martes, octubre 01, 2024

Mao (20): Peng De Huai, ese cabrón

 Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  


Una vez que consiguió sobrevivir, el siguiente paso de Mao era cargarse a Wang Ming. Tenía que ser cuidadoso, puesto que Moscú había dejado claro que la unidad del Partido era intocable. Pero, como os he dicho, tenía ventaja; Mao era un zorro, y Wang bastante tonto. Así que el primero, lo que hizo, repitiendo jugada porque ya lo había hecho en el pasado, fue retener la reunión del Partido hasta el momento en que la situación le fue favorable.

Consiguientemente, la reunión del Comité Central fue la más larga de su Historia; primero duró semanas, luego meses. Como casi siempre en el caso de las decisiones estratégicas que tomaba Mao en su beneficio, todo ello conspiró en contra de los demás, incluidos los camaradas comunistas. Que el máximo órgano de decisión comunista no tomase decisión alguna dejó sin instrucciones a los jefes militares en un momento en el que el avance japonés (Chiang Kai Shek tuvo que mover de nuevo su capital a Chongqing, todavía más al interior) ponía en peligro unidades comunistas. En vano sus coroneles pidieron refuerzos. Mao se negó a enviárselos; quería las tropas bajo su control estricto.

El Kuomintang convocó una Asamblea Nacional en Chongqing para el 28 de octubre. Wang Ming tenía que estar allí; ésa fue la oportunidad de Mao. Alargó el pleno para que estuviese formalmente reunido cuando su rival se marchase.

A finales de octubre, efectivamente, Wang Ming, Chou En Lai, Xiang Ying y Po Ku estaban fuera de la ciudad. Inmediatamente después, Mao los denunció ante el pleno, a todos ellos, por colaboracionistas con el nacionalismo. Para su movida, Mao contó con un aliado importante, un gran organizador y no menor operador clandestino: Liu Shao Chi. Liu era un veterano comunista que había desplegado sus acciones en el norte de China, y que había viajado a Moscú, donde incluso había conocido a Lenin. En esos tiempos se pulió a Larisa Reysner, una de las amigas del círculo de Vladimiro el Hijo de Elías.

La suerte final de Liu Shao Chi, el hecho de que, con los años, se convirtiese en alguien capaz de empatizar con ese proletariado por el que el comunismo dice hacerlo todo (aunque, en realidad, todo lo hace por el vodka y las putas), no nos debe impedir ver el bosque de que Liu, sobre todo en los tiempos de su juventud en que lo relatamos, era tan mala bestia como Mao. Tenía la misma tendencia hacia la toma del poder por medios execrables, y una total falta de moral. Que Mao confiaba en él nos lo da el dato de que, nada más terminar el pleno de la denuncia, Mao hizo a Lui jefe del PCC en el área de China donde estaba emplazado el N4A, para que le controlase a Xiang Ying.

Otro apoyo de Mao en esta movida, éste más sorprendente, fue el de Peng De Huai, el subcomandante del 8RA.

El único problema era Moscú. Si las noticias ciertas y precisas de lo que había hecho llegaban a la mesa de Stalin, podía encontrarse con serios problemas. Así pues, ordenó que sus discursos permaneciesen bajo el manto del secreto.

A partir de 1939, pues, Mao prevaleció dentro del PCC, y esto supuso la prevalencia de su estrategia de enfrentamientos con los nacionalistas. A partir de aquel año, pues, en China, en puridad, se verificaron dos guerras: la que tenían los japoneses con los chinos, y la que tenían los chinos entre ellos. Por otra parte, la estrategia de no percutir con los nipones le había sentado estupendamente a los comunistas. En enero de 1940, el 8RA de Zhu De y Peng De Huai había crecido hasta los 240.000 efectivos, multiplicándose prácticamente por cinco. El N4A se había triplicado hasta 30.000 soldados. Los comunistas tenían una respetable línea de bases propias en la retaguardia japonesa.

Los enfrentamientos con los nacionalistas, obviamente, fueron mantenidos fuera del conocimiento de Moscú; contravenían totalmente sus instrucciones. El tema, en todo caso, pareció funcionar a la perfección. Aparentemente Stalin no sólo no fue consciente de que su PCC estaba haciendo una guerra que él les había prohibido, sino que se avino a ponerle purpurina a la figura de Mao Tse Tung, lo que se aprecia en el gesto de enviarle a Yenan a su cineasta de cámara, Roman Lazarevitch Karmen, nacido Efraim Leyzorovitch Korenman. Todo esto era el resultado de la labor incansable que, en Moscú, hacían los peones que Mao había conseguido colocar a la derecha del Padre. Al Profesor Rojo y Ren Bi Shi, se unió ahora Lin Biao.

