miércoles, junio 17, 2020

La Baader-Meinhof (12: matrimonio y maternidad)

Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.

Divorcio y radicalidad
Los últimos pasos
Hagamos que el capitalismo financie su propia destrucción
El traslado al Oeste
Bajo mínimos
El rescate
La escalada
Kaiserlautern
Las bombas de Heidelberg
La caída
Sabihondos y suicidas
Sartre echa un vistazo
Estocolmo
El juicio
Mogadiscio
Epílogo: queridos siperos

Durante los últimos años de la década de los cincuenta, el principal hilo conductor político en Alemania fue la progresiva actitud de alejamiento entre un SPD que valoraba las posibilidades de obtener el poder de forma cuasipermanente (como de hecho ocurrió) y las formaciones a su izquierda. Así las cosas, en junio de aquel año, tanto el SPD como la SDS anunciaron que la militancia en sus organizaciones era incompatible con ser columnista de Konkret. Con estos mimbres, apenas dos meses después, Ulrike Meinhof escribió su primer artículo en la revista. Un artículo en el que, sólo por casualidad, se ocupaba de la visita de Nikita Kurschev al presidente Dwight Eisenhower, precisamente las gestiones que la URSS estaba más interesada en airear en ese momento; y, sólo por casualidad, la autora defendía la necesidad de un mayor acercamiento hacia los países comunistas que, de nuevo por casualidad, era la tesis defendida, sobre todo, por la Alemania Oriental.

Ulrike Meinhof no sólo comenzó a escribir en la revista de Röhl, sino que se convirtió en su editora de Asuntos Internacionales. En ese tiempo, además, su relación con el editor fraguó y se hizo más intensa, aunque parece que el concepto de pareja era diferente según a cuál de ellos le preguntases. En una conferencia de la revista en la que se reunieron diversos de sus colaboradores y, entre ellos Erika Runge, Ulrike tuvo algo más que pruebas de que ésta seguía, de alguna manera, vinculada a quien Ulrike consideraba su novio. Descubrir aquello la deprimió de tal manera que la mejor amiga de Ulrike, Eva Marie Titze, y la propia Erika, se juramentaron para hacer guardia durante la noche, ante el temor de que hiciese alguna gilipollez.

Meinhof trató de sacarse de encima la pena viajando a Jena, en la Alemania Oriental, para investigar materiales sobre una tesis que estaba escribiendo sobre un oscuro pedagogo, y que nunca terminó (periodo durante el cual, por cierto, el objeto de sus penas se lió con una peluquera de Hesse). En 1960, Ulrike dejó su absurda investigación y regresó a Hamburgo. Retomó el trabajo para Konkret y las relaciones con Röhl. El 13 de septiembre de aquel año, la pareja dio una fiesta para anunciar que era eso mismo: una pareja. Ambos, sin embargo, no se casaron hasta un año después. El año que pasó entre la fiesta y el matrimonio lo invirtió Röhl trabajando como propagandista de la DFU o Unión Alemana por la Paz, una organización fundada por el conde de Westfalia y dirigida por éste mismo y dos personas más, una de las cuales era Renate Riemeck. La DFU era un grupo nacido como consecuencia de la defección del SPD respecto de sus militantes y simpatizantes más a la izquierda.

Por lo que se refiere a Ulrike, se convirtió en la editora jefe de Konkret. A los tres meses de asumir la tarea de dirimir lo que era o no demasiado subidito como para ser publicado, escribió y publicó un artículo, titulado Hitler en ti, dedicado a glosar una de las figuras más importantes de la política alemana de aquella década: el líder cristianosocial bávaro Franz Joseph Strauss, que entonces era ministro de Defensa en Bonn. Strauss es un ejemplo de extraño político de derechas, dirigente de una formación con un fuerte sentido confesional pero que, sin embargo, tenía una vida más bien disipada que sus electores le perdonaban. Político decididamente occidentalista, estaba por el rearme y la estrecha colaboración de la República Federal con los Estados Unidos. El comunismo alemán no podía encontrar un pimpampum mejor.

Ulrike terminaba con una frase que, de haber tenido Konkret otro editor jefe, tal vez nunca habría salido publicada: “Igual que nosotros le preguntamos hoy a nuestros padres sobre Hitler, algún día nuestros hijos nos preguntarán por Herr Strauss”.

