Mis lectores del blog deben saber que este ensayo es más grande, y yo diría que completo, que el conjunto de posts en los que está basado. Hay todo un capítulo, el dedicado al colapso final de la URSS, que es totalmente nuevo: nunca se ha publicado en el blog.
Como quiera que Kindle tarda horas o días en poner efectivamente en publicación el libro (por eso no puedo poner aun enlace), os dejo hoy su prólogo, para que os vayáis haciendo una idea.
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Pocos hechos históricos hay más
fascinantes que la revolución rusa. Lo fue en el momento de producirse, pues
vino a suponer la dramática colocación de la clase obrera en primera línea de
la Historia; y lo siguió siendo durante décadas; primero, como alternativa
general a todo lo que el marxismo consideraba regímenes burgueses; y, a partir
de la segunda posguerra mundial, como elemento de referencia fundamental para
todos aquéllos que deseaban propugnar un modelo alternativo al representado por
los Estados Unidos de Norteamérica.
Verdaderamente, la URSS es un
importantísimo experimento dentro de la Historia de la Humanidad. Un experimento
fallido. Sus defensores, normalmente, pueden gestionar este problema, porque
los fallos se pueden explicar de muchas maneras. Desde los años sesenta, de
hecho, eran ya comunes las explicaciones de politólogos y estudiosos, en el
sentido de que las fallas del comunismo no se debían a él, sino que eran meras
consecuencias del hecho de que el sistema soviético tuviese que desarrollarse
en un ambiente hostil, dominado por su enemigo estadounidense. Esta tesis no
deja de ser curiosa, puesto que porta, de forma un tanto connotada, el hecho
sistemáticamente negado por los sovietófilos: la pérdida, por parte de la URSS,
de la Guerra Fría. Pues si Estados Unidos podía acorralar a la URSS, eso sólo
podía ser porque la hubiese vencido. Los que van perdiendo, o empatando, no
tienen, por lo general, capacidad de acorralar a nadie.
Con todo, el gran elemento que
desorientó definitivamente a las visiones facilonas o directamente proclives a
la URSS, fue la extraordinaria rapidez y ausencia de conflicto con que desapareció.
En este sentido, el mutis por el foro de la Historia por parte del comunismo
fue muchísimo menos traumático que su entrada. La entrada en escena de la
revolución marxista, hasta entonces un hecho teórico como otros muchos, vino
precedida de décadas de dramática y crudelísima inestabilidad y violencia en
Rusia, y tuvo como consecuencia una muy sangrienta guerra civil. Alumbrar un
régimen comunista no fue fácil y costó un genocidio; en realidad, varios.
El gran poder acumulado por la URSS,
y el hecho de que su importancia pasó muy pronto a ser mundial, con un rosario
de países que dependían de su modelo y otros muchos que coqueteaban con dicha
dependencia en mayor o menor medida, hizo pensar a muchos, en realidad a todos,
que la URSS era too big to fail.
Porque nadie, jamás, que haya leído yo, siquiera avizoró que, algún día, el
régimen soviético se disolvería como un azucarillo.
Y, sin embargo, así fue.
Este ensayo trata de analizar los
elementos que pueden explicar por qué se produjo esto. Por qué uno de los dos
ejércitos más poderosos del mundo y, probablemente, la policía con mayor
capacidad de control social; por qué un país cuya élite gobernante no había
sido ni medianamente molestada por oposición interna alguna durante siete
décadas; por qué, al fin y a la postre, un régimen blindado para durar 107
años, simple y llanamente, desapareció.
Hay una cosa que este ensayo hace a
propósito, y por eso quiero dejarla clara en este punto. Hablo en él de los
condicionamientos económicos, que tuvieron gran importancia, más en los países
satélites de la URSS que en la Unión misma. Sin embargo, le he puesto algo de
sordina a la cuestión económica porque, en mi opinión, hablar en exceso de la
economía, apoyarse en exceso en el colapso económico de la URSS como explicación
de su desaparición, puede resultar equívoco.
La importancia de la economía en el
colapso soviético es innegable. Pero, a mi modo de ver, en el caso de la URSS,
el colapso económico es sólo un síntoma y aquí, al menos, la intención es elaborar
un relato en torno a las razones profundas de la caída. La China del siglo XXI
ha demostrado que es posible orillar la contradicción interna de la economía
centralizada, incapaz de garantizar tasas de crecimiento sólidas y continuadas;
aunque también es cierto que eso lo ha hecho negando, cada vez en mayor medida,
las esencias de la propia economía centralizada. Esto es algo que también podía
haber hecho la URSS, y de hecho tentó hacerlo varias veces. Así pues, puesto
que la economía no lo explica todo,
hay que dejar espacio para otros ejercicios.
Ejercicios que están muy
relacionados con una pregunta aparentemente sencilla, pero cuya contestación no
es, a mi modo de ver, nada fácil: ¿cuándo, exactamente, colapsó la URSS?
