miércoles, diciembre 12, 2012

Agincourt

Quienes hayan echado un vistazo a mi reciente artículo sobre el arco largo habrán observado que en la zona de comentarios se ha producido un debate interesante, sobre todo con un lector que firma Arauco, sobre si la importancia de esa arma ha sido o no sobrevalorada. Este debate, que yo desde luego no quisiera más que ver continuar, se ha centrado en la batalla de Agincourt, durante la llamada guerra de los cien años. El deseo de que, como digo, sigamos debatiendo, que para eso se escribe de y la Historia, me lleva a dedicarle unas notas a lo que sé de aquella batalla, que es una manera de tratar de acotar, en la medida de lo posible, la importancia que en la misma juega el famoso longbow.
Lo primero que me interesa decir de la batalla de Agincourt, de la guerra de los cien años en general, es que está situada en una bisagra cronológica. Eso de que la Edad Media terminó en 1453 es algo un tanto pollas, por mucho que no le falte parte de verdad. La Edad Media ni empezó ni terminó en un momento concreto y, en buena parte, el 25 de octubre de 1415, si no había terminado, sí cabría decir que lo estaba haciendo. El mero hecho de la guerra de los cien años en sí, es decir de un enfrentamiento que finalmente se convierte en un conflicto global a escala europea, demuestra un hecho, y es que el lento y doloroso alumbramiento de las primeras protonaciones europeas (tras el cual, en mi opinión, ya no cabe hablar de Edad Media en sentido estricto) se ha producido ya. Pero, además, nos encontramos en tiempo que, militarmente, están marcando un cambio. De alguna manera, Agincourt es un batalla ganada por quien supo entender dicho cambio mejor, y más deprisa.

Porque otra segunda cosa que hay que decir de Agincourt es que la ganó quien no debía ganarla. Los ejércitos ingleses de Enrique V eran poco numerosos, estaban agotados y, para colmo, eran presa de la disentería. Las tropas francesas eran mucho más numerosas, organizadas, y bien alimentadas. Y, sin embargo, los franceses perdieron, demostrando con ello que no siempre gana quien debe.

Aquel año de 1415 Enrique V, que ambicionaba controlar buena parte de lo que hoy es Francia, se vio espoleado a cruzar el canal con sus mesnadas ante la situación de enfrentamiento que se vivía en aquellas tierras. Desembarcó al final de la primavera y asedió la fortaleza de Harfleur, que tomó después de cinco semanas y de muchos sufrimientos, entre ellos un brote de disentería que hizo que sus tropas, literalmente, se fueran por los pantis. Para cuando logró tomar la plaza, comenzaba a hacer frío, así que decidió hibernar en Calais.

A pesar de diversas derrotas anteriores, los franceses estaban relativamente organizados, y eran más numerosos. El condestable Charles D'Albret, uno de sus generales, resolvió hacerle a los ingleses la vida imposible, para lo cual derribó puentes e inutilizó los cruces de los ríos, obligando a los invasores a dar grandes rodeos. Aunque, finalmente, los ingleses lograron cruzar el Somme en San Quintín, para cuando lo hicieron, estaban absolutamente faltos de provisiones. Fue tras el paso del río cuando se encontraron con las tropas francesas, acampadas y esperándoles. D'Albret había decidido plantarles batalla antes de llegar a Calais, puntualmente informado de que aquel ejército estaba agotado, hambriento y, para más inri, andaba, ejem, muy suelto.

La noche del 24 al 25 llovió de cojones en Agincout. Algo que a Charles le puso de muy buen humor, porque consideraba que eran los ingleses, que al fin y al cabo tenían que llegar a Calais, conseguir comida y un refugio para cuidar a sus diarreicos enfermos, los que tendrían que atacar.

