miércoles, mayo 04, 2022

La implosión de la URSS (1: No es oro todo lo que reluce)

No es oro todo lo que reluce
Izquierda, izquierda, derecha, derecha, adelante, detrás, ¡un, dos, tres!
La gran explosión
Gorvachev reinventa las leyes de Franco
Los estonios se ponen Puchimones
El hombre de paz
El problema armenio, versión soviética
Lo de Karabaj
Lo de Georgia
La masacre de Tibilisi
La dolorosa traición moldava
Ucrania y el Telón se ponen de canto
El sudoku checoslovaco
The Wall
El Congreso de Diputados del Pueblo
Sajarov vence a Gorvachev después de muerto
La supuesta apoteosis de Gorvachev
El hijo pródigo nos salió rana
La bipolaridad se define
El annus horribilis del presidente
Los últimos adarmes de carisma
El referendo
La apoteosis de Boris Yeltsin
El golpe
¿Borrón y cuenta nueva? Una leche
Beloveje
Réquiem por millones de almas
El reto de ser distinto
Los problemas centrífugos
El regreso del león de color rosa que se hace cargo de las cosas
Las horas en las que Boris Yeltsin pensó en hacerse autócrata
El factor oligarca
Boris Yeltsin muta a Adolfo Suárez
Putin, el inesperado
Ciudadanos, he fracasado; dadle una oportunidad a Vladimiro


Os pido que hagáis el siguiente ejercicio de imaginación: el general Francisco Franco muere en la cama, apenas dos semanas después de que una inesperada apoplejía haya acabado con la vida del príncipe Juan Carlos de Borbón. Luis Carrero Blanco, presidente del gobierno de Franco, el hombre que, años atrás, pudo ser asesinado por ETA si el atentado no se hubiera descubierto a tiempo, sucede al general. El país asiste a una reedición del franquismo a cargo de un hombre viejo y cansado que, de hecho, muere muy pronto, apenas unos meses después. A la muerte de Carrero, la clase política franquista, temerosa de la figura emergente del gobernador de Ávila, Adolfo Suárez, nombra jefe del Estado a José Antonio Girón de Velasco, un viejo falangista vallisoletano que lleva años ya en una silla de ruedas y que, durante unos meses, se arrastra por audiencias, actos públicos y consejos de ministros siendo, en sus últimas boqueadas, una especie de zombie. Durante el tiempo transcurrido desde la muerte de Franco, en puridad en España ya nadie toma una decisión seria. La jerarquía sigue en pie, los mandos del Movimiento son bien claros; pero, aunque los hombres del franquismo ni siquiera son capaces de imaginar un cambio de régimen, tampoco tienen la fuerza suficiente como para hacer que el franquismo funcione. Así las cosas, las listas de espera se eternizan, las decisiones se posponen, todo el mundo desconfía de todo el mundo y los españoles, día a día, se van acostumbrando a vivir en un país que, mutatis mutandis, no funciona. 

Si habéis construido esa imagen dentro de vuestras cabezas, habéis construido la imagen de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que heredó Milhail Sergueyevitch Gorvachev.

Yuri Andropov tenía, cuando llegó a primer secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, 68 años de edad. En otras palabras, era casi de la edad de Leonidas Breznev cuando murió. Andropov había realizado un servicio muy eficiente al frente del KGB. Todo el mundo lo consideraba un hombre de su tiempo, cuya principal obsesión, se decía, sería modernizar el sistema soviético. Además, también se esperaba de él que fuese mucho más allá que su predecesor a la hora de abrirse a Occidente; lugar común, entre los sovietólogos occidentales, era recordar que Andropov era un loco del jazz.

Yuri Andropov, sin embargo, estaba lejísimos, o cuando menos yo pienso que estaba lejísimos, de ser ese liberal emboscado, deseoso de acordar con Occidente, que muchos quieren o quisieron ver. Lo que era, es un dirigente comunista, duro como el pedernal, que lanzó toda una cruzada contra la ineficacia económica. En la URSS de los primeros años ochenta, el absentismo laboral era común, y era un absentismo a lo puto bestia: los trabajadores, si podían, abandonaban sus puestos de trabajo tras haber ido en la mañana a currar, para irse a los parques públicos, donde se los podía ver bebiendo vodka a todas horas, sentados en los bancos.

