martes, julio 02, 2024

El (no) Pacto de San Sebastián (y 2)

Primera toma
Segunda toma 



Hay muchas cosas que comentar aquí, así que voy a tratar de ser sincrético.

En primer lugar, hay que hacer notar que esta nota no es elaborada por uno de los reunidos, sino por uno de los invitados. Invitado que tampoco dice en su nota que haya sido encomendado de dicha labor por los reunidos. Por lo tanto, para el juicio histórico queda la discusión de si esta iniciativa de Prieto fue suya, o de los participantes en el pacto. Como se irá viendo, casi todo conspira para pensar que fue una iniciativa personal de Prieto, quizás comunicada a otros.

En segundo lugar, es una nota extrañamente oscura. Habla de que los reunidos han llegado a acuerdos unánimes absolutamente en todas las cuestiones que se han planteado. Pero ni explica cuáles fueron esas cuestiones ni, desde luego, se aporta más testimonio de dicho acuerdo que las palabras del propio Prieto en el papel que redacta. Tras esa nota, resulta absolutamente imposible conminar a un participante en la reunión: “tú te comprometiste a XXX”, porque ni se define XXX, ni quien presuntamente aceptó XXX lo rubrica en punto alguno.

En tercer lugar, un matiz importante: el PSOE no estuvo en San Sebastián. Estuvo Indalecio Prieto, que no es lo mismo. Ya os he dicho que el principal costurero de la conjunción había sido Besteiro, no Prieto. Prieto, de hecho, se coloca a sí mismo, en la nota, en el equipillo de invitados intelectuales (Ortega bro, Marañón). En términos del momento en que escribo estas notas, la diferencia es la misma que si en una reunión política está Pedro Sánchez o está García-Page.

En cuarto lugar, hay ciertas inconsistencias en la nota, como que se diga que estuvieron “todas las fuerzas republicanas”; pero, al mismo tiempo, se diga que se esperan más adhesiones de otras formaciones políticas “y obreras”; sin que deje claro Prieto si considera al PSOE una formación política, o una formación obrera. O el detalle de citar con normalidad a todos los partidos pero entrecomillar “Estat Catalá”, que nunca me he podido imaginar a qué viene el gesto.

En quinto lugar, la nota habla de oponerse al régimen vigente; pero no pronuncia la palabra república, aunque sí republicano.

Otra cosa sorprendente de esta nota es que, a pesar de su difusión urbi et orbe, no fue conocida por el gobierno hasta unas 72 horas después. Mola cuenta en sus memorias que la información de la reunión la recibió el 20 de agosto. Dice que sus noticias fueron que los asistentes habían acordado la forma en que “en lo sucesivo debía desenvolverse la propaganda”; pero que poco más se podía saber porque los integrantes eran una tumba. De creer a Mola, pues, hemos de concluir, conclusión bastante lógica para mí, que Prieto redactó su nota como iniciativa puramente personal.

Un informe que Mola dice haber recibido dos días después (22 de agosto) explicaba que los reunidos habían decidido “emprender una activa campaña para derribar la Monarquía, aprovechando el malestar que se dejaba sentir en todos los órdenes de la vida nacional, aceptando todas las colaboraciones revolucionarias, fueran o no republicanas”. Y añade: “Los catalanes, que iban muy bien aleccionados [¿por quién?] sólo accedieron a prestar su concurso sobre la base de que si llegaba a implantarse la República, ésta habría de reconocer a Cataluña su personalidad y dar satisfacción completa a sus aspiraciones, que no concretaron, lo que dio origen a bastantes reparos del Sr. Lerroux, conocedor mejor que nadie de la forma de proceder de los elementos extremistas catalanes”. Termina diciendo que su informador le dice que “todo ha quedado prendido con alfileres, no obstante lo cual ellos se las prometían muy felices”.

Yo siempre he concedido bastante credibilidad a estas palabras de Mola. Más que nada, porque en sus memorias el general no hace intento alguno de mejorar su posición. No oculta lo tarde que se informó de la reunión de San Sebastián; en realidad, confiesa sin ambages que no estuvo previamente informado de la reunión; algo que, si verdaderamente mandaba sobre un CNI mínimamente eficiente, tenía que haber pasado. Ciertamente, quizás intenta rebajar las expectativas de la reunión para justificar que no le hiciese mucho caso. Sin embargo, yo creo que la confluencia del testimonio de Mola y la nota de Prieto dicen cosas.

