viernes, octubre 18, 2024

Mao (33): La guerra de la sopa de agujas de pino

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  



La intervención china en la guerra de Corea salvó la dictadura de Corea del Norte en los minutos de descuento. Kim Il Sung estaba claramente perdiendo la guerra que había iniciado; pero unos meses después, las tropas del sur habían sido desalojadas del norte del paralelo 38. La consecuencia, sin embargo, fue una dependencia total de China. Kim todavía tenía 75.000 soldados; pero dependía totalmente de los 450.000 que Mao había puesto en juego. El 7 de diciembre, los chinos recuperaron Pyongyang, la capital de Corea del Norte. Kim, abrumado por los hechos, les cedió a los chinos la comandancia de la guerra. Eso convirtió a Peng De Huai en el general Mola de los comunistas.

Peng, sabiamente, era partidario de hacerse el euskaldún y considerar que a los comunistas no se les había perdido nada al sur del árbol Malato (el árbol Malato es un árbol entre simbólico y fantasioso situado en los confines de Euskal Herria; y en cuyas raíces los vascos, presuntamente, clavaban sus hachas antes de volver a casa, porque se supone que nunca luchaban más allá de dicho árbol). El general, por lo tanto, quería parar en el paralelo 38. Pero no Mao. Mao quería dominar el mundo al sur del paralelo 38. Peng, de nuevo sabiamente, le retrucó a su jefe político que en el norte la cosa era fácil porque las tropas estaban a salvo del bombshelling estadounidense. Pero que al sur la historia era otra. Mao le contestó que le importaba un huevo (y no mentía; es que le importaba un huevo). En enero de 1951, la marabunta china, a base de empujar y empujar, tomó Seúl. Los chinos estaban a 100 kilómetros del paralelo. Mao, las cosas como son, había causado una gran angustia en los EEUU. Días antes, el 15 de diciembre, el presidente Truman había declarado un estado de emergencia nacional; algo que ni había pasado en toda la segunda guerra mundial, ni pasaría durante toda la guerra de Viet Nam.

Suele pasar, como ya os he dicho muchas veces, que cuando alguien o algo parece estar en el ápex de su éxito, en realidad está en una situación bastante jodida. Para cuando Truman se acojonó, muchas unidades chinas estaban muriendo, y no precisamente en manos enemigas; morían de simple frío. Su situación era tan desesperada que algunos soldados se quedaron ciegos por falta de proteínas. La respuesta del Estado Mayor fue aconsejarles que recolectasen  agujas de pino e hiciesen sopas con ellas.

Mao hizo como si el hambre y el frío de sus tropas no pudiera afectar a su acometividad. Al fin y al cabo, se alimentaban de marxismo. Pero la realidad es tozuda. El 25 de enero, las tropas occidentales, mejor pertrechadas, abrigadas y con los bagres más razonablemente lubricados, iniciaron una contraofensiva, y los chinos comenzaron a poner el culo contra el paralelo.

El 21 de febrero, un desesperado Peng voló a Pekín para entrevistarse personalmente con Mao. Quería decirle que la guerra iba como el culo y que los chinos estaban sufriendo un montón de bajas básicamente prescindibles. Se llegó por el complejo de Zhongnanhai, tan sólo para descubrir que nadie se había molestado en informarle de que Mao no estaba allí, sino en las colinas primaverales de jade. Cuando llegó le dijeron que no podía ver al presidente porque estaba echándose una siesta. Pero Peng empujó a los guardaespaldas y entró en el dormitorio a dar por culo. Mao le escuchó con aparente atención y, cuando terminó, se limitó a decirle: “No esperes una victoria rápida”.

Todo tenía una lógica. Pero una lógica que, obviamente, Peng desconocía, pues de haberla conocido, probablemente habría resignado el mando. El 1 de marzo, Mao le envió un cablegrama a Stalin en el que, sustancialmente, le dijo que todo iba según lo acordado: el enemigo, dijo, no abandonaría Corea sino tras haber sufrido cuantiosísimas bajas. Toda la estrategia de Mao, venía a decir, era seguir enviando chinos a oleadas para que muriesen en Corea, haciendo morir al enemigo también. Reconocía haber tenido 100.000 bajas; pero también reconoció, fríamente, que en el siguiente año o dos, tendría 300.000 más. Una carnicería, sí. Pero, como diría Patxi López: “¿Qué más da?”

Mao llevaba desde el mismo inicio de la guerra intentando cobrar su precio. Ya en octubre de 1950, es decir el mes en el que había entrado en la guerra, Mao había enviado a Moscú a su jefe de la Marina para reclamar la ayuda de los soviéticos. En diciembre envió a varios generales del Aire para lo mismo. Como resultado, el 19 de febrero de 1951 la URSS firmó un compromiso para construir varias factorías en China. Lo que se buscaba era empezar a fabricar aviones en territorio chino. Así las cosas, al terminar la guerra de Corea, China tenía la tercera fuerza aérea más grande del mundo, con más de 3.000 aeronaves. Mao, para entonces, estaba exigiendo los planos y especificaciones técnicas de todas las armas que los chinos estaban usando en la guerra, para poder fabricarlas en su país. Todo esto, sin embargo, chocaba con las cautelas de Stalin, que quería que China fuese su bully en el patio; pero no que fuese una potencia por sí misma. En octubre de 1951, arrastrando el escroto, los soviéticos cedieron las especificaciones de siete de armas pequeñas.

