lunes, septiembre 30, 2024

Mao (19): Los peores momentos son, en el fondo, los mejores

 Papá, no quiero ser campesino

Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  



Aunque Mao pudiese estar más o menos contento con su política de aguililla militar, Stalin no lo estaba. Los comunistas chinos no estaban haciendo lo que él quería: gastarse frente al japonés, ayudar en la guerra. Y, por eso, a mediados de noviembre, envió a Yenan a Wang Ming, que había sido ya durante años el representante chino en la Komintern y, por lo tanto, contaba con su confianza.

Cuando Wang se reunió con el Politburo y expresó la visión de Stalin, se encontró con una mayoría en el órgano partidario que era claramente positiva respecto de esa estrategia. Así pues, el alto órgano político del Partido aprobó que el ejército comunista recibiese órdenes del cuartel general nacionalista. Mao no estuvo de acuerdo; sin embargo, una vez que Wang dejó claro que era lo que Stalin quería, decidió callar.

Moscú quería que el PCC organizase un congreso, dado que el último que había celebrado el Partido había sido hacía casi diez años, en 1928. Y el caso es que, al adoptar esta decisión, el Politburo decidió que la persona que depondría el informe político ante el congreso (quien, por regla no escrita en el comunismo soviético, era considerado el número 1 del Partido) no sería Mao, sino Wang Ming.

Wang Ming, hemos de suponer que teledirigido en esto, si no por Stalin, cuando menos por Dimitrov, también echó a Mao del nido del Secretariado del Partido, que ahora quedó formado por nueve miembros, de los cuales cinco le eran fieles a él y hostiles a Mao: el propio Wang Ming, Xiang Ying, el jefe del N4A, Chang Kuo Tao, Chou En Lai y Po Ku. Los dos últimos, obviamente, habían cambiado de bando (el Secretariado se completaba con: Mao Tse Tung, Lo Fu, Chen Yun y Kang Sheng).

La victoria de Wang Ming, diciembre de 1937, es contemporánea de la conocida como Masacre de Nanjing, en la que unos 300.000 civiles y prisioneros de guerra chinos fueron asesinados por los japoneses. Durante los muchos años que tendría Mao para hablarle a su pueblo a través de la propaganda, destacando los muchos (la mayor parte de las veces, teóricos o directamente falsos) esfuerzos que el comunismo había hecho por el bienestar del pueblo chino, Mao nunca habló de la Masacre de Nanjing. Nunca la citó. Probablemente, esto es así porque los comunistas chinos eran conscientes de que, por mucha madera de propaganda que le echasen a la caldera, era imposible que los chinos pudieran olvidar que, mientras 300.000 de ellos eran violados, torturados y masacrados como perros, ellos, los comunistas chinos, estaban discutiendo sus mierdas.

Nanjing, obviamente, cayó en poder de los japoneses, el 13 de diciembre. Chiang Kai Shek hubo de cambiar la capital de su Estado, y se la llevó más hacia el interior, a la virulenta Wuhan. El 18 de diciembre, se presentó allí Wang Ming como oficial de enlace con los comunistas; se llevó a Chou En Lai y Po Ku de adjuntos. Mao se quedó en Yenan, fuera de todo.

Desde Yenan, sin embargo, Mao comenzó a hacer todo lo posible para prevenir cualquier coordinación efectiva del Ejército Rojo con las tropas nacionalistas. El 19 de febrero de 1938, el 8RA estaba avanzando hacia el este siguiendo las órdenes generales; pero Mao trató de contraprogramar esta orden del Alto Mando nacionalista, argumentando que los japoneses estaban a punto de atacar Yenan. Zhu se negó a dar la vuelta y le dijo a Mao que los japoneses le estaban engañando. Tanto el general como su adjunto Peng siguieron avanzando hacia el este.

Wang Ming, un poco hasta los cojones de las contraórdenes de Mao, convocó una reunión del Politburo a finales de febrero. Además, necesitaba discutir otro tema. En enero, cuando las tropas comunistas habían avanzado por Jinchaji, y como ya os he dicho, los comunistas habían proclamado pública, e unilateralmente, que aquélla se convertía en una base comunista. Aquel gesto había servido para que en China a mucha gente se le cayese la venda de los ojos, y de la boca, y comenzasen a preguntarse si los comunistas estaban de verdad combatiendo a los japoneses, y, en todo caso, con qué objetivo real lo estaban haciendo.

Así las cosas, Wang Ming, con seguridad sintonizado de nuevo con los deseos, y sobre todo las inquietudes, de Moscú, volvió a llevar al Politburo, que lo aprobó, el principio de que las tropas comunistas estaban bajo el mando supremo del Alto Mando nacionalista.

