Recuerda que ya te hemos contado los primeros pasos de la férrea voluntad de Richelieu, así como el estreno de Richelieu como político en los Estados Generales. Luego le hemos visto ascender a secretario de Estado, y después cómo el obispo eligió mal el bando, y estuvo a punto de irse por el desagüe de la Historia. Eso sí, inmediatamente comenzó a cambiar las cosas para llevarse bien con el rey. La estrategia da sus frutos pues Richelieu, no sin esfuerzo, consigue alcanzar la cumbre del poder. Una vez allí, se deberá enfrentar a su primer conflicto en el exterior, conocido como de La Valtelina.
Tras resolver el conflicto de la Valtelina, Richelieu hubo de enfrentarse a una fuerte conspiración interior y exterior, que terminó resolviendo con el ejemplarizante castigo del marqués de Chalais.
El
sorprendente y sobreactuado escarmiento practicado por Richelieu en
la persona de Henri de Talleyrand tuvo como consecuencia el
apaciguamiento por acojone de buena parte de la clase noble; pero
también, por otro lado, provocó la definitiva desafección entre el
Louvre y la Francia protestante, que en buena medida avalaba los
intentos de oposición. Se podría decir, de alguna manera, que con
la ejecución del marqués de Chalais, el parto de la Francia moderna
entró en su última fase, con la constatación de que, como en las
malas películas del Oeste, los dos pistoleros, la religión católica
y la protestante, no cabían en el mismo pueblo.
Tras resolver el conflicto de la Valtelina, Richelieu hubo de enfrentarse a una fuerte conspiración interior y exterior, que terminó resolviendo con el ejemplarizante castigo del marqués de Chalais.
La
Francia protestante, de hecho, se movilizó prontamente, en cuando se
hizo evidente la acumulación de poder en manos de Su Majestad
Cristianísima. Lo cual, de nuevo, vino a significar la presentación
al gobierno francés de otro conflicto de dimensiones trasnacionales,
pues la opción lógica de los hugonotes no era otra que buscarse
aliados en el extranjero. No tardó en encontrar uno estratégico en
España, notablemente escocida por el resultado que había arrojado
el conflicto de la Valtelina; y, mucho más importante, Inglaterra. A
pesar del matrimonio de Carlos I con Enriqueta de Francia, que
teóricamente había de convertir a las dos naciones en amigas, el
creciente peso de Buckingham en la Corte de Londres colocaba las
cosas cada vez más a favor de una alianza con los reformados
franceses.
Hemos de
recordar, además, que el favorito inglés tenía, nunca mejor dicho,
una pica en Flandes, sólo que en París; y esa pica era la reina. El
primer encuentro entre Buckingham y Ana de Austria parece ser que no
fue del todo bien. Ocurrió en los jardines de Amiens y, si hemos de
creer a la historiografía gala, el inglés poco menos que intentó
violar a la joven reina, que salió a la naja gritando como una
babuina. Sin embargo, a juzgar por lo pronta e incondicionalmente que
Ana de Austria aceptó al inglés en su cama, tal vez el episodio de
Amiens no fuese tan impostado como pretenden los franceses.
De
todas formas, quienes se empeñan, a menudo en el lado francés, en
ver la hostilidad inglesa contra Francia como algo provocado en
exclusiva por Buckingham, deberían más tener en cuenta que entre
ambas naciones se estaban planteando otros problemas. El matrimonio
entre el rey Carlos y Enriqueta había sido muy problemático. La
reina, que más que católica era ultracatólica (a su lado,
Josémaria Escrivá de Balaguer habría aparecido como un corifeo del
15M), no tenía tiempo ni redaños para otra cosa que para exigirle a
su poderoso marido, a cada paso, la neutralidad que se exigía en el
contrato matrimonial de ambos; esto es, que Inglaterra no hiciese
hilo con país o movimiento protestante alguno. Esa defensa a
ultranza acabó provocando una situación permanentemente incómoda
en la Corte londinense, con un pequeño entourage católico
rodeando a la reina, que era constantemente cuestionado y puteado por
los desabridos seguidores de Buckingham y del propio rey.