En primer lugar, a la luz de estos dos testimonios, hemos de tomar una decisión: o creemos a quien dice que todos estuvieron de acuerdo en todo; o creemos a quien dice que hubo reparos graves, cuando menos, en el tema catalán. Conociendo a Lerroux y su actuación posterior, yo creo que en esto Mola es más creíble que Prieto; pero, como veremos pronto, otros testimonios son claros al afirmar que Lerroux, en realidad, se puso de parte de los catalanes, por lo que cabe preguntarse si Mola miente, o lo intoxicaron. 

Por otro lado, yo creo que esa sensación que transmite Mola de que los reunidos en San Sebastián son gente a la que les da igual Juana que su hermana y que están dispuestos a juntarse con quien sea, es exagerada. Doy por probable que en San Sebastián, si alguien intentó abrirla que no creo, se cerró la puerta de las fuerzas de derechas. Otra cosa es lo que ya he contado: los reunidos en San Sebastián estaban allí para medir sus fuerzas en la calle contra el régimen; y esas fuerzas se multiplicaban por mil si contaban con los socialistas y, sobre todo, los anarquistas, amigos de los catalanes o, cuando menos, de algunos catalanes, y catalanes ellos mismos en su mayoría.

Finalmente, entre la tesitura entre que San Sebastián fue un pacto de hierro o una reunión “prendida con alfileres”, vista la calculada oscuridad y ausencia de detalles en la nota de Prieto y lo que viene ahora, me decanto por lo segundo.

Para hacernos una idea de lo que se habló en la reunión de San Sebastián hace falta hacer un poco de Historia forense, tomando testimonios de aquí y de allá; y, la verdad, todavía quedan muchas cosas al albur de la imaginación o de la intuición; porque, como ya os he dicho, los participantes en aquella reunión, yo creo que de forma consciente, no quisieron dejar trazas confirmadas por todos de lo que se habló.

Miguel Maura, en sus escritos, aporta, para empezar, un dato que a Prieto se le escapó en su nota: en San Sebastián hubo un participante más, conmilitón de Prieto para más datos. Se trata de Fernando de los Ríos, que sería luego ministro republicano. Maura no sólo dice que De los Ríos estuvo en San Sebastián, sino que le confiere una misión muy importante, pues lo hace salir la misma tarde del 18 de agosto camino de Madrid para contactar con las fuerzas obreras (PSOE y UGT). De los Ríos, sin embargo, y cuando menos que yo sepa, no le reclamó nunca a Prieto su olvido; olvido que, en todo caso, tiene su cierta lógica. Prieto era un socialista de ésos a los que les importa igual Juana que su hermana mientras ellos estén calentitos. Mi epítome de socialista prietista de hoy en día es José Bono, para que nos entendamos. Cabe dentro de la lógica que, una vez que el PSOE decidió, que eso está bastante claro que lo decidió, no ir a San Sebastián y esperar precisamente al resultado de la reunión; una vez que eso se planteó así, digo, es plenamente lógico que Prieto quisiera monopolizar la presencia socialista en la reunión y, consiguiente, cometiese el calculado olvido de no citar su compañero de fatigas socialistas obreras españolas.

Lo que sí parece claro, porque lo confirman varias fuentes, es que la reunión comenzó con una declaración clara por parte de los catalanes en el sentido de que, o se hablaba de lo suyo, o ellos se iban. No está claro quién lo dijo, pero se dijo. La futura república española, argumentaron los catalanes, debía admitir el derecho de los catalanes a la autodeterminación.

Según Maura, fue Carrasco Formiguera quien habló, para decir: a nosotros, los catalanes, no nos interesa esta reunión si, previamente, no se conviene en que el advenimiento de la república entraña la más absoluta autonomía para Cataluña. A partir del nacimiento del nuevo régimen, Cataluña recaba su derecho a la autodeterminación y se dará a sí misma el régimen que la convenga. Maura califica estas palabras de “desatino” y añade que se vieron seguidas de “un silencio general y penoso”.

Los propios catalanes sacaron la idea de que Albornoz (Álvaro) fue quien les puso más la proa (lo cual encuentra lógica en el carácter sanguíneo y legalista del infrascrito); aunque Maura trata de abrogarse ese papel a él mismo, señalando que fue el primero en contestarles, y que atacó duramente la voluntad de autodeterminación de los catalanes argumentando que “por tal camino se iba derecho a la guerra civil”. Sea como sea, parece que los nacionalistas encontraron apoyo en Marcelino Domingo y en Alejandro Lerroux, cosa que a todo el mundo parece sorprender (aunque, como ya he escrito, Mola, o su informante, defiende exactamente lo contrario; lo cual, por cierto, sugiere que dicho informante pudiera ser el mismo Lerroux); también apoyó a los catalanes Santiago Casares Quiroga, quien habría intervenido para señalar que gallegos y vascos tenían derecho a lo mismo. Entre los contrarios, Maura destaca el papel de Prieto. Es normal que a los catalanes, en sus memorias, las intervenciones de Prieto no les impresionasen mucho, puesto que no fueron acerca de ellos y al nacionalismo catalán, de toda la vida, lo que no tiene que ver con él, ni se lo mira. Prieto intervino, aparentemente, de forma furibunda, contra los deseos de autodeterminación. Pero lo que le preocupaba no eran los deseos de los catalanes, sino el anuncio de Casares en el sentido de que vascos y gallegos querían lo mismo. En una expresión muy clara del concepto patrimonial que tenían de la república aquellos republicanos, es decir, que ellos no querían construir una república, sino una república de izquierdas en la que ellos gobernasen 105 años, Prieto opinó que la autodeterminación vasca no podía darse, porque beneficiaría a un nacionalismo de derechas.

