viernes, febrero 08, 2008

El origen de los idiomas

Hay preguntas que parecen gilipolleces, y a lo mejor hasta lo son, pero que tienen su intríngulis. Por ejemplo: ¿son todas las lenguas del mundo hijas de la misma madre? Esto de las lenguas es una cuestión batallona en muchos sitios, España entre ellos, y por lo tanto no hay tomársela a la ligera.

A mí de toda la vida se me ha atascado la fonética y esas cosas, pero sin embargo el asunto me interesa. Pero no voy a ser yo quien os diserte sobre el asunto, sino Tiburcio, que se ha enseñoreado del blog estos últimos días (para solaz mío, que así he ganado tiempo para el Medal of Honor).

¿Que qué tienen que ver los elefantes con la lengua? Pero, alma de cántaro, ¿tú has visto el pedazo de lengua que tienen los elefantes? En la mayoría de los casos, se podría jugar al ping-pong encima de ella. Esto jode bastante a los paquidermos, pues es decepcionante tener un órgano y no saber encontrarle utilidad, como bien sabemos la mayoría de los hombres de más de cuarenta.

Esta especie de insatisfacción inmanente es la que hace que Tiburcio se ocupe, de vez en cuando, de profundizar en estudios filológicos, merced a los cuales ha redactado el post de hoy, de gran interés. En el mismo os recomienda una lectura y cuando menos yo pienso seguir el consejo.

Os dejo con él.


El libro cuya lectura os voy a recomendar hoy se llama El origen de los idiomas y su autor es Merritt Ruhlen. [Nota de JdJ. Tiburcio me dice que lo ha leído en francés, aunque la edición original es en inglés: Stanford University Press, New Ed edition, 31 Mar 1997. Desconozco si hay versión en español, pero mucho me temo que no].

Ruhlen parte de que la lingüística histórica actual está muy influida por los prejuicios de los indoeuropeístas y ha bloqueado todos los intentos de hallar superfamilias de idiomas e incluso un idioma original. Los indoeuropeístas afirmarían que más allá de 5.000 años, mes más o menos, es imposible reconstruir un idioma. Ruhlen lo critica y afirma que el método comparativo da mucho más juego del que pretenden los indoeuropeístas.

Describe cómo se reconstruye un protoidioma. Tomamos varios idiomas que están emparentados. Queremos descubrir, por ejemplo, cómo se decía «astrágalo» en la lengua madre de todos ellos. La posibilidad más rara es que todos hayan conservado la palabra, en cuyo caso no hay problema. Por ejemplo: «rosa», en español, «rose» en francés y «rosa» en italiano. Podemos asumir que el latín sería al menos ros-. Si las formas difieren, empiezan los problemas: «tête» en francés y «testa» en italiano, pero «cabeza» en español; y aquí no se trata de una democracia en la que la mayoría tiene la razón.

Una manera de resolver esto es recurrir a otro idioma que sepamos que está lejanamente emparentado con los anteriores. El griego tiene «kephalon» y el ruso «golova». Todo apunta a que en el protoidioma, anterior incluso al latín, la palabra para «cabeza» empezaba por un sonido k o g con lo que el español, a pesar de estar en minoría, es el que ha conservado la palabra original del latín.

Los indoeuropeístas, al negar que el indoeuropeo esté emparentado con otras familias, se han privado del recurso anterior para saber qué forma retener cuando las distintas ramas de la familia presentan distintas palabras.

Cuando varios idiomas presentan formas semejantes pero no idénticas (por ejemplo, español «llave», italiano «chiave», francés «clé»), se puede rastrear la forma original a partir de la ley del mínimo esfuerzo (la pereza es más universal de lo que nos pensamos): los cambios fonéticos suelen ir siempre en la dirección que ahorre más trabajo al hablante. Así, la evolución más habitual es kr > k' > k, o ki > chi > shi > si > i. En el ejemplo anterior, es más normal postular que una cl- original se convirtió en ch- (pronunciado casi como ki) en italiano y en ll- en español, que no que una ch- o una ll- originales dieran en francés cl-.

El conocimiento de las tendencias de la evolución fonética es muy útil para poder comparar palabras relacionadas entre distintas lenguas. A este respecto, es importante recordar que dos lenguas pueden conservar la misma palabra de su lengua madre, pero con distinto significado. Ruhlen presenta varias palabras de idiomas amerindios: «t'in», «t'i», «ti», «sin», «shin», «shi»… en unos la palabra significa «hermano», en otros «hombre joven», en otros «niño». Los significados están lo suficientemente relacionados y la fonética lo suficientemente próxima como para que lleguemos a la conclusión de que los idiomas están emparentados y tratemos de reconstruir la palabra-madre origen. En este caso, esa palabra es «*t'ina» = hermano.

