miércoles, julio 10, 2013

De la discusión como arte perdido

Solicito el permiso de mis lectores (un permiso retórico; primero, porque no lo necesito; segundo, porque nadie tiene por qué aguantarme), hoy voy a escribir uno de esos posts que etiqueto como «Miscelánea», que es una palabrita que me sirve para decir, de otra manera, que el artículo va de «no Historia». A veces, en verdad, uno necesita contar, o contarse, otras cosas, aunque al final tengan que ver con lo mismo.

Y a mí me gustaría escribir hoy unas líneas que tienen que ver con nuestra contemporaneidad, con nuestros tiempos, con internet, y con alguna de las cosas que nos han pasado y nos están pasando.

Julio Cortázar grabó un disco hace muchos años en el que leía algunos de los textos de sus novelas, entre ellos la muy recomendable carta de La Maga a su bebé Rocamadour en Rayuela. En la introducción precisamente a esta lectura, el escritor argentino se quejaba de que el hombre moderno (moderno de su tiempo) ya no escribía cartas y que, de forma indefectible, con el tiempo perdería la capacidad epistolar. A la postre, Cortázar se equivocó un poco, porque el ser humano, cuarenta años después de que él grabase aquellos textos desde su casa de París, escribe muchas más cartas que entonces; eso, claro, si entendemos que un correo electrónico es una carta. No erró, sin embargo, en lo esencial. Porque la carta tradicional; ese texto de varias páginas en el que el corresponsal refiere a su receptor todo lo ocurrido entre el momento de la última carta y el momento en que escribe, aderezando los hechos con la descripción puntillosa de sus sentimientos y los de otros; ese tipo de carta que ya Cortázar añoraba, un pequeño relato en sí mismo, estaba condenado a morir desmadejado entre los engranajes de una civilización que todo lo hace con prisas y que, por lo tanto, no tiene tiempo ni para escribir, ni para leer.

La queja de Cortázar, tal y como yo lo veo, forma parte de una corriente magmática más anchurosa, que es un viaje hacia la simpleza. La Humanidad había comenzado en la segunda mitad un viaje hacia la simplicidad de las cosas, de la mano, sobre todo, de dos elementos: la publicidad, y la televisión. Ambas herramientas de comunicación se basan en el concepto de fogonazo. Un eslógan es un fogonazo, como lo es el corte de 25 segundos en un telediario. Nuestro mundo, pues, era ya una hoguera de simpleza a mediados de los noventa, cuando llegó internet, que se ha convertido en la gasolina del proceso. Su caja de resonancia. Su quintaesencia, quintaesenciada, asimismo, en el concepto básico de uno de los grandes ganadores del entorno, Twitter; la barra de un bar donde a ningún parroquiano le es permitido pronunciar más de 30 palabras seguidas. Son muchos los que me dicen, o dicen de mí por lo que leo en la red, que un defecto de este blog es que «sus posts son un poco largos». Están, me dicen los amigos que saben de esto, inadaptados a una cosa que se llama «lectura electrónica». Que no sé muy bien lo que es, pero sé que exige se escriba no más de cuatro párrafos.

Y esto ha afectado, ya llego al centro del asunto del que quiero hablar, a otro elemento: la capacidad de argumentar, de discutir. De percutir conceptualmente.

Soy lector compulsivo de literatura parlamentaria. De hecho, creo que si alguien, algún día, me regalase los centenares de tomos que ocupará ya, supongo, el acta continuada de los plenos de las Cortes Españolas, dejaría de salir de casa y pronto moriría de inanición, dejando caer el rostro sobre el tomo abierto de alguna de las sesiones decimonónicas. Tal vez porque leo tantas intervenciones parlamentarias es por lo que no soy muy aficionado a alimentar esa idea que dice: «parlamentarios, los de antes». Ciertamente, nuestros patres y nuestros conscripti (que el latinajo se cita todo junto, a mi modo de ver, erróneamente, pues una cosa es una cosa y dos, dos) solían hablar mejor que los parlamentarios actuales. Pero, de Cádiz para acá, ha habido siempre en eso que hoy se llama sede parlamentaria miembros y miembras de verbo zafio, ideas dotadas de discutibles armazones reflexivos, y mucha, mucha, pero mucha, farfolla. Especialmente injusta es la fama de Cortes de altos vuelos dialécticos que tiene en la mente de muchos nuestra II República; siendo como son aquellas Cortes capaz de lo mejor, del verbo cansino pero al fin y al cabo luminoso de Azaña, de la claridad profesoral de un Besteiro o de la erudición accesible de un Sánchez Albornoz; pero también de lo peor, de la mano del verbo blenorrágico de Pérez Madrigal, los periodos superferolíticos salidos de la boca de José Calvo-Sotelo, la burrez rampante y ostentórea de gentes tan incapaces como Margarita Nelken, o las directas incitaciones a la violencia, tan deleznables como rechazables en la casa de la Democracia, de esa Dolores Ibárruri a la que hoy se tiene por «revolucionaria olvidada»; siendo lo cierto que olvidándola, la verdad, le hacemos tremendo favor.

