El nacimiento de una identidad
Mi señor Bretwalda, por ahí vienen los paganos
El tema vikingo se pone serio
Alfred, el rey inglés
Vikingos a la defensiva
Un rey contestado
El rey de la superación
Una sociedad más estructurada de lo que parece
Con la Iglesia hemos topado
La apoteosis de Edward y Aethelflaed
El fin de los vascos de Northumbria
Tres cuartos de siglo sistémicos
Aethelshit
Las tristes consecuencias de que un gobernante gobierne “sea como sea”
El regreso de la línea dinástica
Hemos visto como, en la antesala del siglo IX de nuestra era, la actual Inglaterra estaba formada por varios reinos, con diferentes relaciones de vasallaje entre algunos de ellos, y asimismo conectados con el mundo. El inicio del siglo, extendido durante cuatro décadas, sería el teatro de una serie de cambios dramáticos en el panorama.
El principal elemento de esta evolución fue la pérdida progresiva de poder por parte de Mercia. La excelente serie de reyes que se produjo hasta Offa se secó; y, automáticamente, fue Wessex quien tomó el relevo. Fue allí, en Wessex, donde se estableció una dinastía real que, en doscientos años, consiguió reinar sobre toda Inglaterra.
Offa murió casi con el siglo, en el 796. Lo sucedió su hijo, Ecgfrith, quien era príncipe de Gales (so to speak, no os rebeléis los tiquismiquis) desde el 787. Sin embargo, el hijo de Offa sólo reinó 140 días más o menos; y no puedo daros muchos más detalles sobre su apechusque. Así las cosas, Mercia quedó en manos de un primo lejano, Cenwulf, quien reinaría hasta el 821. Es claro que llegó sin el consenso de algunos de los pueblos sometidos al gobierno merciano, porque inmediatamente tras ser coronado, los habitantes de Kent se levantaron. Cenwulf tuvo que sofocar la rebelión y apresar a su líder, Eadberth Praen, que fue llevado a Mercia y, allí, el rey ordenó que le fuesen cortadas las manos y arrancados los ojos. Después de eso, nombró a su hermano (de Cenwulf, no de Eadberth) Cuthred como una especie de virrey de Kent; Cuthred murió en el 807, momento en que el propio Cenwulf le sucedió.
La impresión que yo tengo, leyendo los materiales disponibles, es que Cenwulf debió de ser algo muy parecido a eso que hoy llamamos un dictador militar. Durante su reinado las cosas estuvieron relativamente calmadas, probablemente por el miedo que despertaban sus políticas represivas; pero, como suele pasar en estos casos, tras su muerte, en el 821, todos los que llevaban soñando con dar por culo, comenzaron a dar. Oficialmente, la sucesión estaba garantizada en la persona del hermano del rey, Ceolwulf I; pero el caso es que, apenas dos años después, la camarilla de nobles y obispos que estaba a la greña con el rey y entre ellos mismos se unió lo suficiente como para deponerlo. El nuevo rey fue Beornwulf.
Aunque no tenemos muchos detalles, sabemos que durante el reinado de Cenwulf, yo creo que porque el rey tenía que estar más bien a las rebeliones internas que amenazaban con estallar en sus Estados, tanto Wessex como Northumbia se hicieron sendos prusés y comenzaron a sacudirse el yugo merciano.
En la Inglaterra septentrional, el rey Aethelred de Northumbria, que era yerno de Offa, fue asesinado el mismo año que murió el rey de Mercia. Su sucesor fue depuesto a los veinte días de comenzar a reinar; el reino pasó a las manos de un viejo rival de Aethelred, que estaba en el exilio, llamado Eardwulf. En el año 801, Eardwulf se puso al frente de los boinas verdes de Northumbria, y atacó Mercia; fue una venganza porque el rey Cenwulf estaba dando asilo a sus enemigos políticos.
