lunes, enero 11, 2021

La Armada (21: entre Parma y Palmer, y sin barcazas)

Aquí están todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen los posts.

La carambola del cuanto peor, mejor
Las dudas y no dudas de Alejandro Farnesio
Una idea de maduración lenta
Drake, el antiespañol
La reina no quiere; pero da igual
Cádiz
Drake se queda sin fuerzas frente a Lisboa
La guerra flamenca de Diego Pablo Simeone
Las indudables ventajas de luchar contra un gilipollas
La peripecia de los reformados forales en Coutras
Alemanes, suizos, y viceversa
The pela is the pela
Don Álvaro se estresa y hace chof
La Armada se arma como buenamente puede
El Capitán América de la catolicidad entra en París
Ni sivuplé ni hostias
El tropezón coruñés
La famosa frase que Drake, probablemente, nunca pronunció
El librito de un dominico gilipollas y un primer asalto nulo
La batalla que fue como cuando John Connor dispara al cyborg
Entre Parma y Palmer, y sin barcazas
Por fin, los ingleses rompen la creciente
Por qué la Armada jode


Desde Portland Bill hasta el paso de Calais no hay demasiada distancia. Según Google, el trayecto entre Weymouth y Dover se hace hoy, en coche, en tres horas y media, aproximadamente. La Armada tardó cuatro, pero no horas, sino días; con los ingleses respirándoles en la nuca. El tiempo, esta vez, estuvo con los españoles. Después del día 2 de agosto, se produjeron varios momentos de calma, otras veces un vientecillo flojo; pero la mayor parte del tiempo, la mar tuvo viento del oeste. Gracias a este soplido en la dirección adecuada, la Armada pudo hacer la travesía a una velocidad razonable y sin perder la formación. El optimismo que hinchaba las velas de la Armada disolvió buena parte de la ventaja objetiva que tenían lo ingleses gracias a su rapidez estructural; y, lo que es más importante, esta ventaja, el hecho de que los barcos españoles estuviesen la mayor parte del tiempo muy lejos de ser hostigados por la presencia inglesa, le permitió a Alonso de Guzmán hincharse a mandar emails al duque de Parma.  

En la mañana del día 3 de agosto, los ingleses descubrieron que, en el flanco del mar (el flanco sur) del creciente español había un barco que se estaba rezagando, y se aprestaron a tratar de hacerse con él. La nave en problemas era la Gran Grifón, la nave capitana de las urcas, al mando de Juan Gómez de Medina. El barco era una urca grande y pesada a la que le costaba mantener el ritmo de otras naves de su escuadrón más ligeras, pero aun así Recalde le encargó algunas misiones en el flanco del mar del creciente de la formación, misiones que tal vez pudieron abonar sus problemas. Los ingleses acabaron por rodearla, sin abordarla. El barco se defendió a hostias (o sea, a tiros), hasta que consiguió recuperar la columna de Recalde.

Esto provocó una nueva batalla en el ala derecha de la formación española, batalla en la que se vieron implicados algunos de los principales capitanes de la formación como Recalde, Leyva, Oquendo o Bertendona, y barcos importantes como el Florencia. Drake, en la Revenge, seguía acosando al Gran Grifón, puesto que, no sabemos muy bien por qué, el barco había perdido su capacidad de navegación. Medina Sidonia envió varias galeazas en socorro de la urca, que finalmente se las arreglaron para arrastrarla hacia el centro de la formación española. La lucha en el flanco derecho continuaba, pero cuando la nave capitana elevó las señales que indicaban a la Armada el enfrentamiento global, los ingleses prefirieron volver a colocarse a distancia prudencial, y la formación prosiguió su marcha. Esta batalla, por lo tanto, implicó a menos de la mitad de las flotas de cada lado pero, sin embargo, debió de ser muy cruenta. Los españoles reportaron muchas más bajas que en Portland Bill, por ejemplo.

Howard, en las horas siguientes, convocó otra reunión de Estado Mayor para ajustar mierdas. Una de ellas, especialmente grande y maloliente: durante la batalla de Portland Bill, la línea de batalla inglesa se había roto en tres partes; los españoles, en cambio, siempre habían maniobrado en formación, sin perder la compostura. Para poder cambiar esto, en la reunión se decidió que la línea se organizaría por escuadrones. Sí, exactamente como lo estás pensando: se dieron cuenta de que la organización española era superior, y decidieron imitarla. Evidentemente, habían tenido ya varios días para observarla; y no hay que olvidar que Pedro de Valdés viajaba con ellos. Los ingleses dividieron el centenar de naves de que disponían en cuatro escuadrones, al mando, lógicamente, de Howard, Drake, John Hawkins y Martin Frobisher.