Richelieu,
perfectamente informado de la situación, comenzó a preparar al país
para una guerra que reputaba inminente. De hecho, fue mucho más
rápido que Buckingham pues, cuando éste comenzó a negociar una
tregua con España que le dejase las manos libres para guerrear con
Francia, fue París, merced a los manejos del cardenal, quien
consiguió amigarse con Madrid, siquiera por un rato. Londres,
comprendiendo que estaba enfrentándose a un verdadero peso pesado,
reaccionó afirmando la obligación del rey de defender en el
continente a las naciones y casas nobles protestantes. Afirmando esa
misión, el 27 de junio de 1627, una flota impresionante de 120
navíos dejaba el puerto de Portsmouth, poniendo proa hacia La
Rochelle.
En aquel verano de
1627, Francia carecía de marina propiamente dicha. De hecho, la
creación de una verdadera fuerza naval francesa fue una de las
permanentes preocupaciones de Richelieu durante toda su vida en el
poder (de hecho, fue en aquellos tiempos cuando adjuntó a sus cargos
el de gran maestro y superintendente de la navegación y el
comercio); preocupación que solucionó apenas a medias. Parar a los
ingleses en las aguas del canal de la Mancha estaba completamente
fuera de toda posibilidad para los franceses.
El plan de
Buckingham era tomar la isla de Ré, que se encuentra enfrente de la
plaza fuerte de La Rochelle, apenas separada de tierra firme por un
canal relativamente estrecho. La isla de Ré no pertenecía a los
protestantes rochelenses, sino a la Corona, que tenía allí dos
fuertes: el fuerte de la Prée y el de San Martín. Controlando la
isla de Ré, el atacante conseguiría un fácil y muy efectivo
bloqueo de la población, que no podría ser surtida por mar por los
franceses; y, lo que es más importante, en el caso, más que
probable, de que las tropas de París plantaran asedio a la ciudad,
ésta podría ser aprovisionada con comodidad por sus amigos
ingleses.
Además,
los ingleses tenían también muy presente que para poder
maniobrar entre el continente y las islas de Ré y de Oléron,
básicas para controlar cualquier asedio a la población, era
necesario el concurso de marineros locales; pues la profusión de
bajíos, y el capricho de las corrientes, hacía muy difícil la
navegación para capitanes, incluso experimentados, que no hubiesen
echado los dientes en la zona. Y daba la casualidad de que la mayoría
de los pilotos locales eran protestantes.
El 20 de julio de
1627, los centinelas de Prée y San Martín vieron llegar las
primeras velas inglesas. Aquel día Richelieu se encontraba con el
rey en el castillo de Villeroy-en-Brie, hospedado por el marqués de
Alincourt. Todos ellos habían dejado París casi un mes antes, el 28
de junio, camino del sudoeste del país, con la intención de
enfrentarse a tropas inglesas, bien en Guyenne, bien en Poitou. Allí
mismo, en Poitou, estaba concentrada la gran infantería que había
llamado el rey, bajo el mando de Richelieu como teniente general.
Quiso la suerte que
Luis XIII cayese enfermo estando en Villeroy-en-Brie. Estando allí
ambos, cardenal y monarca, uno sudando y el otro vigilándolo,
llegaron las noticias del 20 de julio: los ingleses, con la
protección de sus naves, habían desembarcado a sus tropas de a pie
en Sablanceaux, esto es, en la extremidad oriental de la isla de Ré,
en el punto más cercano a La Rochelle. Las fortalezas de la Corona,
al mando del marqués de Toiras, apenas tenían unos mil efectivos,
con los que no podían ni soñar con contrarrestar la maniobra, pues
los ingleses desembarcaron 8.000. Aun así, Toiras presenta una
batalla inútil, que le cuesta unas 200 bajas. Obviamente, no le
quedó otra que encastillarse en las dos fortalezas, entregando a los
ingleses el resto de la isla.
La primera medida
que tomó Richelieu fue organizar una pequeña flotilla
contrabandista de quince pinazas, destinadas a realizar, cada noche,
entrega de harina y galletas a las guarniciones realistas, con el fin
de evitar su rendición por hambre. Por supuesto, dio orden de
acelerar al máximo la construcción de los cuarenta buques que
estaban en los arsenales; construcción que, por cierto, financió
gracias a un golpe de suerte provocado por la pérdida de unas
carracas portuguesas llenas de cara mercancía en la Guyana Francesa.
Aun así, Richelieu hubo de adelantar dos millones de libras de su
propio peculio, y arrasar los bolsillos de sus mejores amigos.