Lin consiguió enseñarle a Stalin sólo una porción de la Historia; la que Mao consideraba que su líder debía conocer. En junio de 1939, se le unió en Moscú Tse Min, el hermano de Mao. Venía, en teoría, para curarse de una enfermedad que no tenía (ni siquiera pisó la consulta de un médico); y con la labor real de erosionar definitivamente a Wang Ming. Ya que estaba allí, Tse Min también se dedicó a contar mierdas de Po Ku y otro dirigente llamado Wei Han.

Pocos días después de comenzar la guerra en Europa, apareció por Moscú Chou En Lai, quien según todos los indicios había visto la luz y había vuelto a cambiar de bando. Chou se había caído del caballo, como Saulo; sólo que él lo había hecho de verdad, y se había roto un brazo. Por eso estaba en Moscú: para que se lo enderezasen. Con la fe del converso (Chou ya nunca cambiaría su fidelidad en el resto de su vida; y el pago que le dio Mao al final de su vida es una buena prueba de a lo que te expones cuando mamas marxismo), le contó a los soviéticos que los comunistas habían tenido casi 3.000 enfrentamientos en los japoneses; eludió explicarles que se refería al Call of Duty.

Con Wang Ming casi en la picota, Mao se preocupó ahora por Otto Braun, el súper poderoso asesor soviético que llevaba en China desde antes de la Larga Marcha. Por eso Tse Min lo atacó con furia, calificándolo de “táctico contrarrevolucionario”. Braun sobrevivió por los pelos aunque, a juzgar por sus memorias, siempre tuvo claro que el objetivo de Mao, y sobre todo de quien había sido su amigo: Chou En Lai, era haberlo arrimado a un paredón en la Lubianka.

Como ya saben los que asisten asiduadamente a las clases, y en general cualquier lector medianamente informado, el 23 de agosto de 1939 la URSS y la Alemania nazi firmaron un pacto de no agresión y departición de Polonia. En la China comunista, no fueron pocos a los que este acuerdo les pareció deleznable. Aquella repulsión tenía toda la lógica del mundo. Stalin había demostrado la capacidad de pactar con cualquiera para conservar su propio gañote. ¿Por qué razón no se podía pensar que lo pudiera hacer con Japón también, siendo, esta vez, China la que hiciese el papel de Polonia? Cuando, en esos días, Moscú y Tokio anunciaron que habían pactado un alto el fuego, los nervios de muchos se pusieron de punta. Como digo, para cualquier chino que amase a su nación y a su pueblo, todo aquello eran noticias inquietantes. Pero no para Mao. Para Mao eran noticias excelentes. Su valoración de los hechos era simple: ahora, se hacía más probable que Stalin llegase a controlar una parte de China directamente (la parte que se quedase en el reparto con Japón); y entonces le daría a él el poder, que era todo lo que le interesaba. A Mao, todo lo demás: la independencia y soberanía de país, el sufrimiento genocida de los chinos que quedaren bajo administración japonesa, el desmantelamiento de facto de una nación milenaria, le importaba tres cojones. Mao quería ser el mandamás de la China de Vichy e, incluso, tenía claro cuál tenía que ser la línea de demarcación en la partición soviético-nipona: el Yangtze.

En septiembre de 1939, los soviéticos comenzaron a hablar con los japoneses. Stalin, justo antes de las conversaciones, transmitió la orden a los comunistas chinos de que fuesen muy activos en la toma de nuevos terrenos; quería mejorar su posición negociadora. Esto le dio a Mao patente de sinceridad, por así decirlo. Comenzó a confesar en sus telegramas los enfrentamientos con los nacionalistas, consciente de que ahora su jefe sí que los quería, y los valoraba. Stalin no sólo criticó estas noticias, sino que intensificó la financiación a los comunistas chinos.

Aunque se sabe bastante poco de esto, septiembre de 1939 no sólo fue el momento en que Stalin se acercó a los japoneses; también fue el momento en que el propio Mao abrió líneas de colaboración con ellos. Su principal peón en aquel tablero fue un hombre llamado Pan Han Nian, que era un empleado de Eiichi Iwai, el cónsul japonés en Shanghai.

Pan era un informador de Iwai, él mismo un agente de inteligencia, sobre las capacidades del ejército nacionalista y sus posibilidades a la hora de resistir tal o cual ataque. También le informaba sobre los conflictos entre los nacionalistas y los comunistas, y sobre el estado real de las relaciones de los nacionalistas con fuerzas exteriores, como los Estados Unidos o Gran Bretaña.

