El business model
Vinos y odres
Los primeros pasos de los liberales
Lo dijo Dios, punto redondo
Enfangados con la liturgia
El asuntillo de la Revelación
¡Biscotto!
Con la Iglesia hemos topado
Los concilios paralelos
La muerte de Juan XXIII
La definición de la colegialidad episcopal
La reacción conservadora
¡La Virgen!
El ascenso de los laicos
Döpfner, ese chulo
El tema de los obispos
Los liberales se hacen con el volante del concilio
El zasca del Motu Proprio
Todo atado y bien atado
Joseph Ratzinger, de profesión, teólogo y bocachancla
El sudoku de la libertad religiosa
Yo te perdono, judío
¿Cuántas veces habla Dios?
¿Cuánto vale un laico?
El asuntillo de las misiones se convierte en un asuntazo
El SumoPon se queda con el culo al aire
La madre del cordero progresista
El que no estaba acostumbrado a perder, perdió
¡Ah, la colegialidad!
La Semana Negra
Aquí mando yo
Saca tus sucias manos de mi pasta, obispo de mierda
Con el comunismo hemos topado
El debate nuclear
El triunfo que no lo fue
La crisis
Una cosa sigue en pie
La discusión del esquema, por otra parte, acabó por aflorar el que, para mí, es el punto de discusión más intenso, y repetido, en la Historia conciliar, que es lo mismo que decir la Historia de la Iglesia: el temita de los obispos.
Este asunto tiene una enjundia mucho más profunda de la
que incluso aquéllos de vosotros que leáis esto y seáis creyentes podéis
imaginar. Lo que nos cuenta el relato evangélico y los Hechos es que Jesús vino
a la Tierra a vivir entre los hombres y consolidar el mensaje de su Padre (o
sea, el de él mismo). Se sacrificó por la Humanidad aceptando ser martirizado y
crucificado; murió, resucitó y, tras resucitar, habitó unos días entre sus
apóstoles para luego regresar al Cielo. Pero antes de ascender le dejó a sus
apóstoles los deberes de difundir su Palabra.
En otras palabras: el testimonio evangélico nos dice que,
todo lo más, Jesús nombró obispos. Jesús nunca nombró ni cardenales ni
patriarcas. No dijo cosas como: “Id y difundid mi palabra; pero, ojo, siempre
que tengáis dudas, obedeced a Juan, a Simeón y a Tomás”. La única traza de
diferenciación está en el famoso “tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré
mi Iglesia”; que es una deferencia hacia Cephas que sólo figura en un
Evangelio y que bien puede ser una interpolación que vaya buscando una de
dos cosas, o las dos: o bien establecer una prevalencia sobre Pablo, quien a
todas luces muy pronto tomó importantes grados de importancia y liderazgo en la Iglesia; o
bien esconder, como sospechaban los protestantes del siglo XIX, la realidad de
que Pedro nunca estuvo en Roma (sino en Antioquía); y que,
consecuentemente, nunca pudo ser el primer obispo de Roma (he escrito un post sobre esto, pero está sin publicar en el momento de subir éste). Porque
resulta que, teológicamente hablando, el Papa no es el Papa, puesto que Jesús,
repito, nunca dijo que habría un Papa. El Papa es el obispo de Roma; es,
pues, un obispo más, sólo que manda de la leche.
Este montaje teórico-práctico es un montaje bastante
endeble aunque, eso sí, como todo lo endeble, ha durado que te cagas. Sin
embargo, los obispos de la ICAR nunca han olvidado que son ellos los que son
los descendientes de los apóstoles; y, por lo tanto, eso hace que esos mismos
obispos, y sus conferencias episcopales, sean muy, pero muy, celosos de sus
competencias y de las cosas en las que mandan. Y, por supuesto, también de
su pasta.
Fue el obispo maronita Michael Doumith de Sarba, Líbano,
quien sacó el tema de los obispos en el esquema, para criticar duramente cómo
era tratado. Siendo como era un miembro de la Comisión Teológica, acusó a los
impulsores del esquema sobre la Iglesia de defender en el mismo un concepto
casi infantil de los obispos. Un concepto que, dijo, “los convierte en meros
funcionarios del Papa”. Criticó con dureza algo en lo que cuando menos yo
pienso que tenía toda la razón: la costumbre, bastante común ya en aquellos
tiempos, de nombrar obispos sin diócesis; obispos de sedes virtuales que, al no
tener acólitos y creyentes a los que cuidar, caían, dijo Doumith, en la
secularización.
El 1 de diciembre, los padres conciliares recibieron con
un gran aplauso la noticia de que la salud del Francisquito estaba mejorando.