Yuri Andropov, además, era un hombre enfermo; aunque eso no se comenzó a saber, y para eso con cuentagotas, sino cuando llegó al poder. Todo fue muy rápido; unos quince meses después de haber transmitido en televisión los funerales de Breznev, la Unión Soviética estaba, de nuevo, buscando líder. La muerte de Yuri Andropov pilló al Politburo del Partido Comunista en un fragilísimo equilibrio; una situación en la que era muy fácil cagarla y acabar promoviendo a alguien que terminase de llevar a la Unión al desastre. Por lo demás, estaba muy fresca la muerte de Breznev que, de haberse producido tan sólo unas semanas después, habría encumbrado a su segundo, Konstantin Ustinovitch Chernenko. Así las cosas, quizás hubiera tenido alguna posibilidad Milhail Gorvachev, pero en ese momento era demasiado joven, y carente de apoyos suficientes; así que la nomenklatura comunista se decidió por alguien demasiado viejo.

Los diplomáticos que hablaban con los periodistas occidentales destacados en Moscú acuñaron rápidamente un mantra: la edad de Konstantin Chernenko, 73 años, era la misma que la de Ronald Reagan. Las cosas, sin embargo, eran diferentes: Chernenko, al contrario que Reagan, era poco más que un zombi. La muerte de Andropov había pillado al Comité Central en bragas. La prioridad, ante la figura de un Gorvachev de quien no se fiaban, era encontrar alguien que no cambiase el decorado.

El gran problema de la URSS era que estaba comandada por una generación de políticos demasiado viejos, y también demasiado mediocres. Breznev, el líder soviético de largo más experto en la ciencia de mantenerse en el poder (más que Stalin, incluso), había practicado un genocidio intelectual en los altos rangos de la URSS, que ahora, en su ausencia, estaba dirigida por auténticos mediocres. Si algo siempre les encantó a los soviéticos, que tan pocos recursos tenían para liberar sus frustraciones y miedos, fue hacer chistes sobre su régimen; como en el franquismo los chistes de Franco. Uno muy famoso en los setenta y noventa cuenta que, una vez, Lenin iba en un tren cuando éste se paró. Como reacción, Lenin ordenó fusilar al maquinista. Años después, fue Stalin quien iba en un tren que se averió; su reacción fue enviar a todos los pasajeros al Gulag. Después de Stalin, Kruschev decretó la rehabilitación de todos los pasajeros, para ver si así arrancaba de nuevo. Finalmente, cuando Breznev tomó aquel tren, al ver que se averiaba, simplemente dijo: “bajen las barreras, y nadie se dará cuenta de que está averiado”. Ésta es, un poco, la visión que los propios soviéticos tenían de cómo se había deteriorado su clase dirigente. La URSS de Breznev era una URSS cuyo deporte nacional era mentir en las estadísticas; ojos que no ven...

Los hechos confirmaban esta mediocridad. Desde el principio de la década de los ochenta, la economía soviética había comenzado a griparse de forma importante. La nomenklatura trataba de esconderle al pueblo soviético el hecho, verdaderamente traumático, de que la URSS tenía que importar cereal; un país que es un continente en sí mismo había perdido la capacidad de alimentar a su gente. Como en una fila de fichas de dominó, todo comenzó a dejar de funcionar: la industria, la energía, la sanidad, la educación. Mientras, en Occidente, los intensitos de siempre seguían diciendo que en la URSS todo el mundo tenía sanidad, escuela, universidad y trabajo, la verdad de las cosas se obstinaba en mostrar que todas esas cosas eran una puta mierda. La URSS había vivido, durante unos diez años, del milagro de los panes y los peces operado por la OPEP con el precio del petróleo (de hecho, nunca las alacenas de las tiendas estuvieron tan llenas como en tiempos de Breznev); pero en 1985, conforme la guerra Irán-Iraq comenzó a perder momento y, sobre todo, las políticas de ahorro energético puestas en marcha en Occidente comenzaron a dar frutos, el precio del oro negro comenzó a caer y, con él, colapsó la economía de la URSS. Bueno, eso, y el hecho de que el país, finalmente, había conseguido lo que siempre buscó: la superioridad armamentística sobre los EEUU. Pero lo había conseguido a costa de desangrarse.