Mao, totalmente acorralado, no tuvo otra que aceptar, incluso con pasión, el principio de que allí lo que había que hacer era luchar contra Japón, y sólo eso. Pero, la verdad, en materias de maniobrerismo, era mucho más listo que el resto de sus compañeros, incluido Wang Ming. En realidad, Wang no era muy listo. Wang era tan sólo el comunista chino que había sabido ser perrunamente fiel a los postulados de Stalin, lo cual le había servido para sobrevivir a las purgas (que entre los chinos residentes en la URSS fueron finas). Era el típico superviviente de Stalin: un Molotov, un Voroshilov, un Óscar Puente, un González Pons: más disciplinado que inteligente. Esto era lo que había querido tener Stalin, y era lo que tenía. En el fondo, el gran amigo de Mao, en aquellos tiempos, fueron las purgas de Stalin, que entre los chinos, como entre cualesquiera otros soviéticos, se habían llevado por delante a la gente lista, y habían dejado a los lamebotas.

Nadie, en efecto, estaba en condiciones de superar a Mao como maniobrero. A pesar de tener una posición minoritaria en el Secretariado, se las arregló con bastante facilidad para que las notas taquigráficas de las diferentes posiciones tomadas en las reuniones del Politburo que relatamos desapareciesen rápidamente del escrutinio público. De esta manera, se garantizó que Stalin pudiera sospechar cuál había sido su posición en los debates; pero no saberla con certeza, mucho menos poder demostrarla. Ítem más: Cuando Moscú reclamó que fuese remitido un nuevo enviado de la China comunista, se las arregló para que el elegido fuese Ren Bi Shi, un tipo que le era muy cercano. Ren, por supuesto, fue a Moscú y le contó a los soviéticos que la política de la metrópoli y de Yunan estaban totalmente coordinadas.

A finales de enero de 1938, un emisario del Estado Mayor soviético, un tal V. V. Andrianov, estuvo en Yenan, convirtiéndose en el más alto mando militar soviético que visitó la republiqueta comunista. Llevó dinero para el ejército comunista, y sometió a Mao a un interrogatorio sobre su estrategia bélica. Mao le contó una larga sarta de mentiras, entre las cuales afirmó estar totalmente coordinado con los blancos.

A pesar de las mentiras, la posición de Mao no era buena, y él lo sabía. Los medios soviéticos habían rebajado notablemente el tono con que se referían a él. La mayoría de los agentes de la Komintern que habían tenido relaciones directas con el chino había sido arrestada y ejecutada; el más importante de ellos, Osip Arónovitch Piatnitsky, jefe de Inteligencia de la Komintern. Mao sospechaba que Stalin estaba coqueteando con la idea de que el chino fuese un agente de los japoneses; y obtuvo de Piatnitsky la confesión, bajo tortura obviamente, de que Mao era miembro de un grupo bukharinista.

El dosier sobre Mao, de hecho, incidía en la posibilidad de que fuese un espía japonés, dado que también lo acusaba de ser un trotskista; y eso ya eran palabras mayores, puesto que el estalinismo consideraba que los principales aliados de los japoneses en los países comunistas eran los trotskistas. Quien había sido el agente soviético más importante en China, Boris Nikolayevitch Melnikov, fue acusado en Moscú de haber sido el reclutador de Mao y, después, de haberlo desviado hacia los japoneses.

La debilidad de Mao era una invitación para todos aquéllos a los que se había encontrado en el camino y a los que había hecho putadas de mayor o menor calibre. Entre ellos se encontraba Chang Kuo Tao. Recordaréis que Chang era el comandante de un ejército comunista mucho más poderoso que el que tenía Mao, y que ambos se habían encontrado en junio de 1935. A pesar de que inicialmente Chang era mucho más fuerte que su oponente, las indudables habilidades maniobreras de Mao habían revertido la situación. Muy especialmente, Mao había conseguido monopolizar las rutas hacia el norte que garantizaban el flujo de ayuda soviética.

Cuando en octubre de 1936 Mao había decidido avanzar hacia el norte para conseguir contactar con los soviéticos, había designado a las unidades al mando de Chang para que se llevasen la peor parte de la operación, enfrentándose a las unidades nacionalistas que trataban de bloquearles el avance. El fracaso de aquella operación de avance no sólo dejó a los comunistas chinos sin los pertrechos que los soviéticos les habían prometido; también dejó a casi 30.000 efectivos de Chang embolsados y desconectados al otro lado del Río Amarillo.

Como consecuencia, a mediados de marzo de 1937, de la potente armada de Chang Kuo Tao apenas quedaba nada. Muchos de sus soldados fueron torturados; en Gansu, más de 1.000 fueron enterrados vivos; otros fueron vendidos como esclavos. Hala, a mamar marxismo, chavalotes.

Pero todo había pasado por algo. La desgracia de Kuo Tao era la felicidad de Mao quien, ya os lo he repetido varias veces en estas notas, no estaba luchando ni por el comunismo mundial ni por el pueblo chino ni por esas mierdas; estaba luchando para sí mismo. Mao Tse Tung aprovechó que Chang Kuo Tao estaba en Yenan para acusarlo de todo el fracaso de la expedición, indicando que ésta, en todo momento, había seguido “la línea marcada por Chang”; cosa que era totalmente falsa. Mao quería que el Politburo echase a Chang; pero Moscú paró el golpe.

