lunes, junio 24, 2024

Francorrupción: El escándalo Matesa (6): La carta de Vila Reyes

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El 29 de agosto sale a la calle el último número diario de SP. Rodrigo Royo, dando muestras de esa sempiterna incapacidad de que los hombres políticos hacen gala cuando se trata de comprender los mínimos elementos de la realidad empresarial, se queja de que su periódico, que él mismo reconoce que ha agotado el crédito de sus proveedores y carece de circulante para pagar a sus trabajadores, deba cerrar. Habla de un patrimonio propio de 170 millones de pesetas y, añade, “mis gestiones para conseguir un crédito, una hipoteca, un préstamo con garantía real, respaldado por nuestro patrimonio, han resultado totalmente infructuosas”. Así las cosas, achaca el cierre de su periódico, no tanto al hecho evidente de que no ha logrado vender lo suficiente como para generar un flujo de caja positivo, sino a “la innoble voracidad del gran capitalismo y de los grupos de presión que lo integran”. Éste coge al señor de Mercadona, y lo fusila. La cita, por lo demás, sirve para darse cuenta de lo que se parecen según qué discursos, a medio siglo vista.

Royo, sin embargo, tiene muy claras las cosas. Escribe que la banca oficial, “siguiendo instrucciones muy específicas del Ministerio de Hacienda, nos negó el pasado mes de junio un crédito de 51 millones de pesetas”. Crédito al que tenía derecho, dice, por estar su empresa ubicada en el Polo de Desarrollo de Guadalajara.

Pueblo, por lo demás, ese día matiza las informaciones publicadas por Arriba. Probablemente mucho mejor informado en los grandes despachos de la banca que su vecino falangista, el diario de los sindicatos matiza que el famoso informe confidencial nunca existió. Que lo que existió fue la voluntad de realizarlo y la negativa en redondo de Matesa a ser investigada. La banca privada, entonces, reaccionó cerrando el grifo, razón por la que todo el marrón quedó en manos de la banca oficial. Los periodistas del periódico, y de cualquier otro, saben bien que hablar de otros escándalos empresariales y financieros del franquismo, que haberlos hainos, es pisar terreno pantanoso. Por eso, se limita a escribir contra “la abundancia de irresponsables, de iluminados y de camelistas en la actividad económica nacional, precisamente aparecidos en el gran momento histórico de la escalada hacia el bienestar y cuando la estructura política del país acaba de ser eficazmente reformada en orden a un futuro sin sobresaltos”. Es lo más lejos que puede ir un periódico español en el tema que está sotto voce: esto, más que de Matesa, va del regreso de los Borbones.

Al fin y al cabo órgano de los sindicatos franquistas, Pueblo se atornilla el bonete rojo, y brama que resulta curioso que, cada vez que se habla de un incremento salarial a los obreros, todo son problemas, todo son cálculos, todo son cortapisas; todo es, pues, lo que llama la “muralla china” de problemas planteados por los órganos económicos, “mientras que se filtran por esa muralla 10.000 millones de pesetas y no se enteran”. ¿Os suena esta retórica? ¿A que vosotros, los más jóvenes, cuando se la habéis escuchado a los anticapis, a los podemers, a los garzones, a los sumatorios, pensabais que era original?

El 30 de agosto se informa de que en las oficinas de Matesa en Barcelona se han celebrado reuniones con acreedores, en las que han estado presentes tanto el BCI como Crédito y Caución. Los acreedores han acordado juntarse en una comisión, que coordinará todas las acciones que quieran llevar a cabo. En la Prensa, a rebufo del caso Matesa se van aireando cuando menos los nombres de otros casos anteriores de los que la censura no ha permitido hablar. Se recuerdan casos como Los Ángeles de San Rafael (el edificio aquél que se le derrumbó a Jesús Gil), la Caja de Crédito Popular de Cataluña, Vilda o Nueva Esperanza.

El 31 de agosto, toda la Prensa publica la carta que Juan Vila Reyes le remitió días antes a su abogado (nota para friquis: en la hemeroteca de ABC, que es muy accesible, la encontraréis en las páginas 16 y siguientes del mentado número del 31 de agosto).

