lunes, abril 29, 2024

Stalin-Beria. 2: Las purgas y el Terror (12): La Purga Tukhachevsky

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Voroshilov convocó una reunión del Comisariado de Defensa, con la asistencia de unos 2.000 mandos. Radio Macuto comenzó a especular con el arresto de Tukhachevsky, pero los rumores fueron desmentidos oficialmente. En abril, el general estuvo en una cena ofrecida por el embajador estadounidense a un grupo de oficiales, y ese mismo mes fue designado para estar en la delegación soviética que acudiría a la coronación de Jorge VI en mayo. El 4 de mayo, sin embargo, el gobierno soviético comunicó a la Embajada británica que Tukhachevsky se encontraba indispuesto y no iría a Londres; extraoficialmente, se filtró que los soviéticos habían descubierto una conspiración para atentar contra él en Varsovia. El 1 de mayo, en la parada militar, el general había estado presente y a la vista de todos.

Los problemas, por así decirlo, de Stalin con el Ejército rojo venían de algunos meses antes. El 9 de abril de 1937, Semion Uritsky, jefe de la Inteligencia del Ejército Rojo, había enviado un informe a Stalin y Voroshilov acerca de ciertos rumores que circularían presuntamente por Berlín acerca de un movimiento de oposición al liderazgo de Stalin entre los generales. El propio Uritsky añadía que nadie en Alemania daba pábulo a dichos rumores; pero, sin embargo, puesto que Stalin leyó informes relativamente parecidos de otras fuentes, esto lo decidió a actuar. Concretamente, Yezhov le había hecho llegar una nota de una organización en el exilio, la Russkii Obshchevoinskii Soyuz o Unión General Militar Rusa, en el sentido de que se preparaba un golpe de Estado en la URSS, al frente del cual estaría el general Tukhachevsky.

Según muchos indicios, en este tema, además, Stalin fue engañado por los alemanes. Al parecer, la inteligencia alemana, comandada por el almirante Wilhelm Canaris, había conseguido hacerse con una firma de Tukhachevsky, y la había colocado en un documento de 1926 que venía a “probar” que estaba, de tiempo atrás, al frente de planes militares para llevarse a Stalin por delante. Hasta la inteligencia británica llegó a saber de ese documento, y de la mucha credibilidad que le otorgaba Stalin. Los alemanes incluso prepararon un pequeño incendio el 1 de marzo de 1937, seguido de robo de dichos documentos, para justificar que éstos apareciesen en Praga. Calculaban que, en este caso, al presidente Benes le faltaría tiempo para enviárselos a Stalin. Cosa que, efectivamente, hizo.

Benes actuó de buena fe. La URSS era algo parecido a un aliado. Para Stalin, recibir todo aquello, con tantos visos de verdad, supuso trasladarle a Yezhov la orden de que comenzase a acumular pruebas contra Tukhachevsky.

El 11 de mayo, la Prensa soviética publicó que Tukhachevsky había sido nombrado comandante del distrito militar del Volga. En su puesto de primer viceministro de Defensa fue nombrado el mariscal Alexander Illitch Yegorov. El puesto de jefe de Estado Mayor que tenía Yegorov lo ocupó Boris Milhailovitch Shaposhnikov. Finalmente, Iona Yakir salió de la comandancia de Kiev para ir a Leningrado. En paralelo, se anunció la introducción de los soviets en el Ejército y la revitalización de la figura, usada en la Guerra Civil (y en la española) del comisario político de tropa. Los soviets estarían ocupados por el comandante de la zona o distrito, el jefe de Estado Mayor, y un tercer miembro no identificado.

Inmediatamente, comenzaron los arrestos de militares. A mediados de marzo, Tukhachevsky partió hacia Kuibyshev con su mujer e hija, por tren, para tomar posesión de su nuevo puesto. Al llegar, las dejó a las dos en el vagón restaurante, y se dirigió directamente a la dirección regional del Partido, para presentarse ante el máximo mandatario, que era Pavel Postyshev. En la sala de espera de su despacho fue arrestado. La mujer y la hija regresaron a Moscú donde, dos días después, fueron arrestadas la mujer, la madre, las hermanas y los hermanos de Tukhachevsky, Nikolai y Alexander. La esposa y los dos hermanos fueron asesinados por orden de Stalin, tres hermanas fueron enviadas a campos de trabajo, y Svetlana, su pequeña hija, fue enviada a un orfanato de hijos de enemigos del pueblo, para ser arrestada y enviada a un campo de trabajo cuando cumplió los 17.

Tukhachevsky sabía lo que le iba a pasar. Su chófer, Iván Kudriavtsev, le sugirió antes del arresto que le escribiese una carta a Stalin; el general le contestó que ya la había escrito y se la había enviado.