La batalla planteada por los franceses fue la batalla medieval clásica: tres líneas sucesivas, las dos primeras formadas básicamente por infantes y la tercera por caballeros montados. De pasadas batallas, los caballeros habían aprendido a temer los arcos ingleses; razón por la cual incluso los caballos llevaban bardas protectoras. Francia contaba también con 3.000 ballesteros, situados detrás de la tercera línea. Demasiado lejos, pues, de los ingleses, y con demasiados franceses en medio. Estaban allí, en parte, como consecuencia de lo ocurrido en Crézy, donde, una vez producido el caos, muchos ballesteros genoveses habían muerto pisoteados por los caballos de sus propios aliados; lo que se dice muertes por casco amigo.

La formación francesa se completó, en ambos flancos, con sendas fuerzas de gran movilidad, de 600 hombres a caballo cada una, con las cuales los franceses esperaban dar buena cuenta de los arqueros, sabedores de que Enrique colocaría las compañías de bowmen en sus propios flancos, protegiendo a la exigua fuerza de a pie (750 hombres) con que contaba para cargar. Ambos, Charles y Enrique, sabían que la infantería inglesa era incapaz de ganar aquella batalla por sí sola.

Aquí, sin embargo, radica una de las diferencias entre ambos bandos que, en mi opinión, explica la relativa ineficiencia de los franceses.

Los francos, en efecto, estaban, aun, plenamente instalados en la Edad Media. Esto quiere decir que consideraban la guerra como un honor de gente principal; es más, eran renuentes a armar a los commoners, como les llamaban los ingleses, porque, al fin y al cabo, una vez armados, se podían volver contra ellos, y no contra el enemigo (lo cual no sería la primera vez que ocurriese, la verdad). Además, en una estricta interpretación cosmológica medieval, sentían poco respeto por quienes no eran nobles. En realidad, en las batallas medievales se mataban los nobles estrictamente necesarios; con el resto se procuraba ser clemente, porque un noble apresado vivo era todo un chollo en forma de rescate. Sin embargo, ¿quién iba a pagar por un puto arquero? Si a esto le unimos que los franceses odiaban a aquellos hombres que les habían causado tan dolorosas derrotas, entenderemos gestos como el que siguió a la recuperación de Soissons por los franceses, tras la cual 200 arqueros ingleses fueron ahorcados en fila sin piedad alguna.

Como consecuencia de todo lo dicho, los arqueros ingleses de Agincourt estaban, por así decirlo, sobre-motivados con su defensa. Se movían por el terreno llevando consigo unas estacas que, cada vez que paraban, clavaban en el suelo, inclinadas hacia delante, convirtiendo el reto de cargar contra ellos a caballo en un tema bastante espinoso.

Enrique V dispuso sus infantes en tres cuerpos y, tal y como habían previsto los franceses y dictaba la lógica, colocó los arqueros en ambos flancos de la formación. Es decir, en teoría presentó la yugular para que los franceses se la mordiesen. Pero sólo en teoría. En realidad. el ejército inglés avanzó lo justo para situarse en un punto en el que ambos flancos quedaban protegidos por sendos bosques: el de Tramcourt en el flanco derecho inglés, y el de Agincourt en el izquierdo.

Para sorpresa de los franceses, los ingleses, lejos de atacar, se pararon ahí, flanqueados por las dos masas boscosas. Cuatro horas. Sin embargo, la estrategia francesa no estaba exenta de lógica. En aquella guerra de nervios, Enrique V tuvo que terminar por reconocerse que el tiempo estaba con el enemigo, por lo que decidió avanzar.

Aquí, sin embargo es donde, con permiso de Arauco y de otros muchos que, en verdad piensan como él, las cosas cambiaron. Los ingleses avanzaron, sí; pero sólo hasta situarse a distancia de arco. En ese punto, la orden a los arqueros fue replantar las estacas, y comenzar a disparar.

