miércoles, abril 21, 2021

Islam: 37: Iraq, ese caos)

 El modesto mequí que tenía the eye of the tiger

Los otros sólo están equivocados
¡Vente p’a Medina, tío!
El Profeta desmiente las apuestas en Badr
Ohod
El Foso
La consolidación
Abu Bakr y los musulmanes catalanes
Osmán, el candidato del establishment
Al fin y a la postre, perro no come perro
¿Es que los hombres pueden arbitrar las decisiones de Dios?
La monarquía omeya
El martirio de Husein bin Alí
Los abásidas
De cómo el poder bagdadí se fue yendo a la mierda
Yo por aquí, tú por Alí
Suníes
Shiíes
Un califato y dos creencias bien diferenciadas
Las tribulaciones de ser un shií duodecimano
Los otros shiíes
Drusos y assasin
La mañana que Hulegu cambió la Historia; o no
El shiismo y la ijtihad
Sha Abbas, la cumbre safavid; y Nadir, el torpe mediador
Otomanos y mughales
Wahabismo
Musulmanes, pero no de la misma manera
La Gran Guerra deja el sudoku musulmán hecho unos zorros
Ibn Saud, el primo de Zumosol islámico
A los beatos se les ponen las cosas de cara
Iraq, Siria, Arabia
Jomeini y el jomeinismo
La guerra Irán-Iraq
Las aureolas de una revolución
El factor talibán
Iraq, ese caos
Presente, y futuro 


Las cosas, efectivamente, siempre que son susceptibles de ir a peor, lo hacen. Uno de los últimos actos del Sadam Husein como gobernador efectivo de un país amenazado (gesto que, por cierto, se parece mucho al del gobierno del Frente Popular español en sus primeras semanas) fue abrir las cárceles y sacar de ellas a su cargamento de criminales. En correlación con éste y otros movimientos, la policía desapareció de Iraq; los números y oficiales de las fuerzas del orden no querían ser vistos en la calle uniformados, pues las posibilidades de que eso les costase la vida eran demasiadas. Muchos líderes religiosos, suníes y shiíes, hicieron denodados esfuerzos por convencer a la población de que se moderase; pero dio igual. Por el lado suní, el odio anti-shií rebrotó con una gran fuerza; muchos de los más radicales de entre ellos veían la situación de caos creada como la oportunidad de oro para acabar de una vez por todas con aquellos musulmanes de pacotilla; en lo que toca a los shiíes, su organización armada, la Brigada Badr, así como el Ejército Mahdi, comenzaron a realizar ataques sistemáticos sobre los suníes, aprovechando su penetración en el gobierno. De hecho, tras las elecciones del 2005, muchos de los cuadros de la Brigada acabaron en el Ministerio del Interior.

En Iraq, y en un proceso que, cuando menos en mi opinión, la Prensa occidental no ha sabido contar ni describir, comenzó a producirse, en menor escala pero con la misma carga de dolor y miseria, el proceso que había llevado, tras la independencia de la India, al éxodo masivo de musulmanes hacia Pakistán y de hindúes hacia India. Suníes residentes en barrios o poblaciones mayoritariamente shiíes tuvieron que marcharse de allí con lo puesto para poder vivir rodeados de los suyos, y viceversa. La inmensa mayoría, por no decir todos, de los brutales atentados de los que hemos ido teniendo noticia en los últimos quince años (“una bomba mata a cuarenta personas en un mercado en Bagdad”, o cosa parecida) han sido, en realidad, atentados de sectarismo religioso: ese mercado, ese edificio, esa academia de policía, estaba situado en una zona mayoritariamente shií o suní. Los shiíes, mayoritarios en el país, han hecho suya la capital, que hoy por hoy tiene escasos enclaves suníes.

Ni qué decir tiene que en un mundo musulmán que ya llevaba desde 1979, como poco, construyendo la retórica de que Occidente es un factor agresor, distorsionante y de dominación frente al Islam, la invasión estadounidense de Iraq no fue vista, que digamos, con muy buenos ojos. Esta vez, de hecho, casi nadie se perdió en disquisiciones teológicas a la hora de apoyar la yihad contra los invasores. Toneladas de suníes de diversos países comenzaron a aflorar hacia el país, en un proceso parecido al de las Brigadas Internacionales pero mucho más masivo; y contaron, para entrar en el país, con la complicidad de Siria, puesto que Hafez el-Assad tenía la sensación de que sería el siguiente de la lista si la invasión americana le salía bien a Washington. Estos movimientos tuvieron una consecuencia muy importante desde el punto de vista ideológico, puesto que el tráfico de combatientes sirvió de catalizador para la difusión del islamismo entre muchos musulmanes que hasta el momento no se hubieran considerado como tales.