Los franceses,
pues, organizaron una especie de guerrilla naval en Ré, cuyo obvio
enemigo eran los ingleses. Richelieu hizo comprar pinazas en diversos
lugares, y otros buques a remos simplemente los incautó.
El 29 de julio,
finalmente, Luis XIII se encuentra lo suficientemente fuerte como
para levantarse de la cama. Es en ese momento cuando aprende, de
labios de su primer ministro, que los ingleses son dueños de la isla
de Ré, y que ofrecen marcharse a cambio de que el rey acepte demoler
el conocido como fuerte Louis; medida que vendría a significar dejar
a los protestantes de La Rochelle al mando efectivo de la plaza. Era
el órdago largamente esperado de los hugonotes; la guerra civil.
Finalmente, en una situación que llevaba décadas larvándose de forma
lacinante, los protestantes, claramente a causa de la vista de las
imponentes velas inglesas, se sentían suficientemente fuertes como
para plantear que eso de que Francia debía ser un país católico
era tema discutido y discutible y que, en consecuencia, ellos
querían, como poco, su autonomía.
El fuerte San
Martín estaba en una situación límite. Las pinazas contrabandistas
cada vez lo tenían más difícil para burlar la vigilancia de los
buques ingleses y, consecuentemente, los defensores del fuerte
pasaban por grandes privaciones. La ciudad de La Rochelle, mientras
tanto, entró en rebelión abierta, y firmó un tratado con los
ingleses.
El 12 de octubre,
Richelieu y Luis XIII llegan finalmente a la zona, y establecen su
cuartel general al sureste de la ciudad, en el castillo de
Pont-de-Pierre. Una noche, un grupo de protestantes se llega al
castillo para matar a Richelieu; pero éste, que está informado
merced a su red de espías, les está esperando con sus célebres
mosqueteros, que los ponen en huida.
Pocos
días después, una flotilla francesa, en una operación sorpresa, es
enviada contra la inglesa en plena noche, con la instrucción de
sobrepasarla y llegar a la isla. 29 de las 46 naves consiguen pasar.
Esto supondrá que los asediados realistas, que estaban al límite de
sus posibilidades, reciben víveres y munición para un mes.
Una vez hecho esto,
llega el momento, lógicamente, de diseñar la operación por la que
se intentará desalojar a los ingleses de Ré. Tras reunir 6.000
hombres y 3.000 caballos, Richelieu decide usar la isla de Oléron
como punta de ataque. Los ingleses, cuando se percatan de los
movimientos franceses, se dan cuenta de que corren el riesgo de ser
literalmente echados al mar. Buckingham decide entonces atacar el
fuerte de San Martín. Allí está Toiras, que con su decisión y
obstinada resistencia conseguirá que la relación de fuerzas de la
batalla dé un giro copernicano.
El 8 de noviembre,
seis días antes del marcado por Richelieu para su ataque, los
ingleses abandonan la isla de Ré. Libre de la presión por mar, los
regalistas podían pasar ahora a bloquear la ciudad. El cardenal
quería que el bloqueo fuese total, otorgando al sitiador un control
total de la plaza. Por este motivo, hizo pasar la línea de bloqueo
por el llamado point des Minimes para llegar, al norte, con el
fuerte San Luis. De esta manera, buscaba bloquear no sólo la ciudad
de La Rochelle, sino también el puerto y la rada. La
Rochelle quedaba aislada de la tierra firme.
La casualidad
histórica quiso que Richelieu, que ya tenía notables habilidades
como planificador, contase además en toda aquella labor con tres
comandantes muy capaces: el duque de Angulema, el mariscal de
Schomberg y el mariscal de Bassompierre. En ocasiones también le
visitó el ya provecto general Spinola.
Del lado del mar,
Richelieu decide cerrar la entrada del puerto mediante un dique
acompañado de una barrera submarina formada por las carcasas de dos
centenares de navíos viejos encadenados. Comenzó a construir este
dique el 30 de noviembre.
En medio de estas
labores febriles, el rey cayó enfermo de nuevo, lo que le obligó a
volver a París. Al día siguiente de la partida del monarca, fue
Richelieu quien cayó presa de una de sus terribles fiebres; pero él
no se marchó. A pesar de que sabía que dejar marchar al rey solo
era un peligro, y no le faltó razón: nada más llegar a París,
María de Medicis comenzó a comerle la oreja a su hijo con la
futilidad de la «nueva Troya» ambicionada por su primer ministro.
