viernes, enero 17, 2025

Vaticano II (28): El que no estaba acostumbrado a perder, perdió



El business model
Vinos y odres
Los primeros pasos de los liberales
Lo dijo Dios, punto redondo
Enfangados con la liturgia
El asuntillo de la Revelación
¡Biscotto!
Con la Iglesia hemos topado
Los concilios paralelos
La muerte de Juan XXIII
La definición de la colegialidad episcopal
La reacción conservadora
¡La Virgen!
El ascenso de los laicos
Döpfner, ese chulo
El tema de los obispos
Los liberales se hacen con el volante del concilio
El zasca del Motu Proprio
Todo atado y bien atado
Joseph Ratzinger, de profesión, teólogo y bocachancla
El sudoku de la libertad religiosa
Yo te perdono, judío
¿Cuántas veces habla Dios?
¿Cuánto vale un laico?
El asuntillo de las misiones se convierte en un asuntazo
El SumoPon se queda con el culo al aire
La madre del cordero progresista
El que no estaba acostumbrado a perder, perdió
¡Ah, la colegialidad!
La Semana Negra
Aquí mando yo
Saca tus sucias manos de mi pasta, obispo de mierda
Con el comunismo hemos topado
El debate nuclear
El triunfo que no lo fue
La crisis
Una cosa sigue en pie




En este punto del relato, tengo que recordaros cosas ya contadas sobre la polémica relativa al esquema sobre la vida religiosa; todo eso de los intentos de los alemanes, con Döpfner como ariete, para capitidisminuir a las órdenes religiosas en beneficio de la jerarquía obispal.

La tercera sesión del concilio abrió el 14 de septiembre de 1964. Quince días exactos después, la Unión Romana de Superiores Generales convocó una reunión para decidir cómo actuar frente a la evolución que estaba teniendo el esquema sobre la vida religiosa. Recordad que dicha evolución se resume en el concepto de que cada vez estaba más imbuido de la filosofía, introducida por los alemanes y sus peritos, claramente opuesta a la vida contemplativa (y no deja de ser una coña del destino, o tal vez una broma de Dios, que uno de esos peritos, finalmente, fuese Papa, dimitiese, y acabase sus días dedicado, precisamente, a la vida contemplativa). Unos 100 superiores escucharon el informe del padre Armand Le Bourgeois, superior de los eudistas (Congregación de Jesús y María), quien consideró que el informe tenía algunas mierdas, pero se podía trabajar desde él.

El 7 de octubre, el comité ejecutivo de la Unión Romana tuvo una reunión en la que estaban los superiores franciscanos, dominicos, carmelitas, benedictinos, oblatos de María Inmaculada, maristas y eudistas. Allí se decidió no hacerle la guerra al texto, sino enmendarlo a través de votos positivos cualificados (acompañados de enmienda escrita).

El 23 de octubre, el secretario general, monseñor Felici, anunció la distribución de las proposiciones del esquema, que seguían acompañadas de un apéndice que, matizó, no sería objeto de discusión.

Para sorpresa de los padres conciliares, el texto que se les envió ya contenía una versión nueva y ampliada de las proposiciones. Muchos prelados se dirigieron al responsable del Secretariado de los Obispos, Pacifico Luigi María Perantoni, arzobispo de Gerace-Santa Maria di Polsi, en demanda de explicaciones. Perantoni convocó a los responsables del Secretariado, quienes analizaron la nueva versión y la encontraron adecuada.

De esta manera, el 10 de noviembre comenzó la discusión propiamente dicha de las proposiciones relativas a la vida religiosa. Había cierto ambiente de que aquello había que sacarlo sí o sí; para entonces, tanto el esquema sobre los sacerdotes como el de las misiones habían sido devueltos al corral, y no se quería transmitir una sensación como de que el concilio no era capaz de sacar adelante sus mierdas. Por esta razón el cardenal Spellman, miembro de la Comisión Coordinadora y primer orador en la lista, hizo una intervención muy conciliadora, en la que se ocupó de reconocer claramente que las órdenes religiosas ya se habían ido adaptando en los años anteriores a la modernidad; y que, en consecuencia, necesitaban algún ajuste, pero nada revolucionario. Fue más allá: se quejó de que, en los últimos tiempos, se habían dicho y escrito cosas sobre la vida religiosa que tendían a destruirla, a acabar con su componente contemplativo. Y vino a decir que eso era caca.