Es cierto, como sostienen muchos, que los arcos largos no eran, quizá, tan efectivos como se dice. Para ello, en los tiempos actuales se han hecho muchos experimentos, usando arcos y armaduras para ver si penetran o no las flechas a diferentes distancias, y tal. Ya dejé dicho en los comentarios al anterior post que yo no creo demasiado en estos test. Podrán ser muy precisos; pero una batalla es más, mucho más, que dispararle a un dummie de paja en un fin de semana soleado. Las flechas inglesas caían a miles. Así las cosas, el hombre o animal que no estuviese adecuadamente protegido, ya sabía lo que le tocaba. Y el que sí lo estaba, aún asumiendo que las flechas disparadas, no se olvide, por hombres que en muchos casos llevaban practicando desde el día que se destetaron, seguía corriendo enormes riesgos bajo esa lluvia de flechas; sin ir más lejos, mirar hacia arriba, para verlas llegar, y que alguna le penetrase el yelmo.

A todo esto cabe añadir que la mayoría de los caballeros franceses de Agincourt habían adoptado como arma principal la espada larga y pesada que se blande con ambas manos; por lo cual, habían abandonado el escudo como elemento de su equipamiento.

Prueba de que los franceses no estaban nada cómodos en esa situación es que enviaron a las dos fuerzas de los flancos a apiolarse a los bowmen. En ambos casos, las estacas y parte de las flechas repelieron el ataque. Esto venía a suponer, por lo tanto, que el intento de evitar la lluvia de flechas sobre el centro del ataque francés había fracasado. Lo cual, es al menos mi opinión, cambió el signo estratégico de la batalla, pues Charles D'Albert, que había pensado en wait and see, se tuvo que tragar sus primeros deseos, y avanzar.

Y ahí fue donde perdió la batalla.

Había llovido de la hostia, ya lo hemos dicho. Entre franceses e ingleses, mediaban toneladas de barro. En esas condiciones nada favorables, el ejército franco comenzó a avanzar, pesadamente, mientras la lluvia de flechas continuaba. Para colmo, los caballos, ya sin dueño, de los ataques de los flancos aparecieron en sentido contrario, poniendo las cosas aun más jodidas, mientras el avance se estrechaba como de hecho lo hacía el terreno entre las masas boscosas. Un Madrid Arena bélico.

Es cierto, yo no lo niego, que Agincourt fue, al fin y a la postre, un encuentro entre infantes y caballeros; hombres de armas, en una palabra. Pero lo que también es cierto es que, para cuando los franceses llegaron a la línea inglesa, es decir el momento en que por fin pudieron olvidarse de las flechas porque los arqueros ya no podían dispararles (so riesgo de matar a sus propios compañeros); para entonces, digo, los cansados, puteados, sofocados, ya no eran los hambrientos ingleses (algunos de los cuales estaban en tan mala situación por la diarrea que combatieron desnudos de cintura para abajo, para poder cagarse libremente mientras disparaban). Eran ellos.

Los arqueros habían terminado su labor. Casi.

Ya hemos dicho que aquellos ingleses rurales, sin título y sin apellido que enseñar, sabían que eran carne de horca si caían en manos de los franceses. Su arma principal, obviamente, era el arco; pero todos llevaban un puñal, una pequeña espada, o una maza. Cuando ya no pudieron disparar, dejaron los arcos, muchos de ellos inservibles porque se les habían terminado las 48 flechas que cada uno llevaba, agarraron sus armas cortas, y se lanzaron a matar franceses. En todo caso, las crónicas son inequívocas en el sentido de que a muchos de los franceses que murieron allí no los mató, propiamente hablando, humano alguno. Los mató el barro, el agua, y el hecho, que no hay que ser ningún experto para percibir, de que la gran debilidad de un hombre con armadura es que, una vez caído al suelo, ya no se puede levantar, a menos que lo levanten. En la operación de la 101 Airborne y otras unidades durante el desembarco de Normandía, hubo paracaidistas que, a causa del enorme peso de la mochila que llevaban, perecieron ahogados por caer lejos del objetivo, en lagunillas de apenas unos centímetros de profundidad. Hasta un niño sabe sacar la cabeza del agua cuando es muy poco profunda; pero cuando quien cae en el agua o en el barro soporta con el cuerpo un peso enorme, le puede pasar que caiga de cara al agua y, simple y llanamente, no pueda voltearla para respirar, o levantarse. A muchos caballeros franceses les ocurrió eso mismo. Imaginad, además, un paso estrecho y embarrado, en el que se empiezan a apilar los muertos. El avance, hacia delante o hacia atrás, es imposible. El destino de muchos de aquellos caballeros fue bracear inútilmente, en el suelo, hasta morir aplastados por otros como ellos, o ser encontrados por el enemigo, que acababa con ellos.