Muchos de estos combatientes internacionales, por así llamarlos, encontraron un líder en el jordano Abú Musab al-Zarqawi, que es uno de los iniciadores de la práctica de decapitar prisioneros mientras lo graba en video. Fue él quien realizó dicha acción sobre el ingeniero inglés Ben Bigley y otros rehenes occidentales. En lo referente a estas notas, es importante entender que el grupo de al-Zarqawi es violentamente anti shií; de hecho, la retórica contra los duodecimanos se parece un poco a la de los nazis contra los judíos, puesto que los responsabiliza de haber complotado históricamente contra la grandeza del Islam. Se aduce, en este sentido, que los safavides habrían traicionado a los otomanos y que la culpa de que los turcos no hubieran podido tomar Viena fue de los shiíes, por no mencionar la (presunta) ayuda de los shiíes a los mongoles y a los cruzados.

Pronto fue conocido como la rama iraquí de Al Qaeda, y se le considera el responsable del asesinato de clérigos como el ayatolá Baqir al-Hakim, asesinado junto con una treintena de personas más en una mezquita de Nayaf, el 29 de agosto del 2003. En 2005, sin embargo, fue repudiado por Ayman al-Zawahiri, la mano derecha de Bin Laden. Un año después, un avión americano soltó un pepino sobre una casa donde se estaba celebrando una reunión de cuadros yihadistas y se lo llevó por delante.

La muerte de al-Zarqawi, sin embargo, no operó, como tal vez había esperado la CIA, como freno de la guerra civil sectaria en Iraq. Las cosas estaban ya en el punto de no retorno y, además, las semillas de dicha guerra civil eran cosas que, la verdad, los despachos de Langley no siempre han comprendido bien. El 22 de febrero de aquel 2006, por ejemplo, los santuarios del décimo y décimo primer imanes shiíes (¿todavía necesitáis que os recuerde los nombres? Venga, vale: Alí al-Haidi y Hasán al-Askari) fueron volados en Samarra. Aquel lugar, además, era el punto en el que, según la tradición duodecimana, Mohamed al-Mahdi, el décimo segundo imán, había pasado a la ocultación. Samarra era, pues, una  Compostela shií a lo puto bestia, por no mencionar a los muchos suníes que también peregrinaban al lugar por ser los dos imanes, al fin y al cabo, respetables clérigos descendientes de El Profeta. Pero, ay amigos, Samarra era una ciudad predominantemente suní. El Ejército Mahdi respondió pasando la ciudad por la piedra y llevándose por delante a más de 1.000 personas, que muy duodecimanas no eran, se puede imaginar.

El sacrilegio y consiguiente matanza de febrero del 2006 en Samarra acabó con las últimas cenizas que quedaban (pocas ya) del proyecto de construir un Iraq democrático y secularizado que había animado la acción de Bush Jr sobre el país. A Estados Unidos (y a la URSS, por cierto) siempre le costó entender que a las naciones no se les puede obligar a ser lo que no son. Si a la gente le gusta Locomía, da igual las veces que le pongas discos de Melendi; si hace falta, la tararearán por lo bajinis y bailarán con abanicos en la privacidad de sus dormitorios. Iraq era, es, un país quebrado por los sectarismos musulmanes y el problema kurdo; y, desde luego, una invasión exterior occidental no es el mejor soplete oxiacetilénico para soldar eso. Ciertamente, Nouri al-Maliki, él mismo miembro de al-Dawa, acabaría por formar un intitulado gobierno de unión nacional; pero ese gobierno de unión nacional no podía por menos que otorgar reconocimiento a la presencia social mayoritaria del shiismo en el país. El ministerio de Defensa fue para un suní, pero los shiíes, incluso los más radicales, retuvieron a la pasma del Ministerio del Interior. Por lo demás, en el país siguen existiendo milicias que ejercen el poder en el territorio que controlan; la más famosa de ellas, los peshmergas kurdos.

Cerca ya del 2010, conforme los hechos fueron posándose y el tema de Iraq fue cogiendo veteranía, el sunismo radical de gentes como el ya difunto al-Zarqawi fue perdiendo fuerza. Muchos suníes comenzaron a rechazar el radical sectarismo anti shií de estas ideas, así como la interpretación estricta de la sharia. El resultado de este proceso fue el denominado movimiento del despertar o Sahwa. Suníes del noroeste del país comenzaron a colaborar con el gobierno y los estadounidenses, que les financiaron para que se enfrentasen con los yihadistas. El programa funcionó, puesto que redujo notablemente el campo de influencia de la milicia yihadista; las milicias Sahwa incluso tomaron el control de importantes enclaves yihadistas, como Ramada o Faluya.