Con todo y ser verdad, cuando menos mi verdad, esto que digo, también es cierto que en la mayoría de los discursos que se leen en las actas de cualquier sesión congresual del pasado remoto se reconocen estructuras. Normalmente, ésta:

1) Antecedentes.
2) Situación actual del problema.
3) Diagnóstico y solución propuesta por mi adversario.
4) Análisis de los puntos flacos de la tal propuesta.
5) Propuesta propia.
6) Análisis o mera descripción de sus fortalezas.

Puestos a hacer recomendaciones, yo haría dos: Antonio Maura, e Indalecio Prieto. Antonio Maura era un señorito con mucha pasta que gobernó la mitad de la mitad de la mitad del tiempo que debería haber gobernado. Llevó como un baldón toda su vida la Semana Trágica de Barcelona y la ejecución de Ferrer Guardia y, para cuando comenzó a sacudirse aquel problema, en su partido ya estaban los Datos de turno buscando un lugar propio bajo el sol, y le hicieron la cama. Como consecuencia don Antonio, puesto que no tenía oportunidad de gobernar, se dedicó a analizar, y es por ello que sus discursos son de lo más analítico que se puede leer.

Por su parte, Indalecio Prieto era un pígnico hijo de la clase baja, sin un mango y emigrante al País Vasco desde su Asturias original, que aprendió el oficio de taquígrafo para hacerse chupatintas, lo que le hizo pasarse tardes y tardes de su adolescencia y primera infancia tomando notas de discursos que su profesor leía en voz alta. Tomó su maestro la costumbre de leerle para los ejercicios el texto completo de muchos discursos de uno de los más grandes parlamentarios españoles, Emilio Castelar, y fue así, casi sin querer, como Prieto aprendió retórica, aprendió a polemizar, y aprendió cómo se explica, ante un público de diputados, un plan hidrológico o un plan de cercanías ferroviarias, cosas ambas que la marcha del rey le darían la oportunidad de hacer; cosas que lo hacen digno merecedor de la estatua que tiene en Nuevos Ministerios, mucho más merecedor que Francisco Largo Caballero, que como ministro de Trabajo no hizo otra cosa que desempolvar los jurados de empresa que había inventado antes que él un general golpista. Era tan demoledora la capacidad de Prieto de acumular ordenadamente argumentos en favor de sus tesis que, en el momento en que se convenció de que la República tenía perdida la guerra contra Franco, tuvieron que cesarlo como ministro de Guerra, pues no paraba de dar por culo al Gobierno de la Victoria (sic) cada vez que abría la boca en los consejos de ministros.

En Maura y en Prieto, como en otros muchos, encontrará el lector este esquema de seis puntos que antes he descrito. No le costará reconocerlo y lo paladeará con gusto. Y luego de haber realizado esa abstracta colación, puede sumergirse en la lectura o audición del discurso de alguno de nuestros oradores presentes. Notará, inmediatamente, que el esquema ha mutado, y se ha simplificado.

1) Ataque al contrario.
2) Juicio de intenciones sobre el contrario.
3) Regreso al punto 1, en bucle, hasta que se encienda la luz roja.

No obstante lo escrito, lo mejor es que el lector, si la siente, trate de no ceder a la tentación de concluir, a partir de estas afirmaciones, que los políticos han perdido la capacidad de ser buenos parlamentarios. Con ser esa afirmación cierta, no es más que el síntoma de un proceso mucho más general en el que han sido las sociedades modernas al completo las que han perdido la capacidad de argumentar. Discutir, hoy, y no digamos ya discutir en internet, se ha convertido en una labor tediosa en la que, en realidad, para hacer las cosas medio bien, habría que consumir la mayor parte del tiempo de la discusión discutiendo sobre la discusión misma; ya que, puesto que el mal es que el mundo está hoy petado de gentes que no entienden qué es, y qué no es, una argumentación, en realidad nunca se llega al fondo de las cuestiones, porque el modo en que las cuestiones son discutidas se convierte en el verdadero tema del coloquio.