El día antes del arresto de Tukhachevsky, el siempre bocachancla León Trostky había publicado en su Boletín de oposición que “la desafección en el Ejército rojo hace pensar en una revuelta”; texto que fue inmediatamente leído por Stalin. Sin embargo, conocía la popularidad de Tukhachevsky, por lo que decidió consultar con sus más íntimos. Molotov, obviamente, le dijo que creía en la culpabilidad del general en su totalidad. Voroshilov dijo lo mismo, entre otras cosas porque odiaba al general. Por último, Yezhov le dijo a Stalin aquello de “deme una orden, Padrino”.

Ya conocemos a Putna y al general Vitaly Primakov. Ambos estaban ya arrestados y fueron “incorporados” a la conspiración militar que ahora se conseguía eliminar. Los otros acusados fueron: Gamarnik, jefe de Administración Política del Ejército Rojo; Avgust Ivanovitch Kork, veterano de la Guerra Civil y director de la Academia Militar Frunze; Boris Feldman, a quien por lo que se ve de nada le sirvió tener un papel en el principio de las purgas, jefe de Administración de la Comandancia; Robert Petrovitch Eideman, jefe de la Sociedad para la Defensa Aérea y Química; Ieronim Petrovitch Uborevitch, comandante del distrito militar de Bielorrusia; y, finalmente, Iona Yakir. Todos fueron arrestados ese mes de marzo, con la excepción de Gamarnik, a por quien fue la policía política el día 31 de aquel mes, y respondió pegándose un tiro.

A finales de mayo, Stalin circuló al Comité Central un extraño documento, presuntamente firmado por el Politburo (para entonces, el secretario general firmaba en nombre del Politburo sin problema, aunque el órgano no hubiese decidido nada); digo que era un documento extraño porque es un papel en el que el Politburo le comunica al Comité Central que el Comité Central ha encontrado evidencias de ciertos delitos. Es decir, cuando menos formalmente, se le comunica al CC lo que el CC ya debía de saber, pero obviamente no sabía. Esas evidencias apuntaban a que el miembro titular del Comité Central Rudzutak y el miembro candidato Tukhachevsky eran participantes de una red antisoviética de raíz trotskista-derechista en beneficio de la Alemania nazi. Se proponía que el Comité avalase con su voto la expulsión de ambos y la remisión de sus casos a la NKVD. Las mismas propuestas se hicieron respecto del resto de “sospechosos”. El documento fue unánimemente aprobado por un Comité Central en el que, por cierto, estaba Nikita Khruschev.

En el 1 y el 4 de junio, el Consejo Militar del Comisariado o ministerio de Defensa celebró una reunión a puerta cerrada. Para entonces, veinte miembros de ese Consejo estaban arrestados ya (el resto serían fusilados antes de seis meses). En la reunión participaron 116 jefes de diferentes estructuras y administraciones militares a lo largo y ancho de la URSS. En la reunión, Voroshilov anunció el descubrimiento entre el alto mando militar de una conspiración contrarrevolucionaria de raíz fascista; citó algunos de los materiales de los interrogatorios en su apoyo. El día 2, segundo de la reunión, apareció Stalin y, citando más material de las confesiones, abundó en la teoría de Voroshilov. Habló, por lo tanto, de una gran conspiración fascista antisoviética cuyos líderes habían sido Trotsky, Rykov, Bukharin, Rudzutak, Lev Milhailovitch Karakhan, que entonces era embajador en Ankara, Yagoda, Yenukidze y los altos mandos militares ahora arrestados.

El juicio que condenó a Tukhachevsky, Yakir, Kork, Uborevitch, Eideman, Feldman, Primakov y Putna tuvo lugar el 11 de junio de 1937, a puerta cerrada, y frente a un tribunal cuya composición decidió personalmente Stalin. Obviamente, estaba Ulrikh, pero la obsesión del secretario general fue trufar el tribunal de altos mandos militares que “demostrasen” la implicación del Ejército Rojo “limpio” en la movida: Yakov Ivanovitch Alksnis, Vasili Konstantinovitch Blyukher; Semion Milhailovitch Budenny; V. Shaposhnikov (mis fuentes no aclaran el nombre; parece que no hablamos de Boris, que podría ser su hermano pues ambos parecen compartir el patronímico Milhailovitch); Iván Panfilovitch Belov; Pavel Efimovitch Dybenko; y Nikolai D. Kashirin. Todos estos generales fueron seleccionados porque, en la reunión de junio, habían sido especialmente duros con Tukhachevsky y el resto de encausados. Belov, Blyukher, Alksnis, Kashirin y Dybenko verían pronto remunerados sus esfuerzos mediante la purga y ejecución de sus personas (salvo Budenny y Shaposhnikov, todos fueron prontamente arrestados).

El secretario general supervisó personalmente cada detalle del juicio. El 5 de junio, acompañado por Molotov, Kaganovitch y Voroshilov, recibió a Yezhov y Vyshinsky para hacerle un último repaso al escrito de acusación. El 9 de junio, Vyshinsky interrogó a los acusados para comprobar la “veracidad” de sus confesiones. El 9 de junio, por la noche, Stalin, Molotov y Yezhov le dictaron a Mekhlis, el editor de Pravda, la crónica del descubrimiento de la conspiración.