El gran problema de la URSS siempre fue que la mayor parte del valor añadido que conseguía generar se dirigía, de una forma directa o indirecta, a su complejo militar-industrial. La suya era una economía montada a espaldas del consumo privado. Alexei Kosigin, el ministro de Economía de Breznev, había tratado, tímidamente, de cambiar eso en los años sesenta del siglo pasado; pero estaba intentando meter el océano Atlántico en un cubo.

Un elemento que se había deteriorado de forma brutal en los últimos diez años de Breznev era la salud colectiva del pueblo soviético. El libre acceso a una sanidad estratosféricamente buena era uno de los mantras de la propaganda soviética, apasionadamente abrazado por esa cohorte de filósofos, novelistas, artistas plásticos, directores y actores de cine que, en Occidente, cantaban las ventajas de un sistema soviético que no conocían; gentes a las que, de hecho, no parece que nunca les extrañase el detallito de que nunca, cuando viajaban a la URSS, les dejasen visitar ningún lugar elegido por ellos. Pero en la URSS, en los años ochenta del siglo pasado, en algunas zonas hasta un tercio de los jóvenes que alcanzaban la edad militar eran declarados inútiles por razón de problemas de salud, morbilidades crónicas o cronificadas incluso en la primera juventud. Nunca conoceremos, creo yo, las verdaderas cifras de la mortalidad infantil en aquella URSS; pero podéis apostar a que en muchas de sus esquinas, no tendrían nada de que presumir frente al Tercer Mundo.

En la URSS de Breznev-Andropov-Chernenko, el alcoholísmo era endémico, y un tercio de esos alcohólicos, dato inusitado en casi cualquier otro país, eran mujeres. La mitad de este tercio eran mujeres jóvenes, en la veintena, sin perspectivas, sin vida.

Este país bastante mierdero, pero formalmente la hostia limonera, habría de encontrar su cura de humildad en la guerra de Afganistán. La URSS decidió dar pasos ciertos para apoyar el golpe de Estado prosoviético que se había producido en Afganistán. Nur Mohamed Taraki, el líder de dicho golpe, había colocado el país bajo la protección soviética, y la URSS respondió como con la República española en la guerra civil: enviando cientos de consejeros y asesores. Taraki, sin embargo, fue estrangulado por un rival, Hafizulá Amin, quien también buscó la protección soviética.

El comunismo soviético estaba acostumbrado a creer que ninguna bandera puede oponerse a la bandera roja; ni siquiera las barras y estrellas. Sin embargo, era otra la que le iba a poner problemas: la bandera verde, el color de Alí, el yerno de El Profeta. En ese momento, el menos propicio, un Breznev casi terminal, al que ya mejor era no acercarle una cerilla no fuese a estallar el Kremlin, decide intervenir militarmente en el país. La decisión fue suya: el Politburó del PCUS ni siquiera fue formalmente convocado para consultas. En realidad, fue una decisión de cuatro: el propio Breznev; Ustinov, el ministro de Defensa; Andropov; y Suslov, el principal ideólogo del breznevismo.

El 27 de diciembre de 1978, las tropas soviéticas entran en Afganistán, en respuesta a la llamada de Amín, amparada en un tratado de amistad firmado apenas dos semanas antes. Al día siguiente de la invasión, Babrak Karmal asesina a Amín y se convierte en el nuevo amigo de los soviéticos. No creo, de hecho, que el Kremlin fuese ajeno a este movimiento; a Breznev no le gustaba Amín, a quien reputaba de incontrolable.

La URSS fue condenada por la ONU pero, lo que es más importante, despertó al tigre musulmán. Combatir a los soviéticos en Afganistán se convirtió en una yihad, regada de dólares por Washington. El presidente Jimmy Carter denuncia el expansionismo soviético y decreta el embargo de los cereales ya vendidos al país. Meses después, llega a la Casa Blanca un candidato: Ronald Reagan, quien, entre otras cosas, ha prometido, durante la campaña electoral, que colocará a la URSS de rodillas.

