viernes, septiembre 27, 2024

Mao (18): El general Tres Zetas

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  



En el verano de 1937, un poco antes de que Gui Yuan fuese pasaportada a la URSS, Mao había conocido a una actriz joven que llamaba Jian Qing, y que se convertiría en su cuarta, y más famosa, esposa. Jian había nacido en 1914 de la concubina del propietario alcohólico de un hotel. Su padre solía pegar a su madre, y Jiang hacía lo que podía por defenderla, incluso siendo muy niña. En una de esas ocasiones, su padre le arreó una hostia que le partió parte de uno de sus dientes frontales. Eso hizo de ella una persona muy dura, eso que hoy llamaríamos una abusona. Con 12 años, fue expulsada de la escuela después de que le escupiese a un profesor (hay que matizar que entonces estas cosas estaban mal vistas).

Se marchó de casa con 14 años. Se apuntó a una compañía ambulante de teatro, con la que acabó llegando a Shanghai, donde empezó a labrar su carrera como actriz. Sin embargo, apenas logró sobrevivir con lo que ganaba, sobre todo porque tenía que ocuparse del hijo de siete años de su amante. Fue en esa situación en la que empezó a deambular, y llegó a Yenan. Allí, se convirtió rápidamente en la asistente más asidua, siempre en la primera fila, de los discursos de Mao.

Mao y Jiang comenzaron a ser vistos juntos en público, lo cual era bastante escandaloso. Mao estaba todavía casado; y Jiang había tenido, para entonces, cuatro relaciones más. En el terreno político, Jiang Qing había sido una vez detenida por los nacionalistas bajo sospechas de ser una espía comunista; había escamoteado la cárcel mediante la firma de una declaración completa de fe anti comunista; algo que, lógicamente, en Partido consideraba un acto de traición y que de alguna manera la perseguiría toda la vida. Más aún: había rumores de que, durante su tiempo de encarcelamiento, había sido, digamos, muy complaciente con sus guardianes. Diversos grupos clandestinos de Shanghai enviaron mensajes a Yenan significando que aquella no era mujer para el jefe del Partido. El tema acabó encima de la mesa de Lo Fu, el cuando menos formal número 1 del Partido. Cuando Mao recibió la carta de Lo, la rompió delante del mensajero y anunció que se casaría al día siguiente. ¿No querías sopa wan tun? Pues toma dos tazas.

En aquel mismo tiempo, el 7 de julio de 1937, los enfrentamientos armados entre chinos y japoneses recomenzaron en un lugar de las afueras de Pekín conocido como el puente de Marco Polo. Antes de que terminase el mes, los japoneses habían hecho suyas las dos grandes ciudades del norte de China, Pekín y Tianjin. Aún así, Chiang Kai Shek se guardó de declararles la guerra a los japoneses, temeroso de las consecuencias de un conflicto a gran escala.

En realidad, la extensión de la guerra fue un problema para los japoneses. Tokio no quería extender los enfrentamientos más allá del norte de China y, de hecho, cuando la lucha se extendió a Shanghai se le presentó un problema, porque apenas tenía unos 3.000 efectivos en aquella zona, ya que así se había pactado en la tregua de 1932.

Los japoneses no querían guerra. Pero Stalin, sí. A Stalin, exactamente igual que unos meses después el rápido avance de Hitler por Bélgica, Países Bajos y Francia le causaría un grave problema, ahora se lo causaba que los japoneses hubiesen entrado en el norte de China como el cuchillo caliente en la mantequilla. Ahora los japoneses estaban en posición de atacar hacia el norte, a la URSS; y usando para ello una frontera muy ancha.

Fue para evitar esto por lo que el dirigente comunista decidió activar una célula dormida que tenía en el ejército nacionalista para hacer estallar una guerra a gran escala en el área de Shanghai. Esta célula dormida era un general llamado Zhang Zhi Zhong, que era el comandante del fuerte de Shanghai-Nanjing. En sus memorias, el general Tres Zetas deja bien claro que ya en 1925 todo el mundo lo conocía como “el comandante rojo”, y que quería ingresar en el Partido; pero que Chou En Lai le convenció de que era más útil en el ejército blanco, ascendiendo y ganándose la confianza de sus superiores.

A finales de julio, cuando los japoneses tomaron Pekín y Tianjin, Tres Zetas se dedicó a inundar la mesa de Chiang Kai Shek con telegramas proponiéndole un ataque de respuesta en Shanghai. Para que el líder nacionalista no sospechase, Zhang le dijo que no haría nada a menos que los japoneses diesen pruebas claras de querer atacar Shanghai; en esas condiciones, el Generalísimo le dio su aprobación. Con este Ok en el bolsillo, el 9 de agosto Zhang provocó un incidente en el aeropuerto de la ciudad. Una unidad china especialmente enviada por él mismo disparó y mató a dos marines japoneses. Tres Zetas, entonces, tomó un chino que estaba preso y condenado a muerte, lo vistió con ropas militares, lo llevó a la puerta del aeropuerto y, allí le pegó un par de tiros; de esta manera, el general Zhang tuvo la “prueba” de que los japoneses habían disparado primero.