Son varias las cosas que se han perdido por el camino, afectadas por el conocimiento simplificado con el que todos nosotros salimos ya, cada mañana, a enfrentarnos con el mundo, con nosotros mismos, y con los demás.

La primera es el vicio de modificar constantemente el tema de la discusión. No creo que haya que desplegar muchos argumentos para convencer a alguien de que, si dos personas creen discutir sobre el mismo tema pero, en realidad, lo hacen sobre temas distintos, el acuerdo es imposible. Un ejemplo muy claro de lo que digo son las discusiones entre rivales políticos; el famoso y tú más. Cuando un político es apelado por otro político sobre el asunto de la corrupción en Palencia, está sentando un diálogo sobre si lo ocurrido en Palencia es corrupción; sobre si es, o no, ilícito; y sobre las consecuencias que debería tener la ilicitud, de haberse producido. Sin embargo, el político apelado, en lugar de contestar a cualquiera de las tres cosas (no ha habido corrupción; las acciones han sido todas legales; consecuentemente, nadie debe dimitir) contesta: pues anda que vosotros, en Valladolid... Si es hábil, conseguirá lo que busca: que se empiece a hablar de Valladolid, asunto que se tratará con el mismo nivel de superficialidad con el que se ha tratado el asunto de Palencia.

¿Es un vicio de los políticos? Pues la verdad es que no. Piense en lector cuántas veces se ha visto a sí mismo, o ha visto a otros, cuando en su lugar de trabajo han sido apelados por haber hecho algo mal, o deficientemente. Cuántas veces han visto cómo la persona criticada contesta inmediatamente desarrollando un plañidero discurso sobre cierto agravio que sufrió el año que se convirtió Recaredo, o la escandalosa falta de bolígrafos azules que se aprecia en la oficina desde hace meses, o el hecho de que los de la competencia tienen una impresora láser a colores, y ellos no. La persona apelada no está haciendo otra cosa que intentar simplificar el debate; llevarlo a terrenos en los que, además de no poder ser acusado de nada, puede aspirar a concitar la solidaridad de otros. Aunque ni los bolígrafos ni la impresora maldita falta que le hubieran hecho para hacer bien su trabajo, que es de lo que, in illo tempore, se estaba hablando.

Muy vinculado con este retruécano está la segunda característica del debate moderno, auténtico tótem de la simplificada discusión de nuestros tiempos: el juicio de intenciones. Consiste esta técnica en trocar el tema de la discusión, al estilo de lo que ya se ha descrito, llevándolo, muy específicamente, al terreno, no del qué está diciendo el contrincante, sino del por qué lo dice. Este mecanismo es un clásico de los debates sobre Historia, y muy especialmente los que afectan a la guerra civil. En la mayoría de los foros abiertos por ahí, cualquier crítica hacia el bando republicano hace a su portador o emisor objeto de una acusación: esa persona es, se dice, un negacionista. Alguien que todo lo que busca es negar los males y sevicias del bando y del régimen franquista, y es por eso, y sólo por eso, que dice lo que dice, que escribe lo que escribe.

Así pues: alguien va y escribe que la Ley de Términos Municipales de Largo Caballero fue el mayor avance para la democracia y la igualdad social de la República. Otro alguien contesta a ese alguien que, según no pocos criterios, esa ley, aparte de construir un monopolio sindical que acabó siéndole notablemente incómodo a los partidos políticos, agostó la economía rural española en algunas zonas, por incapacidad de conseguir mano de obra a coste razonable, fomentándose con ello el absentismo o, si se prefiere, el lock-out terrateniente. Entonces el primero de los posteadores contesta: eres un negacionista... ¡que defiende a Franco! (que era todavía, escribo de memoria pero creo que no me traiciona, director de la Academia de Zaragoza cuando se empezó a diseñar y aplicar la LTM). A partir de ahí, el debate comienza a tender a su elemento atractor, que es claramente el negacionismo: un tema mucho más sencillo de dominar a la hora de emitir una opinión (la LTM es notablemente molesta como tema; como poco, hay que leérsela antes) y donde, además, es más fácil encontrar ñetas que opinen como tú y hagan patota. La discusión, pase lo que pase con ella, ya ha sido ganada por el segundo de los interlocutores; porque ese interlocutor no buscaba convencer a nadie. Buscaba, simplemente, que los carriles del debate no fuesen los que eran en su inicio. Buscaba simplificarlo, y lo ha conseguido.

