Recuerda que ya te hemos contado:
La extraña combinación de circunstancias que puso a John Moore al mando de las tropas británicas en España.
Las opiniones no demasiado buenas que los ingleses se llevaron en su primer contacto con La Coruña.
Los miedos de sir John Moore de que en España estallase la burbuja.
El 4 de diciembre, Napoleón Bonaparte entraba en Madrid. Sir John Moore lo supo el día 10 cuando, a su llegada a Salamanca, se lo contó el coronel Graham. Es evidente que al general inglés la noticia no le gustó, pero tampoco se puede decir que le sorprendiese. En buena parte, se la esperaba.
La extraña combinación de circunstancias que puso a John Moore al mando de las tropas británicas en España.
Las opiniones no demasiado buenas que los ingleses se llevaron en su primer contacto con La Coruña.
Los miedos de sir John Moore de que en España estallase la burbuja.
El 4 de diciembre, Napoleón Bonaparte entraba en Madrid. Sir John Moore lo supo el día 10 cuando, a su llegada a Salamanca, se lo contó el coronel Graham. Es evidente que al general inglés la noticia no le gustó, pero tampoco se puede decir que le sorprendiese. En buena parte, se la esperaba.
Moore,
con la disponibilidad de tropas que tenía, no podía ni soñar con
vencer al ejército francés en la península; y, como ya hemos
dejado bastante claro, no creía en la capacidad de los españoles de
darle una alegría (menos aun tras haberse perdido Madrid, para más
inri mediando algún tipo de acuerdo con algunos jefes españoles).
Pero, por lo menos, creía tener gente suficiente como para generar
una maniobra de diversión, avanzando hacia el este, cortando el
contacto del ejército napoleónico con Francia, y forzándolo a
atacar a los ingleses, reduciendo la presión sobre la capital y
sobre el sur.
Moore
tenía a su favor que los franceses, según todos los indicios, no
sabían dónde estaba y, probablemente, pensaban que se retiraba
hacia Portugal. Además, uno de sus oficiales, enviado de
descubierta, había estado en Valladolid, donde, informó, ya no
había franceses. Así pues, si los ingleses lograban avanzar hacia
Valladolid y el Carrión, tal vez podrían obligar a Napoleón a
cruzar la sierra del Guadarrama hacia el norte. Si eso ocurría, para
los ingleses era obvio que no podían plantar batalla en campo
abierto, que perderían con seguridad (es decir: no les quedaría
otra que huir a toda hostia hacia el mar). Pero eso le daba un
respiro a los españoles.
La
salida de los ingleses de Salamanca comenzó el día 11 de diciembre;
apenas un día después, por lo tanto, de haberse sabido allí la
caída de Madrid. Se formaron dos columnas. La de la izquierda puso
la nariz hacia Toro, donde les esperaba Henry Paget con la caballería
desembarcada en La Coruña por Baird. La otra columna puso rumbo a
Tordesillas, protegida por unidades de caballería a las órdenes de
Charles Stewart.
Al día
siguiente, los ingleses alcanzaron la vinícola villa de Rueda. Allí
les llegaron relatos de que había franceses, así pues Stewart envió
a su ayuda de cámara, el capitán Charles Dashwood, para que se
infiltrase en la villa vestido de campesino. Dashwood, en efecto,
descubrió que había en Rueda casi 100 soldados de infantería
franceses y dragones de caballería. En el crepúsculo, los ingleses
rodearon sigilosamente la ciudad, y al caer la noche atacaron.
Mataron a 18 franceses e hicieron 35 prisioneros. De éstos
aprendieron que, tal y como Moore había sospechado, los franceses
creían que el inglés se estaba retirando hacia Portugal.
El día
13, el propio Moore abandonó Salamanca, siguiendo los pasos de
Stewart hacia Tordesillas y, después, Valladolid. Sin embargo, a
medio camino el general cambió de idea. Algunos días antes, en un
pueblo llamado Valdestillas, se había presentado un militar francés.