Antes de la sesión judicial, a celebrar el 11 de junio, a los acusados se les ofreció la posibilidad de realizar apelaciones de clemencia a Stalin y Yezhov. De nuevo, se buscaba que los militares pensaran que había alguna posibilidad de que conservaran el gañote. El juicio propiamente dicho sólo tuvo una sesión, en la cual, obviamente, los acusados de declararon culpables de haber matado a Kennedy. Todos los acusados, por orden de Stalin, fueron condenados a muerte; sentencias que se ejecutaron el mismo 12 de junio. La revista Bolshevik saludaría las ejecuciones como el necesario correctivo aplicado sobre gentes que “jugaron el mismo papel que Franco, el enemigo del pueblo español”.

Una víctima colateral del juicio fue Gamarnik, que se suicidó. Viktoria Korchneva, su hija entonces de doce años, le contó a Volkogonov que, a finales de mayo, su padre, ya conocedor de la detención de Tukhachevsky y otros, había caído enfermo. El día 30, Bluykher fue a verlo a su casa. Gamarnik le contó a su mujer que su viejo camarada de armas había ido para sugerirle que testificase contra Tukhachevsky. Él se negaba, porque sabía que no eran enemigos ni saboteadores. Pero Bluykher le había dicho que, si no lo hacía, lo arrestarían. Al día siguiente, Gamarnik fue informado de que había sido cesado en sus puestos y que sus directos subordinados habían sido arrestados. Se le ordenó permanecer en el domicilio. “Tan pronto como la NKVD abandonó la casa”, contó su hija, “se escuchó un disparo”. La mujer de Gamarnik fue arrestada y condenada a ocho años, que luego fueron diez más. Viktoria nunca volvió a verla y tuvo alguna información de que murió en un campo de concentración en 1943. Ella misma fue enviada a un reformatorio y en 1941, cuando cumplió los 16, le cayeron seis años de prisión por “elemento peligroso para el socialismo”.

El juicio, tragándose el anzuelo lanzado por Canaris, se basó fundamentalmente en la misión militar soviética a Berlín que Tukhachevsky había presidido en 1926. Asimismo, Yakir había asistido a unos cursillos en Alemania en 1929. Kork había sido agregado militar allí. Todos ellos, menos Primakov, negaron ser espías a favor de Alemania. A Tukhachevsky le acusaron también de conspirador por sus artículos en favor del desarrollo de las unidades mecanizadas de carros de combate en detrimento de la caballería clásica. Los acusados fueron también imputados de haber intentado matar a Voroshilov. Tukhachevsky, Kork y Uborevitch reconocieron, un tanto inocentemente, que, en compañía de Gamarnik, de lo que sí habían hablado era de promover su cese como Comisario de Defensa, dada su incompetencia. Obviamente, el tribunal convirtió esas palabras en la confesión de que habían intentado asesinarlo.

En los nueve días siguientes al juicio, es decir entre el 12 y el 20 de junio de 1937, 980 oficiales, jefes y comandantes fueron arrestados por haber participado en la conspiración desvelada en el juicio. Fueron torturados para realizar falsas confesiones. Pavel Efimovitch Dybenko, presidente del Tsentrobalt o comité central de la flota del Báltico, fue arrestado, juzgado y fusilado.

Detrás de los militares purgados, a Stalin le quedaban cuatro mariscales. De Voroshilov no tenía dudas. Budenny parecía dúctil. Sin embargo, en el caso de Blyukher y Yegorov ya era distinto. Yezhov rápidamente fabricó la carta de un camarada de Yegorov, acusándolo de ser un espía polaco y otras cosas, lo que labró su desgracia. El caso de Vasili Konstantinovitch Blyukher era distinto. Había sido el primer militar en recibir la orden de la Bandera Roja, de las cuales tenía cuatro. También recibió la primera orden de la Estrella Roja. Stalin le tenía gato desde la campaña de Mongolia, cuando los japoneses habían rodeado a las tropas soviéticas en el lago Khasan. Voroshilov había dado órdenes de atacar que Blyukher no había desplegado. Stalin llamó al mariscal a Moscú y en la capital, sin siquiera haberse visto, fue arrestado el 22 de octubre de 1938. Aunque en noviembre de aquel año el Consejo de Ministros y el Comité Central habían llamado ya a suavizar las técnicas de interrogatorio, Beria, que estaba a cargo del mariscal, no hizo caso y lo torturó a fondo. Blyukher, sin embargo, permaneció negándolo todo. Aparentemente, la última vez que fue visto con vida fue el 5 o el 6 de noviembre, seriamente desfigurado tras haber sido apaleado. El 9 de noviembre, probablemente, murió en su propia celda, sin haber firmado confesión alguna.

Pero no fue esto todo; ahora, de lo que se trataba era de desplegar las purgas en toda su extensión. Las purgas comenzaron en marzo y abril de 1937, y ya no terminarían hasta 1939.

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