lunes, julio 15, 2024

Stalin-Beria. 3: De la guerra al fin (3): Cambian las tornas

Brest-Litovsk 2.0
La ratonera de Kiev
Cambian las tornas
El deportador que no pudo con Zhukov
La sociedad Beria-Malenkov
A barrer mingrelianos
Movimientos orquestales en la cumbre
El ataque
El nuevo Beria
La cagada en la RDA
Una detención en el alambre
Coda 


Ya en marzo de 1942, Stalin convocó una reunión para revisar la situación en el frente suroccidental. Convocó a Voroshilov, Timoshenko, Shaposhnikov, Zhukov y Vasilievsky. Timoshenko propuso una ofensiva en el sur, usando fuerzas de los tres frentes. Shaposhnikov, el hombre que siempre estaba repasando las cifras sobre reservas logísticas, objetó que les faltaba fondo de armario para algo así; para él, lo mejor era seguir como hasta entonces, primando sobre todo el frente central, es decir, el antiguo frente occidental. A Stalin esta idea no le gustó porque, dijo, con buen criterio creo yo, que eso no era nada más que sentarse a esperar a que a los alemanes les diese por arrearles otra hostia. Zhukov, por su parte, era partidario de una operación tipo Timoshenko, pero en el centro, no en el sur. Timoshenko siguió en sus trece, apoyado por Voroshilov, con Vasilievsky diciéndole que no mamase. Todo el mundo esperaba la decisión inteligente del comandante el jefe.

El problema, claro, era que el comandante en jefe nunca había sido un militar de valía. Nunca. Ni durante la guerra civil, ni durante la corta guerra de Polonia, teatro en el que probablemente cometió errores como para alicatar el Atlántico desde Santander hasta Reikiavik; y no lo iba a ser ahora. En el momento de tomar decisiones arrechas, Stalin se quedó en un sí es no es. Las fuerzas suroccidentales realizarían un solo ataque en Jarkov, buscando meter presión en el Donbás.

En esencia, Stalin estaba convencido de que aquel ataque, que se haría mediante la convergencia de fuerzas desde dos emplazamientos (Volchansk y Barenkovo) pillaría a los alemanes con los pantacas bajados. Lo que no sabía era que los propios alemanes estaban preparando un ataque en Barenkovo. Así las cosas, el 12 de mayo comenzó la ofensiva de Jarkov. No fue mal al principio. Los soviéticos avanzaron muy deprisa; pero eso fue sólo para encontrarse con que los alemanes atacaban su flanco con saña.

Nikita Khruschev contaría años después, en el XX Congreso del Partido, que, en medio de la desastrosa batalla de Jarkov, llamó al Kremlin. Se puso Malenkov y él exigió hablar con el jefe. Stalin estaba al lado de Malenkov y Khruschev le escuchó decir que tomase el recado. Entonces Khruschev le pidió a Malenkov que le transmitiera la petición de abandonar la ofensiva, y Stalin se negó.

Pero, claro, eso es lo que contaba Khruschev. Zhukov, sin embargo, afirma que el Estado Mayor estaba a favor de abandonar la ofensiva el 18 de mayo, y viene a decir que si ésta fracasó fue por la falta de liderazgo en el frente. De hecho, dice que aquel 18 hubo una conferencia con Khruschev en la que éste le dijo a los moscovitas que las noticias sobre la capacidad de las tropas alemanas eran falsas, y que no había riesgo para la operación.

Sea como sea, Paul Ludwig Ewald von Kleist avanzaba más deprisa que Yndurain cuesta abajo. Stalin acabó por darse cuenta de que en Barenkovo se estaba preparando otra celada. Dio la orden de hacerse fuertes en el saliente que lleva dicho nombre, el saliente de Barenkovo, pero ya era demasiado tarde. El VI y LVII ejércitos, junto con el grupo de ejércitos de Leónidas Vasilievitch Bobkin, fueron rodeados camino de Krasnograd y multiplicados por cero. Por supuesto, la culpa sería de otro: Stalin se apresuraría a decir que “aprendiendo de las lecciones de Jarkov”, lo que había que hacer era destituir al jefe de Estado Mayor del frente suroccidental, el armenio Hovhannes Jachatury Bagramian.

Tras sufrir dos duras derrotas en Jarkov y Crimea, Stalin comenzó a pensar en la guerra de guerrillas. A finales de mayo de 1942 creó un alto mando de tropas partisanas, en las que implicó al general Panteleimón Kondratievitch Ponomarenko; al general Vasili Timofievitch Sergienko por la parte de la NKVD; y G. F. Korneyev por la parte de la inteligencia.