El día 5, Juan XXIII apareció en el balcón para rezar el Angelus.
Aquel mismo día, Roncalli mostró fuerza suficiente como
para coger el toro por los cuernos y tratar de resolver el importante caos en
que se estaban convirtiendo las discusiones en el seno del concilio. Así que
decidió crear una nueva Comisión Coordinadora. Esta comisión sólo estaría formada
por cardenales (así que ya veis la importancia capital que se le daba en Roma a
la figura del obispo), con Cicognani en la presidencia; y, como miembros, los
prelados Liénart, Döpfner, Suenens, Confalonieri, Spellman y Giovanni Urbani.
Esta lista daba una importante presencia al grupo europeo. Es decir, había
pasado de tener un tercio de los puestos en la presidencia del concilio, a
tener la mitad de los de la Comisión Coordinadora.
Juan XXIII emitió también aquel día unas normas
específicas para el gobierno del concilio en el periodo entre la primera y la
segunda sesión. Entre dichas normas, se decretó que todos los esquemas que ya
estuvieran elaborados deberían ser sometidos a revisión por las diferentes comisiones durante ese periodo sin
asambleas. De esta manera, se alimentaba una de
las estrategias de los liberales que, como veremos en varios puntos del
concilio, consistió, precisamente, en crear concilios paralelos.
Juan XXIII estuvo con los padres conciliares el 7 de
diciembre, que fue el último día que se curró en la primera sesión; y anunció
su presencia al día siguiente, en los actos de clausura de dicha primera
sesión. En el curso de dicha clausura, dijo que esperaba que en la segunda
sesión todo transcurriese “con mayor seguridad, mayor estabilidad y más
deprisa”; lo que sugiere que había incrementado el poder del ala liberal para
permitirle imponer, en mayor medida, sus puntos de vista. Tenía, dijo, la
esperanza de terminar el concilio ecuménico en la Navidad de 1963.
Los liberales, de hecho, estaban exultantes. Un joven
Joseph Ratzinger, que ya os he dicho formaba parte del equipo de periti que
asistía a los obispos alemanes, se felicitó sin recato de que el concilio
hubiera sido incapaz de sacar adelante un solo texto definitivo en la primera
sesión. Eso, dijo, era un síntoma claro de que los textos cocinados en las
comisiones preparatorias, casi totalmente dominadas por la Curia, no habían
logrado superar la prueba del algodón. Más claro todavía fue Hans Küng, un teólogo
suizo de la Facultad de Teología de la Universidad católica de Tubinga. Küng,
quien con los años se convertiría en uno de los cimientos teológicos de la
llamada teología de la liberación, declaró en el curso de una conferencia que
dictó esos días que el propio Papa le había explicado que había convocado al
concilio para “dejar entrar el aire fresco”. Asimismo, vino a decir que lo que
en un determinado momento había sido solamente el punto de vista de una especie
de pequeña vanguardia dentro de la Iglesia, ahora estaba permeando “a toda la
atmósfera de la Iglesia” gracias al concilio. También dijo que si, por
cualquier razón, el concilio era clausurado, habría que convocar otro. Se
vanaglorió de que una serie de peligrosas consideraciones en materia dogmática
y ecuménica “hayan podido ser rechazadas”; y se refirió muy especialmente a la
batalla ganada contra el primer borrador sobre las fuentes de la revelación,
algo que consideraba “un gran paso en la dirección adecuada”, porque “es algo
que todos en Alemania hemos deseado”. Y resucitó la polémica conciliar eterna
al opinar que la primera sesión del concilio había servido para que los obispos
adquiriesen conciencia de que “ellos, y no sólo la Curia romana, hacen la
Iglesia”.
Las palabras de Küng son muy reveladoras. Describen
perfectamente el tono mental, de autosuficiencia incluso, de los obispos
alemanes. Ellos habían llegado a Roma con la intención de meter algún gol que
otro y, si era posible, empatar el partido. Sin embargo, conforme habían
avanzado los debates se habían encontrado con que el número de prelados
conciliares que tenían puntos de vista cercanos a los suyos era mayor de lo
que ellos habían imaginado; y que, de hecho, ellos, lejos de colocar aquí y
allá alguna que otra cosa, habían dominado el concilio, y tenían visos de
dominarlo mucho más en las sesiones futuras.