La intervención de Spellman trae causa en que la última revisión del esquema había sentido la presión de las congregaciones religiosas, y había bajado notablemente el suflé de la modernidad. Esto se notó cuando llegó la cuarta de las intervenciones previstas en el debate, la del incomparable toro Miura, el cardenal Döpfner, quien dijo que las proposiciones, tal y como habían quedado, eran una puta mierda y que había que revisarlas completamente ya que “no tocaban los elementos centrales de la renovación necesaria”. Como quiera que los progresistas venían a funcionar casi como un conjunto a capella, acto seguido habló Suenens en el mismo tono, pues, dijo, el esquema, en su redacción actual, fallaba a la hora de “abordar los problemas de adaptación y modernización de la vida religiosa”. Para el belga, apostolado y evangelización eran conceptos sinónimos; no concebía lugar para la búsqueda contemplativa. De hecho, fue muy concreto en sus propuestas, defendiendo la redacción de reglas nuevas para los conventos femeninos, para que cada monja cooperase “como una adulta” (hasta aquí habían llegado; hasta insinuar que una monja de clausura es una especie de subnormal) para el bienestar de toda la comunidad. Siguió en el mismo tono, criticando la “infantil obediencia” de muchas hermanas hacia su superiora. Además, defendió la idea de que la elección de capítulos y superioras de las congregaciones debería ser más democrática. El tío, por lo que se ve, quería fundar los círculos carmelitas.

En términos generales, defendió Suenens acerca de las monjitas que “la separación respecto del mundo no debía impedir al religioso implicarse en el trabajo apostólico”. Bajando ya por la cuesta abajo de culo y sin frenos, dijo también que “el hábito distintivo, pero ridículo, de muchas comunidades, debería cambiarse”. Pidió que se abandonasen costumbres y prácticas tendentes a sostener “la inferioridad de la mujer” (¿se referiría a algunas de las cosas que él mismo acababa de decir?), y defendió la idea de que las monjas pudiesen viajar solas (cosa que, mayoritariamente, siguen sin hacer). Otros prelados también hablaron en favor del punto de vista progresista, defendiendo que las proposiciones debían ponerse en manos de los peritos para que les diesen un toque más C Tangana, por así decirlo.

En nombre de la Unión Romana de Superiores habló el padre Anastasio del Santo Rosario, superior general de los carmelitas, presidente de la Unión. Siguiendo los acuerdos alcanzados, anunció el voto afirmativo cualificado de los 185 padres que sustentaban sus palabras. Vino a decir: que hay que renovar, está claro. Pero hay que tener bien claro en qué consiste dicha renovación y las consecuencias que va a tener. Había, dijo, que adaptarse al mundo moderno; pero renovando el fervor que había animado la creación de las órdenes.

Luego habló un jesuita, el obispo emérito de Tananarivo, en Madagascar, Victor Sartre. Le cito porque habló diciéndose representante de unos 250 superiores de congregaciones femeninas. Dijo que el esquema le gustaba por la primacía que otorgaba a la vida espiritual del religioso.

Al tercer día de debate, creo yo porque la mayoría de las intervenciones se estaban produciendo a favor de las proposiciones, Suenens propuso cerrar el debate ya de una puta vez. En ese punto, Felici sometió a votación la posibilidad de votar el esquema. Si la mayoría votaba que sí, las proposiciones serían votadas una a una. Obviamente, tanto el Secretariado de los Obispos como la Unión Romana de Superiores estaba por el mantenimiento del esquema, aunque se introdujesen enmiendas. No querían la devolución del texto porque eso daría aliento a Döpfner, Suenens y el resto de la reata para cambiar el texto en el sentido que ellos querían, que era admitir una vida religiosa únicamente en el caso de que fuese compatible con un apostolado activo. Además, muchos obispos, aparentemente, se la querían devolver a Döpfner, después de que éste maniobró asquerosamente para cerrar en falso la discusión en torno al esquema sobre la Iglesia; cosa que se hizo dejando a muchos padres conciliares sin las intervenciones que tenían preparadas.

A pesar de todo esto, el 12 de noviembre, cuando se introdujeron las urnas en la sala, la parejita Döpfner - Suenens estaba convencida de que ganarían. Estaban acostumbrados a ganar, y les costaba concebir que unos tipos rancios, que parecían seguir defendiendo el punto de vista medieval de una vida contemplativa, alejada de las tentaciones y las necesidades del siglo, pudieran imponerse. Por eso se quedaron pijarriba cuando la retención del esquema obtuvo 1.155 votos, y su devolución 882. Era moderador del día Suenens; así que le tocó la desagradable labor de anunciar que la votación de las proposiciones se produciría en unas horas.