La reconstrucción lingüística trata de buscar correspondencias regulares entre los idiomas que compara. Los cambios fonéticos, cuando ocurren son universales, no afectan sólo a unas palabras, pero no a otras. La pl- latina dio en español ll-; así, planus dio llano. Entonces, ¿por qué tenemos una palabra como «plano»? Porque fue un cultismo que se introdujo en el español cuando hacía siglos que el cambio de pl- a ll- se había producido. Una observación: en ocasiones el entorno en el que se produce un fonema puede hacer que no se produzca la evolución fonética esperada. Un ejemplo de Ruhlen: el protoindoeuropeo «*t» dio en protogermánico «th». Sabiendo que en sánscrito «padre» se dice «pitár» y en latín «pater», el protogermánico debería ser «fathar» y, sin embargo, es «fadar». Para no liar más, diré que todo es una cuestión de dónde cae el acento. Si no precedía a la «*t», entonces el resultado final era d en lugar de th. Bueno, hay algunos otros factores que pueden interferir en el tema de los cambios fonéticos, pero sería complicar mucho la historia. El tema de las correspondencias fonéticas es clave para determinar si dos idiomas están efectivamente emparentados y para reconstruir la protolengua que los originó.

Los cambios fonéticos a veces no se producen o son revertidos por un fenómeno de analogía. Por ejemplo, en ruso hubo una serie de alteraciones en las palatales. Un efecto de esas alteraciones fue que el nominativo de África fuese «Afrika», pero el locativo fuese «Afritse». La analogía (si tenemos k en el nominativo, la tenemos que tener para todo el paradigma) hizo que el locativo fuese el esperable «Afrike», como si el cambio fonético jamás se hubiese producido. El serbio conoció el mismo fenómeno y sin embargo en él el nominativo es «Afrika» y el locativo «Afritsi».

Cuando se tiene un espacio geográfico extendido en el que se hablan varios idiomas emparentados y se quiere saber cuál es la cuna de esos idiomas, el lugar en el que se habló la lengua madre original, tenemos que buscar allí donde la diferencia lingüística sea máxima, porque es donde el idioma ha tenido más tiempo para evolucionar y variar.

El libro termina con veintisiete raíces que se encontraban en la lengua madre original y que son rescatables a partir del examen de treinta y dos familias de idiomas. Ruhlen aporta numerosísimos ejemplos de varios idiomas para cada una de las raíces. Sé que dando sólo un ejemplo en español o en inglés no transmito la abundancia de ejemplos que aporta, pero menos da una piedra. Las raíces son:

Aja = madre, pariente femenino de mayor edad. En español tenemos aya.

Bu(n)ka = rodilla, doblar. Inglés bow = arco.

Bur = cenizas, polvo.

Chun(g)a = nariz, oler. Español, sinus como en sinusitis. No recuerdo el origen de esta palabra, si es griego o latin ni el significado exacto en esos idiomas.

Kama = agarrar con la mano.

Kano = brazo. Inglés, hand = mano.

Kati = hueso. Español, costillas.

K'olo = agujero. Español, culo (¿a que no os esperábais que esa humilde palabra tuviese tanta prosapia?). Inglés, hole.

Kuan = perro. Latín, canis.

Ku(n) = ¿quién?. El parecido es evidente.

Kuna = mujer.

Mako = niño.

Maliq'a = mamar, amamantar, pecho. Inglés, milk = leche.

Mana = quedarse en un sitio, per-mane-cer (en el verbo español el per- es un prefijo que viene del latín. La raíz verdaderamente es -mane-).

Mano = hombre. Inglés, man = hombre.

Mena = pensar. Español, mente.

Mi(n) = ¿qué?.

Pal = dos.

Par = volar.

Poko = brazo. Inglés, bough = rama. Como curiosidad: en el inglés pidgin de Camerún, la rama del 'arbol se dice hand for stick, o sea, «la mano del palo».

Puti = vagina. Ejemplo en español... sí, eso mismo.

Teku = pierna , pie.

Tik = dedo, uno. Latín, digitus = dedo.

Tika = tierra.

Tsaku = pierna, pie.

Tsuma = pelo, cabello.

Aq'wa = agua.


Post Scriptum de JdJ: Dado que soy un poco cabroncete, tras editar y releer el excelente post de Tiburcio, no puedo resistir la tentación de, a la luz de la lista de palabras originales con que lo termina, intentar una pequeña redacción en protolengua:

Par por k'olo tik tsaku poko bunka chunga crac. Kun puti mana tik kati?

O sea:

«Volé por el agujero [y de la hostia] me rompí una pierna, un brazo, una rodilla y la nariz. ¿Quién coño dejó un hueso [para que tropezase]?

1 comentario:

  1. Anónimo6:46 p.m.

    Debo reconocer que no he leído el libro de Ruhlen y sólo lo conozco de referencias, unas favorables y otras no tanto.

    Pero la imagen que me ha transmitido es muy negativa, por lo arbitrario y poco científico de sus métodos. Su fe ciega en el poder de correlaciones entre palabras cuya relación es a veces arbitraria me parece desencaminada.

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