lunes, junio 08, 2020

La Baader-Meinhof (5: la primera violencia)

Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.

El incendio del Schneider
Al maco
Huidos 
El preso-investigador
Esa chica de escuela católica
La pareja se encuentra
Matrimonio y maternidad
Divorcio y radicalidad
Los últimos pasos
Hagamos que el capitalismo financie su propia destrucción
El traslado al Oeste
Bajo mínimos
El rescate
La escalada
Kaiserlautern
Las bombas de Heidelberg
La caída
Sabihondos y suicidas
Sartre echa un vistazo
Estocolmo
El juicio
Mogadiscio
Epílogo: queridos siperos


Las protestas por el atentado contra Rudy Dutschke fueron ganando en violencia. En Munich, los enfrentamientos con la policía provocaron que los estudiantes reaccionasen a pedrada limpia. Uno de los proyectiles impactó en un periodista de la Associated Press, que tuvo que ser hospitalizado y murió algunos días después. El mismo destino tuvo un estudiante. En Berlín, las cosas no iban mucho mejor. El obispo de la ciudad se ofreció para mediar entre los estudiantes y las autoridades, pero no consiguió nada. Los estudiantes rechazaron también la mediación de personas del partido socialdemócrata y del liberal.

El mismo día en que Dutschke fue agredido, el que era su compañero y había estado con él, Stefan Aust, llegó a la sede de la SDS poco tiempo después de los hechos. Allí se encontró con Ulrike Meinhof, a la que conocía de Konkret, y juntos se fueron a tratar de realizar una protesta en el edificio de Springer. Allí, sin embargo, fueron detenidos por la policía, que se coscó de que habían colocado su auto en la salida del parking, estratégicamente situado para controlar a todo aquél que entrase o que saliese. Junto con Meinhof, la policía arrestó también a Horst Mahler, quien de hecho se llevó la parte del león del castigo, lo que sugiere que tal vez era el organizador. Le cayeron dos años de prisión y 76.000 marcos de multa. En cuanto a Ulrike, tuvo la gran torpeza de contratar a un abogado, Kurt Grönewold, que era más radical que ella y que trató de convertir el juicio en un mitin. 

Afortunadamente para ella, los jueces creyeron, o quisieron creer, la versión de Aust en el sentido de que su compañera sólo era una conductora deplorable, que no sabía aparcar bien. Pero, como digo, de haber ido las cosas como quería su abogado, Ulrike Meinhof habría acabado de aquella en la cárcel.

A mediados de 1968, la revuelta estudiantil alemana comenzó a perder momento. Los franceses son franceses y los alemanes, alemanes. Si a éstos, que estaban entonces en plena movida, les importaba un carajo que sus manifestaciones pudieran dar a al traste con sus planes de estudio, esto no iba para una gran mayoría, hasta entonces silenciosa, de estudiantes germanos; chavales que habían soportado el rosario de movidas en sus facultades contra la guerra de Vietnam; pero que ahora, avanzada la primavera, ante la sospecha de que tanta manifestación pudiera provocar el aplazamiento sine die de los exámenes, montaron en cólera. Una cosa era defender a los camaradas del delta del Mekong y otra perder curso.

Estas actitudes, en todo caso, sirvieron para que la minoría híper concienciada se radicalizase aún más. A pesar de que la campaña anti Vietnam tenía evidentes elementos pacifistas, pues muchas de las personas que estaban contra aquella guerra lo estaban contra cualquier guerra, el pacifismo perdió adeptos entre los concienciados, mientras que ganaba enteros la dialéctica de Gudrun Ensslin, tendente a ver todo aquello como una guerra, los estudiantes como un colectivo agredido y, como consecuencia, obligado a defenderse. Una buena disculpa para ello fue la decisión del Colegio de Abogados berlinés en el sentido de discutir la posible expulsión de la profesión de Horst Mahler tras su asunto en la sede de Springer. La SDS, evidentemente, se solidarizaba con su camarada; pero era partidaria de esperar a ver qué pasaba. Los elementos anarquistas del movimiento estudiantil, sin embargo, querían liarla leoparda sin esperar. Así, montaron una marcha a los tribunales que, cuando se tropezó con la pasma, se lió a pedradas con ella.

A lo largo de 1968 y 1969, el Ministerio de Educación en general, y la mayoría de las universidades en particular, dieron pasos importantes para “anestesiar” las protestas estudiantiles. Éstas, de hecho, eran una extraña mezcla entre reivindicaciones generales (Vietnam) y particulares (el funcionamiento de las universidades). A lo largo de relativamente pocos meses, las universidades fueron aprobando nuevas constituciones para sí mismas, en las cuales se reconocía la representación estudiantil en los órganos de gobierno. El golpe al movimiento estudiantil fue tan gordo que la SDS acabó acordando su propia disolución en 1970. En Alemania, pues, las organizaciones de protesta estudiantil nunca lograron ser una alternativa seria a las organizaciones de poder político y social ya establecidas.

Sin embargo, siempre quedan esos tipos a los que Bertold Brecht valoraba tanto; ésos que luchan toda la vida. Éstos a los que se la suda que el tiempo se les ponga en contra, que no son capaces de leer las evoluciones y que, por lo tanto, se embarcan en estrategias sin final. Personas que, en el caso del movimiento estudiantil alemán, tras algún que otro test, se dieron cuenta de que ya no tenían capacidad de convocatoria para montar movidas en la calle. Huérfanos de compañeros de viaje, que es lo que siempre necesita un revolucionario, tuvieron que cambiar de estrategia.

En el año 1969, mientras las manifestaciones estudiantiles perdían fuelle a marchas forzadas, hubo nada menos de 48 ataques violentos, normalmente bombas caseras, y siempre dirigidos contra cosas y no personas; porque los radicales podían ser tontos, pero no eran completamente gilipollas. El gobierno culpó de aquellas acciones a pequeñas células de activistas formadas por radicales de la Nueva Izquierda que se había formado tras la llegada del SPD al gobierno. Los radicales, por su parte, decían que esas bombas las había puesto la policía. Y, en general, mucha gente a ambos lados de la trinchera, tanto los radicales como la policía y los, por así decirlo, amantes del orden, consideraban que la Kommune I, en realidad, tenía mucho que ver con todo aquello.

La comuna, para entonces, estaba disuelta. Sus miembros hacía tiempo que habían llegado a la conclusión de que: a) lo mejor es que cada uno folle con la suya, o con el suyo; b) eso de llenar la nevera y que cada uno coja lo que le apetezca sólo sirve para que haya gente que nunca llene la nevera y, sin embargo, siempre se lleve lo que le apetece a los demás. Los ahora ex miembros de la organización que todo el mundo creía estaba detrás de aquel terrorismo de baja intensidad ni siquiera estaban todos ya en Berlín. Rainer Langhans, por ejemplo, se había ido a Munich, donde se había introducido en el muy revolucionario sector de la moda (y de las modelos). Allí, crecientemente forrado de pasta, se convirtió pronto en un conspicuo miembro de lo que los alemanes llamaban Schili, palabra que es la combinación entre schick, o sea chic, y Linke, o sea izquierda. La Shili, pues, es lo que podemos llamar la izquierda guapa, la revolución pija. Tíos con mucha pasta que, sin embargo, son más de izquierdas que nadie y se pasaban la vida diciéndole al obrero metalúrgico ucraniano que hay que ver la suerte que tenía de vivir en la URSS donde ellos nunca habían vivido, ni ganas. Nenes forrados que juegan a ser Lenin, pijos asaltadores de cajeros con el último modelo de Pepe Jeans. Pobres alemanes; en España, afortunadamente, no tenemos de eso.

Quien sí hizo mucho para que la gente pensara que la Kommune tenía que ver con esos pequeños atentados fue Fritz Teufel. Igual que su compañero Langhans, se marchó a Munich, y allí acabó arrestado por poner, más que bombas, unos petardos en una sala judicial; los tribunales eran su lugar preferido.

Con todo, la violencia de los radicales se produjo ya en 1968. En abril, para ser exactos. Tenemos que transportarnos a Frankfurt en la noche entre 2 y el 3 de abril. Aquella noche, dos grandes almacenes de la ciudad, el Kaufhof y el Schneider, recibieron una serie de bombas incendiarias que provocaron sendos fuegos en su interior.

El mismo día 4 de abril, la policía detuvo a cuatro personas, a las que acusó de los incendios. Tres de esas cuatro personas habían llegado a la ciudad hacía poco, y dos de ellas habían sido estudiantes de la Libre. Entre los detenidos destacaba la rubia Gudrun Ensslin. Los otros tres eran tíos: Thorwald Proll, Horst Söhnlein y Andreas Baader. Los cuatro negaron su relación con los hechos, aunque, con el tiempo, dos de ellos confesarían que habían querido “encender una antorcha por Vietnam”.

Proll había nacido en Kassel. Cuando sus padres se divorciaron, su padre se quedó con la custodia de los dos hermanos, Thorwald y Astrid. El muchacho se vino a  Berlín para estudiar Arte, pero lo dejó y, en su visión, ingresó en el lumpenproletariado (no es coña: cuando le preguntaban la profesión en los juicios, eso era lo que contestaba). Una vez estrenada su vida de ni-ni, comenzó a frecuentar las manifas anti Vietnam y las tabernas en proporciones más o menos iguales. Fue en un bebedero donde conoció a Andreas Baader; en aquel entonces, Baader ya estaba separado de su mujer, no tenía curro y estaba arruinado.

Por lo que se refiere a Herbert Hartmut Horst Söhnlein, era un joven turingio, lo cual quiere decir que, siquiera formalmente, era ciudadano de la Alemania Oriental. En Munich, se había aficionado por el teatro, pero no consiguió hacer de aquello una profesión. Se casó y se separó con bastante rapidez.

Por lo que se refiere a Gudrun, había nacido en 1940 en Bartoloma, una pequeña villa de Suabia, al norte de Stuttgart. Era la cuarta de siete hermanos, dos de los cuales eran retrasados mentales. Helmut Ensslin, su padre, era pastor evangélico y decía ser descendiente directo de Hegel. Papá Helmut crió a su hija dándole la base que necesitaba para convertirse en una rebelde, ya que la Iglesia Evangélica de Alemania, la organización religiosa a la que pertenecía, tenía a gala posicionarse en contra de la aceptación ciega de la autoridad. Karl Barth, el teólogo admirado de Helmut Ensslin, de hecho, se había negado a realizar el juramento de fidelidad a Adolf Hitler, y se había tenido que refugiar en Suiza por ello.

Gudrun Ensslin fue educada en eso que denominamos el compromiso social, la conciencia de los problemas de los más desfavorecidos; todo ello muy salpimentado con movidas relacionadas con el deseo de reunificación alemana, pues ése era uno de los objetivos fundamentales de la Iglesia Evangélica. En 1950, dejó la escuela elemental y comenzó a estudiar en un Gymnasium en Tuttlingen. Sacaba buenas notas, ayudaba a su madre en casa y acudía, puntualmente, a las clases bíblicas. Sus padres decidieron su futuro profesional por ella: sería maestra. En junio de 1958, aprovechando los contactos de su Iglesia en las organizaciones internacionales cristianas, se fue un año a Warren, Pensilvania. Allí se alojó en la parroquia metodista local y se enamoró de un chico estadounidense. Ella dijo, después, que en su experiencia en Estados Unidos había aprendido que el país era una mierda capitalista y tal; en realidad, la mayoría de esas ideas las traía ya de serie, pues eran las de su padre.

Regresó a Alemania, a Stuttgart, donde ahora su padre era el vicario de la Iglesia de Martín Lutero. En marzo de 1960 aprobó por los pelos su Abitur, o sea su Ebau. Se matriculó en Tubinga para estudiar Filosofía. En su cuarto semestre de estudios conoció a Bernward Vesper, quien para entonces ya editaba los llamados Panfletos Voltaire, una publicación de gran importancia para el movimiento estudiantil. Vesper era el típico joven de izquierdas rebelado contra su padre, quien en su juventud había sido un escritor de alguna manera protegido por los nazis.

Vesper y Ensslin se enamoraron como perras. Aquel verano de 1962, mientras mi madre pasaba como podía los sudores de mi embarazo, ellos también estuvieron en España. Visitaron la Alhambra de Granada, que entonces se podía visitar sin cita previa; y, de hecho, resolvieron esconderse para pasar la noche allí.

En 1964, Ensslin se examinó para ser maestra pero, de repente, cambió de idea y se matriculó en doctorado para hacer su tesis sobre un poeta alemán, Hans Henny Jahn. En el verano de 1965, la pareja se vino a Berlín; Vesper editaba los panfletos Voltaire y Gudrun se matriculó en la Libre. Para entonces, quería ser escritora. Mandó varios poemas a la revista en la que todo el mundo joven quería publicar entonces, Konkret; sus editores, Klaus Rainer Röhl y Ulrike Meinhof, los calificaron de “histéricos”, y los devolvieron.

Ambos trabajaron para el SPD. Bernward escribió varios discursos para Karl Schiller, que pronto sería ministro de Economía. Sin embargo, cuando el SPD no logró los resultados que esperaba en las elecciones de 1966 y fue a la Gran Coalición, la pareja no se lo pudo perdonar, y se pasó a la SDS.

Su vida, sin embargo, parecía estabilizarse. En 1967 tuvieron un hijo: Félix Robert (por lo menos no lo llamaron Presea Fidel, o algo así).

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