El tercer gran elemento de la discusión moderna es la exhibición impudenda de la ignorancia. Ay de ti si convocas en apoyo de tus argumentos la palabra de otros, o unos mínimos conocimientos matemáticos, o un mínimo dominio de los datos de la Historia. Eso, en el entorno de una discusión simplificada, se considera soberbio a la par que prepotente. Vivimos en un mundo en el que recordarle a alguien en público que Manuel Azaña nunca fue un político comunista es desempeñarse con prepotencia ante esa persona. No digamos ya citar tres o cuatro publicaciones distintas en apoyo de una tesis. La discusión simplificada es, también, una discusión igualitaria en la que todo el mundo debe poder entrar si quiere; y eso pasa por bajar la mano, que se dice en tauromaquia, hasta que el más pastueño de los toros pueda pasar por la muleta. Especialmente estomagante en este terreno, quizás precisamente porque soy de Letras, es la actitud que los de mi barrio tienen hacia las personas versadas en Ciencias. Cuando, en el marco de una discusión cualquiera, alguien se atreva a apuntar que, para entender adecuadamente los términos de un problema, hace falta saber primero qué distingue una media aritmética de una geométrica, y a éstas de una mediana o de una moda, ello no le servirá para otra cosa que para ser apelado de elitista, soberbio y despreciativo para con sus congéneres humanos; los ataques que recibirá se convertirán, muy fácilmente, en una especie de reivindicación apasionada de la estulticia; una, como dijo Cayo Lara, exaltación del cinquillo.

Esto es la sociedad moderna. Cójase un cuadernito y un bolígrafo y márchese a cualquier lugar concurrido. Una vez ahí, sáquese uno de esos temas bien enlodados: orígenes de la actual crisis económica y estrategias de salida; el problema catalán; el conflicto palestino; Cuba. Una vez lanzada la discusión, limítese el experimentador a tomar notas de la discusión; pero notas sólo cada vez que en la misma se aporte un dato, o un argumento, realmente nuevo. Pasada una hora o dos, váyase el amanuense a casa y trate de escribir más de dos o tres folios con las notas que ha sacado. No lo conseguirá. Normalmente, no pasará del medio folio.

Un viejo aforismo periodístico dice que a un buen periodista toda la vida le cabe en medio folio. De forma mucho más mordaz se expresó Joseph Conrad cuando dijo que el cerebro de un marinero cabe en media cáscara de nuez. Hubo una vez, sobre todo al final del siglo XX, en la que los reformistas burgueses, secretamente aliados con los primeros dirigentes obreros, soñaron con acabar con este tipo de personas. Soñaron con formar al iletrado para convertirlo en un rico argumentador. En algún momento tal vez difícil de dilucidar (y escribo «tal vez» porque quien me conozca bien sabrá que yo, cuando menos, opino que ese momento es dilucidable; es, en realidad, Mayo del 68) el objetivo cambió radicalmente. Ya no se trató de elevar al ignorante; se trató de simplificar al sabio.

Y allí que estamos, como escribió Santos Discépolo, todos manoseaos...

13 comentarios:

  1. Anónimo6:47 p.m.

    No sé si ocurre sólo hoy en día porque quizá no tenga edad suficiente, pero creo recordar que cuando era niño sí que había debates en televisión que no consistían sólo en atacar al contrario, sino en señalar los puntos flacos de la argumentación del contrario y proponer alternativas.

    Me gustaría contar una anéctota que me sucedió hace dos años:

    Estaba de viaje por Estados Unidos y asistí a una discusión de sobremesa en un hostel.

    No la comprendí al cien por cien debido a mi falta de dominio del inglés, pero me sorprendió mucho que la discusión se desarrollase de una forma muy civilizada, tal y como expones en tu post.