Seis años más tarde, en 1984, ya nadie dudaba de que la guerra de Afganistán era el Vietnam de la URSS. Aquello es un desastre, que viene a coincidir con las últimas boqueadas de Chernenko. Tras la desaparición de este casi desconocido líder soviético, el 11 de marzo de 1985, una clase política agotada, atemorizada y muy debilitada en sus posicionamientos inamovibles por la experiencia afgana elige primer secretario general del Partido a Milhail Gorvachev. Un hombre que despierta, casi de inmediato, una cascada de curiosidad, de simpatía, en Occidente: en España, incluso hubo algún periódico que llegó a especular con la posibilidad de que fuese de ascendencia gallega y que, en realidad, su patronómico, Gorvachev, viniese del apellido galaico Corbacho.

En efecto, el 10 de marzo de 1985 había muerto Chernenko. El Politburó se reunió ese mismo día para discutir la sucesión, y votó su resolución al día siguiente. Un estalinista de libro, el ministro de Asuntos Exteriores Andrei Gromiko, presentó la candidatura ganadora de Gorvachev. Para entonces, el enfrentamiento entre vieja guardia y jóvenes comunistas es total en el Politburo y, además, el mentado genocidio intelectual practicado por Breznev ha dejado la lista de candidatos posibles muy recortada. Andrei Gromiko, a quien posiblemente le habría gustado ser secretario general e incluso pensaba que lo merecía, no tenía apoyos dentro del Partido. En esas condiciones, el comunismo soviético tenía que elegir: o Milhail Gorvachev, o sea el hombre que había conseguido en los últimos años, mal que bien, construirse una red de poder; o Grigory Vasilievitch Romanov, un producto típico de la nomenklatura soviética, sin escrúpulos, sin más fidelidad que a sí mismo; un hombre incontrolable e impredecible. Esta lucha ya la contaré con algo más detalle cuando relate la vida de Chernenko; pero, en todo caso, base con escribir aquí que la cúpula del poder soviético, como era de esperar en ello, fue a lo más seguro.

Tenía 54 años cuando escaló a la cumbre del Kremlin. Gorvachev nació el 2 de marzo de 1931 en la región de Stavropol, en el Cáucaso. Su biografía oficial, a nadie le extrañará, era impoluta: hijo de un agricultor plenamente identificado con su kolkhoz local, lector habitual de literatura comunista, desempeñado con valentía durante la guerra mundial. Pero la realidad era otra: los dos abuelos de Gorvachev fueron purgados: uno, por sabotaje agrícola, y el otro por actividades contrarrevolucionarias trotskistas; en ambos casos, a saber qué hicieron (si es que hicieron algo). El segundo, el trotskista, era presidente de su kolkhoz y fue arrestado en plena noche delante de Gorbachev, que era un niño. La abuela de Gorvachev (por la parte del trotskista) era muy creyente y de hecho hizo bautizar a su nieto en medio de la oposición general del resto de la familia.

No sabemos, o yo por lo menos no he conseguido averiguar, cómo se las arregló el perro Gorvachev, doblemente nieto de enemigos del pueblo, para medrar en la escala de poder soviética. En lo peor del estalinismo, en 1950, fue admitido en la universidad de Moscú y, en 1952, entró en el PCUS. Él dijo en su autobiografía que, para entrar en el Partido, tuvo que explicar lo de sus abuelos punto por punto.

El 7 de noviembre, Miguel se casa con Raisa, una estudiante de Sociología a la que conoció en la universidad. Raisa era como él: tenía un abuelo detenido en 1937 por repartir propaganda contrarrevolucionaria, y fusilado.

En la uni, los Gorvachev conocieron a personas como Zdenek Mlynar, un checo que luego estaría entre los impulsores de la Primavera de Praga. Asimismo, también trataron a un filósofo georgiano, Merab Mamardachvilli, especializado en Descartes. Éstas y otras amistades, probablemente, les aportaron puntos de vista muy abiertos (o, por lo menos, muy abiertos para la vida soviética).

Lógicamente, para alguien como Gorvachev, la desestalinización krushevita supone una gran ilusión, y la caída de Kruschev una gran decepción. En 1961, es elegido delegado de su región al XXII Congreso del PCUS, históricamente famoso por ser aquél en el que se decidió retirar la momia de Stalin del mausoleo del Kremlin.