En abril de 1942 se creó una administración especial de la NKVD para la retaguardia. Se trataba de prevenir deserciones, así como la lucha de inteligencia contra espías infiltrados. Estas unidades se vanagloriaron de haber arrestado a 15.000 personas y haber desmantelado 135 grupos de simpatizantes con el enemigo y simples atracadores y bandoleros. Algunas veces, las unidades de la NKVD directamente actuaban como tropas de reserva y entraban en combate. Eso sí, Beria personalmente apenas visitó los frentes un par de veces en toda la guerra. De hecho, de la guerra hasta se libró su hijo, Sergo, que fue adscrito a un cuerpo especial de técnicos de radio que jamás estuvo a menos de cien kilómetros de una bala. Los comunistas siempre han tenido un tanto complicado entender eso de predicar con el ejemplo.

Una cosa que organizó la NKVD durante la guerra fue la formación de grupos partisanos en aquellos territorios ocupados por los alemanes. Estos grupos de partisanos fueron creados ya en julio de 1941, y realizaron diversas acciones de sabotaje en terreno ocupado.

La NKVD acabó por crear una agencia que se responsabilizase directamente de estas actividades de resistencia, la llama Cuarta Administración de inteligencia y sabotaje, bajo la dirección del viceministro de Asuntos Internos, Pavel Anatolievitch Sudoplatov. Sin embargo, a principios de 1942, el Ejército en sí mismo había asumido la dirección de estas unidades de resistencia, lo cual es lógico porque eran unas unidades militares más. En mayo, el Alto Mando creó un estado mayor central de las fuerzas partisanas, anexado al Comité Central. Una de las razones por las que la NKVD nunca tuvo un control total sobre los partisanos es que muchos de ellos venían de pasados y unidades de combate no relacionadas con Beria y de hecho opuestas a él. Por ejemplo, el jefe de los partisanos ucranianos, Timofei Ambrosievitch Strokach, era un anti Beria decidido. Lavrentii, eso sí, podía contar con la total fidelidad de Sudoplatov. Asimismo, era muy cercano al movimiento partisano bielorruso, puesto que muchos de sus miembros tenían vínculos con Tsanava, que había sido allí jefe de la NKVD.

Algunos testimonios afirman que, cuando se dio cuenta de que no le harían caso, Beria trató de cargarse a los partisanos y convertirlos en simples unidades de la NKVD. Sin embargo, los infiltrados en territorio controlado por los alemanes se hicieron cada vez más necesarios para la inteligencia militar soviética. El departamento de Inteligencia Exterior de la Administración de Seguridad del Estado de la NKVD, dirigido por el teniente general Pavel Milhailovitch Fitin, envió agentes en masa al territorio ocupado por los alemanes.

En lo tocante a la guerra en sí, a pesar de los desastres de Ucrania, no todo iba mal. Desde el 5 de diciembre de 1941, y durante un mes, se había llevado un contraataque en las afueras de Moscú. Esto hizo retroceder al enemigo hasta 200 kilómetros. La suerte parecía cambiar, especialmente después de haber desembarcado en Crimea y el acorralamiento del enemigo en Demyansk.

Zhukov dice en sus memorias, con un tono no exento de retintín, que, a finales de 1942, es decir más o menos cuando Stalingrado, Stalin “tenía una percepción bastante buena de los temas estratégicos de carácter general”. En el verano de aquel año, sin embargo, las cosas seguían bastante mal. En el frente suroccidental, a la altura de Bryansk, el XXI y el LX ejércitos estaban embolsados. Los alemanes no paraban de avanzar y, de hecho, amenazaban con flanquear a las fuerzas soviéticas de este frente por el norte. Stalin, sin embargo, era otro Stalin. Esta vez, no le puso pegas a la propuesta de ordenar a los XXVIII, XXXVII y XXXVIII ejércitos que se moviesen con presteza, salieran de la ratonera y preparasen una línea de defensa. ¿Dónde? Pues en Stalingrado.

Avanzaba en la línea correcta; pero le había costado. En mayo, Vasilievsky había propuesto reforzar las reservas existentes en el frente suroccidental, y Stalin le había contestado que no propusiese subnormalidades. Ahora, la retirada fue menos ordenada de lo que podría haber sido. Los aviones alemanes se cebaron.

En julio y agosto, Stalin estaba aparentemente de nuevo en un ataque de nervios. Temía que 1942 atestiguase un nuevo desastre de Jarkov en el mismo teatro, y hablaba de volver a cambiar generales de sitio. Le pasaba, pues, como a Hitler un poco más adelante en la guerra: había dejado de confiar en sus estrategas, curiosamente, justo en el momento en el que sus estrategas iban a empezar a sacar frutos de su trabajo. Pero es que la situación era tan caótica que decidió refrescar las órdenes de un año antes que le recetaban la muerte para todo aquél que se retirase sin haber recibido orden para ello.