    Me dió mucha envidia no poder participar por mi falta de dominio del idioma y también porque ese tipo de debates es muy difícil tenerlos en España, donde cualquier discusión se reduce a un lanzamiento mutuo de eslóganes sin que se tenga más que un conocimiento superficial de lo que significan.

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  2. Ayer vi Lincoln... No sé qué pensarás de la película como retrato, pero lo que realmente me impresionó fue la retórica desplegada en las sesiones que muestran del congreso. Sobre todo, el arte de insultar de Thaddeus Stevens, que me recuerda vivamente a las ironías de Cicerón. Y, desde luego, cada cosa dicha por Lincoln... Incluso los representantes demócratas, a quienes obviamente la película no quiere dejar bien, se expresan con una labia extraordinaria ——aunque sí cometen aquella falacia de cambiar el tema.

    Mi reflexión inmediata, que no sé si mantendría después de pensarlo una segunda vez, es que todo eso fue posible gracias no solo a la convivencia de grandes oradores, sino a la ausencia de cámaras de televisión. Y de twitter.

    Solo a modo de ejemplo, si buscamos en google "congressman twitter", la cuarta sugerencia del buscador es "weiner", a quien solo conocemos por haber mandado una foto de sus presas por twitter. No tengo idea de qué leyes ha auspiciado el señor Weiner, no sé qué piensa o cree, ni siquiera sé a qué partido pertenece, solo sé que si la busco encontraré una fotografía de sus bolas en internet... Cosa que me deja pasmado, porque si hay algo que no me interesa en el mundo son las bolas de otra gente, y no puedo entender que haya otros a quienes sí pueda interesarles el estado del vello púbico de un congresista.

    Otro ejemplo es el actual presidente de mi país, Chile. En muchos sentidos ha hecho un excelente trabajo, aunque en otros no tanto... Pero lo que más se le critica, y lo que más denosta la oposición, son sus chascarros; como cuando escribió en el libro de visitas presidencial de Alemania la frase "Deutschland über alles"... Es difícil explicar el contexto de esta metida de pata a un extranjero, pero lo que hay que saber es que 1) la frase, antiguamente en el himno alemán, ha adquirido tintes filonazis; 2) como descendiente de alemanes viviendo en Chile, la he escuchado decir millones de veces como broma a mi costa sin ninguna connotación filonazi. Es, en suma, un error comprensible: Piñera, el presidente, estaba tratando de hacer una broma, no demasiado buena, por cierto —porque otra cosa que se ha perdido en la retórica política es un auténtico sentido del humor—, pero inocente. Cierto que es una metida de pata colosal, pero no dice nada de su calidad como presidente... Y, sin embargo, la oposición se aferró a ello durante meses para decir que Piñera era un íncubo hijo de Satanás y el Papa que llevaría el país a una nueva edad de piedra.

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    Otro ejemplo es el actual presidente de mi país, Chile. En muchos sentidos ha hecho un excelente trabajo, aunque en otros no tanto... Pero lo que más se le critica, y lo que más denosta la oposición, son sus chascarros; como cuando escribió en el libro de visitas presidencial de Alemania la frase "Deutschland über alles"... Es difícil explicar el contexto de esta metida de pata a un extranjero, pero lo que hay que saber es que 1) la frase, antiguamente en el himno alemán, ha adquirido tintes filonazis; 2) como descendiente de alemanes viviendo en Chile, la he escuchado decir millones de veces como broma a mi costa sin ninguna connotación filonazi. Es, en suma, un error comprensible: Piñera, el presidente, estaba tratando de hacer una broma, no demasiado buena, por cierto —porque otra cosa que se ha perdido en la retórica política es un auténtico sentido del humor—, pero inocente. Cierto que es una metida de pata colosal, pero no dice nada de su calidad como presidente... Y, sin embargo, la oposición se aferró a ello durante meses para decir que Piñera era un íncubo hijo de Satanás y el Papa que llevaría el país a una nueva edad de piedra.