Ahora, en la primavera de 1938, Mao estaba en horas bajas; y Chang lo sabía. El 4 de abril, en su condición de presidente de la Región Roja, Chang abandonó Yenan para participar en una ceremonia conjunta con los nacionalistas ante la tumba del Emperador Amarillo. De allí, el general se fue a Wuhan, para entrevistarse con Wang Ming.

Lo que hizo Chang Kuo Tao en Wuhan es un tema de bastante difícil descripción, por las muchas capas de mierda que el comunismo chino ha ido echando encima. Lo más probable es que lo que intentase Chang fuese que Mao fuese expulsado del Partido o, cuando menos, de sus órganos de dirección (lo que, obviamente, en determinada literatura se conceptúa como intentos para romper la unidad del Partido). Él contaba con que Wang Ming, En Lai y Po Ku le hiciesen hilo. Pero lo que sí sabemos con certeza es que no lo hicieron. Este dato nos sugiere la idea de que Stalin, aunque como sabemos estaba comenzando a plantearse la idea de que Mao fuese un agente japonés, lo quería cerca porque lo temía; había demostrado una clara capacidad de maniobrar a favor de sí mismo, y también de Stalin. Por lo tanto, muy probablemente la instrucción clara que trajo Wang Ming de Moscú fue disminuir el poder de Mao, pero sin acabar con Mao; y esto fue lo que al fin y a la postre salvó, en el que yo creo que fue su peor momento, al futuro autócrata chino.

Kuo Tao lo intentó durante una semana. Pero no consiguió nada. Cuando se dio cuenta de que era así, decidió hacerse nacionalista, así que el 17 de abril cambió de bando. Wang, Chu y Po lo dejaron ir, conscientes de que ese limón ya no tenía más zumo. Una vez en el bando blanco, Chang le escribió a su mujer, que estaba en Yenan, embarazada, y con un hijo de 12 años, para que se reuniese con él. Mao, entonces, se hizo un “Stalinito”. Los retuvo hasta que tuvo claro que el general ya no era un peligro para él; pero lo hizo sólo durante un par de meses. Tzi Li Young, que así se llamaba la señora, se encontró con Chou En Lai en Wuhan, fue instruida por éste para que le dijese a su marido que procurase tener la boca cerrada. Aparentemente, Chang Kuo Tao cumplió con ello. Aunque también se ha dicho que colaboró con la inteligencia del Kuomintang, lo cierto es que, cuando los comunistas prevalecieron en China, no se marchó a Taiwan sino a Hong Kong y, de allí, emigró a Canadá, donde ya estaban sus dos hijos, y mantuvo una vida de perfil muy bajo.

Mao, por lo demás, seguía teniendo una posición dudosa en Moscú. Piatnitsky y Melnikov, los dos hombres de la Komintern que lo habían acusado bajo tortura, fueron asesinados ese año, el mismo día. El dosier sobre el chino permaneció en manos de Stalin. Mao, sin embargo, tenía un fiel aliado en Moscú: Wang Xia Jiang, el Profesor Rojo, su compañero de la Larga Marcha. Mao había hecho todo lo que había estado en su mano para que Moscú aceptase al profesor en Moscú, aduciendo sus problemas de salud. Finalmente, fue admitido en julio de 1937, cuando en Moscú necesitaron a alguien que recogiese el testigo de Wang Ming, quien como sabemos se volvía a China.

Un año después, en junio de 1938, Mao reclamó al profesor de nuevo en China. Antes de irse, Wang Xia se vio con Dimitrov. Aparentemente, el búlgaro estaba preocupado por la falta de unión en el PCC; y, de alguna manera, yo no tengo claro si porque originalmente fuese la idea de Dimitrov o la de Wang Xia, llegaron a la conclusión de que la unidad debía procurarse bajo el liderazgo de Mao.

Ahora Mao tenía lo que quería. Wang Xia regresó a China a finales de agosto, e inmediatamente Mao convocó un plenario del Comité Central para “escuchar las instrucciones de la Komintern”. Wang Ming fue arrastrando el escroto, y no llegó hasta el 15 de septiembre. Mao reunió al Politburo y le informó de que, para sintonizar al Partido con la Komintern, él leería el informe político ante el congreso. Wang Ming, como os he dicho al fin y al cabo un tipo con no muchas luces que todo lo que sabía hacer era obedecer cuando el amo le decía dame la patita, no se opuso. El congreso se abrió el 20, con el Profesor Rojo repitiendo las instrucciones de Dimitrov escoltado por un gran retrato de Lenin, mientras se relamía pensando en toda la cantidad de puestos de vodka y putas con las que Mao se pasaría el resto de su vida retribuyéndolo.

Mao tenía ahora el apoyo de Moscú para mandar. Algo que nadie discutiría.

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