Como es bien sabido, la situación en Stalingrado, primero, empeoró muy rápidamente para los soviéticos, con los carros alemanes avanzando hacia los suburbios de la ciudad casi sin oposición. Las fuerzas del frente fueron incapaces de crear un corredor que las conectase con las fuerzas al sureste, dentro de la ciudad. Los alemanes habían levantado una sólida línea de defensa, por lo que nuevos ataques soviéticos serían como la mosca tratando de traspasar la ventana. Stalin convocó a Zhukov y Vasilievsky a Moscú.

En esa reunión se acordó cambiar la táctica, pasando a una resistencia continuada que buscaba debilitar al rival, mientras se preparaba un contraataque masivo. Se planificaron los principales ataques en los flancos alemanes defendidos por tropas rumanas. Este plan le fue sometido a Stalin el 13 de septiembre. Stalin, que después de la guerra se las daría de gran estratega que había concebido un plan distinto al de todos los demás, como un visionario, en realidad no fue quien lo diseñó. No sólo eso, sino que lo recibió con frialdad. Él estaba obsesionado con defender Stalingrado; un punto de vista ofensivo como el que le ofrecían Zhukov y Vasilevsky escapaba a su comprensión.

Mientras se discutía en Moscú, en Stalingrado los alemanes habían encontrado el camino hacia la ciudad, y comenzaban dos meses de combates feroces. Sin embargo, a mediados de octubre, las 22 divisiones propias y otras tantas de combatientes extranjeros habían sido frenadas.

Stalin invirtió todo noviembre en estudiar el ataque en tres puntos (el propio Stalingrado, el suroeste y el Don) diseñado por sus generales. Vasilievsky coordinó los preparativos en un ambiente de gran secretismo. El ataque comenzó el 19 de noviembre. La operación, como bien sabemos, funcionó, y en cuatro días los alemanes estaban rodeados. Y, como diría Churchill, a partir de ese momento giraron los goznes de la Historia. Stalin, que al inicio de la operación de Stalingrado había temido perder todo el sur “y todo nuestro petróleo”, acabaría por infligir a la orgullosa Alemania una derrota inusitada (jamás un mariscal de campo alemán había rendido las armas). La combinación de El Alamein y Stalingrado comenzó a hacer que el ejército alemán pasara sed de combustible. Con eso, más la implicación estadounidense, la guerra, finalmente, comenzó a cambiar de signo.

Fue entonces cuando el acercamiento entre la URSS y sus aliados comenzó a ser estrecho. Poco a poco, el bando de los aliados fue pareciéndose más a una coalición. Stalin, las cosas como son, también puso de su parte. La marcha de la guerra mandó al trastero comunista a la Komintern, para que no diese por culo ahora que la URSS se relacionaba con aliados tan rabiosamente anticomunistas como Churchill.

El 16 de abril de 1943, con la guerra cambiando muy rápidamente a favor de la URSS, la NKVD fue dividida. La Administración Principal de Seguridad del Estado o GUGB se transformó en un comisariado del pueblo o ministerio específico de seguridad del Estado o NKGB, dirigido por Merkulov, que por eso se convirtió en comisario del pueblo como Beria. El departamento especial de Contrainteligencia Militar se desgajó de los órganos de seguridad del Estado y transformado en una Administración Principal de Contrainteligencia o SMERSH, bajo el mando del Estado Mayor del Ejército. Esto significaba que Abakumov dejaba de ser un subordinado de Beria, y que la NKVD, de hecho, había perdido el control sobre la contrainteligencia.

Estos cambios supusieron que, desde las últimas boqueadas de la guerra, Beria había perdido parte de su toque y de su poder. Su intento de aprovechar la guerra para ganar cacho, en realidad, le había salido justo al revés, como por otra parte dicta la lógica, pues no era un comandante militar, y las guerras quien las gana o las pierde es el Ejército. Además, la NKVD tenía mucho trabajo que hacer en su terreno propio policial. La URSS estaba recuperando terrenos y consiguiendo otros nuevos, bien directamente, bien a través de regímenes satélite; y en todos ellos había que montar la correspondiente estructura represiva y de control. Además, no hay que olvidar que los berianos seguían muy bien situados. Merkulov era comisario de Seguridad del Estado, Bogdan Kobulov su segundo, y Solomon Milshtein era jefe del llamado tercer directorio. Goglidze, Gvishiani, Amaiak Kobulov, Lavrentii Tsanava y Avkesentii Rapava también estaban muy bien situados. Además, su nuevo segundo, Sergei Krulov, era un viejo conocido en quien podía confiar (aunque en 1953, la verdad, lo dejó tirado). Lo mismo cabría decir de Iván Serov, el segundo de Krulov.

En mayo de 1944, de hecho, la autoridad de Beria se vio notablemente reforzada cuando fue promovido a vicepresidente del GKO, el alto mando de la guerra (Comité de Defensa del Estado o Gosudarstvennyi Komitet Oborony).

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