lunes, septiembre 09, 2024

Mao (4): Jefe militar

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  


Los libros de Historia chinos se refieren a lo relatado en los párrafos anteriores como El levantamiento de la cosecha de otoño, un movimiento que, se dice, fue dirigido por Mao. Lo cierto es que ni fue un levantamiento, ni fue dirigido por Mao. Sin embargo, fue extraordinariamente útil a la hora de construir el mito de Mao Tse Tung como líder campesino; algo que no fue nunca. Todo lo que ocurrió durante aquellos días o semanas es que Mao, quien se sentía obviamente inseguro en medio de la cacería de comunistas que había lanzado el Kuomintang, quería tener una nutrida guardia pretoriana. Y la obtuvo; al final del proceso tenía una fuerza de unos 1.500 hombres, que le obedecía. Buscando un lugar donde poder pacer con total control de su gente, Mao decidió moverse al sur de Wenjiashi, a la cordillera Jinggang, un lugar tradicionalmente sin ley que siempre había sido teatro de bandolerismo.

La zona estaba controlada por dos señoritos de la guerra: Yuan Wen Cai y Wang Zuo. Digo señoritos porque apenas controlaban una fuerza de 500 hombres que, sin embargo, en un país sin estructuras estatales, les bastaba para controlar la región. Yuan y Mao, por lo demás, ya se conocían.

El 19 de septiembre, Mao convocó a los escasos mandos de sus tropas en Wenjiashi. Buen conocedor ya de las formalidades del comunismo, buscaba que su decisión de irse al sur y encastillarse en las montañas, que ya había tomado, fuese una decisión colectiva, de la que, por lo tanto, fuese responsable el Partido; su intención, por lo tanto, era convocar las típicas primarias por tele voto de Podemos de toda la vida. Sin embargo, allí se encontró con jefes de tropa que se le pusieron en contra y le dijeron que lo que había que hacer era atacar Changsa como se había decidido en su momento. Mao, sin embargo, hizo valer sus galones dentro del Partido (de hecho, era el único dirigente partidario presente) y sacó adelante su propuesta.

A la tropa de esforzados chavalotes chinorris que se habían apuntado a la revolución proletaria internacional no le gustó mucho la noticia de que se iban a convertir en vulgares empecinados de cárcava. Muchos de ellos desertaron. Mao les dejó que se fueran aunque, eso sí, les obligó a dejar las armas. Dos mandos importantes ser marcharon y viajaron a Shanghai para, más tarde, unirse al nacionalismo. El resultado es que Mao alcanzó las Jinggang con menos de la mitad de la tropa que una vez había controlado, unos 600 hombres.

Nada más llegar a las montañas, Mao se fue a ver a Yuan, el líder bandolero, al cual, para variar, mintió. Le dijo que sólo estaba de paso hacia la rebelión en Nanchang, lo que le sirvió para que Yuan le autorizase a quedarse unos diitas. Los diitas se convirtieron en cuatro meses, tiempo durante el cual Mao le dio completamente la vuelta a la tortilla. El 18 de febrero, sus tropas tomaron el control de la capital de la región de Ninggang, lo que revirtió por completo la relación de poderes. El 21, Mao organizó el primer acto masivo público de su vida, en el que se celebró la victoria, y se asesinó al gobernador local.

En octubre de 1927, una vez llegado a Jinggang, Mao había enviado mensajes a Changsa para contactar con la estructura del Partido. Probablemente sospechaba que en Shanghai no estarían muy contentos con él, que era exactamente lo que estaba pasando. En el cuartel general del PCC querían conocer las razones de la cagada de Changsa y, consecuentemente, convocaron a Mao con urgencia. Mao, sin embargo, prefirió que Urgencia fuese sola, y se quedó donde estaba. Como consecuencia, el 14 de noviembre fue removido de todos sus cargos en el Partido. El cuartel general comunista acusó al ejército de Mao de “haber cometido grandes errores políticos” (obsérvese el lenguaje impoluto con el que el comunismo se refiere a matanzas, violaciones, robos, palizas a niños, y toda la patulea). Para Mao, todo esto era muy mala noticia, puesto que para él, el paraguas del Partido era fundamental. Así pues, se ocupó de que allí donde estaba él nadie supiera lo que estaba pasando en Shanghai.

Una semana después, todo el comité comunista de Hunan fue arrestado por los nacionalistas. Aquella fue una operación policial extremadamente beneficiosa para Mao, pues cortocircuitó cualquier posibilidad de que las noticias de sus ceses pudieran llegar a su base en el sur; así pues, resulta difícil pensar que no tuviera algo que ver en la excelente productividad de la policía nacionalista. De hecho, no sería hasta marzo de 1928 que un enviado del Partido apareciese por la base de Mao.