Maura dice que, tras la discusión producida, hubo un acuerdo unánime, es decir, expresamente aceptado por los catalanes, en el sentido de que “la república no podía contraer más compromiso previo con Cataluña que el de llevar al Parlamento Constituyente un Estatuto de Autonomía”; y que “Cataluña no gozaría de ningún privilegio en relación con las demás provincias y regiones españolas”. Algunas fuentes indican, en este punto, que fue Alcalá-Zamora quien impuso el criterio de que cualquier medida o paso debía ser aprobado por las Cortes españolas; y le pega, pues era, de lejos, el más fino jurisconsulto que estaba en aquella reunión.

En sus memorias, Jaume Ayguadé comienza por abrogarse el mérito de haber sacado el tema catalán al inicio de la reunión, retirándoselo a Carrasco Formiguera. En fin, ése es un problema entre catalanes, así que mejor será que lo resuelvan ellos, si quieren.

Ayguadé confirma en sus palabras, aunque tratando de adornarlo un poco, que el principio básico de los catalanes fue “si no apañáis lo nuestro, no contéis con nosotros”. Lo cual tiene plena lógica, pues es principio que no acuñó Maciá sino, mucho antes, Cambó (“¿Monarquía? ¿República? ¡Cataluña!”). Eso sí, el catalán pinta un planteamiento totalmente diferente al que pinta Maura. Según él, “la crudeza y claridad con que nos expresábamos los delegados catalanes fue precisamente lo que conquistó su simpatía [la del resto]”. Como puede verse, el hombre es un ser vivo que piensa lo que quiere pensar, y ve lo que quiere ver.

Es Ayguadé quien dice que la postura más agresiva fue la de Albornoz, lo que provocó la salida en defensa de Domingo. Y afirma que la solución que se encontró fue que “se reunirían los ayuntamientos y diputaciones de Cataluña para elaborar sus libertades”. “De hecho”, añade, “lo que se acordaba era el Parlamento de Cataluña”. Añade el catalán que a la hostilidad de Prieto a la cuestión vasca se unió Sasiaín, que presidía la reunión.

Ayguadé refiere que, tras celebrarse la reunión, los participantes catalanes se fueron al hotel Londres de la ciudad, donde estaban hospedados (y que, aparentemente, sigue existiendo). Allí valoraron el hecho de que no había testimonio escrito alguno de la reunión (lo cual sugiere que no supieron nada de la iniciativa de Prieto), y, por ello, acordaron firmar un acta en los siguientes términos: Que su participación en los importantes acuerdos tomados en dicha reunión fue precedido de unánime y explícito reconocimiento por parte de todas las fuerzas republicanas españolas, de la realidad viva del problema de Cataluña y del compromiso formal contraído por todos los presentes respecto a la solución de la cuestión catalana a base del principio de autodeterminación, concreta en el proyecto de estatuto o constitución autónoma, propuesta libremente por el pueblo de Cataluña y aceptada por voluntad de la mayoría de los catalanes, expresada en referéndum votado por sufragio universal. Como puede verse, este acta y el "acuerdo unánime" del que hace notaría Miguel Maura son notablemente diferentes.

De todos los testimonios cabe concluir que, en realidad, el único tema político del que se habló en San Sebastián fue Cataluña. No se habló ni de la política económica, ni de la educativa, ni de los derechos civiles, ni de nada. Tras superar el escollo catalán, se pasó a discutir la estrategia revolucionaria para acabar con el régimen. Una revolución en la que dice Maura que “muy pocos tenían fe”. La gran decisión fue formar un Comité Ejecutivo que dirigiría los trabajos revolucionarios, formado por: Alcalá-Zamora como presidente, Prieto, Azaña, De los Ríos, Domingo, Albornoz y Maura.

Este comité se reunió el 18 en la casa de Maura en Fuenterrabía y decidió buscar la convergencia con las fuerzas de izquierdas; para lo que envió (o no) a De los Ríos a Madrid.