El líder cristianosocial se fue directo a los tribunales. El caso tardó en ser fallado, pero finalmente la revista ganó. Fue, sobre todo, gracias a la profesional defensa desplegada por un abogado, Gustav Heinemann, que no tardaría en ser nada menos que presidente de la República.

El trabajo de Röhl, y de Riemeck, en la DFU, tenía una meta: las elecciones de septiembre. Y un objetivo: pasar del 5% de los votos que son necesarios en Alemania para poder lamer el cuero de al menos un escaño en el Bundestag. Pero fallaron. Ellos, como le suele ocurrir a muchos idealistas, a base de ir siempre por los mismos barrios, de hablar con la misma gente, de discutir siempre los mismos temas con los mismos contertulios, pensaban que toda Alemania era como ellos; pero, cuando se abrieron las urnas, comprobaron con dolor que los frikis, en realidad, eran ellos.

La razón fundamental por la que la DFU fracasó en aquellas elecciones fue que sus dirigentes nunca entendieron que para estar a la izquierda de un socialista no es estrictamente necesario ser comunista o anarquista. Mejor dicho: no entendieron que, si querían ser atractivos a determinada clase media y acomodada alemana que nunca votaría a la CDU ni a la CSU, y que tras los giros del SPD también estaba cabreada con los socialdemócratas, su apuesta debería haber sido por ser unos auténticos socialistas, no unos comunistas. Esta lección no la aprendería la izquierda alemana hasta la aparición del movimiento verde, y todavía quedaba.

El fracaso de la DFU tuvo como consecuencia, en todo caso, liberar las manos del comunismo alemán, que se había moderado un tanto en los meses anteriores, como siempre que  busca que le vote gente que no cree en él. Como ya se podían soltar el pelo, Konkret lanzó una campaña a favor de la existencia del Muro de Berlín. Este muro de la vergüenza había sido muy recientemente levantado, influyendo notablemente en la juventud berlinesa que, de pronto, y durante unos años por lo menos, se volvió anticomunista en un porcentaje respetable. Los artículos de Konkret fueron, en Berlín, como echar gasolina a la hoguera. En algunas universidades berlinesas se quemaron en público ejemplares de la revista, cuya venta también se llegó a prohibir en algunos campus.

En octubre, Röhl estaba roto por el trabajo previo a las elecciones. Así pues, la pareja decidió darse unas vacaciones. Se fueron a Bulgaria; en diciembre se casaron.

En 1962, apenas unas semanas después del casorio, los financiadores germanorientales amagaron con dejar de financiar Konkret. En ese momento, la revista vendía unos 30.000 ejemplares, así pues Klaus Steffens, el gerente, comenzó a hacer planes y cálculos para ver cómo podría mantenerla con ese nivel de ventas. Ulrike seguía siendo editora en jefe y escribía en casi todos los números.

También por entonces, principios de 1962, se produjeron, por lo que se ve, dos embarazos casi simultáneos: el de mi madre (su cuarto, o sea, el mío), y el de Ulrike Meinhof. Sin embargo, el segundo de ellos fue bastante más problemático que el primero, puesto que mi madre prácticamente parió en el ascensor del hospital porque yo saqué la cabeza sin tocar el timbre pero, por el contrario, en el verano de aquel 62 Ulrike empezó a sufrir fuertes dolores de cabeza y problemas de visión borrosa que dieron con ella en la consulta del neurólogo. El médico sospechó casi inmediatamente de un tumor. Como en cualquier episodio de House, Ulrike fue sometida a una punción lumbar y, cuando los doctores revisaron el agua tónica que habían sacado de la médula, le dijeron a la joven paciente que tenía que elegir entre tener a su hijo y operarse para sacarle el tumor. Sus síntomas, por lo demás, estaban empeorando: uno de sus ojos entraba en fase REM en plena mañana, y uno de sus párpados se cerraba sin que ella lo controlase. Eso sí, no era lupus.

Cuando ya llevaba siete meses y medio embarazada, fue al hospital para provocar el parto de su bebé mediante cesárea. El bebé eran dos bebés: Bettina y Regina, ambas nacidas el 21 de septiembre de 1962 (apenas once días antes que yo). Recién nacidas, quedaron a cargo de Renate, su abuelastra, mientras Ulrike se sometía a una operación cerebral. El tumor resultó no ser un tumor, sino un problema circulatorio. Cuando se recuperó, recuperó también a sus hijas; pero sólo en el primer año de su vida, las niñas acabaron con Renate tres veces.