¿Cuándo alcanzó el país ese punto de no retorno en el cual el edificio ya no
puede hacer otra cosa más que derrumbarse? Porque las personas que están en un
edificio que se derrumba no lo abandonan un segundo antes de que caiga; lo
hacen bastante antes, que es cuando alguien grita: “¡Todo el mundo fuera, va a
derrumbarse!”
Esta es una cuestión que no tiene
respuesta precisa en el momento presente, cuando menos en mi opinión. ¿Quién
asestó la puñalada final a la URSS? Pudo ser Richard Nixon, por ejemplo; su
visita a Pekín, y los cambios sistémicos que acabó provocando en el juego
mundial de poderes labraron un porvenir imposible para la URSS, cuyo estatus
dependía, en buena medida, de la conservación de la situación pactada en Yalta.
También pudo ser Ronald Reagan, con su brusco giro estratégico en la cuestión
armamentística, que dejó a los soviéticos sin espacio para revolverse. O pudo
ser el propio reformismo soviético, los Andropov (quizá), Gorvachov, etc.
Yo creo que fue Leónidas Breznev.
Según esta tesis, la gran desgracia
de la URSS es que Leónidas Breznev viviese los diez últimos años de su vida. La
crisis económica de los setenta, en los países democráticos, acabó llevándose
por delante a todos los gobiernos a los que les estalló en las manos; lo cual
es lógico, porque todos eran gobiernos diseñados para gestionar una abundancia
que, de repente, desapareció; y carecían de discurso para la austeridad. Este
cambio abocó a muchos países occidentales a cambios muy dramáticos, de signos
diversos: Francia y España, a la izquierda; Reino Unido y Estados Unidos, hacia
la derecha. Pero, al fin y a la postre, esos cambios colocaron las cosas en su
sitio, permitieron el refresco de las estrategias, y acabaron mutando en
crecimiento y flexibilidad.
El gran defecto de la URSS, sin
embargo, fue siempre su rigidez. Rigidez que, en los tiempos de Breznev, llegó
a cotas siderales. Al líder soviético todo lo que importaba era no ser un nuevo
Khruschev; él moriría, y murió, en la cama y ostentando la Secretaría General
del PCUS. Para conseguir eso, dio tantas garantías a todas las partes
interesadas en el juego de poder que, tomando una máquina que ya avanzaba a
paso de tortuga, la paró por completo y la clavó al suelo.
Ciertamente, la muerte prematura de
Breznev, probablemente, poco habría conseguido. Vivo Milhail Suslov, la nomenklatura soviética, con seguridad,
lo habría preferido a cualquier otro. Y, si no, habría sido Kossigin; o
Gromiko. Difícilmente habría quedado sitio para el reformismo. Pero, al menos,
alguna posibilidad habría de que el modelo soviético jugase una carta que, sin
embargo, merced a su longevidad, Breznev se llevó a la tumba, cosida a la
manga.
La URSS murió, a mi modo de ver, por
no haber sabido adaptarse y reaccionar a todo lo que pasó en el mundo entre
1975 y 1985. El 1 de enero de 1986, el Telón de Acero, mutatis mutandis, había caído. Para entonces Milhail Gorvachov
llevaba unos meses al frente del Kremlin. Pero, la verdad sea dicha, ya daba
igual.
Así que introduciendo material extra en contenido de pago... ¡Cuánto daño ha hecho el marketing!
ResponderBorrarBueno, a comprarlo...
Hola. Acabo de comprarlo y hojeándolo ( mejor ojeándolo ) he visto una posible errata: cuando va el 26% del libro, en el capítulo Elementos para una crisis, apartado La carrera de armamentos, o la madre del cordero, en el penúltimo párrafo, antes del apartado La victoria intelectual, escribes:
ResponderBorrarEl moderno Roosevelt (Teddy) y la moderna Churchill formaron una argamasa... ¿No era FDR el moderno?
Saludos
Entiendo que el comentario se refiere a Reagan. El moderno es Reagan, y su émulo, al menos en mi opinión, no es FDR, con quien poco tenía en común; sino Teddy Roosevelt, a quien se parece hasta en carácter.
BorrarO sea, no sé si me explico :-D
Sí te explicas. Lo había interpretado que comparabas al dúo dinámico de los 80 con el de los 40, pero, claro, Roosevelt (FD) no puede compararse a Reagan. Por lo que sea cedió, cedió y cedió, dejando al camarada Koba más feliz que una perdiz.
ResponderBorrarSaludos y perdón por el lapsus
La URSS no tenía al final, intentando competir contra el estrechísimo marcaje militar y tecnológico de occidente, no tenía, iba diciendo dinero para pagar nada ni abastecer a nadie con regularidad. En realidad fue sólo un cambio de tipo de gobierno a cambio de una bestial inyección de dinero ya preparado procedente de occidente, si eso te suena de algo en estos tiempos.
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