Un año después de haber comenzado la guerra de Corea, había un hombre que estaba profundamente arrepentido de haberla comenzado: Kim Il Sung. Los bombardeos estadounidenses estaban dejando su país que parecía Valdemingómez, y el dictador comenzaba a barruntarse que, si conseguía mantener su machito, lo mismo incluso era más pequeño incluso que cuando comenzó aquella aventura. Así que ahora quería terminar la guerra lo antes posible, y el 3 de junio visitó en absoluto secreto China, para plantear la posibilidad de abrir algún tipo de negociación con los estadounidenses.

Mao no quería el fin de la guerra. Pero lo que sí quería era un descansito para poder mejorar la planificación de las cosas. Así que envió a algunos altos jefes junto a Kim a Moscú, para que se fueran a ver a Stalin para discutir algún tipo de solución provisional. Stalin estuvo de acuerdo y, además, se ocupó mucho de alimentar el pecho de Mao hablando, en sus telegramas, de las conversaciones que había tenido “con tus representantes en Manchuria y en Corea”. Es decir, le daba a Kim Il Sung el tratamiento de chico de los recados del líder comunista chino. Stalin veía todo ventajas en aparecer como deseando algún tipo de tregua; ello mejoraba la imagen internacional del comunismo, que no dejaba de ser quien había atacado; y, además, le permitía dejar ad calendas graecas el constante deseo de los chinos de que les hiciese más transferencia de tecnología militar. Así que el 10 de julio comenzaron las negociaciones para una tregua coreana.

Las conversaciones fueron bastante bien. Sin embargo, Stalin y Mao las congelaron en un punto, que era la repatriación de los prisioneros de guerra. Los estadounidenses eran de la opinión de que, de sus prisiones militares, volvería quien quisiera volver. Mao, sin embargo, quería que le fuesen entregados todos, en paquete. Como podéis imaginaros con las cosas que ya os he dicho, para entonces Naciones Unidas era bastante consciente de que la mayoría de los 20.000 prisioneros de guerra que tenía a su disposición no quería volver al continente; querían ir a Taiwan. La exigencia de Mao de que le devolviesen unos chinos que, en realidad, le sobraban completamente, y a los que había enviado a la muerte, prolongó la guerra durante año y medio, lo que supuso segar la vida de centenares de miles de personas, sobre todo chinos y coreanos.

Principiando el año 1952, Kim Il Sung estaba plenamente dispuesto a terminar la puta guerra de los cojones. En julio de 1952, presidiendo un país donde apenas quedaban un par de ceniceros y un afilaminas de mesa en su integridad, le envió un telegrama a Mao pidiéndole poco menos que de rodillas que llegase a algún tipo de acuerdo con los estadounidenses. Un tercio de los hombres adultos del país había muerto y, en palabras de Dean Rusk, entonces asistente del Secretario de Estado, “allí ya no nos queda nada que bombardear”.  Como Mao le contestó al coreano que se fuese a la mierda, éste trató de buscar la solidaridad de Stalin. El 17 de julio, sin embargo, Stalin dejó claro en un telegrama que consideraba que la posición de Mao frente a un armisticio (o se devolvían todos los POW, o nada) como totalmente correcta. Ahora, la URSS y China estaban jugando a la guerra en contra de los intereses de Corea del Norte; pero esto es algo que, por supuesto, la familia Kim ha olvidado hace mucho. De hecho, la famiglia tuvo suerte de sobrevivir, porque en aquel entonces tanto chinos como soviéticos, que apreciaban enormes ventajas en una guerra larga de tres años más o así, estaban pensando que Kim era un problema para eso, y coqueteando con la idea de emasculárselo.

En el verano de 1952, Mao y Stalin estaban de acuerdo: la guerra estaba rompiendo los nervios de los Estados Unidos. Sin embargo, ahí terminaban sus acuerdos. Mao seguía esperando que la URSS diese los pasos para permitir que China se convirtiese en una potencia militar por sí misma; pero Stalin, como el vasco del chiste, no era partidario.

Lo cierto, sin embargo, es que la estrategia de Mao estaba dando sus frutos. Estados Unidos estaba teniendo unas pérdidas aéreas considerablemente por encima de su tasa de reposición, y las bajas, unas 37.000, eran excesivas para la opinión pública interior. En 1952 hubo campaña electoral presidencial; y se desarrolló en un país en el cual el apoyo a la guerra de Corea era tan sólo del 33%. Uno de los eslóganes del candidato republicano, general Dwight D. Eisenhower, fue I will go to Korea; eslógan que todo el mundo consideraba que terminaba: to make peace.