Vila había pensado que esa carta fuese lo que fue al final: una carta abierta al pueblo español. No la pudo enviar así porque fue detenido, así que hubo de adoptar la formalidad de escribírsela a su abogado, José Antonio Ramírez López. En dicha carta, Vila Reyes despliega un montón de reproches contra los medios de comunicación, y también se explaya sobre las enormes posibilidades de Matesa como grupo empresarial y de su principal patente, el telar Iwer. La carta contiene una afirmación enigmática final que yo creo que ha marcado la Historia empresarial de España desde entonces.

Vila Reyes comienza atacando, aportando la información de partida de que ha rechazado ofertas de inversores extranjeros para vender Matesa. Acto seguido, habla de los “engaño y tomadura de pelo” a los que se está sometiendo “al crédulo lector español”. Acto seguido, haciendo uso de su prestigio personal, recuerda que en veinte años no ha sido nunca acusado de nada (lo cual, en realidad, no es cierto; habiendo sido imputado por el Juzgado de Delitos Monetarios, el tema suena un poco como "Fermín Trujillo no le debe nada a nadie"); para, acto seguido, aseverar “no tenemos ni un céntimo fuera de España” (sintagma multirrepetido en los sumarios de la Prensa) y que los bienes que tienen en el país responden por los créditos pedidos (lo cual, de nuevo, tampoco es cierto; no porque no tengan bienes, sino porque son insuficientes). Informaba, asimismo, Vila Reyes de la recepción de amenazas de muerte y de secuestro de personas de su familia.

El empresario quiso dar la impresión en su carta de estar bien informado de lo que estaba pasando aunque, obviamente, él, como cualquier otro, no podía superar los límites de la censura. Por eso, en su carta hay referencias veladas, como cuando se refiere a los promotores e instigadores de esta “cruzada”, que dejan bastante claro que sabe a quién se está dirigiendo. Esto hace que en modo alguno sean descartables, en aquellas horas complejas, los contactos del empresario con prohombres de la tecnocracia.

Entrando en materia técnica, por así decirlo, la estrategia de la carta de Vila Reyes es, más o menos, presentarse como un visionario. El empresariado español, viene a decir, todavía no sabe exportar (lo cual es cierto) y la única manera de conseguir eso es “estableciendo redes comerciales agresivas, penetrantes y flexibles”. La teórica está bien, aunque, en realidad, Vila no explica, ni bien ni mal (o sea: no lo explica) qué tiene que ver eso con recibir créditos públicos para ventas fraudulentas, que no otra cosa es el caso Matesa.

Una parte bastante importante de la carta está dedicada a demostrar que la patente de la lanzadera Iwer es la pera limonera; es la patente de un telar claramente ganador. Para ello, Vila Reyes se apoya, fundamentalmente, en un informe de la especie de plan de desarrollo francés, que hablaba en términos muy positivos del telar (que, no se olvide, en su origen es una patente francesa) y le otorga un gran futuro por considerar que en los años venideros gran parte del parque mundial de telares tendrá que migrar a telares de este tipo. A la hora de vender este telar tan prometedor, informa el empresario, Matesa ocupa el segundo puesto del mundo. En términos muy técnicos, Vila Reyes trata de convencer a los españoles de que la superioridad técnica del telar Iwer le da una gran ventaja competitiva a escala mundial. De ahí pasa a hacer una nómina de todas las cosas que Matesa “ha hecho por España” (entrada de divisas, presencia exterior, empleo...), en un discurso que, a los que tengáis memoria por haber sido contemporáneos, os recordará bastante al de José María Ruíz-Mateos inmediatamente después de caer Rumasa.