La nueva organización (nueva para los ingleses) se puso a prueba en la mañana del día siguiente, en una nueva batalla. Al amanecer, aparecieron a la vista de los ingleses dos nuevos barcos rezagados: el San Luis de Portugal, un galeón real; y el Santa Ana, un mercante habitual en el tráfico de Indias, encastrado en el escuadrón andaluz. Esta vez, sin embargo, no había viento alguno. Los ingleses hubieron de acercarse a brazo.

En ausencia de viento, cuando son los remeros los que lo dicen todo en materia de maniobrabilidad y velocidad, el momento es de las galeazas. Guzmán lo sabía, y por eso las envió al rescate de los dos barcos en problemas. La Rata Coronada los acompañó.

Fue como una pelea de gallos observada por un público que era el resto de ambas flotas, todos clavados al mar por la falta de viento. En este punto, la habilidad de los artilleros ingleses se pudo hacer presente, sobre todo de los que iban en el Ark de Howard, pues, según el almirante, consiguieron dañar a una de las galeazas. Bueno, eso es lo que cuenta Howard; las fuentes españolas hablan de que dos de las galeazas pudieron remolcar exitosamente a los barcos con problemas. No es por nada, pero lo más probable es que Howard se hiciese pajas con la idea de que había provocado un daño que, en realidad, no era tanta cosa. En abono de esta afirmación está el pequeño detallito de que ninguna de las galeazas presuntamente destruidas por la imaginación inglesa, siempre tan arbolada a la hora de contar sus victorias reales y presuntas, abandonó la formación, y todas ellas estaban donde tenían que estar cuando la Armada pasó la altura de Calais.

Pasado este enfrentamiento, tres de los cuatro escuadrones ingleses, aprovechando que el viento se animaba, atacaron a la retaguardia española. Al mismo tiempo, Medina Sidonia, con su vanguardia, atacaba al cuarto escuadrón Brit.

En el momento en que el viento comenzó a coger verdadera fuerza, media docena de barcos del escuadrón de Frobisher, entre ellos el propio Triumph, se enfrentaban con el San Martín. El viento, sin embargo, permitió que una decena larga de barcos grandes se pudiera acercar para defender a su capitana, lo que provocó el repentino desinterés del inglés por el enfrentamiento. En dicha huida, el Triumph se quedó cortado. Daba toda la impresión de que los españoles iban a poder pillarlo a barlovento. A Frobisher no le quedaba otra que saltar a los botes y tratar de remolcar el barco. Otros barcos ingleses, cuando lo vieran, enviaron sus propias lanchas, hasta que el Triumph estuvo tirado por once de ellas, mientras dos de los galeones del cuarto escuadrón, el Bear  y el Elisabeth Jonas, se metían entre su nave capitana y los españoles para dar por culo. Aquella tarde, la verdad, Alonso de Guzmán debería haber logrado la pieza que ambicionaba: el control de alguno de los grandes barcos de la flota inglesa. Pero no pudo ser; antes de que pudiera conseguirlo, el viento roló, hinchó las velas del Triumph y recuperó por sí solo su sitio en el escuadrón inglés.

En ese momento, la atención de la nave capitana se centró en lo que estaba pasando en el flanco derecho de la creciente, el del mar. Allí, Drake estaba atacando al extremo del “cuerno”. Conscientes de lo importante es de que esa posición de “cierre” la ocupe alguien que dé miedo, era el sitio normal del San Juan y de Recalde; pero el vasco estaba con la vanguardia, hostigando al Bear. Así las cosas, la punta de la creciente la defendía el San Mateo, un galeón real portugués, con menor capacidad de fuego. Los españoles, coscándose de la movida, maniobraron para que el Florencia, mucho más grande y mejor armado, lo sustituyese. Pero como quiera que esos cambios desorganizaron algo la formación, Drake vio la oportunidad, y siguió atacando.

Yo no descarto en absoluto que todo eso no tuviese, por parte inglesa, más función que mantener a Medina Sidonia ocupado con la lucha en alta mar. Pero no coló. Su piloto, que estaba con él, acabó por percatarse de lo que tal vez los ingleses esperaban que los españoles no hubieran visto hasta que no fuera tarde: los conocidos como The Owers, unos bancos de roca existentes en la zona. De haberse dejado llevar la formación española un poco más al norte, sus días habrían acabado contra ellas. Pero Medina Sidonia, cuando se percató de su presencia, pegó un cañonazo para ganarse la atención de la flota y después viró en dirección sur-sureste; la formación, que ya hemos dicho que era extremadamente disciplinada, le siguió. 

Los británicos celebraron la batalla del 4 de agosto como si hubiera sido una victoria sin paliativos, pero lo cierto es que no lo había sido. Lo que pasa es que, como ya he escrito, Howard estaba convencido de haber infligido un daño muy superior al real. Los españoles, por su parte, habían podido seguir su ruta y, si bien no habían atrapado ningún barco inglés, también era cierto que éstos no les habían podido frenar.