Debía de ser un francés bastante auténtico, puesto que acrisolaba
dos características: una, ser casi completamente gilipollas, pues se
presentó en el lugar completamente solo; y la otra, apostar por la
grandeur e incluso el chauvinismo (dicho sea forzando los
tiempos de la Historia), puesto que no ocultó su desprecio hacia los
españoles y su sentimiento de superioridad. Como consecuencia, los
habitantes de Valdestillas, al parecer liderados por su cartero, se
lo apiolaron comme il faut o, como se dice en español, por
sus santos huevos.
Los
españoles desnudaron el cadáver de aquel pobre francés pringao y
pusieron a la venta las pertenencias. Acertó a pasar por el pueblo
un oficial inglés, capitán Waters, en labores de inteligencia, esto
es intentando averiguar cosas de los movimientos de los franceses. Le
ofrecieron los documentos que llevaba el gabacho, y decidió
comprarlos.
Fue un
enorme de suerte. Con gran sorpresa, Waters descubrió, en la
documentación adquirida, una carta del mariscal Berthier a Soult,
que estaba en Saldaña. Le llevó los papeles a Stewart quien,
asimismo, se los envió a Moore sin dilación.
Berthier
le decía a Soult en la carta que con las tropas con que contaba (dos
divisiones de infantería y cuatro regimientos de caballería) podía
tomar León, Zamora y Benavente. No encontraría, le decía un
mariscal a otro, oposición alguna, porque los ingleses estaban de
retirada hacia Portugal. También daba noticia Berthier en la carta
de los movimientos del resto del ejército francés. Lefèvre se
encontraba en Talavera, tirando hacia Badajoz, y Bessières perseguía
a las tropas de Castaños en dirección hacia Valencia. Asimismo, el
ejército de Mortier se encontraba en el norte de Aragón, avanzando
para ayudar en el sitio de Zaragoza, mientras que Junot avanzaba
hacia Burgos.
Leyendo
estas cartas, obtenidas gracias a la chulería de un francés pollas
y la propensión a tirar de faca de los funcionarios de Correos
españoles, aprendieron los ingleses que Soult estaba, con unos
18.000 hombres, tan sólo algunas millas al norte de ellos; y que,
además, la capacidad francesa de allegarle tropas, en el caso de
necesitarlas, era muy limitada. Si Moore y Baird se encontraban a
tiempo para atacar a Soult antes de que Junot, el único general
francés que avanzaba hacia él, llegase para apoyarlo, la victoria
era más que probable. Eso sí, había que moverse a pelo puta.
Así
pues, Moore envió un jinete al encuentro de Baird, con la orden de
modificar su trayectoria y avanzar hacia Mayorga, donde se uniría a
sus tropas. Las primeras tropas de Baird, de hecho, alcanzaron
Mayorga bajo la nieve, el día 19 de diciembre. En la mañana del día
siguiente, caminando trabajosamente por varios centímetros de nieve,
llegaron, por el sur, los infantes de Moore.
Con
las tropas allegadas, Moore formó cuatro divisiones de infantería,
dos brigadas ligeras y una sola división de caballería. La primera
división fue para Baird, la segunda para Hope, la tercera para el
teniente general Alexander Mackenzie Fraser; y la cuarta división de
reserva, para Edward Paget. Los comandantes de las dos brigadas
ligeras fueron Karl August von Alten (quien, por cierto, sería
herido en Waterloo) , y Robert Craufurd (otro escocés, como varios
de los citados, que encontraría la muerte en Ciudad Rodrigo). Lord
Paget, cómo no, era situado al frente de la división de caballería,
son una brigada al mando de sir John Black Jack Slade,
primer baronet de Slade (a quien, por cierto, Wellington consideraba
poco digno para el mando, y pronto sabremos por qué); y la otra, de Charles Stewart.