El mérito de la infantería de Enrique es también, en parte, mérito de los propios arqueros. O bien les buscaban a los franceses intersticios en la armadura para clavarles el puñal, o bien los mataban a hostias de maza. Los franceses, mientras tanto, estaban de barro hasta las rodillas, apretujados, agotados por un avance terrible y de gran tensión nerviosa (piénsese en avanzar bajo una nube de flechas que llega cada seis segundos, más o menos).

Llegó el duque de Alençon con la segunda línea francesa, pero aquello no sirvió para otra cosa que para convertir la ya apretada batalla en el Metro de Sol un viernes a las siete de la tarde. Una vez que dos tercios de la fuerza de impulso francesa habían sido vencidos, Enrique envió un heraldo a los franceses conminándoles a abandonar el campo de batalla. Los francos comenzaron a pensárselo. Sin embargo, las cosas podían haber cambiado tras la iniciativa de Isembert D'Agincourt, quien realizó un ataque a la retaguardia inglesa, desprotegida, relativamente exitoso. Sin embargo, los ingleses se volvieron muy deprisa (a base de, entre otras cosas, degollar a toda prisa a muchos prisioneros que habían hecho).

La gran pregunta de Agincourt, en mi opinión, es cómo los ballesteros tuvieron un papel tan menor. Y la única explicación, como ya he dicho al principio, es la diferente consideración del concepto "batalla" que se dio en aquel campo.

Muchas batallas medievales eran relativamente cortas (incluso menos de una hora) y también relativamente poco sangrientas. Para el batallador medieval, la diferencia entre un torneo y una batalla era bastante más pequeña de la que existe para nosotros entre una batalla y un duelo. El rey de la guerra medieval era la carga a caballo con la pica en la sobaquera, y no eran pocas las veces en las que el resultado del first strike marcaba con bastante claridad quién sería el ganador. Los caballeros franceses que se presentaron en Agincourt, y que murieron a cientos, tenían este tipo de cosa en la cabeza. Fueron allí a sostener un típico enfrentamiento medieval, una carga de caballeros contra infantes a la antigua usanza. A pesar de que Agincourt no cae del cielo y las tácticas, como queda dicho, ya llevaban tiempo cambiando, en buena parte aquellos francos seguían creyendo en un modo de batalla poco táctico; un choque de honores y brazos, de donde debiera salir ganador quien más tuviese de ambas cosas.

Sigo pensando que el elemento táctico aportado por el uso masivo de arqueros es el factor fundamental que cambia en aquella batalla; en realidad, en un conjunto de las mismas producido durante aquel siglo XV. Y cambia para siempre. Desde aquellos hechos, la guerra se complica notablemente, y se convierte en lo que al menos yo creo que es hoy en día: una cuestión de combinación inteligente de recursos. Hay elementos en este sentido, desde luego, que siempre han pertenecido a la táctica militar: tanto Cayo Mario como su mejor alumno, Julio, abominaban, se burlaban incluso, de los ejércitos muy numerosos, como los que solían resultar de las levas de los sátrapas persas, con 100.000 efectivos, o aun más. Aquellos generales ya sabían que una tropa que sea, a la vez, numéricamente manejable y esté bien entrenada, es mucho mejor negocio bélico que aquellas patotas de desharrapados que Jerjes y sus gentes desembarcaban en Europa, poco menos que con la instrucción de cargarse a todo lo que se moviese. El principio general, como digo, ha existido desde el primer día que ha habido un comandante que se ha pensado dos veces las cosas. Pero con el final de la Edad Media, adquiere carta de naturaleza definitiva.