La vida de Milhail como hombre de partido comienza en su región natal Stavropol, a la sombra del líder del PCUS local, Fedor Davidovitch Kulakov. Ambos, Kulakov y Gorvachev, se benefician del hecho de que Kosigin, el hombre económico de Breznev, desea incrementar el desarrollo agrícola de Stavropol, y acaba confiando en ellos para la labor. En 1966, lo nombran primer secretario del PCUS en la ciudad de Stavropol. Obviamente, sabe que no puede apartarse ni un milímetro de la línea: en 1968, su asamblea local, como todas, aprobará una decisión felicitando al camarada Breznev por su excelente forma de resolver las cosas en Praga.

En 1970, ya es primer secretario de la región de Stavropol, y se convierte en miembro titular del Comité Central. Con cuarenta años, este aparatchnik tiene una ventaja: en la región de Stavropol se encuentra la villa de Mineralnye Vody, una estación termal de lujo (soviético) a donde van a darse bañitos Breznev, Kosigin, Yuri Andropov, y el resto de la vanguardia proletaria mundial. Quien les recibe y agasaja no es otro que el secretario del PCUS local, claro. Ya lo dijo López Vázquez: un amigo, un esclavo, un servidor...

En 1978, muere Fedor Kulakov, y corre el escalafón soviético. A Gorvachev le cuesta sucederlo; es muy joven, muy ambicoso, y Kulakov no sólo era secretario del Comité Central; es que también era miembro del Politburó. Parece que a Suslov no le gustaba nada la perspectiva de colocar a un tipo como Gorvachev en su lugar, pero el caso es que, finalmente, es nombrado secretario del Comité. Así que se muda a Moscú y, como otros muchos jerifaltes soviéticos antes que él, espera pacientemente, dos años, hasta que Suslov empieza a pedir pista, y él entra en el Politburó; es el miembro más joven.

Para entonces, a Politburó todo lo que le preocupa es quién sucederá a Breznev cuando la espiche. Tienen tres candidatos: un sorprendente Suslov (porque está ya muy enfermo); un sorprendente Andropov (pues, ellos sí lo saben, también está muy enfermo); y su gran preferido, Chernenko, un tipo que jamás ha escrito un artículo marxista con el más mínimo interés, prueba digna de su mediocridad, y que se identifica totalmente con las ideas y objetivos de la gerontocracia del Comité Central. En 1982, la lista de tres se convierte en dos cuando Suslov la rosca.

12 comentarios:

  1. A falta de leerlo, ¿has elegido este tema por la guerra de Ucrania o ha sido casualidad?

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  2. Mucho me temo que aún hay gente que tiene una imagen demasiado dulce de la URSS. Vivimos al fin y al cabo en un mundo en que algunos, muchos menos por fortuna, ven con simpatía Corea del Norte o Turkmenistán.
    Otro chiste parecido al que cuentas, también de trenes en la URSS:
    Stalin, Kruschev y Brézhnev están esperando juntos dentro de un vagón la salida de un tren. Cuando llevan un minuto de retraso Stalin se levanta, sale y cuando vuelve dice: "He mandado ejecutar al maquinista por sabotear el tren. Ahora sabrán todos lo que tienen que hacer y saldremos de inmediato".
    Cuando ya llevan un cuarto de hora de retraso es Kruschev el que se marcha y cuando vuelve al tren explica: "He rehabilitado al maquinista. Saldremos a no tardar".
    Cuando ya llevan media hora de retraso Brézhnev se levanta, echa las persianas de las ventanillas, se sienta y empieza a dar ligeros botes con el culo mientras dice: "Chucuchú, chucuchúúúú, piiiiii, piiiii".

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    1. Anónimo3:53 p.m.

      Eso es inevitable. Por haberlos los hay, igual que los hay que tienen una imagen demasiado dulce del franquismo o de las dictaduras argentina de Videla o chilena de Pinochet o... Si recien empezada esta interesante -espero- serie nos ponemos con ese nivel, apañados...

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    2. Bueno, en mi opinión Capolanda anota el que sería todo un tema para una buena monografía (aunque ya hay algunas): los porqués de esa imagen tan suave de la URSS durante la vida de la URSS.