Pan no sólo trabajaba para los japoneses. También trabajaba para Mao, buscando que los japoneses dejasen tranquilas a las tropas comunistas. Llegó al punto de ofrecerle un alto el fuego secreto en el norte de China al jefe de la inteligencia japonesa en China, general Sadaaki Kagesa. De hecho, en la China centro-oriental, comunistas y japoneses llegaron a un acuerdo por el cual el recientemente creado IV Ejército comunista dejaría libres las líneas férreas, a cambio de que los japoneses no atacasen al N4A. Como los japoneses tendían a despreciar las fuerzas de los comunistas, a las que no adjudicaban valor estratégico alguno, no les costaba llegar a estos pactos.

Así las cosas, en la primavera de 1940 los comunistas dominaban importantes áreas del norte de China. Sin embargo, el 8RA seguía comandado por buenos militares, como Zhu De y Peng De Huai; gentes que, una vez que se vieron consolidados en sus posiciones, comenzaron a pensar en atacar a los japoneses; aunque, como sabemos, eso no era lo que Mao quería. Ahora, de hecho, ya no lo quería ni Stalin.

Zhu De diseñó, a principios de abril, una campaña de sabotajes a gran escala contra las líneas de transporte japonesas. Pero Mao le frenó en seco.

Chiang Kai Shek conoció aquello de alguna manera; como fue informado de que Zhu se había quedado bastante descontento con la orden recibida. Como buen zorro que era, lo invitó a ir a Chongqing a hablar de todo un poco. Es evidente que Mao también fue informado de este movimiento. El caso es que Zhu De fue informado por Mao de que en Yenan iba a haber una reunión comunista en la que tenía que participar; por ello, el general decidió pasar por allí antes de ir a Chongquing. Cuando llegó a Yenan, se encontró con que no había ninguna reunión y que él estaba, de facto, detenido; situación en la que, de hecho, permaneció todo el resto de la guerra. Mao envió a Chongqing a Chou En Lai, con quien Chiang, obviamente, no logró hablar de nada serio.

Estamos en mayo de 1940; un momento bastante crucial para la guerra sino-japonesa. Los japoneses comenzaron a bombardear Chongqing y a avanzar por el curso del Yangtze hacia la capital. Tokio presionaba en ese momento a Francia para que cerrase la línea férrea desde Indochina, y a los británicos para que hiciesen lo propio con la conocida como Burma Road. Los dos países occidentales aceptaron el 20 de junio y el 18 de julio, respectivamente. El gobierno chino, pues, estaba estrangulado. Cada vez más personas en Chongqing defendían la idea de algún tipo de armisticio con Japón.

Peng De Huai, sin embargo, no era partidario. Convertido ahora en el jefe del 8RA, resucitó los viejos planes de una campaña de sabotajes. Diseñó el plan de un ataque generalizado en agosto, y se lo comentó por radio dos veces a Mao. Sabía bien que al dirigente comunista no lo aprobaría. Aquel plan le daría un importante balón de oxígeno a Chiang Kai Shek; y, lo que es peor, causaría un contraataque japonés que era imposible que no se cebase sobre las posiciones comunistas en su retaguardia. Peng, sin embargo, juzgó que el plan era mejor desde el punto de vista del interés global de China. O sea: no pensó como un comunista, porque a un comunista, por definición, los intereses mayores de la nación, y de las personas, le importan un huevo.

La operación duró aproximadamente un mes. El 84A consiguió dañar muy seriamente las minas de carbón de Jingxing, que eran fundamentales para el flujo de acero hacia el ejército japonés. Los japoneses tuvieron que sacar una división del frente para arreglar aquel descalzaperros.

China adquirió mucha moral con aquel contraataque. Sin embargo, los comunistas, tal y como Peng ya sabía, perdieron aproximadamente la mitad de los territorios que controlaban, y que hubieron de abandonar huyendo de los japoneses. En todo caso, la principal consecuencia, cuando menos desde el punto de vista de Mao, fue que la campaña de Peng De Huai había alejado las posibilidades de que Chiang Kai Shek fuese derrotado por los nipones; que era lo que Mao esperaba, pues daba por segura la intervención directa de los soviéticos en China como consecuencia de todo ello y, consecuentemente, su elevación por Stalin al estatus de mandarín rojo. Así las cosas, Mao desarrolló una inquina especial hacia Peng De Huai, al que haría pagar las consecuencias en los años por venir.

Por mucho que lo intentaron los bombarderos japoneses, Chongquing resistió. Chiang no cayó, y tampoco se avino a negociar con Tokio. A base de creer en estupideces como que los comunistas estaban ahí para defender a los chinos y para procurar su felicidad e independencia, Peng le había jodido el futuro a Mao. Un futuro de obediencia y servidumbre, pero de vodka y putas personales. ¿Quién querría otra cosa?

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