jueves, junio 11, 2020

La Baader-Meinhof (8: huidos)

Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.

El preso-investigador
Esa chica de escuela católica
La pareja se encuentra
Matrimonio y maternidad
Divorcio y radicalidad
Los últimos pasos
Hagamos que el capitalismo financie su propia destrucción
El traslado al Oeste
Bajo mínimos
El rescate
La escalada
Kaiserlautern
Las bombas de Heidelberg
La caída
Sabihondos y suicidas
Sartre echa un vistazo
Estocolmo
El juicio
Mogadiscio
Epílogo: queridos siperos


Tras diversas negociaciones con la universidad y con los organizadores de los propios hogares para los jóvenes, Herbert Faller, el director de los mismos, accedió a buscar la manera de legalizar la situación de aquellos muchachos que habían querido irse con los incendiarios metidos a educadores. En realidad, la labor que Proll, Baader y Ensslin querían realizar era una labor de concienciación política. Los chavalotes, en su mayoría, respondieron a los mitines recibidos activando el atavismo lógico de hacer caso de aquéllos quienes les habían procurado una existencia cuando menos algo mejor. Así pues, comenzaron a tapizar sus habitaciones con los inevitables pósters de Mao y de Stalin; si bien, como destacó Faller, conforme iban cumpliendo años, ganando algo de pasta, aprendiendo algún oficio y, consiguientemente, sintiendo la llamada de sus sistemas hormonales, los grandes líderes de la izquierda comenzaron a verse sepultados debajo de una tupida red de tías en pelotas, sobre cuyos conocimientos de la teoría marxista del valor añadido no hay, que yo sepa, noticia.

De todos modos, la Arcadia feliz que habían montado los amiguetes tampoco era ninguna maravilla; con el tiempo, se multiplicaron las huidas. Algunos de los internos, incluso, y a pesar de los tristes y desestructurados orígenes que tenían, incluso se volvieron contra los métodos “educativos” de que eran objeto. Pues lo cierto es que alguno de los estudiantes a cargo de la “formación” de los jóvenes, en realidad, no hacía otra cosa que educar gamberros. Y, de entre todos ellos, nadie más que Baader, quien solía organizar carreras ilegales por las calles de Frankfurt, o acciones de protesta en las cuales grupos de chavales iban a los “cafés burgueses” y allí hacían cosas como vaciar los ceniceros en las consumiciones de la gente, o meterse con los camareros (porque los camareros alemanes de Frankfurt, a principios de los setenta, como cualquier camarero en cualquier tiempo, eran sucios cerdos capitalistas todos). Por las noches, había charlas de formación en las que Baader (que, claro, qué formación iba a dar, si no la tenía) les hablaba de crear una especie de ejército de desharrapados que arrasaría con la Alemania Federal. Enseñaba a sus pupilos a despreciar la propiedad de otros, a no tener reparo en incumplir las normas (les dejaba quedarse en la cama si querían y faltar al trabajo). Todo un proyecto educativo que no dejaba de tener coña, pues el problema de la mayoría de aquellos muchachos, en su base, era el mismo que el propio Baader (y Ensslin) habían provocado, pues habían sido abandonados por sus padres.

Por extraño que pueda parecer o, bueno, la verdad es que no parece extraño, porque en el mundo, en toda época, siempre ha habido más tontos que botellines; por extraño que pueda parecer, digo, aquel extraño proyecto educativo, y el hecho de que estuviese dirigido por unos tipos que habían sido condenados por los temibles jueces y la cabrona de la policía por haber quemado unos grandes almacenes como protesta contra el capitalismo, resultaba atractivo para según qué gente. Por esa razón, fue durante el desarrollo de este extraño proyecto educativo y de formación personal cuando el embrión de la banda Baader descubrió que había mucha gente en el mundo dispuesta a soltar pasta. Es, cómo no, la figura de la persona que, bien por herencia de familia, bien porque se lo ha currado, está forrada de pasta, y se siente mal por ello. Para lavar su conciencia, se dedica a entregar dinero a patrocinados cuando más radicales, mejor. A mí, personalmente, y perdone el lector esta pequeña digresión, siempre me ha causado extrañeza el hecho de que muchos de estos progres acomodados sean los primeros a la hora de criticar los gestos de los burgueses renacentistas y barrocos, que explotaban a sus criados o empleados y luego lavaban sus conciencias regalando un cáliz de oro a su catedral local. Y digo que siempre me ha extrañado porque ambas actuaciones son, básicamente, lo mismo.