Este tipo de acciones, sin embargo, no esconden el hecho de que Eardwulf, por diversas razones, era un rey muy contestado. En el año 806, de hecho, fue depuesto; aunque regresó dos años después con el aval del Francisquito de Roma y de Carlomagno, ya emperador, quien lo consideraba más dócil a sus planes que otros reyes de la isla.
Es posible, aunque no se sabe con mucha claridad, que Eardwulf viviera más o menos hasta el 830. Esos últimos años de reinado probablemente no se parecieron mucho a los anteriores; cualesquiera que fueran las disensiones que lo atormentaban, el pacto con Carlomagno, o bien las acalló, o bien las reprimió; porque el caso es que Eardwulf de Northumbria pudo ceder su corona a su hijo, Eanred, en un entorno de aparente normalidad.
Por lo que se refiere a Wessex, sabemos poco de lo que ocurrió en los primeros años del siglo IX; lo cual no puedo deciros si lo que está señalando es que fueron años muy tranquilos en ese reino, o más bien todo lo contrario. Sí sabemos que en el 802 el rey Beorhtric, que se había casado con Eadburh de Mercia, hija de Offa, la roscó. Su sucesor se llamaba Ecgberht. Las crónicas no son muy claras respecto de este tema, pero sí incluyen una referencia al hecho de que Beorhtric y Offa habían, en el pasado, forzado a Ecgberht a exiliarse en Francia; por lo tanto, cabe imaginar que la relación no era fácil y que, consiguientemente, la proclamación de Ecgberht lo mismo no fue una cosa pacífica. Tendría lógica, a la luz de los datos, que el nuevo rey de Wessex también contase con el apoyo de Carlomagno, quien bien pudo prestarle una o dos compañías de paracas para que le ayudasen a hacerse con el poder.
El problema para el partido de Beorhtric fue, muy probablemente, un hecho que conocemos por las crónicas, y es que el mismo año que murió el rey (las crónicas dicen que el mismo día, pero eso puede ser licencia poética), también lo hizo su principal consejero y gobernador de Wessex in pectore, el ealdorman Worr. Asimismo, contemporáneo a los hechos fue la entrada de un ejército de Mercia en los términos de Wessex; ejército que, sin embargo, fue derrotada en Kempsford, Gloucestershire.
Los historiadores, pues, tienen a considerar que Ecgberht no sucedió a Beorhtric, sino que, más, bien, se hizo con su trono por la fuerza; quizás, incluso, mediando el asesinato del rey, y de su valido.
En el año 825, Ecgberht, sólo o en compañía de otros porque, como os he dicho, no podemos descartar que tuviese rohirrim carolingios cabalgando con él, tuvo otra resonante victoria sobre los mercianos, en Ellendum, el nombre con resonancias élficas con que entonces se conocía Wroughton, Wiltshire (que hoy en día, por cierto, es un pequeño paraíso para los aficionados al cicloturismo, y está embarcado, de hecho, en un proyecto para mapear todas sus pistas rurales para bicicleta). Su oponente era para entonces el rey Beornwulf.
La batalla de Ellendum debió de ser tan brutal, y su resultado tan incontestable, que labró la desgracia de Mercia como gran poder. Los habitantes de East Anglia, cuando conocieron la noticia, se sintieron con fuerza y con derecho para levantarse contra sus señores; conscientes, sin embargo, de que no tenían demasiada fuerza por sí solos, buscaron la protección de la estrella del momento, que era, lógicamente, Ecgberht de Wessex. Como prueba de su compromiso wessex, cuando en la batalla lograron apresar al rey Beornwulf, se lo apiolaron. Ecgberht, por su parte, armó un ejército de sajones occidentales, que puso bajo el mando de su hijo Aethelwulf, con el que marchó hacia Kent. Estos soldados depusieron a Balred, que era el rey puesto por Mercia. La toma de poder en Kent fue tan clara que los habitantes kentish, los de Surrey, los sajones del sur y los orientales, todos ellos pueblos que bajo Offa habían estado sometidos al dominio de Mercia, se sometieron a Wessex; algo que venía a suponer que la etnia dominante en la zona, la proveedora de los gobernantes y hombres de poder, pasó a ser los sajones occidentales.