Manteniendo a propósito (yo creo que por consejo de su abogado) la carta en los oscuros terrenos del lenguaje técnico, Vila Reyes entra en materia a la hora de comenzar a achacarle sus defectos al montaje legal español de crédito a la exportación. Dice así en su misiva que en la legislación española no existen normas específicas “en lo que se refiere a la prefinanciación” en lo que se refiere a “bienes de equipo producidos en serie”, y añade que “ahí empieza el verdadero problema”. A continuación, se viste de víctima al informar de que, tiempo antes de estallar el escándalo (en algún momento entre el 1 de enero de 1968 y junio de 1969), Matesa ya se dirigió a la Administración para advertirla de la posible producción de “situaciones como las actuales, así como el problema de las inversiones en el exterior”. De alguna manera, pues, viene a decir que los errores de los créditos de prefinanciación los crea la norma y no las empresas; y que los problemas que tiene con el Juzgado de Delitos Monetarios (acabará condenado por tráfico de divisas) tienen que ver con que las inversiones en el exterior no están adecuadamente tratadas.

A continuación, de forma bastante lógica teniendo en cuenta el tracto retórico que adopta la carta, la misiva de Vila Reyes se apoya en lo que hoy podríamos llamar el “argumento Rato” (en todo momento durante su enjuiciamiento, Rodrigo Rato declaró y declaró que todo paso que se dio en la salida a Bolsa de Bankia se consultó con el Banco de España). Así, escribe el empresario: “Todos cuantos problemas se nos han presentado y que, por no estar previstos por la ley, nos empujaban a situarnos fuera de ella, se discutieron larga y ampliamente”. Éste es, sin duda, uno de los puntos más calientes de la carta: el punto en el que el dueño de Matesa viene a reconocer que no sólo ha conculcado la ley en sus operaciones, sino que innominadas personas en la Administración Pública estuvieron puntualmente informadas de ello.

Descendiendo por su propia cuesta argumental, y no sé yo si siendo muy consciente de lo que escribía, Vila Reyes la tomaba ahora con la desgravación fiscal. Dicha desgravación, decía, era un impulso a la exportación basada en un porcentaje sobre el precio de venta real. Sin embargo, explica, hay operaciones en las que el exportador, en realidad, no cobra nada por lo que “vende”. Esto es así porque hace una operación por buena fe, o por entrar en un mercado nuevo, etc., en el que ofrece el producto gratis o casi gratis. En ese caso, argumenta Vila Reyes, “el Estado se beneficia del sacrificio del vendedor” (puesto que el 11% de cero euros de venta son cero euros), cosa que le parece escandalosa al presidente de Matesa, que considera que, en estos casos, exportador y Administración se deberían poner de acuerdo sobre una tarifa (una tarifa, añado yo, irreal y que nadie paga ni cobra) para establecer una desgravación sobre dicha cantidad. En otras palabras: a Vila Reyes le parecía de lo más normal que él regalase un telar a un cliente, y que Hacienda le pagase un 11% del coste de ese regalo al precio que a él le pareciese. En esas condiciones, no es de extrañar que se quejase de “los trámites que hay que hacer para demostrar que el precio cobrado no es el prefinanciado ni el postfinanciado”. A este señor, es lógico, todo lo que fuera que sus interlocutores estatales no tragaran porque sí le parecería exagerado.

Vila Reyes incluso se apresura en su carta a explicar la forma que tenía de actuar, inventándose una operación ficticia. En la misma, vendía su maquinaria a un comprador en un mercado nuevo. Acto seguido, le ofrecía quedarse con dicho pedido gratis, ofreciéndole el 5% de todas las ventas que se consiguiesen en su mercado (es decir: convertía al primer cliente en su agente y comercializador) hasta la total amortización del coste de su compra. Afirma Vila Reyes que el cliente “vendió” máquinas hasta amortizar su compra y luego siguió comprándolas sin descuento. Esta operación, dice, “fue buena para España y para el otro país (el del nuevo comprador), pero estábamos fuera de ambas legislaciones”. Claro, porque se hace figurar como una compraventa lo que, en realidad, fue un contrato de comercialización (el comprador no pagó su primer pedido con su dinero, sino con una comisión sobre las ventas hechos por otros compatriotas). Vila Reyes reconoce en la carta que en una operación así “cobrábamos desgravación fiscal sin tener derecho a ello” (puesto que el precio sobre el que calculaba la desgravación era un precio ficticio, nunca percibido), “y si lo declaramos no hubiéramos cobrado un céntimo desde entonces”. Pero, vaya, que hay muchas cosas que el empresario se calló en su carta. La Prensa acabaría aflorando, por ejemplo, que sus filiales americanas habían comprado participaciones en una decena de empresas estadounidenses, mediante operaciones en las que pagaron las acciones con máquinas. Es decir, formalmente “vendieron” aquellos telares pero, en realidad, los cambiaron por acciones. Pero por el camino, claro, cobraron la desgravación fiscal, la prefinanciación y la posfinanciación.

Todo, siempre según Vila Reyes, a la mayor gloria de las exportaciones españolas. Aunque, como la propia carta admite, hay un ingreso del Estado (la desgravación fiscal) generado por una operación ficticia. Que ese dinero el empresario lo dedicase a investigar y ampliar mercados o a comprarse un Lamborghini, debiera entender que sólo lo sabía él.

Sobre todos estos problemas, continuaba la carta, estaba el problema de los stocks generados por ventas no producidas, devoluciones, situaciones varias. Cuando Matesa había contado con vender x telares pero no los había vendido, de nuevo se planteaba el problema de la desgravación fiscal. Con total desparpajo, escribe: “se cobran (o se acreditan) cantidades por máquinas que, por las razones expuestas, temporalmente van a stocks. Naturalmente, esto no se puede percibir. Al venderse, los precios pueden ser superiores o inferiores, y según se vendan una o pocas máquinas, se haya modificado en la distribuidora, añadiéndoles o quitándoles accesorios, etc.” En corto: Matesa cobraba desgravaciones fiscales por ventas no producidas, de modo y forma que la venta real final coincidía, o no, con el precio de venta por el que se había fijado la desgravación.

Ya hemos visto que Vila Reyes creía en la existencia de una especie de mafia que había ido contra él a propósito. Su irónica alusión a la “cruzada” parece sugerir que hablaba de Falange. Pero, en realidad, no. El resto de la carta da la impresión de que a quien culpa, en realidad, es a la burocracia económica del franquismo (“flora tecnocrática”, la llama). Fue, dice, la incomprensión de esta “flora tecnocrática” la que “fue incidiendo cada vez más gravemente en la gestión, siempre por falta de mentalidad prospectiva e información general”. El empresario, pues, viene a decir que los rectores de la política económica no tienen ni puta idea de lo que es una empresa, y que por eso se pusieron contra él y sus prácticas, que él mismo, como hemos leído, reconoce alegales, si no ilegales. Es, dice, “el permanente chantaje del tecnócrata que, cuando se mira al espejo y se ve político, se transforma en inquisidor”. Los burócratas, viene a decir Vila Reyes, están ciegos en su estupidez. Ruegan a los EEUU que inviertan en España, pero crucifican a Matesa, que está invirtiendo en aquel país. Matesa, dice, si saliese a Bolsa, doblaría su cotización en medio año.

A partir de ahí, Vila Reyes llega a la parte plañidera de la carta. Se considera objeto de ataques y críticas sin precedente en España (cosa en la que tiene razón), y afirma que la cosa ha sido peor por ser presidente del CD Español, aunque no explica muy bien por qué.

Calentado por párrafos y párrafos que ya ha escrito, cree el autor de la carta que debe ir más allá en las denuncias directas que hace, y escribe: “Me aseguran que la campaña lanzada contra mí ha sido financiada por un importante sector español que, como buen carpetovetónico, sólo se ha unido o asociado para destruir. ¿Motivo? Atacar a la banca oficial, tirando al mismo tiempo contra una empresa no reaccionaria”. Yo siempre he pensado que esta frase la iluminó, si no la redactó, el abogado de Vila Reyes, consciente de la mucha carcundia que había en los párrafos anteriores; y que, por eso mismo, trató de inventar a una presunta minoría contraria al desarrollo que lo estaría muñendo todo. Una forma de salvar a Franco, el campeón del desarrollismo.

La carta termina con la frase más enigmática de todas, frase que yo creo que marcará una época que llega hasta los tiempos que denominamos de la beautiful people o, incluso, del Tito Berni: “Mientras no haya muchos empresarios dispuestos a ir a [la cárcel de] Carabanchel por su país, España no recuperará su atraso”.

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