Enrique V se destacó en Agincourt por batallar en primera línea. Comandaba el cuerpo central de infantería y allí lo encontraron los hombres de Alençon, que habían jurado matarlo. No sólo se lo impidió, sino que le salvó la vida al duque de York cuando los franceses ya estaban a punto de hacer lonchas con él (chiste fácil). Terminó la batalla con la corona que rodeaba su yelmo partida y abollada.

Pero eso cada vez será menos así. Al commander in chief cada vez se le pedirá menos que esté en primera línea de batalla, o sea que sea el más cachoburro de todos, y que, a cambio, se quede en el sótano de la Casa Blanca, en la sala ésa llena de pantallas y teléfonos, dando órdenes.

La guerra, poco a poco, deja de ser un combate de boxeo, para pasar a ser una partida de ajedrez. Lo cual, paradójicamente, la hará mucho, pero mucho, más incivilizada.

10 comentarios:

  1. Anónimo12:09 p.m.

    Con permiso: "invernar en Calais". Hibernar es otra cosa.

    No sabía lo de los caballeros franceses armados con mandoble. Eso significa que no pueden embrazar escudo. Y también que esperaban chocar con una fuerza de caballeros como ellos. Porque un mandoble no es una buena arma contra un infante sin protección: es demasiado lenta.

    Eborense, strategos

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    1. No estoy seguro de si JdJ, por "espada que se blande a dos manos" se refiere al mandoble o a la espada bastarda o de mano y media, que era mucho más común y versátil.

      La espada de mano y media se utilizaba también con dos manos el 90% del tiempo, aunque una de ellas agarrando el pomo en lugar de la empuñadura (de ahí lo de mano y media), y solo se soltaba en determinados golpes, como por ejemplo agarres del arma o el cuerpo del oponente.

      El mandoble, y en especial el montante, con la excepción de la Claymore escocesa, fueron armas especializadas cuyo objetivo normalmente era luchar contra las picas y lanzas enemigas, y son bastante tardías. Por otro lado, aunque tuvieran una empuñadura bastante larga, en realidad no se agarraban con las dos manos ene lla, sino normalmente se cogían con una mano en la empuñadura y con la otra en la zona de la hoja inmediatamente superior a la guarda. De hecho, en los montantes de los s.XV y XVI, la hoja presentaba dos salientes o pinchos en el primer tercio de la hoja que actuaban como doble guarda protectora de la mano, y dicho tercio muchas veces estaba cubierto de cuero para facilitar su agarre.

      Finalmente, rompamos también el mito de la lentitud. Es difícil de quitarnos las imágenes de combates cinematográficos o teatrales, pero son eso, escenificaciones. En combates reales nunca se hacian movimientos tan amplios que ofreciesen aperturas claras al enemigo, sino que son golpes cortos y precisos (sacudidas o "puñetazos" con la mano retrasada pivotando el arma sobre la mano delantera, haciendo palanca).

      En el caso de la espada bastarda, los golpes y acciones que nos han llegado en tratados (p.e., el Fiore dei Liberi o el Talhoffer) son sumamente rápidos y, cuando se trata de combate entre infantes sin armadura, buscan realizar heridas con los tres o cuatro centímetros finales de la hoja, que son más que suficientes para dejarte fuera de combate y permiten acciones muy rápidas. No se trata de rebanar cabezas o brazos.

      En el caso del mandoble, no recuerdo como lo tratan (creo que el Talhoffer le dedica espacio, no recuerdo el Fiore), pero e cualquier caso hay que recordar que, utilizándolo tal y como he descrito, con una mano por encima de la empuñadura, el centro de gravedad de la espada se encuentra entre ambas manos, por lo que se puede esgrimir bastante rápido, además de dotar de un alcance sumamente grande al caballero, así que no me gustaría estar en la piel del infante sin protección.