Sin embargo, para la Armada ahora comenzaba la segunda parte del partido, que era la verdaderamente jodida. Estaban a punto de llegar al estrecho de Calais, pasado el cual la mar se ponía mucho más chunga; y eso, además, ocurría en una circunstancia en la que la flota española no podía ni soñar con encontrar un puerto adecuado para refugiarse si había problemas. Además, era 4 de agosto y hasta entonces no había recibido noticia ninguna de Parma. No sabía ni dónde se podrían encontrar, ni si estaba en condiciones de hacer su parte del trato, es decir, si tenía las tropas, los pertrechos y las barcazas para la invasión. Además, habían gastado ya buena parte de la munición cargada en Lisboa.

El principal problema para el capitán español, pues, ni siquiera eran los ingleses. Era Parma o, más concretamente, el hecho de que no sabía nada de él. Así las cosas, el sábado 6 de agosto ambas flotas llegaron a la altura de Calais, y anclaron a respetable distancia, observándose. 

En todo caso, aunque los españoles anclados en la zona de Calais se dejaban llevar por esos negros pensamientos, lo cierto es que, entre los ingleses, no había ningún valiente (ni Drake) que osase acercarse a ellos; las batallas ya ocurridas les habían enseñado a respetarlos. De hecho, su obsesión era reforzarse, y por eso enviaron a Sir Robert Palmer en una pinaza a Dover, a la demanda de dichos refuerzos. Así pues, sí: el tema de la Armada estaba, en ese momento, entre Parma y Palmer. Sin embargo, había entre los ingleses muchos capitanes que eran partidarios de esperar por los pertrechos ligeros, urgentes, que pudiera traer Palmer, pero no por más barcos. Esperar por más barcos, según estas opiniones, diferiría en exceso el ataque, y eso supondría perder la ventaja que aportaban una buena marea y un viento sur-sureste que les otorgaba la ventaja eólica. El ataque debería ser aquella misma noche. Con la inicial aportación de Drake y Howard, con un navío cada uno, se formó una flotilla de seis. En el planeamiento estratégico de la acción, y con las noticias o pedazos de noticias de que disponían, asumieron que los franceses les serían hostiles; algo que, cuando menos en lo que se refiere al gobernador de Calais, no necesariamente fue cierto.

En el otro lado, el duque de Medina Sidonia estaba perdiendo la paciencia. Nada más echar el ancla, había enviado un despacho a Parma, recordándole secamente que, si bien él había tenido la disciplina de mantenerle diariamente informado de todo lo que había ocurrido, todavía no había recibido ni una sola comunicación suya. Y le decía: “estoy anclado a dos leguas de Calais, con los ingleses en mi flanco. Ellos pueden cañonearme a mí a gusto, sin que yo pueda aspirar a hacerles mucho daño en retorno. Si me pudieras enviar cuarenta o cincuenta barcazas de tu propia fuerza, podría yo defenderme hasta que llegues”. Se refería a esos navíos de bajo calado que, por ejemplo, habían usado los denominados ladrones del mar que habían aterrorizado el Canal años antes, y que luego los holandeses habían usado para patrullar sus costas.

Desgraciadamente, eso mismo, barcazas, era lo que Parma no tenía.

La “flota” que había conseguido juntar Parma en Dunquerque y Nieuport era muy pobre. Primero, era un número muy pequeño de embarcaciones. Y, segundo, eran barquitos sin mástiles, ni velas, ni armamento. En su mayoría, eran el tipo de embarcaciones abiertas que se usaban para transportar ganado.

Durante mucho tiempo, incluso el presente, mucha historiografía, incluso española, se ha empeñado en defender la idea de que la principal razón del desastre de la Armada fue la incapacidad por parte de Medina Sidonia de reconocer su situación real en Calais y, por lo tanto, actuar como si sus posibilidades fuesen muy superiores a las que fueron. Yo, la verdad, no creo en eso. Guzmán, lo demuestra su comportamiento cuando más importa, es decir en medio de la batalla, no era ningún idiota. Por otra parte, tampoco podemos acusar a Parma de cumplir en toda esta historia el papel de Göring en la batalla de Stalingrado, prometiendo una capacidad aérea de avituallamiento que, en realidad, no podía cumplir. En abril, Parma había recomendado ya a España la conclusión de una tregua que le diese a él más tiempo para planificar la toma de Walcheren y, después, la del puerto de alto calado de Flesinga. El rey dijo que no y el mensajero de Parma, Luis Cabrera de Córdoba, le dijo: “Majestad, Parma nunca será capaz de encontrarse con la Armada. A los galeones españoles les costará mucho encontrar aguas suficientemente profundas en los aledaños de Dunquerque, y los barcos ingleses pueden navegar aguas menos profundas. Por lo tanto, Majestad, el punto crucial de la misión, que es el encuentro de la Armada y las barcazas, no podrá llevarse a cabo”.


Cada palo, literalmente, que aguante su vela.

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