Lo
que fallaba en los planes, una vez más, eran los españoles. El
marqués de la Romana había prometido unirse con 20.000 hombres,
pero el día 19, en Castro Nuevo, Moore recibió una carta que
asimismo había recibido Baird el 16 en la que el marqués le
comunicaba que, lejos de juntarse con ellos en León, estaba de
retirada, por Astorga, hacia Galicia (the Galicias, dice
Moore en su carta a Romana). Continúa el general inglés: «ruego
saber si ésa sigue siendo la intención de Su Excelencia, dado que
afecta en gran medida a mis movimientos. Dado que era mi deseo
combinar mis acciones con las de los españoles, espero que tenga la
bondad de comunicarme sus intenciones».
Creo que
el fino sarcasmo escocés se aprecia bastante bien.
Los
ingleses tenían razones para estar encabronados. Cierto es que
Romana tenía razones para huir, pues su ejército, en aquel momento,
era más una patota de ñetas becarios jubilados que otra cosa. Pero
es que, además de sufrir la falta del apoyo militar de los
españoles, los ingleses comenzaban a sufrir la falta del apoyo
social.
Entendámonos.
Las tropas de Baird, de Hope, de Paget, no estaban formadas, que
digamos, por catedráticos de griego. El soldado inglés que ha
invadido el mundo ha sido, de toda la vida, un impresentable de
cojones que se ha portado allí donde ha ido como un hooligan
no sólo falto de modales, sino habitualmente proclive a la agresión,
la violación y el robo (y más adelante veremos hasta qué punto esto es cierto). Aquellos ingleses, además, para culminar
las etapas que terminaron en Mayorga, habían tenido que marchar en
condiciones muy poco saludables en etapas de muchos kilómetros; así
pues, cuando llegaban a los pueblos, no mostraban lo que se dice
educación con los lugareños. A ello hay que añadir que la actitud
del hombre rural español hacia todo el pollo desconocido que aparece
por la plaza de su pueblo es legendaria. Así pues, se juntan el
hambre con las ganas de comer.
A los
ingleses, en los pueblos que tocaban, la gente les cerraba las
puertas. Como no puede ser de otra manera, en sus cartas se
despliegan con una inquina sin contención hacia nosotros. Véase,
sin ir más lejos, este pasaje de Henry Paget, hablando de los
españoles.
Such ignorance, such
deceit, such apathy, such pusillanimity, such cruelty was never
before united. There is not one army that has fought at all. There is
not one general who has exerted himself. There is not one province
that has made any sacrifice whatever. The resources of the country
are withheld from us. We are roving about the country in search of
Quixotic adventures to save our honor, whilst there is not a Spaniard
who does not skulk and shrink within himself at the very name of
Frenchman.
Apenas
unos días después, Moore le escribe a su amigo Frere: «si el
ejército inglés estuviese en un país hostil, no estaría más
desamparado. Si es verdad que los españoles están muy interesados
en su causa, su conducta es la más extraña que jamás se ha
exhibido. El movimiento que realizo es del máximo riesgo. No sólo
estoy en riesgo de ser rodeado en cada momento por fuerzas
superiores, sino que también puede ocurrir que mis comunicaciones
sean interceptadas. Espero que el mundo sea consciente, como lo es
cada miembro de este ejército, de que hemos hecho todo lo posible en
favor de la causa de los españoles, y de que no la abandonamos, a
pesar del tiempo que ha pasado desde que los españoles nos han
abandonado a nosotros».
Éstos
son los tipos que, según los ayuntamientos y sus agencias de
comunicación, salieron de España admirados de la valentía del
pueblo español y bla, bla, bla.
El 21 de
diciembre, las tropas británicas se encontraban cerca de Sahagún. A
la hora del amanecer, Paget había llegado hasta los arrabales de la
ciudad, atacando a las tropas francesas que se encontraban por allí. Él mismo tomó el mando de décimo quinto de húsares para
rodear el pueblo y cortar la retirada de los franceses que aún
estaban dentro, y ya advertidos; mientras que entregó a Slade el
mando del décimo de húsares, que habría de atacar frontalmente.