      Para mí, sin ir más lejos, una de las grandes virtudes de que la caída en desgracia de Putin (y del putinismo, que eso ya sería mucho más difícil) sería abrir la posibilidad de que, algún día, los historiadores pudiesen investigar quién untó a quién, y durante cuánto tiempo. Y eso, la verdad, ni Videla ni Pinochet lo intentaron.

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    3. Anónimo11:28 p.m.

      Cierto. No lo intentaron porque lo suyo era saquear su propio país sin más. Cada uno en su casa y ddios o el demonio en la de todos. Pero no deja por ello de haber gente, mucha, que aún piense que fue "necesario". En Argentina, en Chile y sobre todo en este país nuestro, como si el legítimo gobierno repúblicano hubiera sido responsable y culpable del golpe de estado. A eso me refería. El como evolucionaron las cosas despues con la guerra, sobre todo en el bando republicano, es otra historia, como hemos visto en la serie del Ebro.

      Lo de la URSS es otra historia. De puertas para fuera blandieron un componente ideológico que muchos quisieron creer, o les vino bien hacerlo, o ganaron lo que fuera con ello, porque al fin y al cabo ellos no tenían que vivirlo/sufrirlo in situ, por decirlo de alguna forma. Ni querían, por supuesto. Pero en su época era lo más en algunos ambientes, y se apuntaron, como hoy se apuntarían a ser gais o fluidos por ejemplo -sin ánimo de ofender a nadie-. E insisto lo de en su época porque dudo mucho que actualmente esa opinión tan buenista respecto a la exinta URSS la mantenga alguien. En todo caso muchísimos menos que la opinión del franquismo como mal menor y necesario.

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    4. Anónimo11:41 p.m.

      Lo curioso en mi opinión es que ni siquiera necesitó la URSS mucho unte. Fue más bien una entrega incondicional de muchas gentes que freudianamente querían matar al padre... o bueno más bien sólo ponerlo a parir un rato, que muerto no podía seguir pagando las facturas. La época como digo... esos años 60 y 70. Por lo demas, una vez corrida la juerga y más maduritos, a llenar los bolsillos y aquí paz y luego gloria.

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  3. Excelente tema. Eso sí, la transcripción del cirílico de ciertos nombres es mejorable. Lo más normal para transcribir al español es Mijaíl Gorbachov (nunca con uve), que por cierto se parece mucho más al simpático infundio de convertirlo en Corbacho.

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  4. Excelente artículo, sobre todo la anología de lo que pasó en Espana con la transición y lo que pasó en la URSS con la entronización de Gorbachov. Te confieso que lo leí todo y aprendí muchísimo, sobro todo lo de los abuelos de Gorbachov y el de Raiza. Por cierto, tengo un artículo por acá que resume un poco algo de lo que con tanto detalles ilustraste acá, te lo voy a dejar por acá

    https://tigrero-literario.blogspot.com/2012/01/la-union-sovietica-el-colapso-de-un.html

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  5. Me acuerdo de otro chiste de la época:

    "¿Por qué Breznev viajaba al extranjero y Andropov no? Porque Breznev funcionaba con pilas* pero Andropov necesita un enchufe.*"

    * del marcapasos
    * por la diálisis

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  6. No deja de ser curioso como Stalin se encargó de dejar tras de si una nueva generación preparada para sucederle y mantener las esencias del leninismo (la de Brézhnev) mientras que esta última fue incapaz hacer lo propio (Supongo que por miedo a que les desplazasen como ellos a Jrushchov)

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    1. Es un poco complejo. La opción de Breznev era Chernenko, pero se murió como cuatro o cinco semanas antes de lo debido. Eso lo cuento en la bio de Chernenko.

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  7. Blogger no me deja responder directamente a Capolanda sobre la intencionalidad de la serie.

    Un poco de todo. Voy dando pasos en un trabajo que quisiera terminar algún día historiando la vida de la URSS desde Stalin hasta Gorvachev. Esto ya lo había abordado, pero ha sido el público, a través de Twitter, el que eligió que publicase esta serie de artículos y no otras que ya tengo preparadas.

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