He dicho Baader, pero quien realmente descubrió esa capacidad de allegar recursos fue Gudrun Ensslin. Era la que estaba en mejores condiciones de ser la fund raiser del grupo; los otros eran demasiado gañanes. Hasta entonces, los Baader habían rechazado con displicencia lo que llamaban “limosnas del Reich” cada vez que alguien trataba de ayudarlos; pero ahora cambiaron de idea. Lo hicieron, sobre todo, cuando una mujer de Frankfurt, mujer del dueño de una cadena de tiendas, les regaló un coche casi nuevo. Fue todo un gesto de solidaridad por parte de esa señora, quien al fin y al cabo vivía del comercio, esa misma actividad contra la que habían atentado los tipos a los que ahora ayudaba. En todo caso, hay que decir que Gudrun y Baader abollaron el techo del coche para que no pareciera tan nuevo; tan capitalista, supongo.

Unos tres meses después de haber comenzado el proyecto, éste recibió reconocimiento oficial. Para entonces, de todas maneras, el colectivo estaba notablemente mermado a causa de los que se habían ido.

Llegó noviembre, es decir, el mes de la apelación. Y la apelación salió como el culo. El tribunal rechazó todos los argumentos de la defensa y, por lo tanto, ordenó que los cuatro chavalotes volviesen a prisión. Pero sólo regresó Horst Söhnlein, quizás porque ya era el único de los cuatro que mantenía la intención de tener algún día una vida razonablemente normal (y lo consiguió; se casó con una actriz, Úrsula Strätz, con la que compró un teatro).

Los otros tres decidieron huir de la Justicia. La misma tarde que la apelación se había visto, Thornwald Proll, reunió a sus discípulos, les repartió sus libros y pertenencias, y después se metió en un coche con su hermana Astrid. Junto con Ensslin y Baader, salieron del país.

El perfil de la huida deja bien claro que los incendiarios llevaban tiempo preparándola. Un compañero los esperaba en el parking subterráneo de unos grandes almacenes con un coche con el tanque de gasolina lleno. Ese camarada los condujo en ese coche de Frankfurt a Hanau. Allí hubo un nuevo cambio de vehículo y conductor, y tiraron para Francia.

Para aquel entonces, aunque todavía no existía el acuerdo Schengen, pasar de un país a otro de la Comunidad Económica Europea siendo ciudadano de uno de sus Estados no era difícil. Y, además, a los huidos no les faltaron coches. Como deja clara la anécdota del suyo propio, en aquella Alemania no faltaban personas acomodadas dispuestas a take a walk on the wild side ayudando a gentes que, en su visión, estaban luchando por la sociedad que pretendía la verdadera izquierda. Tampoco les faltaron cucos apartamentos donde dormir.

De hecho, cuando llegaron  París, que era su destino, se alojaron en un cómodo apartamento nada menos que en el Ile de la Cité, muy cerquita de Nôtre Dame. La “modesta” casa era propiedad de Régis Debray, un famoso periodista de izquierdas de la época, quien en ese momento estaba preso en Bolivia. Debray, otro nota de la abultada nómina de teorizantes revolucionarios de la época, podía considerar que la policía no iría a su casa pues, al fin y al cabo, revolucionario y todo, no dejaba de tener un papá que era un conocido abogado, y una mamá concejal.

Desde París, usando el teléfono del apartamento, los huidos hablaron con Ulrike Meinhof, que había tenido bastante contacto con su proyecto socioeducativo (entre otras cosas, había intentado reclutar a los pupilos para que participasen en una manifestación en un juicio); y, por supuesto, Astrid Proll. Baader le pidió especialmente a Astrid que le trajese su coche. El revolucionario anticapitalista echaba de menos su más preciada posesión, y no parece que se preguntase cuántas plusvalías habían sido alienadas durante su construcción. De hecho, cuando Astrid llegó a París con el coche, se dedicó a conducirlo a gran velocidad por la ciudad.