Mao convirtió a sus tropas en una pandilla de bandidos sin más. Todo estaba, eso sí, decorado con la purpurina de la revolución social, pues el líder le decía a sus soldados que todo lo que hacían era luchar contra los terratenientes; en realidad, sin embargo, aquel ejército, por llamarlo de alguna manera, lo que hacía era alimentarse, mantenerse y prosperar a costa de lo acumulado por los demás, por el simple mecanismo de considerarlo riqueza inmoral y, por lo tanto, expropiable. Había gente que aquello no lo tenía claro y seguía pensando que se habían alistado para otra cosa. Un caso fue el propio comandante militar de la tropa, Chen Hao, quien trató de desertar con sus hombres, pero fue arrestado por Mao y finalmente ejecutado frente a todos. Sin embargo, Chen no fue el único; sólo fue el pringao a quien Mao logró pillar. Pasados unos meses, la tropa era cada vez más pequeña, y acusaba una desesperante carencia de mandos. En aquella primera época, Mao se rodeó de una nutrida guardia personal de al menos un centenar de miembros, y comenzó a practicar la que sería su estrategia vital, consistente en tener un elevado número de casas (todas expropiadas) para que nunca se supiera dónde estaba. Para entonces, además, tenía un mayordomo, un cocinero, varios pinches (uno de los cuales se cuidaba en exclusiva del agua que bebía Mao), un asistente que cuidaba a su caballo, y un pequeño ejército de secretarias. Ser comunista, ya sabes, no quiere decir que tengas que vivir como un monje.

Otra cosa que hizo Mao en la tierra del bandolerismo fue casarse por tercera vez. Cuando conoció a Gui Yuan, ella tenía 18 años. Era una mujer muy corajuda que se resistía al destino de enclaustramiento que era común para las mujeres en aquella China. Cuando el ejército que realizó la Expedición del Norte entró en su ciudad, en 1926, quedó enamorada de la infraestructura y la superestructura, y se hizo comunista. Con 16 años, le habían hecho algo así como responsable del Comité Femenino del Partido. La chavala, pues, era una Irene Montero de puta madre; aunque, las cosas como son, lo iba a pasar mucho peor.

Huyendo de los nacionalistas, Gui Yuan y su hermano se fueron con los bandoleros, y se hicieron íntimos de Yuan Zuo. Cuando llegó Mao, Yuan le encargó a Gui ser su intérprete. A principios de 1928, ambos se consideraron casados (no hubo ceremonia, sólo banquete). Apenas hacía tres o cuatro meses que Mao había abandonado a Kai Hui, su segunda esposa; sí, la feminista que tragó y tragó, para nada.

Kai Hui estaba más enamorada de Mao que un militante político sin estudios a su sillón de asesor. Gui Yuan, si acaso, le quería lo justo. El candidato tenía 34 años; para ella, era un pollavieja. Gui Yuan, por otra parte, era un trueno de señora, y no le faltaban chino-moscones. Entre que no estaba muy convencida y que Mao era un picaflor, pasado más o menos un año de matrimonio, Gui Yuan ya estaba pensando en mandarlo a la mierda. En enero de 1929, cuando Mao decidió dejar la sierra de los bandoleros, trató por todos los medios de quedarse.

Estamos adelantando acontecimientos, en todo caso. La decisión de Mao de moverse tiene que ver con el hecho de que sus relaciones con el Partido comenzaron a mejorar en abril de 1928. En dicho mes, una tropa de varios miles de soldados comunistas, que eran lo que quedaba de la rebelión de Nanchang, buscó refugio en sus montañas. La tropa había llegado al sur, pero allí no estaban los barcos prometidos por los soviéticos con las armas. Faltos de destino, de armas y de mandos, los soldados habían decidido seguir a un joven veterano de la milicia llamado Zhu De.

Mao puso muy pronto sus ojos en los amotinados de Nanchang y envió mensajes a Zhu para que se viniese a las montañas con él. Zhu, sin embargo, se negó. Había recibido órdenes de Shanghai en el sentido de generar un rosario de rebeliones al sur de Hunan durante las primeras semanas de 1928. Estos ataques, sin embargo, salieron como el culo, en gran parte porque la instrucción de Moscú fue quemar, destruir y matar indiscriminadamente; y con instrucciones así, la verdad, es bastante difícil generar revoluciones espontáneas.

Zhu De, obedeciendo las órdenes, pasó por las ciudades de Chenzhou y Leiyang, y no dejó ni los túneles del metro. El resultado fue que se produjo un levantamiento; pero, claro, un levantamiento anti comunista. Un día, cuando un grupo de comunistas había reunido a un grupo de campesinos para ordenarles que quemasen los campos, los campesinos les mataron a ellos. Cuando llegaron las tropas nacionalistas a la zona, obviamente, la gente les ayudaba en todo lo que podía, lo que colocó a Zhou en una posición ligeramente incómoda. El resultado fue que todos los levantamientos comunistas fallaron y que la principal base comunista en el sur, en Hailufeng, habría de colapsar en febrero de 1928. Hailufeng había llegado a ser conocida como La Pequeña Moscú, liderada por un tipo, Peng Pai, que era un simple y puro sicópata que se llevó por delante a 10.000 personas.