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    2. Un ejemplo del Talhoffer que ilustra lo que comentaba: acción rápida que busca un corte con la punta, en combate sin armadura.

      http://www.hroarr.com/wordpress/wp-content/uploads/2012/01/talhoffer-14672-01.jpg

      Revisando el Talhoffer, la gran mayoría de ilustraciones tratan del combate sin armadura.

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    3. Hostias Ivan, qué miedo das... :-DDD

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  2. En esa polémica, yo diría que la cosa se quedaría en un término medio. Es cierto que los franceses no fueron capaces de ganar batallas campales contra los arqueros ingleses hasta que mejoraron la artillería, pero también es cierto que la primera fase de la Guerra de los Cien Años terminó con derrota inglesa gracias a que Bertrand du Guesclin aplicó una estrategia de rehuir el combate muy similar a la que quería aplicar Charles D'Albert. Durante toda la guerra, los franceses siempre tuvieron ventaja numérica y logística, si los ingleses pudieron estar tan cerca de ganar se debió a la costumbre de los caballeros de cargar a lo bestia (Lo mismo les pasó en la batalla de Nicópolis contra los turcos) y a que estaban divididos por guerras civiles (los ingleses también tuvieron las suyas, pero fueron menos serias hasta la guerra de las Dos Rosas)

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  3. arauco8:32 p.m.

    Primero, agradecer la mención (viniendo de ti me hace ilusión, de verdad); y segundo aclarar que aunque sobrevalorada, no niego que era una arma formidable, que ayudó a conseguir victorias extraordinarias sobre enemigos superiores en número y, en teoría, en potencial (Crezy, Poitiers y Agincourt). Pero la incompetencia táctica francesa tuvo tanto que ver como el arco largo; contra los franceses posteriores, más "profesionalizados", o escoceses hubo victorias, no tan extraordinarias, pero también derrotas.
    Un arma formidable que desarticulaba la carga de caballería, pero auxiliar, porque no podía detenerla (véase Patay): al final lo hacían los hombres de armas (Crezy, Poitiers) con la ayuda del barro en Agincourt. Y era un arma que podría contrarrestarse aumentando el blindaje (el camino equivocado que axfisiaba a la caballería), con hombres de armas desmontados (una de las técnicas de los escoceses) o usando adecuadamente a los ballesteros, y que era tremendamente costosa de adquirir.
    En las batallas de los Cien Años los arqueros lucharon a fin de cuentas como unidad auxiliar (igual que la caballería montada inglesa), y tras esa guerra se siguieron usando en grupos menores (a menudo mercenarios, por lo caro y complicado de su entrenamiento) junto a la ballesta, que se iba perfeccionando y siguió usándose cuando ya el arco era apenas un recuerdo. Y al final fue la combinación de picas y ballestas/arcabuces de los cuadros suizos y los tercios españoles la que sustituyó a la caballería/infantería pesada en la línea principal de batalla.
    Tengo que recordar que en Laupen, siete años antes de Crecy y 75 años antes que Agincourt, un ejército suizo mayoritariamente de infantería (con honderos y arqueros como auxiliares, pero que no eran los arqueros ingleses) derrotó a un ejército de los Hasburgo del doble de tamaño con una gran fuerza de caballería pesada; pero al ser una batalla "periférica" no se le dio la fama y significación que a estas otras (igual que ocurrió con Nicopolis).
    Lo de atravesar o no armadura como bien decís es difícil de determinar: en cien años las armaduras evolucionaron mucho, y no era lo mismo la de un duque que la de un caballero normal. Posiblemente a cincuenta metros e incidiendo en perpendicular la flecha tendría un gran poder de penetración, sobre todo en ciertas zonas, pero así no se podía detener una carga (ni siquiera con los arcabuces y mosquetes posteriores). Usada de forma masiva en tiro parabólico su penetración sería mucho menor, aunque podía colarse por las zonas menos protegidas (junturas, ranuras del casco, cuello), e incluso aturdir con el mismo golpe aunque no llegara a atravesar. Pero ya desde Poitiers se habla de que los arqueros dirigían sus flechas más contra los caballos, y en Agincourt contra los flancos de esos mismos caballos, más vulnerables.