    Es una expresión más, creo, de un público que ha sido educado para desinteresarse por lo que las personas han hecho o pensado, para concentrarse en cambio en su pura fama, en la cara que tienen en televisión (la palabra alemana Schein es el sustantivo perfecto para esto). Los ejemplos obvios son personalidades como Paris Hilton o Kim Kardashian (?), que son famosas por el hecho de serlo. En efecto, hemos dejado de prestar atención a los contenidos de las cosas, para fijarnos no en sus apariencias —que, como dijo Wilde, solo una persona superficial desestimaría— sino en el valor que tienen como sound bites, Schein; en lo que puede pasar por el sistema digestivo sin tener para ello que ejercitar la peristaltis, que resulta tan agotadora. Los alimentos intelectuales vienen más procesados que un Big Mac. Para mí, la costumbre de llamar "soberbio" a quien trata de aportar datos a una discusión —fenómeno ampliamente extendido que yo llamo la ignorancia militante— no es tanto una cuestión de igualitarismo trasnochado, sino un simple deseo de no ser obligado ni a pensar ni a saber cosas.

    Con todo, no quiero acabar pareciendo un reaccionario que busca la culpa de todos los males en las nuevas tecnologías. Después de todo, esta conversación es posible gracias a internet, y he conocido a algunos discutidores realmente extraordinarios por este mismo medio. Así pues, el culpable habría que buscarlo en otra parte (¿mayo del 68, quizá?). Pero entonces me pregunto también si habrá realmente culpables, y si no habrá sido en realidad siempre así, con la única —aunque considerable— distinción de que lo que nos ha quedado en la Historia han sido precisamente las excepciones. Excepciones que siguen existiendo hoy, incluso en mayor número que antes, pero ahogadas por una horda de idiotas semi-profesionales que —habiendo existido siempre— ha crecido incluso más. La verdad es que discutir bien es difícil, y no se puede esperar de todo el mundo que sepa hacerlo... Una vez que cualquiera puede participar de una discusión a través de internet, es de esperar que nos encontremos con un testimonio escrito, antiguamente imposible, dejado por los tarados del mundo que nunca antes tuvieron oportunidad de inmortalizarse de esta manera.

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  4. Hablaba yo de algo parecido en mi último post aunque reconozco que no tan bien escrito y con bastante mala leche.

    Consuela pensar que no soy el único al que le cabrea la falta de rigor del personal al hablar.

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  5. Giacomo Bondini11:39 p.m.

    Otra cosa es que el español antes se corta el gaznate con un trozo de vidrio que reconocer que no sabe de un tema lo suficiente como para formarse una opinión mínimamente presentable.

    Las excepciones a esta norma llaman mucho la atención. He aquí un ejemplo.

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  6. Auqnue tenga la sensación de unirme a un grupo de palmeros, me uno a los que coinciden contigo. Claro que es lógico que quienes acuden normalmente a tu blog sean gente que aprecian una Buena discussion y huyan de esos "blogs de cuatro párrafos".

    De hecho, algunos de los posts más interesantes y divertidos en este blog han sido precisamente discusiones, normalmente entre Tiburcio y tú (me quedo para siempre la mantenida sobre la historicidad de Cristo).

    En definitiva, sé que no se te pasa por la mente, pero por si acaso: sigue en tu línea! No te leeremos tropocientosmil internautas y no acabarás siendo una celebrity como el HIlton ese, pero somos fieles!

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  7. Discrepo con el autor del post. La gente que en una discusión tratan de cambiar el foco de la misma, los que atacan al adversario en vez de los argumentos o incluso los que se jactan de ignoracia demuestran ser alumnos aventajados de Schopenhauer. Todas estas tacticas fueron descritas en "Dialéctica erística o el arte de tener razón, expuesta en 38 estratagemas" hace 150 años y son mejores metodos de ganar una discusión que refutar los argumentos del adversario, sobre todo cuando los jueces (el publico) es de mente simple o directamente estupidos. Por ello el problema no está en las personas que saben como ganar una discusión rápidamente, sino en los acolicos y palmeros que cuando alguien usa cualquier estratagema descrita por Schopenhauer le rien en vez de insultarle.

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  8. Permítanme, ante todo, una pequeña crítica sobre el "perdido arte de escribir cartas", resumida en esta magistral viñeta de XKCD: http://xkcd.com/1227/
    Creo que pecas de un poco de "tardofilia". Llevamos mucho tiempo perdiendo el arte de escribir cartas y mantener conversaciones. No es un invento de ahora, y creo que la aparición de (magistrales) textos como el tuyo es prueba que ese viejo arte se resiste a morir y seguramente nunca muera. Creo más bien que el gusto por la conversación sosegada y razonada (epistolar o hablada) siempre fue un gusto minoritario, y que Internet al menos nos ofrece a las personas con dicho gusto el poder encontrarnos en nuestros pequeños rincones.