En noviembre del 2008, la milicia Sahwa se incorporó a la estructura gubernamental. Al-Maliki, claramente, quería hacer homeopatía miliciana con ellos, y diluirlos. Muchas personas habían entrado en Sahwa con la promesa de que luego les iban a dar un curro policial, pero eso casi no pasó. Fue, en realidad, la reacción de los grupos integrados en el gobierno, shiíes y kurdos, que no querían otro amigo armado en las estructuras gubernamentales. También tenían la oposición del Frente Árabe para el Acuerdo, una formación política suní, básicamente urbana, sentada en el parlamento, que también temía que el movimiento Sahwa se hiciera con la portavocía, por así decirlo, del sunismo iraquí. Esto provocó que no pocos de los veteranos combatientes del movimiento se apuntasen al Estado Islámico.

En fin, en el 2010 el mundo musulmán habría de agitarse con una novedad relativamente inesperada, sobre todo para los occidentales. Una serie de manifestaciones comenzaron a producirse en diversos países islamitas, reivindicando la libertad. Era el comienzo de esa cosa más difícil de agarrar que un congrio vivo y que solemos denominar Primavera Árabe. Iraq no fue una excepción a estos vientos. Una serie de activistas promocionó la celebración del 25 de febrero como una especie de conmemoración antigubernamental; para entonces la imagen del gobierno iraquí como profundamente corrupto estaba ya generalizada. Hubo manifestaciones en más de una decena de ciudades y, aparentemente, las fuerzas de seguridad mataron a dos decenas de personas.

En marzo, la Primavera Árabe llegó a Siria; empezó por la demanda de reformas pero, como suele ocurrir, como el gobierno se hizo el orejas, pronto la demanda era ya de que se fuera sin más. Al contrario de lo que pasó en otros países, donde la Primavera trajo cierta profundización democrática (Túnez) o acabó con la consolidación del poder anterior (Egipto), en Siria, a causa de las profundas divisiones de un país con tantas versiones del Islam enfrentadas entre sí, la Primavera terminó en guerra civil. Dos años después, el gobierno sirio estaba perdiendo el control del este del país; en abril del 2013 se produjo la noticia, de grandísimo valor sicológico, de la pérdida de la ciudad de Raqa. Ese mismo mes Abú Bakr al-Baghdadi, líder del Estado Islámico en Iraq de tres años atrás, cambió el nombre de la organización por Estado Islámico de Iraq y Sham (o sea, la Gran Siria); es por eso que la organización se conoce como ISIS (Islamic State of Iraq and Sham) o Daesh, que es este mismo acrónimo, pero en árabe (al-Dawlah al-Islamiyah fe al-Iraq wa al-Sham). El Daesh intensificó sus ataques en Iraq en el 2013.

En el verano del 2014, Daesh ocupó las primeras planas de los periódicos de todo el mundo por mor de una exitosa campaña militar en la que tomó el control de grandes trozos del norte y el oeste de Iraq y, sobre todo, tomó Mosul, un poco la Valencia iraquí, para que nos entendamos.  Al-Baghdadi, vestido del color negro califal, se proclamó a sí mismo califa y, de consuno, reclamó su jurisdicción sobre todos los musulmanes del mundo. Pero de nuevo tenemos que tener en cuenta que lo que vemos a miles de kilómetros de distancia, y lo que nos cuenta la Prensa, en su mayoría bastante tuercebotas, no es toda la historia. La creación del Estado Islámico en el norte de Iraq y las áreas pegadas a Siria podía ser algo sorprendente, pero no inesperado. Porque, además de todas las cosas que hemos visto y pensado aquí, todo eso del islamismo radical y tal, todo aquello tenía una razón de ser interna que se había venido cocinando en los años anteriores. Los iraquíes suníes del norte del país, muchos de ellos hondamente decepcionados por la traición del Estado iraquí a la milicia Sahwa, habían desarrollado una inquina absoluta hacia el gobierno, que veían, con razón, como un instrumento para la dominación de shiíes, kurdos y suníes urbanos sobre el resto del país. Recelaban, pues, del control del gobierno, y por eso abrazaron con facilidad su rechazo también de su escasa religiosidad. Para muchos de los nuevos “ciudadanos” del Estado Islámico de Iraq, los uniformados del ejército iraquí, la mayoría shií, no eran menos ejército de ocupación que los marines de Texas. Cuando cayó Tikrit, ,los soldados apresados fueron divididos en suníes y shiíes, y los segundos fueron mayoritariamente fusilados.

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