Hace
unas pocas líneas hemos dicho que un militar experto como el duque
de Wellington consideraba a Slade incapaz para el mando. Ahora vamos
a explicar por qué o, más bien, los dos porqués que existen para
esta valoración.
El
primero de los motivos era que Slade era un militar extremadamente
cauteloso. Nunca le parecía que las circunstancias eran las
correctas para atacar y, consecuentemente, en la práctica era un
general que nunca tomaba riesgo alguno; lo cual, en la guerra, que es
riesgo puro y duro, era mala cosa.
El
segundo motivo era su bisoñez. La noche del 21 de diciembre de 1809,
el baronet de Slade tenía 47 años y, sin embargo, por extraño que
pueda parecer, aquélla era su primera batalla. Su cautela y
habilidad para el escaqueo le habían permitido llegar a una edad
casi provecta de su carrera militar sin haberse peleado nunca; lo
cual, obviamente, quiere decir que su práctica era cuestionable.
El
general Slade viviría muchos años (medio siglo tras aquella batalla), hasta convertirse en un
personaje muy al estilo del viejo militar de la película Las
cuatro plumas. Exactamente igual que ese militar del film tiene,
cada noche a los postres de la cena, que colocarle al personal la
historia de la carga de la brigada ligera en Balaclava, Black Jack
Slade, cargado de años y de achaques, le contaba a sus nietos, hasta
hacerles coquetear mentalmente con la idea del suicidio, la historia
de la acción de Sahagún. Lo que pasa es que Slade, igual que el
militar de la película, cambiaba los hechos. Porque, lejos de la
perfecta y valiente acción que él describía, el Sahagún se portó
como un pollas. Fueron tantos y tan meticulosos sus preparativos,
todo tenía que estar perfecto para su primera victoria, que,
como consecuencia, cuando Paget cargó desde la otra parte del pueblo
contra los franceses, convencido de estar realizando un ataque
sorpresa del que su compañero estaría realizando por el frente,
Slade estaba todavía arengando a sus tropas: no había avanzado
todavía.
Paget,
cuando se dio cuenta de que Slade no estaba, también se dio cuenta
de que, de todas formas, tenía que cargar. Los franceses estaban
formando, eran una tropa impresionante, y si conseguían colocarse en
formación de batalla serían invencibles. Así pues, al grito de
guerra de los húsares (Emsdorf and Victory! En recuerdo de la batalla de Emsdorf, en Alemania, el 14 de julio de 1760. Las fuerzas que participaron en ella recibieron el honor de poder llevarla en su blasón) cargó contra
los franceses, en un choque brutal. Las bajas fueron muchas, pero
consiguió lo que quería: la formación francesa se rompió y
comenzó a recular.
Hope
consiguió aquella noche una victoria muy relevante para los
intereses ingleses. Se llevaron por delante a 20 franceses, y a
muchos más los hirieron. Hicieron 170 prisioneros y, en general,
asestaron un golpe tan fuerte a los Chasseurs (cazadores) al mando
del coronel Tasher (sobrino de la emperatriz), que la unidad hubo de
ser disuelta con el tiempo. Horas después, Moore entraba en la
ciudad y convertía el convento benedictino de Sahagún en su cuartel
general.
El
escocés estaba exultante. Bueno, Slade había hecho el pollas, pero
Hope había más que equilibrado la balanza, y ahora él estaba en
disposición de avanzar hacia Saldaña y atacar a Soult,
probablemente en el siguiente amanecer. Además, unas horas después
cayó sobre la zona una espesa niebla, lo que hacía más fácil un
ataque por sorpresa.
Un día
entero pudieron las tropas inglesas descansar en Sahagún. Al día
siguiente, recibieron, de nuevo, la orden de moverse.
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