Mercia iba de mal en peor. El rey Ludeca sucedió al desgraciado Beornwulf; pero fue rápidamente muerto, probablemente en batalla como su antecesor. En el año 829 Wiglaf, que había sucedido a Ludeca en el trono, fue expulsado de Mercia por Ecgberht.
Con el control efectivo de Mercia, Ecgberht había conseguido el control de todo el terreno de la isla al sur del río Humber. Algo que, según atestiguan las páginas escritas por el venerable Beda, lo hizo acreedor del título de Bretwalda, algo así como “el rey de Bretaña” o rey de los ingleses. Con mayor precisión, el Merrian-Webster lo define como rey anglosajón con derecho a llamarse rey de reyes, por el hecho de prevalecer sobre otros reinos además del suyo.
Beda, en su libro, cita siete reyes anteriores que, en su opinión, merecerían el mismo título, por lo que Ecgberht fue considerado el octavo de ellos; pero, sin duda, el más poderoso. Esto está claro en el dato de que recibió la sumisión de Northumbria, y también de los galeses. Ciertamente, en el año 830 Wiglaf recuperó el trono de Mercia; pero no hay nada que nos pueda hacer pensar que no lo hiciese tras un pacto con Ecgberht quien, por lo tanto, le habría dado permiso para volver, en plan Pedro y Puchimón.
Las cosas, sin embargo, iban a cambiar rápidamente.
La Anglo-Saxon Chronicle registra en el año 789 la primera llegada de “gentes del norte” (lo cual es un poco de coña; a ver si los ingleses piensan que hacen frontera con Marruecos) a las costas inglesas; aunque, en realidad, el concepto más usado en las crónicas es “gentes paganas”. Sin embargo, estas primeras llegadas debieron ser escaramuzas sin gran importancia. El estreno vikingo en la isla, en realidad, se produce en el año 793, cuando los vikingos atacaron el monasterio de Lindisfarne, en Northumbria. Es muy, pero muy difícil que, con los ojos actuales, seamos capaces de entender el enorme significado que tuvo ese ataque. Hay, a mi modo de ver, dos importantes factores a considerar. El primero de ellos, como ya os he dicho no es en modo alguno descartable que la evolución política de Inglaterra en el siglo IX, desde el Estado, digamos, merciocéntrico al wessexcéntrico y dominado por los sajones occidentales, fuese un proceso quizás seguido, quizás monitorizado, quizás provocado por los francos. Inglaterra, pues, no era en modo alguno ajena al proyecto imperial cristiano de Carlomagno, aunque no formase parte de él por razones logísticas evidentes. El segundo factor tiene que ver con el evidente componente de ataque al cristianismo que portaban los raids vikingos, por mucho que, en realidad, lo más probable es que fuesen más bien otra cosa, pues los vikingos buscaban riquezas, y si con el oro que robaban se habían hecho crucifijos o estatuas de Kamala Harris vestida de lagarterana, a ellos se les daba una higa.
Lo cierto es que el saqueo de Lindisfarne, que debo recordaros estaba muy lejos de ser un monasterio distante y aislado del mundo sino que era uno de los faros de la intelectualidad cristiana de la época; el saqueo de Lindisfarne, decía, fue una noticia conocida en toda Europa al oeste del Rhin, y valorada en términos parecidos a como lo sería, más de medio milenio después, la toma de Constantinopla.