Sabemos que el PSOE solicitó días después que alguno de los republicanos no socialistas viajase a Madrid, acompañado de Prieto, a quien obviamente Largo Caballero quería atar corto. Consiguientemente, viajaron a la capital Prieto, Azaña y Maura, aunque el tercero de ellos no se entrevistó con Besteiro, Saborit y otros socialistas. Los socialistas pre republicanos, en buena medida, habían heredado la repugnancia que siempre sintió Pablo Iglesias hacia la dinastía Maura.

El acuerdo, a juzgar por los testimonios, fue rápido, aunque con matices. La UGT, en concreto, se adhirió a la voluntad revolucionaria, aunque dejó claro que no saldría a la calle hasta que no lo hiciese el Ejército. Muy escaldados de la huelga del 17 (o sea, de lo mal que la habían organizado), ya no querían ser espadaña de nada, ni de nadie. Esto se confirmaría tristemente en el episodio de Jaca.

Largo Caballero estaba en Bruselas, pero a su llegada a Madrid prestó su apoyo a la iniciativa porque, dijo, se le informó de que “se trataba de algo serio”.

Visto lo visto, ¿qué podemos decir de la reunión de San Sebastián?

Lo primero que yo creo que podemos decir de la reunión de San Sebastián es que es mucho más lo que no sabemos que lo que sabemos. Las personas que acudieron a aquella reunión no firmaron nada conjuntamente; pudieron hacerlo así por cautela (Maura insinúa varias veces que se sentían seguidos por la policía; cosa que no se deduce de las memorias de Mola); o, también, por desconfianza, pues lo cierto es que las noticias que Mola dijo adquirir a las pocas horas apuntan a que consiguió las confidencias de alguien que había estado allí mismo sentado. Más allá de lo no firmado, hay testimonios muy esquemáticos, empezando por la nota de Prieto, que aparentemente redactó por iniciativa propia y para su propio beneficio (Maura no tiene razón alguna para mentir metiendo a De los Ríos en la reunión, y Prieto sí que las tenía para obviarlo).

El gran problema que plantea San Sebastián es la pregunta: ¿fue aquello una cascada de colores, con acuerdos totales por todas partes; o una desabrida discusión en la que los presentes acordaron no estar de acuerdo? Dicho de otra forma: ¿qué se habló, y qué se pactó, sobre el tema catalán?

Lo que yo doy por cierto es que los catalanes plantearon la autodeterminación de Cataluña; es decir, anunciaron que, en la España republicana, Cataluña decidiría su destino por sí misma. Es evidente que diversos miembros de la reunión (Albornoz, Maura, Alcalá, tal vez Prieto en algún matiz) contestaron diciendo que esa decisión no competía a los catalanes, sino a los españoles; y, entonces como ahora, trataron de resolver el sudoku manejando el concepto de autonomía política.

La impresión es, en todo caso, de que todo se desarrolló en un lenguaje más abstruso de lo que pretenden algunos protagonistas, como Maura, quien se vanagloria, a toro pasado, de haberles puesto a los catalanes los puntos sobre las íes; se vanagloria, incluso, de haberles convencido para apoyar un acuerdo (nunca firmado) que sustantivaba la soberanía española sobre la cuestión y de haber evitado que la guerra civil estallase en 1931 en lugar de en 1936. Pero el hecho es que los catalanes, o entendieron, o quisieron entender, que lo que se les había garantizado era la toma de decisión por parte de ellos, y sólo de ellos, sobre el futuro de Cataluña; tal y como reflejaron en el acta.

De aquí cabe preguntarse dos grandes cuestiones. Una: la obsesión de Maura por defender que en San Sebastián se evitó el estallido inmediato de la guerra civil, ¿no estará escondiendo el hecho de que alguno de los más sanguíneos contertulios llegara a amenazar a los catalanes con enviar al Ejército a Cataluña si se escindían? Segunda pregunta: si los catalanes redactaron el acta del hotel Londres, ¿se la inventaron porque no les gustó lo que les habían dicho; o, más bien, estamos ante un típico caso de: “Pasqual, aprobaré el Estatuto que apruebe el Parlamento catalán”?

Lo que sí está claro, para mí, es que la reunión de San Sebastián fue una reunión que se perdió hablando en que si la puta, o la Ramoneta (además, literalmente); y que, como consecuencia, estuvo muy lejos de ser lo que cierta historiografía quiso ver en ella, es decir una planificación, más o menos meticulosa, de la futura II República española.

Fue un simple ¿qué hay de lo mío? Y, en sus resultados concretos, el republicanismo español se echó en brazos de las fuerzas con capacidad revolucionaria. Las consecuencias pronto se verían.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario