jueves, junio 04, 2020

La Baader-Meinhof (3: Benno Ohnesorg)

Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.

Rudy Dutschke ha caído
La primera violencia
El incendio del Schneider
Al maco
Huidos 
El preso-investigador
Esa chica de escuela católica
La pareja se encuentra
Matrimonio y maternidad
Divorcio y radicalidad
Los últimos pasos
Hagamos que el capitalismo financie su propia destrucción
El traslado al Oeste
Bajo mínimos
El rescate
La escalada
Kaiserlautern
Las bombas de Heidelberg
La caída
Sabihondos y suicidas
Sartre echa un vistazo
Estocolmo
El juicio
Mogadiscio
Epílogo: queridos siperos


                                                Benno Ohnesorg yace gravemente herido.

La llegada del sha de Persia a Berlín ofrecía a las izquierdas estudiantiles una ocasión dorada de expresar su punto de vista respecto del imperialismo americano, del cual Mohammed Reza Palhevi no era sino la quintaesencia. Ya le he dedicado en el blog unas cuantas páginas a la historia de la revolución iraní, texto, en el que encontraréis ya materiales creo yo que interesantes sobre el reinado de este hombre, bastante poco respetuoso con su pueblo y que, desde luego, a la  hora de dejar en buen lugar a sus patrones, no se puede decir que hiciera las cosas muy bien. A mediados de los años sesenta, sin embargo, el sha estaba en lo mejor de su vida y de su vida política; era la pica de los Estados Unidos en el Flandes de Oriente Medio, y eso le daba bula para hacer mucho el cabrón y vivir como un rajá. Los jóvenes alemanes le tenían muchas ganas, aunque sólo fuera porque Alemania era uno de los lugares preferidos a la hora de emigrar de los iraníes opositores que lograban escapar del país.

Evidentemente, la Alemania Oriental olió la sangre de nuevo. Tres días antes de la llegada de Palhevi a Alemania, y de verdad que ése es un esfuerzo que no se puede hacer con el dinero recaudado tras un guateque de instituto, medio Berlín apareció empapelado con unos carteles que pretendían emular los carteles del Lejano Oeste relativos a los bandidos más buscados. Allí se podía ver el rostro del ilustre invitado y el texto “Se Busca por Asesinato”. Un sedicente Frente por la Libertad Internacional, salido de la nada, firmaba esos carteles, donde figuraba una extensa lista de los cargos levantados contra el jefe del Estado persa.

El empapelamiento de Berlín por parte de una organización desconocida por todos con presunta sede en Viena vino a coincidir, además, con la filtración de una noticia que encabronó muchos los ánimos: el gobierno de Baviera, que tradicionalmente ha sido muy conservador por la influencia allí del movimiento cristianosocial, tenía algo más de un centenar de estudiantes iraníes en su territorio, a los que había comunicado su traslado lejos de las grandes concentraciones urbanas durante unos días. Ni qué decir que los estudiantes muniqueses la montaron leoparda en defensa de sus compis.

El 1 de junio de 1967, víspera de la llegada del sha, el Consejo de Estudiantes de la Universidad, un órgano teóricamente corporativo que existía para discutir horarios y fechas de exámenes, pero que había sido copado en sus elecciones por representantes izquierdistas que querían cama pero de otra variedad, organizó un coloquio con el título Persia. El modelo de una sociedad en desarrollo. Bajo ese título profesoral y neutro se escondía la clara voluntad de montar una asamblea de cojones, empezando porque el principal conferenciante, Bahman Nirumand, era un escritor iraní exiliado que mucho cariño a la familia Palhevi no le tenía. Nirumand presentó ante una audiencia que, seguro, en un 90% hasta ese momento no sabía ni dónde quedaba Irán o si tenía frontera con Islandia, los hechos de la dictadura atroz de Reza Palhevi, una dictadura que incluso torturó a bebés delante de sus padres. A la gente se le hizo bola el chucrut en el yeyuno. Luego, Hans Heinz Heldmann, un abogado colaborador de los buenos tiempos de Amnistía Internacional, resumió lo que había visto como observador de los juicios políticos en el país. Kommune I vendió a la entrada unas máscaras de cartón con el retrato de Palhevi y Farah Diba (entonces su churri, y que venía con él en el viaje) para que la policía no pudiera hacer fotos de los participantes en el acto.

El 2 de junio, Mohammed y Farah llegaron a Berlín y comenzó la bronca, con manifestantes en las calles enfrentándose a los (escasos) partidarios del ilustre visitante. Aquel primer día, el plato fuerte del problema era una representación operística en la Bismarckstrasse, en la que los iraníes compartirían palco con el presidente de la República y otros importantes políticos, como Willy Brandt, que entonces era vicecanciller y ministro de Asuntos Exteriores. Se representaba La flauta mágica. Toda la policía fue movilizada. Allí estaban la Kripo, la Popo, la Schupo y la Bepo.

Ambas partes, policía y manifestantes, se tenían ganas. Observados los hechos a través del tiempo, cuando menos a mí me queda claro que allí no había nadie que tuviese el deseo de pasar aquello lo mejor posible. Aunque es cierto que la policía intentó descabezar la protesta tratando de trincar, primero que todo, a las cabezas más importantes del movimiento estudiantil. A Fritz Teufel, por ejemplo, lo espotearon justo media hora antes de que llegase el sha a la ópera, así que lo trincaron y lo sacaron de allí.

En medio de las protestas, surgió un rumor que, que yo sepa, nadie sabe cómo surgió, en el sentido de que había policías que habían sido apuñalados por estudiantes. Como digo, hay quien dijo que era una noticia emitida en una radio por un periodista que la creyó sinceramente (un subnormal, pues, como hay tantos en esa profesión). Otros dicen que no, que fue un bulo explícita y planificadamente extendido por agentes de sabe Dios quién (o Marx, tal vez). El caso es que, si el rumor fue difundido de forma explícita, consiguió lo que buscaba: la policía, que como digo estaba a un pelo de Yul Brynner de liarse a hostia limpia, ahora encontró la justificación perfecta.

Así las cosas, la policía cargó, y aquello se convirtió en una batalla campal en la que las piedras se enfrentaron a las pelotas de goma. La policía hizo su trabajo con frialdad. Bloqueaba los extremos de las calles donde estaban los manifestantes y luego atacaba coordinamente desde los dos lados. Aparecieron cañones de agua. Con esas presiones, consiguieron dirigir a muchos manifestantes a la Kumme Strasse, una calle relativamente estrecha, donde los atraparon como en una ratonera y se dedicaron a licuar greutungos.

Un policía de paisano de la Kripo, Karl Heinz Kurras, sacó su arma, disparó, y un hombre cayó al suelo. Muchos fotógrafos de prensa que estaban cerca se apresuraron a acercarse y a fotografiar el cuerpo.

Según le relataron los médicos a los dirigentes de la SDS aquella misma noche, aquel hombre había recibido una bala en la nuca y había muerto a las 11 de la noche, dos horas después de haber llegado al hospital. Su nombre, el sonoro nombre que resonaría en cientos y cientos de actos, asambleas y manifestaciones desde entonces, y que se convertiría en un símbolo dentro y fuera de Alemania, era Benno Ohnesorg. Hoy en día, tecleas “Benno” en Google y ninguna de las referencias automáticas es la suya; pero eso, os lo aseguro, era todo lo contrario en el Google de hace sesenta años.

La muerte de Benno Ohnesorg, debéis saberlo, es un episodio muy, muy oscuro. El New York Times, ya en el siglo XXI, aprovechó la desclasificación de los archivos de la Stasi, la temida policía política de la Alemania Oriental, para descubrir (aquí) que Kurras, el hombre que sacó su pistola y mató a aquel manifestante joven, era un pluriempleado: no sólo trabajaba en la Kripo, sino que estaba a sueldo de la Stasi, y espiaba para ella. La muerte de Ohnesorg, pues, no fue lo que entonces se entendió que fue: un ejemplo de la brutalidad policial de la Alemania Federal; fue un acto deliberado de terrorismo por parte de la Alemania comunista, buscando culpar a su vecino y desestabilizarlo. Pero esto es algo que, la verdad, debemos olvidar en el mismo momento en que lo escribimos o lo leemos; porque el hecho verdaderamente importante es que nada de esto fue lo que se creyó en su momento.

Benno Ohnesorg tenía 26 años cuando lo mataron. Era de Hannover, y estaba estudiando en Berlín. Era la primera vez que iba a una manifestación. Estaba casado y su mujer, además, estaba embarazada. Era, por así decirlo, la víctima perfecta. El mártir ideal.

Henrich Albertz, el alcalde de Berlín socialdemócrata, contribuyó a encabronar más al personal al salir en cerrada defensa de Kurras. Tras confirmar que no se había dado orden alguna de utilizar armas de fuego, aseguró que no tenía ninguna duda de que, si el policía había sacado su pipa, tenía que haber sido en legítima defensa. Sin embargo, teniendo en cuenta la personalidad de Ohnesorg, aquello era bastante difícil de creer, la verdad. Los estudiantes comenzaron a llevar flores al lugar donde había caído, pero el Ayuntamiento rechazó la petición de colocar allí una cruz votiva.

Por supuesto, el asesinato de Benno Ohnesorg se vio seguido, los días 3 y 4 de junio, por un rosario de asambleas estudiantiles en toda Alemania. Por no mencionar la tradicional solidaridad de los intelectuales. Günter Grass se apresuró a decir que el de Ohnesorg era “el primer asesinato de la RFA”. En lo de la RFA, probablemente, acertaba; ahora bien, él conocía otros cometidos por el III Reich de los que se guardó de hablar casi toda su vida.

En una de esas asambleas, convocada por la SDS el día 3 de junio, apareció por primera vez una de las principales figuras de la historia que pretendo contaros; en realidad, yo creo que la principal, aunque los periodistas, con el tiempo, al bautizar al terrorismo alemán de ultraizquierda, no se acordaran de ella: Gudrun Ensslin.

Alta, rubia, atractiva y muy, pero muy, echada para delante, lo que  hoy llamaríamos una mujer empoderada, sororidad toda ella, Gudrun se levantó cuando le dieron la palabra en el mitin para decir que la muerte de Benno Ohnesorg sólo era el principio. Que los planes del Estado fascista eran proceder al exterminio de todos sus oponentes (los alemanes, siempre con la palabra exterminio en la boca). Y que, en consecuencia, lo que había que hacer era defenderse y “responder a la violencia con violencia”. En otras palabras, Ensslin, mucho antes que Andreas Baader, que por aquel entonces todavía era un ni-ni bastante despreocupado (calidad que nunca abandonaría del todo); mucho antes que Ulrike Meinhoff, que para entonces estaba teorizando en las páginas de Konkret como si la acción directa fuese una categoría metafísica; mucho antes que ellos, digo, Gudrun Esslin ya tenía claro el que es, siempre, el primer concepto de todo terrorista: yo no estoy en un enfrentamiento político; estoy en una guerra, en una situación que, o la gano yo, o la gana mi enemigo.

Prosiguió Gudruncita: “Ellos son la generación de Auschwitz; no se puede dialogar con ellos”. La cosa es que ella tampoco pretendía dialogar mucho; bueno, eso y que, con los años, Gudrun no que ya estaba muerta, pero alguno de esos estudiantes que estaban con ella en aquella asamblea acabarían por descubrir que, para generación de Auschwitz, lo que se dice generación de Auschwitz, nadie como Günter Grass, ese tipo que tanto les apoyaba. Pero, bueno, ésa es otra movida.

Sabemos que aquella reunión de la SDS del 3 de junio de 1967, Gudrun Ellsin, mientras fremía que el Estado fascita quería acabar con todos los estudiantes de izquierdas y que tenían que defenderse, lloró abundantemente. En ese llanto se quintaesenció, creo yo, la frustración de una joven generación de alemanes que consideraban que todo estaba conspirando contra la verdadera izquierda. Jóvenes para los cuales la colaboración política de la socialdemocracia con las derechas había sido un duro golpe, como lo había sido comprobar que el propio alcalde de Berlín, a pesar de ser formalmente de izquierdas, se colocaba del lado de la policía después de que ésta cometiese un acto aberrante. Jóvenes a los que las inteligentes chorradas de Fritz Teufel empezaban a parecerles idioteces, y que se decían cansados de discursos, de propuestas, de asambleas, de idas, de venidas. El resto de sus compañeros en las movidas estudiantiles, probablemente, los miraban con una mezcla de conmiseración y miedo. Pero era sólo cuestión de tiempo que se dieran cuenta de que por los canales establecidos no alcanzarían sus objetivos.

Esto pasa siempre. Aunque las  instrucciones son simples (no mojarlos nunca, y no darles de comer después de la medianoche), un gremlin siempre encontrará la vía adecuada para convertirse en un monstruo.

6 comentarios:

  1. Veo que lo de Grass le marcó bastante. Yo lo leí allá por 1988, lo recuerdo con cariño.
    Lo que sí me sorprendió, cuando se destapó su pasado SS, lo rápidamente que se "olvidó", pelillos a la mar, o mejor a la Caldera del horno crematorio.

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    1. A me siguen gustando sus libros (Sobretodo "El tambor de hojalata") pero es cierto que de "autoridad moral" no andaba sobrado.

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  2. Pido perdón a Alberto MdH. He estado limpiando los comentarios de spam e, inadvertidamente, me he cargado tu comentario.

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    1. Bueno, tampoco era un gran aporte. Lo repongo y listo.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Un infiltrado comunista comete un asesinato echando la culpa a la policía y liandola parda. Me suena. Y tampoco era muy original. Adolf hizo lo mismo con el incendio del Reichstag.

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