Ulrike Meinhof no recuperó su ritmo normal de trabajo hasta finales de 1963. Para entonces, de vez en cuando visitaba a Renate, visitas durante las cuales le confesó que estaba pensando en dejar a Röhl; sin embargo, en lo que cabe ver un resabio de su educación religiosa, se retractaba de hacer nada porque, decía, quería que sus hijas creciesen en un hogar normal, con un padre y una madre.

En la primavera de 1964, la bomba atómica cayó sobre la redacción de Konkret: el dinero de Berlín Este dejó de fluir. Probablemente, los financiadores de la revista escogieron el momento con mucha meticulosidad para que el golpe terminase con el proyecto. En ese momento, había un sindicato que había iniciado una campaña contra la publicación, sobre la que, además, pesaba una reciente querella. Lo lógico, efectivamente, es que la revista hubiera desaparecido. Sin embargo, Röhl sólo dejó de publicar el número de julio, y se las arregló para conseguir apoyo de influyentes lectores. No sólo eso, sino que encontró un mirlo blanco: el principal accionista de una de las revistas más exitosas de la Prensa alemana, la revista Stern. Las ventas mejoraron a 50.000 ejemplares. Der Spiegel, la Biblia del periodismo serio alemán, los apoyó; ya no hizo falta mucho más. Bueno, la verdad es que sí.

Aquel año de 1964, Eva Marie Tutze, la amiga de Ulrike, se casó con Peter Rühmkorf; y, aunque no importe mucho, se casó en contra de la opinión de su amiga, que no lo veía su tipo. La importancia de Peter reside en que fue la persona que le susurró algo realmente curioso a su amigo Röhl: cuando una revista quiere ganar lectores, lo que hace es introducir sexo. Ya sé que, tratándose de una revista dedicada a artículos contra el imperialismo mundial la cosa suena mal; pero eran otros tiempos. En los años sesenta, la gente decía que follaba lo mismo que ahora, pero follaba cero coma. El personal, sobre todo el masculino, se pasaba el día más empalmado que un congreso de mandriles; por eso mismo, la teta-culo y la pornografía vendían muchísimo más que ahora. Röhl, en su papel de editor, había comprado los derechos de una novela pornográfica sueca; así que comenzó a publicarla por entregas en la revista. Le salió redondo. Konkret se convirtió, de la noche a la mañana, en el Playboy de los jovencitos alemanes de izquierdas; chicos que, en caso de estar emparejados a casados, tuvieron que empezar a esconder su revista preferida detrás de algún armario del cuarto de baño, para poder seguir leyendo tranquilamente artículos sobre las prácticas esclavistas de las multinacionales de la fruta en Guatemala.

El matrimonio, en todo caso, tenía ya otro origen de recursos, puesto que en 1964 Ulrike comenzó a ganar dinero en el sector audiovisual, gracias al cobro de los derechos por algunos guiones. En noviembre, volvió a atacar a Strauss en la revista, en un texto en el que lo calificaba del “peor político de Alemania”. Paradójicamente Strauss, que había perdido en los tribunales cuando Meinhof lo había comparado con Hitler, se querelló esta vez, y ganó; eso sí, los jueces dictaron una de esas sentencias pírricas en la que condenaban a Ulrike a indemnizarlo con una cantidad bastante modesta de 600 marcos.

Además, Ulrike habría de experimentar otra de las melodías continuas de la civilización occidental: la constante proclividad de los periodistas a defender a todo el mundo y a todo lo que ellos consideran libertad de expresión. Que Der Spiegel defendiese a Ulrike frente a Strauss tiene un pase; la verdad es que el sistema judicial alemán había elegido el peor de los supuestos para castigarla, pues el artículo por el que fue condenada era mucho más lenitivo que aquél por el que la absolvieron. Lo jodido está en que el redactor de la primera revista de Alemania no se paró en defenderla; también tuvo que alabarla y llamarla “valiente columnista”. Supongo que al pobre diablo que escribió aquello, al pasar los años, lo correrían a gorrazos por la redacción más de una vez.

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