Tras el incidente, la actitud japonesa fue inequívoca en el sentido de dejarlo pasar sin hacer nada. Tres Zetas, sin embargo, redobló su presión sobre su jefe supremo, quien le dijo que no se le ocurriese hacer nada. El día 13 de agosto, Chiang le dejó bien claro a su subordinado que no quería ninguna acción contra los japoneses. Sin embargo, en la mañana del 14, los chinos bombardearon el buque de guerra nipón Izumo, y Zhang ordenó una gran ofensiva que, sin embargo, Chiang paró. El general, sin embargo, filtró al día siguiente informaciones a la Prensa, según las cuales barcos de guerra japoneses habían bombardeado la ciudad y tropas niponas estaban atacando por tierra. Al día siguiente, 16, el Generalísimo, bajo una intensísima presión de la opinión pública, dio su consentimiento al ataque para el amanecer del 17. Apenas un día después de comenzar dicha ofensiva, el 18, Chiang ordenó detener las hostilidades; pero Tres Zetas ignoró la orden.

La miniguerra de Zhang Zhi Zhong, es decir, la miniguerra de Stalin, fue un desastre para los chinos nacionalistas. 73 de las 180 divisiones chinas, unos 400.000 hombres, fueron seriamente afectadas; y la afección es peor si la medimos cualitativamente, pues afectó a las tropas mejor formadas, pertrechadas y disciplinadas. Los japoneses acabaron prácticamente con toda la embrionaria fuerza aérea china. Los nipones sufrieron 40.000 bajas, que es una cifra importante; pero empalidece al lado de la de los chinos.

Stalin sabía ahora que tenía que mover ficha, no fuese que la estrategia de enfrentar a Chiang con los japoneses llevase a una derrota sin paliativos del primero, lo que volvería a reproducir el problema que estaba tratando de eliminar. El 21 de agosto, los nacionalistas y la URSS firmaron un pacto de no agresión, lo cual fue el toque de corneta para que Moscú comenzase a armar a Nanjing. Stalin le envió armas a Chiang por valor de 250 millones , incluyendo 1.000 aviones, tanques y artillería. Desde diciembre de 1937 al final de 1939, más de 2.000 pilotos soviéticos llevaron a cabo misiones de combate en el aire chino. Derribaron unos 1.000 aviones japoneses y llegaron a bombardear Taiwan, ocupada por los nipones. Moscú envió 300 asesores militares, al mando de los cuales estuvo un general soviético que hablaba chino, Vasily Ivanovitch Chuikov. Una vez más, la imponencia de estas cifras, y la coincidencia en las fechas, hace prácticamente inevitable la comparación con la actitud de Stalin respecto de la Guerra Civil Española. Es obvio (no hay más que mirar un mapa para darse cuenta) que para Stalin era mucho más importante la lucha que en China estaba llevando a cabo una fuerza no comunista, que la que en España trataban de liderar los comunistas. A la luz de los datos, cabe estimar que Stalin envió a España una ayuda destinada a no perder la guerra, más que a ganarla; ayuda que, además, no fue ayuda, puesto que la cobró. Y es por eso que cabe estimar que, de alguna manera, el esfuerzo de los españoles de principios del siglo XX, quintaesenciado en las reservas de oro de su banco central, fue el que, al fin y al cabo, financió la guerra de los chinos contra los japoneses.

La “Operación Shanghai” es probablemente, cuando menos en nuestro nivel de conocimiento, la mayor operación de espionaje exitosa de todos los tiempos. Otros espías han logrado hacerse con información muy sensible, cuya posesión por el enemigo ha tenido consecuencias importantes. Pero nunca antes, y que sepamos nunca después, un sólo agente silente ha sido capaz de lanzar una guerra a gran escala que el Estado y el ejército al que teóricamente servía no quería lanzar. La operación había sido tan delicada e importante que Stalin se apresuró a llamar a Moscú a las dos figuras de su personal que mejor informadas podían estar de todo: el agregado militar Lepin y el embajador Bogomolov. Fueron inmediatamente fusilados.

En septiembre, Chiang Kai Shek, obviamente encabronado y sospechando que hubiera pasado lo que había pasado, cesó al general Tres Zetas. Cuando los nacionalistas abandonaron la China continental, tanto Zhang como el otro gran topo comunista en el ejército nacionalista, Shao Li Tzu, se quedaron con Mao.

El líder comunista, por otra parte, se benefició muy pronto del estallido de la guerra a gran escala entre China y Japón. Muy presionado por los acontecimientos, a Chiang Kai Shek no le quedó otra que aceptar la que había sido la reivindicación número uno del PCC de meses atrás: conservar la autonomía de sus tropas. Por lo tanto, aunque el ejército comunista, en virtud de los acuerdos con los nacionalistas, había dejado formalmente de ser tal cosa, conservó su propia identidad y, lo que es más importante, su propio mando. Por lo demás, los presos comunistas fueron liberados y el PCC fue autorizado a abrir oficinas legales en diversas ciudades chinas, y a publicar periódicos propios en la zona nacionalista. Con este nivel de independencia, Mao pudo llevar a cabo su política de no enfrentamiento con los japoneses, que veremos, buscando que fuesen los nacionalistas los que se gastasen en ello. Y lo consiguió. Al principio de los ocho años de la guerra sino-japonesa, la relación de fuerzas entre nacionalistas y comunistas era de 60 a 1; al final, era de 3 a 1.