Los peritos de los germanobelgas no estaban acostumbrados a perder. De hecho, estaban tan acostumbrados a ganar, que uno de ellos llegó a Francisquito y todo. De hecho, no es que no estuviesen acostumbrados a perder; es que no concebían perder. Por eso, rápidamente elaboraron la instrucción de que ahora había que votar negativamente todas las proposiciones, para así revertir en la votación unitaria el resultado de la votación global. En realidad, aquella idea fue una subnormalidad. Matemáticas en mano, necesitaban que, en unas horas, dos o tres centenares de padres decidiesen votar contra lo que ya habían votado. Así que los peritos decidieron comenzar a redactar enmiendas propias.

Estas enmiendas no fueron mal recibidas, cuando menos por el Secretariado de los Obispos. Esto es así porque los gobernantes episcopales, por lo general, no solían estar en contra de muchas de las ideas de los progresistas; lo que les tocaba los cojones no era lo que los progres querían meter en el esquema, sino lo que querían sacar (básicamente, las referencias a la lógica de la vida religiosa contemplativa).

Por otra parte, los peritos del Secretariado realizaron sus propias cualificaciones. Listillos ellos, las distribuyeron en la tarde del 13 de noviembre, horas antes de comenzar la votación, buscando que Rahner, Ratzinger y el resto de la patulea no fuesen capaces de elaborar contra argumentos escritos.

Las votaciones recibieron mayoritarios votos positivos, con o sin cualificación. Eso sí, en un detalle más de aquel concilio en el que las reglas se iban cambiando a conveniencia, la costumbre general según la cual el voto cualificado debía presentarse en el momento de votar, esta vez los moderadores decidieron dar tres días para su presentación. ¿La razón? Pues que Döpfner y Suenens algo habían hecho mal, y diversos padres conciliares que debían votar con ellos las oportunas cualificaciones no las habían recibido en el momento de votar. De todas formas, el Secretariado de los Obispos colocó muchas más enmiendas que los progres.

El texto, una vez incorporadas las cualificaciones y ya convertido en una decretal, regresaría al concilio el 11 de octubre de 1965. Todo el mundo, cuando menos, dijo estar contento con el resultado.

El siguiente hito en la lista fue el esquema sobre la formación de los sacerdotes. En otros tiempos, aquel fue un texto fundamental (sin ir más lejos, es uno de los principales resultados de Trento); pero ahora cayó en el grupo de iniciativas que la Comisión Coordinadora acabó convirtiendo en un breve documento de proposiciones que se previa tuviesen una discusión muy epidérmica, o ninguna en absoluto.

El tema de los seminarios, sin embargo, era fundamental para los alemanes. La alianza centroeuropea quería crear una nueva Iglesia; y, lógicamente, necesitaba que las instituciones educativas de la Iglesia marcasen su mismo paso. Así las cosas, los obispos alemanes y escandinavos se reunieron en Innsbruck en mayo de 1964, y prepararon un informe de 15 páginas sobre el esquema. Aunque formalmente era un informe sobre el esquema, en realidad era otro esquema alternativo. El 15 de octubre, ya estando en marcha la tercera sesión, los padres conciliares recibieron una nueva redacción de las proposiciones, con un montón de cambios que, en su inmensa mayoría, procedían del informe de Innsbruck. Esto ha hecho pensar a diversos observadores del concilio que la famosa campaña destinada a reducir esquemas a unos bullets no fue, en realidad, una campaña que iba buscando agilizar el concilio; iba buscando hacer los textos más simples, es decir, más fáciles de manipular.

Como era de esperar, el 12 de noviembre, cuando comenzó la discusión pública de las proposiciones, el eterno Döpfner intervino para decir que habían quedado, nunca mejor dicho, divinas. Acto seguido, su perrito pekinés, Suenens, dijo que sí, que el esquema era satisfactorio en términos generales, aunque consideró que la renovación de los seminarios debía ir más lejos.

Luego se produjo una discusión sobre si la enseñanza filosófica debería seguir incluyendo la escolástica. Discusión que, en el fondo, lo que introducía era la pregunta de si la enseñanza filosófica en los seminarios debería incluir la libertad de pensamiento. Es fácil de comprender las razones que los progresistas tenían para introducir una idea así. Pero, la verdad, los conservadores acertaban cuando venían a decir que asumir ese tipo de cosas era, en realidad, ponerlo en cuestión todo. Porque, seamos claros: si el católico tiene libertad de pensar lo que quiera, entonces será libre; pero no será católico. Ser católico es asumir y admitir una autoridad. Para lo bueno, y para lo malo. Muchos padres quisieron situarse entre el justo medio de no borrar las tradiciones pero, al mismo tiempo, abrazar la necesidad de reforma.

El esquema fue votado el 17 de noviembre. Casi nadie votó por devolver el texto a la comisión; pero muchos votos positivos eran cualificados. El texto final sería votado y adoptado el 3 de octubre de 1965.

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