Los huidos, la verdad, no hacían vida de escapados. Tenían bastante pasta, así pues se pegaban unas cuchipandas de puta madre. Pero acabaron peleándose por lo que siempre se pelean los colegas de ultraizquierda: por la praxis.

Astrid Proll sentía una pasión especial por Al Fatah y la causa palestina. De ahí había sacado la idea de que el safe haven definitivo de los cuatro tendría que ser Palestina o, en su defecto, algún territorio amigo de Oriente Medio. A Gudrun esa perspectiva no le molaba demasiado. A ver, probablemente también le parecía la hostia limonera la causa palestina; pero, como le suele ocurrir al concienciado ultraprogre, llegaba un punto en el que se daba cuenta de que una cosa es apoyar a los pobres palestinos, y otra vivir con ellos (y como ellos). Ella se quería quedar en algún lugar cómodo y escribir un libro sobre su reciente experiencia socioeducativa. Thorwald quería volver a Alemania; su deseo, de hecho, se hizo más intenso conforme más fue faltando la pasta con la que el grupo había llegado a París.

Estaba claro que, cuando hay opiniones muy diferentes, lo suyo es acordar un consenso en torno a un territorio neutral. Y, ¿qué hay más neutral que Suiza? Lógicamente, pues, el grupo decidió emigrar a la patria de los relojes, y del dinero.

Las discusiones en torno a qué hacer habían despertado las sospechas en Gudrun y Andreas en el sentido de que Thorwald era un peligro; parece ser que hasta Astrid, que era su hermana, estuvo de acuerdo. La cosa es que el tipo no parecía estar cortado de la misma madera. Se acojonaba fácil, no atravesaba bien los momentos de falta de recursos y, en general, parecía tener una moral de cristal. Para ellos, pues, era una bomba de relojería; cualquier día podía perder la presencia de ánimo y hacerles un roto. Como consecuencia de todas estas sospechas, decidieron perderlo y, efectivamente, cuando estaban en Estrasburgo, se las arreglaron para dejarlo solo. Proll los esperó tres horas en el lugar en el que habían quedado; después de tanto tiempo, hasta él se dio cuenta de que lo habían tangado. Así las cosas, se fue a Londres y luego a Alemania, donde se acabó entregando el 19 de noviembre de 1970. Salió del maco antes de lo que debía, en octubre de 1971, y se hizo librero. No volvió a acercarse a una bomba incendiaria.

Acerca de los movimientos del grupo después de eso, sabemos que Peter Brosch, uno de los pupilos del proyecto socioeducativo, recibió una llamada de Gudrun Ensslin en la que le pedía que le llevase a Zurich unos papeles que necesitaba para su libro. Le dio la dirección de un escritor que había escrito un libro sobre la revolución cultural china (bueno, un libro sobre la revolución cultural china, no; un libro sobre lo que quería creer que era la revolución cultural china). Sin embargo, cuando Brosch llegó a Suiza, en diciembre de 1970, simplemente le dijeron que el grupo se había ido.

De vuelta a Frankfurt, Brosch recibió una llamada de teléfono, en febrero de 1970. Gudrun, desde Nápoles. Le contó que algún cabrón les había robado el coche (curioso cabreo ése entre unas personas que no creían en la propiedad privada capitalista) y que estaban en la última pregunta. Habían escuchado en la radio noticias que parecían que hablaban de alguna medida de gracia que les sería aplicable. Brosch les confirmó que así era. Que existía una noticia, digo. Varias personas habían escrito para solicitar una gracia en favor de los huidos, sobre todo gracias a su labor realizada en su experiencia con los chicos en situación vulnerable. Pero lo cierto es que el Ministerio de Justicia de Hesse había rechazado dicha medida el 4 de febrero de 1970.

Así pues, el grupo tenía que seguir riding like the wind.

2 comentarios:

  1. Anónimo10:18 p.m.

    Hola no se si alguien mas le pasa pero a mi en el link de al maco me lleva a una pagina con el siguiente mensaje "Lo sentimos, la página que estabas buscando en el blog no existe."
    Aprovecho para felicitarte por el blog y desearte que hayas superado el mal de lombrices que yo tb padeci de pequeñito.

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    1. Sí, son problemas con el enlace permanente, que no es muy permanente. Lo he cambiado en esta toma y en otras.

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