Stalin, ahora, quería a los comunistas chinos totalmente involucrados en la guerra con los japoneses. Era parte lógica de la ayuda que les había prometido para así evitar que Tokio obtuviese una resonante victoria que, en realidad, habría hecho que para él fuese peor el tratamiento que la enfermedad. La instrucción fue cooperar en todo, y no hacer nada que pudiera llevar a Chiang a la decisión de dejar de luchar contra Japón.

En ese momento, los comunistas tenían una tropa de unos 60.000 efectivos. La mayoría, unos 45.000 estaban en el noroeste, alrededor de Yenan. Este ejército fue bautizado ahora como el Ejército de la Ruta Ocho, normalmente 8RA en los libros. Este ejército estaba al mando de Zhu De, con Peng De Huai de adjunto. Otros 10.000 efectivos estaban en el Yangtze oriental; eran, fundamentalmente, grupos guerrilleros que no habían seguido a la Larga Marcha, y ahora fueron bautizados el Nuevo Cuarto Ejército o N4A. Xiang Ying, el viejo opositor a Mao, era el comandante de estas fuerzas.

A finales de agosto, las tres divisiones que formaban el 8RA comenzaron a cruzar el Río Amarillo, avanzando hacia la provincia de Shanxi, donde estaba el frente con los japoneses. Era una tropa muy motivada que tenía muchas ganas de llegar al lugar de la acción para comenzar a cargarse japoneses. El Partido también ardía en voluntad bélica. Pero no así Mao.

Mao Tse Tung tenía problemas para visualizar una guerra nacionalista entre chinos y japoneses. A decir verdad, nunca entendió aquel enfrentamiento como una necesidad de supervivencia para su pueblo; quizás porque nunca entendió que su pueblo fuese su pueblo, ya que a él la suerte vital de la mayoría de los chinos le importaba una mierda. De hecho, los ocho años de guerra entre chinos y japoneses costó unos 20 millones de vidas de chinos, que es una cifra muy parecida a la de soviéticos sacrificados en el altar de la II guerra mundial; y no por ello Mao sostuvo nunca una épica como la que sostuvieron los soviéticos.

Para Mao, lo importante no era ni siquiera la posición de los comunistas; era su posición personal e intransferible. Y no veía nada que ganar en participar en una guerra codo con codo con Chiang Kai Shek, consciente como era de que el Generalísimo sería el ganador sin paliativos de aquel enfrentamiento si finalmente los japoneses eran repelidos; mientras que él no podría aducir ningún argumento en su favor si el resultado era el contrario.

La estrategia de Mao en la guerra sino-japonesa, pues, fue no guerrear. Dejar que fuera el otro (los nacionalistas) el que se gastase, mientras él invertía los recursos de su ejército en expandir las zonas de influencia comunista. Para ello se apoyaba en la lógica. Siendo las fuerzas comunistas mucho más minoritarias que las nacionalistas, para cualquier estratega quedaba claro que, en el momento en que los japoneses comenzaron a presionar hacia el interior del país, los rojos debían quedar como tropas auxiliares de los blancos, pero no implicados directamente en las batallas principales. Las órdenes que dio Mao a sus comandantes fueron no hacer nada cuando los japoneses atacasen, apostando a que finalmente lograsen ganar a los chinos nacionalistas (sus teóricos aliados). Una vez producida la victoria japonesa, los ejércitos rojos se moverían para tomar posesión de los terrenos que los nipones dejasen libres, ya que era evidente que no tendrían capacidad de ocupar con eficiencia todos los terrenos que ganasen.

A decir verdad, a los mandos comunistas, aquello les pareció una ful humillante. El 25 de septiembre hubo el primer enfrentamiento entre comunistas y japoneses. Una unidad, al mando de Lin Biao, emboscó a la retaguardia de una columna japonesa de transporte, en Shanxi, cerca de la Gran Muralla. Fue un ataque contra una unidad que no era de combate, y cuyos miembros, según Lin, estaban casi todos dormidos; pero, sin embargo, como el propio Lin Biao acabaría por reconocer por escrito, Mao, por varias veces, había ordenado no atacarlos. Nunca quiso aquel ataque, y se cogió un cabreo de mil demonios cuando supo que se había producido. Eso sí, una vez ocurrido, lanzó una campaña de propaganda según la cual “la batalla de Pingxingguan” había sido poco menos que el desembarco de Normandía.

A mediados de noviembre, los comunistas estaban sólidamente establecidos en Jinchaji, cerca de Pekín; una base varias veces más importante que la de Yenan.

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