Zhu De, por lo tanto, decidió moverse hacia la sierra donde estaba Mao en parte por necesidad; y en parte, también, porque los soviéticos, en el mismo desparpajo con que habían ordenado el rosario de asesinatos en masa y atentados contra todo tipo de propiedad, ahora decretaron que todo eso era caca y que quien se le ocurriese proponerlo era un subnormal. Que, vaya, tampoco os sobréis. El comunismo, cuando decreta que la violencia no debe ser gratuita, no decreta que deba cesar; decreta que debe ser más selectiva.

Esto: seleccionar con cuidado los objetivos y no ir a una especie de revolución Big Bang, era lo que Mao había estado haciendo. Que, vaya, no era lo que había estado haciendo en realidad; todo lo que había hecho Mao era buscar su propia seguridad, porque temía ser apresado por los nacionalistas. Pero digamos que parecía que ésa había sido su estrategia; y, por eso, cuando las nuevas tendencias llegaron al comunismo chino, su figura ganó de nuevo importancia. Además, en la primavera de 1927 ocurrió lo que normalmente se conoce como La Comuna de Cantón; un episodio en el que los soviéticos fueron pillados apoyando un levantamiento en la ciudad, con lo que perdieron buena parte de su estructura diplomática en el país. Para Stalin, pues, se hizo necesario confiar más en líderes locales.

Cuando Zhu De llegó, pues, Mao consideraba que estaba en condiciones de consolidar su poder. En mayo, escribió a Shanghai, proponiendo la creación de un comité especial en la sierra, bajo su presidencia. Ni siquiera esperó respuesta. Convocó un acto multitudinario en el que anunció la creación del Ejército Rojo Zhu-Mao, con el primero de comandante militar y el segundo de jefe político. Luego hubo un a modo de sínodo o congreso del partido, cuyos delegados eligió Mao a dedo, que compulsó la decisión.

A partir de ahí, Mao se convirtió en un obediente comunista. Aceptaba las órdenes recibidas, la visita de auditores, y el despliegue de determinadas políticas, como la redistribución de la tierra.

En este ambiente, el 26 de junio de 1928 llegó a Moscú, vía Shanghai, la carta de Mao Tse Tung en la que éste exponía sus muchos méritos a favor del Partido, y demandaba un puesto importante en su estructura. En el momento en que la carta llegó a manos de Stalin, el PCC estaba celebrando un congreso en las afueras de Moscú. La posición del secretario general sobre el tema fue expresada en la reunión por Nikolai Bukharin, en un discurso que duró varias horas. Pero Mao, como ya os he dicho, no estaba allí. Para entonces, ya había desarrollado una de las características fundamentales de su forma de actuar política; un detalle que compartió con personas como el general Franco: no moverse de sus refugios, de los sitios donde estaba bien protegido, a menos que fuese estrictamente necesario. Y eso incluía las veces en las que lo convocaban los amigos.

Moscú, por otra parte, todavía tenía muchas reservas respecto de Mao. El principal orador chino del congreso fue Chou En Lai; y, cuando habló de Mao, se ocupó especialmente del comportamiento de sus tropas, en la frontera del bandidismo. Sin embargo, como ya os he dicho, la estrella de Mao estaba en alza y, en general, salió de aquel congreso como una referencia positiva. Lo que estaba ocurriendo, y ocurriría otras veces en los años por venir, era que el chino tenía la suerte de interponerse, en el momento adecuado, en los intereses de Stalin, convirtiéndose en un activo para él. Stalin había llegado de tiempo atrás a la conclusión clara de que el PCC tenía que construir un Ejército Rojo. Tenia muy claro que la política china, por llamarla de alguna manera, se dirimía, casi en cada momento y en cada detalle, poniendo tropas encima de la mesa. El comunismo chino ya no podía confiar en fagocitar al nacionalismo, como sin duda soñó en un determinado momento, porque las fuerzas nacionalistas habían acabado por obedecer a un personaje difícil de malear como era Chang Kai Shek. En estas condiciones, al PCC no le quedaba otra que ser una fuerza armada. Pero por mucho que los soviéticos amasen los esquemas completamente controlados, es decir la típica estructura piramidal que era la URSS, cualquier persona que supiera dos palabras de la China de principios del siglo XX tenía que saber que el poder armado en ese país se componía de pequeñas células que, de una manera o de otra, ejercían su autonomía. Stalin, desde luego, tenía el proyecto de unificar todo eso (y el actual ejército chino no es sino la demostración de que lo consiguió); pero, de momento, tenía que jugar la baza de darle cuartelillo a aquéllos que eran capaces de demostrar un mando efectivo sobre tropas efectivas. Como Mao.

Como consecuencia, en noviembre Mao Tse Tung fue oficialmente confirmado como jefe del Ejército Rojo Zhu-Mao.

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