    No obstante, he de darle la razón sobre la perdida de calidad en las intervenciones parlamentarias en particular, y políticas en general. Estuve un tiempo metido en la pequeña política local, poco más que viéndola desde el burladero, y lo cierto es que el signo de los tiempos hacen que los políticos vivan obsesionados por el "flash", que en jerga política española son más bien llamados "canutazos".
    Canutazos de no más de diez segundos para la televisión, canutazos de no más de treinta segundos para la radio y notas de prensa que resuman una idea en un titular y, como mucho y casi demasiado, en el primer párrafo.

    El origen, creo yo (y siempre es arriesgado postular hipótesis sin la debida investigación) proviene de la auténtica democratización del sistema político. Antes, el debate estaba dirigido a la minoría alfabetizada de la sociedad, pues los analfabetos, normalmente, estaban incluidos en redes de influencia (caciquiles o de otros tipos) que mantenían el voto cautivo. Así, los políticos debían pugnar por el voto de las élites, verdaderamente libres en su voto, y para convencerlas debían hablarles a su nivel.

    Después, en un proceso que por cierto identifico más con Weimar que con el Mayo del 68, al introducirse masas de gentes poco formadas como actor político de pleno derecho, los políticos empezaron a correr a buscar su voto adaptando su mensaje a esas masas.
    Y por cierto: Me parece una buena noticia. Amo la inteligencia, pero aun más la popularización de los sistemas políticos. Como decía Maquiavelo en su poco leído "Discursos sobre la primera década de Tito Livio" (Muy recomendable, y muy diferente a "El Príncipe") es preferible el mal pueblo al mal príncipe, puesto que al mal pueblo un hombre bueno puede convencerlo, pero a un mal príncipe nadie puede sacarle de su error.

    Me temo que si no queremos renunciar a la popularización del sistema político, y a mi me parece bálsamo contra las peores tiranías, y a la vez ensalzar el nivel del debate, debemos ser los propios interesados los que nos ocupemos de la faena, y emplear los muchos medios que las nuevas tecnologías nos ofrecen para construir redes de debates que calen en la opinión general.
    Hoy por hoy es mera fantasía, especialmente porque olvidamos que gran parte de la población hace vida fuera de la pantalla o solo emplea estas redes para cuestiones banales, pero creo que con el tiempo Internet ocupará un sitio importante en la formación de la opinión, y que prevalecerá la calidad frente a la inmediatez.

    O eso espero yo.

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  9. Yo cada vez escribo entradas más largas y complicadas en mi blog. entiendo que con lo de Dan Brown me pasé, pero el que quiera un párrafo diciendo "pues es malillo", y con eso se conforme, pues debería leer a Dan Brown. A mí me da un poco igual que me lean cuatro personas, siempre que aprecien lo que he hecho. A los demás los dejo por perdidos igual que ellos me dejan sin duda por imposible.
    El antiintelectualismo del que hablas es evidente: en cuanto sales de los argumentos de "mola" - "no mola" y explicas del modo más objetivo y documentado posible por qué algo tiene un desarrollo argumental lógico o descabellado (que muchas veces la mayor parte del público se traga divinamente, y cuando se lo pones de manifiesto claro, se china), o cómo todo es un tremendo bluff que no se apoya en nada sólido, como la novelita de Sasha Grey, te acusan de todo menos de ser guapo. Eres un elitista, un listillo, seguro que te gustan las películas suecas donde la gente se mira media hora sin decirse nada, etc.
    Sobre lo de que para hablar de cualquier tema o materia especializada cualquiera vale, tenga o no conocimientos sobre ello, porque "bueno, esa es mi opinión", se parte del hecho, eso sí, muy posmopop, de que sólo hay opiniones sobre esos temas, desde la mecánica cuántica a la Revolución Industrial, y que tampoco existen ni pueden existir opiniones cualificadas sobre temas históricos, artísticos o económicos. La democracia, según ellos, es que cualquiera puede decir lo que sea sobre cualquier cosa, y que tienen derecho a que su opinión personal, su irrenunciable visión del mundo, sea reconocida como perfectamente válida y valiosa aunque sólo se base en un par de prejuicios y dos ideas preconcebidas que no recuerdan a quién se las pidieron prestadas. Lo que decía Asimov: "La idea de que la democracia significa que tu ignorancia tiene el mismo valor que mi conocimiento". Además, añado de mi cosecha, como todo vale lo mismo, el que ha perdido el tiempo en formarse en esos temas en los que da igual lo que dice un estudioso que opina sobre ellos con conocimiento de causa que lo que cualquiera que suelta lo primero que se le pasa por la cabeza, es que el primero es un idiota que lo único que ha hecho es perder el tiempo.
    Después nos extrañamos de que las cosas vayan mal. Lo raro es que a veces funcionen, con según qué tropa que anda de por medio.