Lindisfarne, sin embargo, da la impresión de ser un sorpresivo bingo cantado por los daneses. Yo creo que no esperaban encontrarse un lugar tan estructurado, y tan rico. La cosa es que se pasaron, después de aquello, cuarenta años tratando de repetir la jugada y, aparentemente, no tuvieron éxito. Hasta el 830, aproximadamente, las crónicas inglesas tomaron los ataques vikingos, que comenzaron a centrarse sobre todo en Kent, de forma no muy clara, como de pasada; como quien comenta algo a pie de página que no fuere muy importante. Yo, personalmente, no creo que esa indiferencia estuviese provocada por el miedo o la propaganda. Es para mí muy probable que ese medio siglo transcurriese en medio de una cierta tranquilidad británica hacia la llegada de los chulos de pelo rojo. En el año 835, sin embargo, los vikingos asolaron la isla de Sheppey, en la costa de Kent. Es evidente que eso hizo que los sajones se diesen cuenta de que tenían que hacer algo. Ecgberht, por lo tanto, se colocó al frente de un ejército y marchó hacia Carhampton, en la costa de Somerset (un lugar muy hermoso para visitar; y también para darse cuenta de que uno no sabe hablar inglés, en realidad). Hasta allí llegó una armada más que respetable de vikingos (35 barcos); los escandinavos descendieron a la playa y le dieron a los británicos hasta en los huecos poplíteos.
Que los vikingos no eran esos tipos que todo el mundo que era invadido por ellos odiaba a muerte nos lo atestigua el dato de que, en el 838, se unieron a los habitantes locales de Hingston Down, Cornualles. Sin embargo, esta vez Ecgberht se les enfrentó y ganó. El rey, sin embargo, murió al año siguiente, y son muchos los historiadores que especulan con que nunca se habría recuperado de las heridas recibidas en Cornualles.
Ecgberht fue enterrado en Winchester con su rifle (chiste fácil; sus presuntos restos pueden ser visitados en un bonito arcón mortuorio del siglo XVI). Su hijo mayor, Aethelwulf, lo sucedió como rey de los sajones occidentales. Para entonces, Aethewulf, aunque no sabemos a ciencia cierta la edad que tenía, no era ya ningún maula; había sido, por así decirlo, virrey de Kent varios años y, desde luego, conocía bien el olor de la batalla. Un año antes de la muerte de su padre, en Kingston-upon-Thames, se había hecho un Leonor y había sido confirmado como heredero. La aceptación de la dinastía, por lo tanto, aparece como incontestada. Inmediatamente después de ser proclamado rey, Aethelwulf le entregó a su propio hijo mayor, Aethelstan, el reino de Kent (que en sus tiempos había incluido Kent, Essex, Surrey y Sussex), así como el reino de los sajones orientales, de las gentes de Surrey, y de los sajones del sur.
En su discurso de investidura, si es que lo pronunció porque, la verdad, no tenemos copia, el ya rey Aethelwulf tuvo muy claro para qué llegaba a la primera magistratura de Wessex: para presentarle batalla a los vikingos. Para entonces, había enfrentamientos casi anuales; y el mayor de todos se produjo en el 843, cuando Aethelwulf fue derrotado en el mismo campo de batalla donde lo había sido su padre, en Carhampton. Como consecuencia de esta victoria, así como del mejor conocimiento que los vikingos adquirieron de las costas inglesas, la actividad escandinava se intensificó notablemente en la sexta década del siglo. En el año 851, los vikingos enviaron una poderosa armada de 350 barcos, que llegó a la boca del Támesis y lo remontó. Dieron por culo tanto en Canterbury como en Londres, obligando a huir al rey de Mercia, Berhtwulf. Puestos los mercianos en huida, hubieron de ser Aethelwulf y su hijo Aethelbald quienes se enfrentasen a los vikingos en Aclea (Ockley, Surrey). Allí, nos dicen las crónicas, los sajones practicaron la mayor matanza de paganos hasta aquel momento. Al mismo tiempo, Aethelstan consiguió atrapar entre dos líneas a los vikingos en Sandwich (es licencia poética; más bien chiste fácil) y derrotarlos.
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