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  4. arauco6:41 p.m.

    Tal y como dices, para los caballeros medievales la guerra era casi un torneo: a menudo se citaba al enemigo para enfrentarse un cierto día y hora, en un terreno abierto y despejado elegido por ambos (a Enrique V lo retaron así, y les vino a decir que fueran a por él donde quisieran y cuando quisieran). Sacar ventaja de la disposición del terreno, de trampas (fosas o estacas) o de armas a distancia (arcos, ballestas), o herir al caballo en vez del jinete, eran consideradas poco caballerescas. Igual que combatir a pie en vez de a caballo, eso era rebajarse. Pero estas normas tenían en el fondo muy poco de nobles o caballerescas: no implicaban luchar en condiciones iguales para todos, sino que beneficiaban claramente a los que se habían entrenado y alimentado bien durante años, y tenían dinero para pagar una armadura, varios caballos (batalla, viaje y carga) y unos cuantos escuderos y ayudantes.
    Los que estaban acostumbrados a luchar contra enemigos sin tanta mentalidad caballeresca (ingleses contra galeses y escoceses, españoles contra musulmanes y en correrías fronterizas, los suizos es sus montañas) tendían más a ver la guerra como un oficio, no un deporte, y estuvieron más dispuestos a utilizar cualquier método o táctica nueva que les diera alguna ventaja.

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  5. Interesante artículo y muy buenas puntualizaciones, pero queda una por aclarar, que no es menor:

    Las armaduras se pensaban, se diseñaban y se usaban para SALVAR la vida de su usuario, no para hacérsela más corta. Una armadura bien equilibrada pesaba unos 30-40 kilos, distribuidos de forma muy sabia por todo el cuerpo.

    Eso de que no podían moverse o que hacía falta una grúa para subirlos al caballo son simples deformaciones de las que una parte de la culpa la tiene Mark Twain con su "Un yanqui en la corte del Rey Arturo".

    Os pongo un par de vídeos de ejemplo:

    http://www.youtube.com/watch?v=X4S2_WmZgyE
    http://www.youtube.com/watch?v=5hlIUrd7d1Q

    Y un interesante artículo:

    http://cientosdeminions.com/?p=1768

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  6. Interesante artículo y muy buenas puntualizaciones, pero queda una por aclarar, que no es menor:

    Las armaduras se pensaban, se diseñaban y se usaban para SALVAR la vida de su usuario, no para hacérsela más corta. Una armadura bien equilibrada pesaba unos 30-40 kilos, distribuidos de forma muy sabia por todo el cuerpo.

    Eso de que no podían moverse o que hacía falta una grúa para subirlos al caballo son simples deformaciones de las que una parte de la culpa la tiene Mark Twain con su "Un yanqui en la corte del Rey Arturo".

    Os pongo un par de vídeos de ejemplo:

    http://www.youtube.com/watch?v=X4S2_WmZgyE
    http://www.youtube.com/watch?v=5hlIUrd7d1Q

    Y un interesante artículo:

    http://cientosdeminions.com/?p=1768

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  7. Anónimo9:51 a.m.

    (algunos de los cuales estaban en tan mala situación por la diarrea que combatieron desnudos de cintura para abajo, para poder cagarse libremente mientras disparaban)

    wow, a esos si que "les chorreaba caca por las piernas", se cagaban de miedo y de disinteria, yo por lo que habia leido en un libro es que se sacaban el calzon y se dejaban las calzas, no ivan totalmente desnudos de la cintura para abajo, se dejaban las calzas y no usaban el calzonzillo blanco, igual eso depende por que si ivan a querer hacer caca parados al ser diarrea liquida se le iva a chorrear toda la calza, jaja-

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