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  10. ¡Qué te diré yo de ciencias! Ese esquema que presentas se da en cualquier discusión sobre medicinas alternativas, por ejemplo la homeopatía (que, como químico, me causa mala leche). Si yo, imaginemos, digo que las propiedades de las sustancias dependen de su estructura química, y que el agua no es una especie de "mecano" molecular que se altere aunque se diluya un pedacito de aspirina que se agite así o asá, te saldrán con que: 1. A mí me funciona (cambio de tema). 2. Trabajas al servicio de las farmacéuticas (juicio de intenciones). 3. No sé de estructuras químicas, así que no creo que tenga que ver con el efecto memoria del agua (exhibición de la ignorancia).

    De todos modos, existe una variedad del tercero con aún más mala hostia, que ya se las trae. Es lo que se denominaría "yo soy el auténtico experto", que como su nombre indica, consiste en de alguna manera rechazar al contrario por algún motivo, sin importar lo disparatado que sea. Por ejemplo, léase este comentario acerca de la homeopatía en el blog de un amiguete:

    http://empollonintegrista.wordpress.com/2011/10/27/supersticiones-y-medicina/#comment-1951

    Por lo visto, para hablar de curas lo que vale de veras es estar enfermo. Ni estudios estadísticos ni polladas de ese estilo.

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  11. Supongo que hábiles maestros del uso de las falacias lógicas para desbarrancar una discusión los ha habido siempre (véase el comentario de 'nop', más arriba). Como son más viejas que la orilla del río, quien más quien menos es capaz de detectarlas y contrarrestarlas, aunque si el adversario no quiere establecer un verdadero debate, poco podemos hacer.

    La verdadera innovación de estos tiempos aciagos es el 'argumentum ad ignorantia', también llamado "calla, empollón". Me imagino que en otros tiempos y/o lugares nadie se habría atrevido a usarlo, pues equivale a una confesión pública de imbecilidad (nadie lo sabe todo, pero argumentar que la postura del contrario es peor cuanto más sabe del tema, es de traca). Me ha pasado alguna vez, ante lo cual la única respuesta posible es "pues lee algo, y cuando quieras continuamos la conversación" porque lo de impartir lecciones a quien encima le parece un signo de soberbia es peor que perder el tiempo.

    Es de temer que lo puedo tener idealizado (si es así agradecería que me saquéis de mi error), pero tengo entendido que durante la evolución hacia sociedades más democráticas/igualitarias hubo un tiempo en que quienes pretendían "avanzar" valoraban mucho más el conocimiento: clases nocturnas en la Casa del Pueblo, peleas porque abrieran bibliotecas públicas... sobre todo, desconocer algo no era precisamente motivo de orgullo.
    Si además nos apuntamos al rollo posmodernete ese de "todo son opiniones", apaga y vámonos...

    Espero que algún día la tendencia se mueva en sentido opuesto. Ya en la educación se puede ver en muchos países, cómo las estupideces del 68 se han ido abandonando, por lo que no desespero de verlo también en otros aspectos de la vida pública y privada (no digo en qué país, porque aquí para lo bueno parece que siempre vamos con retraso). Y si todo lo demás falla, siempre nos quedarán sitios como este blog.

    PD Me encanta comprobar que uno de mis referentes interneteros, Santiago Bergantinhos, también es lector de este blog. Hay que recurrir a lo más gordo de la mitología para calificar su crítica de la última obra de Dan Brown: 'titánica', 'ciclópea', etc...

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  12. Curioso que un artículo tan largo se resuma en una única palabra: brillante.

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  13. perokepazza1:54 a.m.

    Totalmente de acuerdo, pero, ¿cómo y dónde se puede aprender el noble arte de debatir y argumentar razonable y respetuosamente? Lo digo en serio, me encantaría aprenderlo.

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