Al principio de la primera sesión, cuando se produjeron
las votaciones para las comisiones, de los 21 candidatos que presentó el
episcopado estadounidense, 17 resultaron elegidos. Este resultado había hecho
pensar a muchos que el liderazgo que se buscaba para el concilio era el de los
americanos. Estados Unidos, sin embargo, no estaba en condiciones de llevar la
batuta del concilio. Sus padres conciliares eran unos doscientos; demasiada
gente como para poder presentar un frente unido. Y luego estaba el hecho de que
ellos mismos no creían en su liderazgo.
Los llamados “obispos del Rhin” eran otra cosa. La mayoría
de ellos era veterana. Se conocían bien, se reunían a menudo, se enfrentaban a
problemas y retos muy parecidos y, consecuentemente, les resultaba mucho más
fácil presentar un frente unido.
Como ya os he contado, para los esquemas las vacaciones
conciliares no fueron tales. Se esperaba de los prelados que siguieran
trabajando en ellos durante el descanso y, de hecho, cada esquema tenía
diferentes fechas para la eventual presentación de enmiendas. La del esquema
sobre la Iglesia era una fecha bastante exigente: el 28 de febrero de 1963. Fue
en la preparación de dichas enmiendas cuando el grupo alemán comenzó a trabajar
en una herramienta que se le sería muy útil a partir de ese momento: el concilio
paralelo.
Los obispos de habla alemana decidieron tener un encuentro
en Munich los días 5 y 6 de febrero, con el objetivo de realizar un solo
análisis del esquema. Conscientes de la importancia de ensanchar el campo,
invitaron a obispos no germanoparlantes que sabían de su cuerda. Invitaron a
monseñor Jan van Dodewaard, titular de Haarlem; al obispo coadjutor Leon
Elchinger de Estrasburgo; y al padre John Schütte, superior general de los
Misioneros del Mundo Divino, quien, además, tenía que servirles de enlace con
las reuniones de superiores generales.
La fecha de la reunión era, además, posterior a la primera
de la nueva Comisión Coordinadora, que se celebró a finales de enero; por lo
que el cardenal Döpfner pudo informar puntualmente de sus decisiones.
Efectivamente: la Comisión había decidido en su sesión que
el esquema sobre la Virgen María se trataría independientemente del de la
Iglesia, y que éste último se reduciría en su extensión. Verdaderamente, uno de
los claros objetivos del grupo alemán era reducir el papel mariano en la
Iglesia católica; algo que yo creo que propugnaban porque lo consideraban
necesario para acercarse a los protestantes.
La reunión de Munich fue como la seda, dominada como
estaba por una unidad ideológica y por la constante labor de los teólogos
asesores. Se realizó un análisis completo del esquema y se redactó uno
alternativo. El texto fue enviado al Francisquito y al cardenal Ottaviani. El
texto decía cosas como que “el papel del Supremo Pontífice y su primacía debe
recordarse y presentarse al mismo tiempo desde un punto de vista ecuménico”,
así como que “la significación de la colegialidad episcopal y el episcopado en
sí mismo deben emplazarse bajo una clara luz”.
Supongo que a muchos de vosotros este texto os parecerá
inocente. Lo juzgaréis pura farfolla curial. Pero tiene su miga. La verdad es
que es un texto curioso, porque dice una cosa y la contraria. Es
socialdemocracia en estado puro, pues. Nos dice que el PasPas manda sobre
todos; pero nos dice que ese mando ha de ser visto a través del prisma del
ecumenismo, es decir respetando a aquellos católicos a los cuales el
Francisquito no les manda una mierda; y que hay que tener en cuenta que los
obispos no son puras matrioskas decorativas.
En términos generales, cuando un texto dice una cosa y la
contraria, y una de esas cosas es algo que tradicionalmente se viene dando por
cierto, hay que asumir que lo que está defendiendo es la segunda cosa; el punto
de vista nuevo en detrimento del viejo. Ciertamente, los alemanes, en ese punto
procesal, no iban contra el Papa sino, más bien, contra su circunstancia. Lo
que querían era homeopatizar a la Curia, y convertir el gobierno de la Iglesia
en una especie de soberanía mundial compartida; eso que he dado en llamar “la
cogobernanza de Dios”. Con los años, cuando la Curia reaccionase eligiendo
Papas poco “alemanes”, pues no tal cosa fueron Montini y Wojtyla, se irían ya,
cuando menos algunos de ellos, posicionando directamente contra el Cura Ariel.
En general, el texto alemán del esquema era más corto, más
legible y, como decían sus autores, más pastoral. Se centraba más en los
aspectos de la Iglesia como institución que ha de estar al lado de sus
feligreses, en lugar de levitando a cuatro metros del suelo.
?Mencionas un post no publicado? ¿es de esta serie? Esperando a ver de qué se trata. Gracias por la serie y por el blog, un lujo.
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