La noche del 12 de
marzo de 1628, los regalistas pasaron al ataque con una táctica de
guerrillas. Un pequeño comando de dinamiteros y zapadores se coló
entre el barro hasta una de las puertas de la ciudad, y la hizo
volar. Sin embargo, la operación, para desesperación de Richelieu,
fracasó, porque en medio de la noche helada y brumosa, las barcas
que levaban el grueso de los soldados que habrían de entrar por el
boquete no lo encontraron.
A mediados de abril
de ese año, Luis XIII regresó al teatro de operaciones. Para
entonces, el bloqueo de La Rochelle es una acción enquistada,
puesto que los regalistas no tienen medios ni oportunidad de hacer el
asalto final, mientras que los hugonotes esperan, inútilmente, la
llegada de la flota inglesa que ha de socorrerlos. El 11 de mayo,
finalmente, las velas inglesas se aprecian en el horizonte. El rey y
Richelieu las contemplan desde los Mínimos, en la parte más al sur
de la rada de La Rochelle. En un momento ya previamente fijado, toda
la artillería regalista colocada en el dique de nueva construcción
y en los extremos de la rada dispara a la bien formada flota inglesa.
El almirante Denbigh, comandante de la flota inglesa, decide virar y
anclar fuera del puerto.
Los ingleses
hicieron una nueva tentativa de entrar en el puerto el día 16, sin
resultado. Y, el día 18, la flota se marcha.
Para entonces, el
hambre hace estragos en La Rochelle. A finales de agosto, Carlos I,
que en modo alguno se resigna a perder su presencia protestante en
Francia, diseña una impresionante flota, cargada de soldados y
víveres, para que de nuevo intente llegarse hasta La Rochelle. Pero
el 2 de septiembre, un puritano llamado Felton asesina a Buckingham,
a quien se había otorgado el mando de dicha flota. Esto supone un
retraso, pero aun así el rey inglés hace llegarse una flota hacia
La Rochelle, que para entonces es una villa de zombies, el 28 de
septiembre. Se trata de 150 buques, que se despliegan en semicírculo
en la bahía. El 3 de octubre, comienza el combate artillero, en el
que se intercambian miles de balas. La artillería regalista, muy
inteligentemente colocada, causa gravísimas bajas a los ingleses,
que el día 4 por la tarde se avienen a negociar. Ese gesto convence
a los rochelenses de que deben negociar ellos también.
El 27 de octubre de
1628, una delegación de seis notables de la ciudad parlamenta con
Richelieu. Orgullosos al fin y al cabo, los hugonotes ofrecen la
capitulación a cambio de algunas condiciones. Proponen el
establecimiento de un tratado general para los hugonotes franceses,
el mantenimiento de sus privilegios, el mantenimiento de sus líderes
y de los bienes de éstos, la integridad de sus fortalezas y la
autonomía de su gobierno. Richelieu les contesta, fríamente, que,
aparte del perdón del rey, no les cabe esperar otra cosa.
Y así fue. Los
rochelenses que todavía estaban en la villa recibieron el derecho de
permanecer en ella y practicar su culto. Sin embargo, el ejercicio
del catolicismo quedó definitivamente establecido en la ciudad, que
por ello dejó de ser la capital del protestantismo francés. Se
nombró un intendente de finanzas, justicia y policía, representante
del rey. Todas las fortificaciones fueron demolidas, a excepción de
las torres que daban al mar.
Una victoria desde
todos los puntos de vista. Eso sí, siempre que se gana, en algún
sitio aparecen problemas. En este caso, los problemas se concentraron
en París, en la Corte. En el palacio del Louvre, incluso nobles y
gentileshombres que habían sido cercanos a Richelieu comenzaron a
recelar del enorme poder que el primer ministro, que ahora era además
un generalísimo vencedor, comenzaba a acumular.
Y todo aquél que
estuviese dispuesto a albergar esos pensamientos sabía que tenía
siempre abiertos los aposentos de María de Medicis para hacerse oír.
Buenas tardes Juan:
ResponderBorrarEntro para valorara tu esfuerzo, agradecerte y felicitarte por el blog didáctico y entretenido.
Felicidades y muchas gracias.