En esas condiciones, China se consideró en condiciones de presionar a Moscú. Chou En Lai transmitió una petición en la que se hablaba de la construcción de 147 factorías en China, para producir cazas, barcos, tanques. Stalin hizo varias declaraciones destacando lo importante que resultaba que China mejorase su poder militar; pero jamás plantó su firma en la lista de Chou.

El problema de Stalin era que China, sin llegar a ser una potencia militar, ya estaba expandiéndose con mucha rapidez como líder marxista asiático. Coincidiendo con la guerra de Corea, estaba en combinación con el Partido Comunista Japonés para dar por culo en el país. También había extendido sus terminales en Filipinas, y en Malasia, donde había usado a la numerosa minoría china para montar una rebelión antibritánica. Asimismo, tenía terminales en Birmania y, por supuesto, el Viet Nam de Ho Chi Minh cada vez dependía más de él.

El único paso claro de Stalin en la dirección deseada por Mao era el tema de Tibet. Ahí, el líder soviético reconocía que se trataba de una parte de China y que, por lo tanto, en Tibet Mao podía hacer lo que le pareciese. Pero en el resto del sudeste de Asia, venía a decir, haría mejor en ser cauto. Mao, sin embargo, ambicionaba convertirse en el líder comunista de Asia, mediante la celebración de un congreso por la paz mundial en Pekín; uno de ésos que, en aquel entonces, se consideran congresos no alineados, aunque estaban más alineados que una encimera de cocina.

Todos aquellos movimientos, y muchos más, acabaron por despertar las suspicacias de una persona extremadamente suspicaz como Stalin; el resultado fue que el líder soviético comenzó a contemplar al chino como una amenaza. En septiembre de 1952, cuando Peng De Huai llegó a Moscú acompañando a Kim Il Sung, comenzó a trabajarse al general. Cuando Chou reportó a Pekín que Stalin había preferido reunirse con Peng a solas, es decir, sin el propio Chou, Mao se puso como el puma de Baracoa. En octubre, Liu Shao Chi llegó a Moscú para el congreso del PCUS, y Stalin le dio también un tratamiento muy especial. El 9 de octubre, dio un enorme paso adelante: Pravda se ocupó de las felicitaciones chinas respecto del congreso. En su crónica, Liu Shao Chi era denominado secretario general del PCC (cosa que no era, porque el PCC no tenía secretario general). Nada más leer la crónica, el propio Liu le escribió una nota a Malenkov dejándole claro que el periódico la había cagado; pero, claro, no la había cagado. Tras mucho pensárselo, Liu decidió quedarse en Moscú. Una vez terminado el congreso, se reunió con Ho Chi Minh y con Stalin; juntos, hablaron no sólo de Viet Nam, sino también de Japón, y de las perspectivas en Indonesia. Stalin, de hecho, mantuvo a Liu en Moscú hasta enero de 1953, y le dio acceso a las personas por las que Mao suspiraba más, y él lo sabía: los comunistas indonesios. Liu pudo entrevistarse con Audit y Njoto, los dos grandes líderes en ese momento del marxismo indonesio. Los dos indonesios estaban iniciando un camino, el del patrocinio chino, que les llevaría a ellos, y a otros miles de comunistas, a ser masacrados. De alguna manera, esos días Liu Shao comenzó a sellar su propio destino.

Mao, por lo demás, seguía con la matraca de que se le permitiese ser una potencia militar. Mientras tanto, intensificó sus esfuerzos por convertirse en algo así como el dueño oculto de Corea del Norte, ofreciéndole a Kim Il Sung créditos para financiar su existencia. Moscú también estaba arbitrando préstamos para el coreano; pero los préstamos chinos tenían la ventaja, indudable, de que eran a cero interés y de que, además, Mao nunca tenía prisa por cobrar. En enero de 1953, Stalin, no muy convencido, le autorizó a Mao para que Marina participase en sus primeros ejercicios navales; sin embargo, siguió sin dar su brazo a torcer en lo de la creación de nuevas factorías.

La guerra, a principios de 1953, había continuado con su altísima factura de bajas en ambas partes. El 2 de febrero, en su discurso sobre el estado de la Unión, el presidente Eisenhower insinuó que estaba un poco hasta los huevos de todo aquello, y que si el tema no se apañaba lo mismo volvía a soltar otra bomba atómica. La insinuación fue oro molido para Mao: ahora tenía razones para exigirle a Stalin no sólo apoyo a la hora de fabricar armas; es que le podía pedir que le diese acceso a la tecnología atómica.

Mao deseaba la bomba atómica desde el lanzamiento de la primera en Hiroshima. Nada más producirse el discurso de Eisenhower, Mao despachó a su mayor experto nuclear, Qian San Qiang, a Moscú. La oferta era tentadora: dame a mí la puta bomba, que yo la lanzaré. Así tú no aparecerás como culpable.

El mensaje dejó a Stalin hondamente preocupado. Tan, tan preocupado, que no son pocos los historiadores que consideran que, tal vez, fue la gota que lo mató. O que ayudó a matarlo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario