no lo tiró al río fue porque la policía intervino a tiempo. La batalla de la imagen, sin duda, la ganaron los antidreyfusistas. Consiguieron rodear la sala de justicia y, allí, escrachaban, a la entrada y a la salida, a todos los testigos favorables a Zola, insultándolos, empujándolos, escupiéndoles y dando mueras a los judíos.

Louis Leblois era el abogado de Zola. El periódico L’Aurore, por su parte, era defendido por Albert Clemenceau, hermano del más famoso. Entre escritores y algún político, las defensas citaron a más de dos centenares de testigos que, como os he contado, tuvieron que pasar, no la pena del telediario, sino la pena del pasillito de energúmenos, cada vez que vinieron y se fueron. Los militares convocados, por su parte, trataron de no ir. Sin embargo, Casimir Perier, para entonces ex presidente de la República, tras ser convocado, declaró que él era un ciudadano más, y que un ciudadano francés tiene la obligación de acudir cuando la Justicia lo reclama; después de aquel gesto, nadie se atrevió a no comparecer.

La intención del gobierno de Francia, al reducir a su mínima expresión el perímetro de la acusación sobre Zola, fue impedir que el juicio se convirtiese en un juicio sobre Dreyfus y sobre Esterhazy. Pero, claro, no lo consiguió. Cada testigo, fuese de la cuerda que fuese, terminaba por extenderse sobre qué opinaba del capitán preso y el militar declarado inocente. De esta manera, las defensas consiguieron su primer objetivo: convertir el caso Zola en el caso Dreyfus 2.0.

En la práctica, este juicio redivivo fue un debate entre cuatro militares: Picquart, por un lado, y Henry, Mercier y De Pellieux, por el otro.

En un momento del juicio, Picquart, refiriéndose al famoso tema de la dirección raspada del telegrama, detalle que supuestamente demostraba que era falso y estaba manipulado, enseña fotos del telegrama recién recibido, en las que no figuran dichas raspaduras y, por lo tanto, afirma que fueron hechas posteriormente, precisamente para hacer parecer como falso un telegrama que era totalmente auténtico. Además, niega que le diese jamás dicho telegrama a Leblois, porque el abogado estaba de viaje. En ese momento, Henry, con potente voz, himpla: “el teniente coronel Picquart miente”. Picquart se va a por él para arrearle una hostia, pero los separan. Aun así, quedan para batirse. Henry terminará herido en un brazo.

Henry, de hecho, fue el testigo que más mierda echó sobre todo el asunto. Preguntado sobre por qué, en el primer juicio, el tribunal no conoció los documentos del informe secreto preparado por el Estado Mayor, se defendió insinuando que podría existir otro informe más secreto aún, ya que los franceses tendrían informes anotados por el mismísimo káiser alemán. Este detalle demuestra cierta desesperación entre los militares, para los cuales el caso Zola no estaba yendo como esperaban; y justifica, también, que, finalmente, el general De Pellieux terminase afirmando en público que, dos años después del caso Dreyfus, había aparecido un documento en el cual un agregado militar extranjero (teóricamente, Pannizardi) le recomendaba a otro (Schwartzkoppen) que confesase sus relaciones con Dreyfus. En otras palabras: la desesperación les llevó a hacer público el documento que había sido falsificado por ellos mismos.

Aquella confesión, en medio de un juicio que, como os he dicho, iba pintando cada vez peor para los dreyfusistas, los levantó de sus tumbas. Los militares presentes entre el público estallaron en júbilo. Esa tarde el coche (o sea, de caballos) de Zola estuvo a punto de ser asaltado e Ives Guyot, un periodista de Le Figaro que era zolista, casi fue linchado.

En el gobierno francés, sin embargo, la declaración de De Pellieux cayó como morcilla de arroz en estómago ulcerado. El embajador de Italia había dado su palabra de honor de que ninguno de los miembros de su embajada había conocido jamás a Dreyfus (y no mentía). El futuro canciller alemán y entonces subsecretario de Exteriores, Bernhard Heinrich Martin Karl von Bülow, príncipe de Hohenlohe-Schillingsfürst, había dicho en el Parlamento alemán que nunca una autoridad alemana, de ningún nivel, había tenido relación alguna con Dreyfus. Y, de repente, el Estado Mayor francés decía tener un documento que demostraba dichas relaciones. Así las cosas, el ministro de la Guerra llamó al general Boisdeffre, presidente del tribunal, y le ordenó que no siguiera explorando la tesis del presunto documento de Panizzardi.

Para entonces, Zola entretenía buena parte de las sesiones del tribunal abriendo los centenares de telegramas que le llegaban del mundo entero. Luego declararon hasta siete peritos calígrafos, quienes opinaron que la letra del memorando era de Esterhazy. Bertillon y otro perito se negaron a comparecer ante el tribunal.

El último en hablar fue Zola: Dreyfus es inocente. Lo juro. En este juramento pongo mi honor y mi vida. En esta hora solemne, ante el tribunal que representa la justicia humana, ante vosotros, jurados, que sois la encarnación del país, ante toda Francia, ante el mundo, juro que Dreyfus es inocente. Y por todo lo que he conquistado, por el nombre que me he hecho, por mis libros que han ayudado a la expansión de las letras francesas, juro que Dreyfus es inocente. Que todo esto se hunda, que perezcan mis obras si Dreyfus no es inocente.

En las conclusiones finales, Leblois habló durante tres sesiones completas. Pero, con todo, fue Albert Clemenceau quien le dio al caso Zola el verdadero tono político para la posteridad. Hasta ahora, vino a decir el fino abogado, la clase militar ha mirado por encima del hombro a los civiles. Pero, en el tiempo presente, y en el tiempo futuro, la única forma de que el Ejército pueda llevar a cabo sus objetivos será conociendo, identificándose y respetando los puntos de vista de los civiles. Es preciso, dijo también, saber si seremos capaces de construir la grandeza de Francia en democracia, sin despotismos ni oligarquías. Es preciso, apostilló, que hagamos desaparecer el respeto absurdo de la razón de Estado. El discurso de Albert Clemenceau, es mi opinión, debería imprimirse y enseñarse en las facultades de Políticas, en lugar de las imbecilidades que se enseñan.

El jurado, tras breve deliberación, rodeado de antidreyfusistas, condenó a Zola a un año de cárcel y 3.000 francos de multa. La sala estalla en un vítor. En las calles hay manifestaciones de alegría. Zola apela de caníbales a sus jueces y jurados, y se exilia horas después a Inglaterra.

La victoria del antidreyfusismo es total. Zola, que había recibido la Legión de Honor, es borrado de la lista de dicha condecoración. El capitán Reinach pierde su grado. Leblois es expulsado del Colegio de Abogados. Picquart, que ya había sido detenido, pasa a la reserva. Un grupo de escritores fundará la Liga de los Derechos del Hombre, para mantener viva la llama del caso. Sus opositores crean la Liga de la Patria Francesa.

El Parlamento no tiene mejor ambiente. Un diputado socialista interpela a uno conservador, Jules de Pierre de Bernis, normalmente conocido como el conde de Bernis; y éste último se lanza sobre Auguste Marie Joseph Jean Léon Jaurès, normalmente conocido como Jean Jaurès, para arrearle unas hostias.

Picquart, una vez represaliado y apartado, ya no tenía nada que perder. Así pues, se juntó con los jaraneros dreyfusistas y resolvió agitar el avispero lo más posible. Le escribió una carta pública al ministro de la Guerra en la que explicaba que, en realidad, Dreyfus tenía en su contra tres documentos, de los cuales dos podrían no referirse a él y el tercero era una falsificación. Esa carta le costó ser detenido y encerrado en Mont Valerien. Picquart no se arredró y denunció a Esterhazy y una amiga de éste, Marguerite Pays, por falsificar dos telegramas que le habían enviado. Son detenidos, pero puestos inmediatamente en libertad.

A finales de junio de 1898, el gobierno de Jules Meline cayó y se convocaron elecciones. En dichas elecciones triunfan las izquierdas y accede a la primera magistratura gubernamental Henry Brisson. El tema, sin embargo, no es tan buena noticia para el dreyfusismo como se podría imaginar. Brisson entrega el Ministerio de la Guerra a Jacques Marie Eugène Godefroy Cavaignac, un hombre de convicciones nacionalistas para el cual la prioridad es mantener el prestigio del Ejército. De hecho, el ministro llegó a afirmar que se había asegurado “de la autenticidad moral y material” del documento falsificado por Henry.

Cavaignac, sin embargo, no las tenía todas consigo. La presión y las dudas seguían ahí. Le encargó al capitán Louis-Benjamin-Cornil Cuignet que examinase los documentos del caso. Cuignet, personalmente, era un antidreyfusista convencido. Pero, también, era un profesional. El 13 de agosto, revisando el famoso documento argumentado por el general De Pellieux, se dio cuenta de que, en realidad, la carta tenía trozos de papel de tonos ligeramente distintos. Al día siguiente, le enseñó todo al ministro de la Guerra. El día 30 de agosto, Cavaignac convocó a Henry en su despacho, y allí lo interrogó, en presencia de los generales Gouse y Boisdeffre. El interrogatorio fue difícil y dramático pero, finalmente, Henry confesó la falsificación. “Lo hice”, dijo, “para impedir la guerra civil”. Cavaignac decretó su detención y traslado a Mount Valerien.

Al día siguiente, Henry amaneció con el cuello seccionado por una navaja de afeitar. Cavaignac hizo pública una nota con los sucesos ocurridos. Boisdeffre dimitió como jefe de Estado Mayor. Cavaignac le siguió en el gesto. El general De Pellieux, por su parte, solicitó pasar al retiro, argumentando que había sido “engañado por gentes sin honor”, y que había “perdido la confianza en jefes que me han hecho trabajar sobre documentos falsos”. El típico "¿Bárcenas? ¿Quién es Bárcenas? No conozco a ningún Bárcenas" de toda la vida.

Comenzaba un literal sálvese quien pueda.

2 comentarios:

  1. Anónimo3:52 p.m.

    Lo llamativo fue que todos en la época eran dreyfusistas o antidreyfusistas. Pero de repente personas clave conservadoras se mostraron dreyfusistas, sin variar sus opiniones políticas.

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    1. En la mayoría de los casos, porque antes que nada eran republicanas, y consideraban que el Ejército francés estaba secuestrando a la República.

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