lunes, septiembre 16, 2024

Mao (9): Ese cabronazo de Chou En Lai

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  



De hecho, el Estado comunista chino (que no podemos llamar propiamente maoísta) no sólo no se caracterizó por crear un bienestar para el proletariado sino por, esta vez sí de la mano de Mao, explotarlo intensamente. Mao se apoyó en esto en una idea que conocía bien, pues se la habían explicado desde Moscú: argumentar que el pueblo estaba repleto de kulaks emboscados, a los que había que arrebatar su riqueza ilegítima. La orden que dio Mao a sus patotas de bullies fue incautarse de la última migaja que poseyeran aquéllos que fuesen etiquetados como enemigos de la clase obrera (porque quitarle un hospital a la gente que no tiene nada y montarlo para la élite del Partido, eso no es ser enemigo de nadie sino, simplemente, ser consciente de que ser comunista no significa vivir como un eremita).

A raíz de esta política, muchas familias fueron expulsadas de sus casas y obligadas a vivir en abierto, en casas muy pobres conocidas como niu peng: guaridas de búfalo. El término sería mucho más popular durante la revolución cultural, cuando muchas familias fueron enviadas al campo a vivir en esas mierdas. Lo peor de todo es que el Estado comunista no se enriqueció, dado que los kulaks, en realidad, no existían. Quien se quiera imbuir de los hechos y errores de aquel tiempo, no tiene más que leerse las memorias del general Gong Chu. Así las cosas, tampoco hay que extrañarse de que, conforme los nacionalistas fuesen avanzando contra el Estado comunista, las aldeas campesinas que se veían afectadas por el movimiento se rebelasen y volviesen contra sus queridos compañeros de clase obrera. La población de Jiangxi decayó un 20% en los cinco años que los comunistas la mandaron. Y estamos hablando de China, ojo.

Tierra adentro del comunismo chino, los problemas no faltaban. El comunismo chino, de hecho, era una jaula de grillos de tal magnitud que, en 1983, durante la etapa de matización, más que de denuncia, del maoísmo, el Estado reconoció que en Jiangxi la políticas intrapartidarias habían producido 238.844 víctimas. Eso es lo que admitieron; la cifra, pues, debería ser multiplicada por algún número mayor que 1.

La clave de todo esto era, en gran parte, que Mao quería mandar solo. Mao quería ser el Stalin chino, y no acababa de entender que Stalin no apoyase el plan. Esto provocó que sus colegas en la cúpula del Partido lo acusasen de un montón de mierdas. Poco tiempo después de llegar Chou En Lai, hubo una reunión en la que Mao se abrogó la presidencia y comenzó a actuar como si fuera el puto amo. El resto de los mandos presentes le dijo que si era subnormal, o qué. Mao entendió. Entonces dijo que estaba enfermo; sus conmilitones le dieron la baja encantados de mandarlo a tomar por culo de allí; se marchó en enero de 1932.

Mao escogió para lamerse las heridas La Colina de Donghua, que era un templo budista, no lejos de Ruijin. Allí se refugió con su mujer Gui Yuan y algunos fieles.

Pero entonces pasó algo. A mediados de febrero, los periódicos de la zona nacionalista publicaron un texto escrito un día bajo seudónimo por Chou En Lai, en la que el ahora líder del PCC venía a decir que el comunismo era una ful y el PCC un cubo de basura. Los comunistas de Shanghai reaccionaron diciendo que aquello era una noticia fake, fango, todo fango. Lo más probable es que tuviesen razón; pero, como se dice en España, “tú coge fama, y échate a dormir”. Para Mao, aquello significaba que, de forma inesperada, Chou se mostraba débil. Existía la posibilidad de minar su poder; pero para ello debía retomar el poder sobre el ejército; y eso pasaba por volver a confluir con Zhu De.

Principiaba marzo de 1932, y Mao fue llamado a una reunión más o menos de crisis, en las cercanías de la ciudad de Ganzhou, que los comunistas habían intentado tomar varias veces. Mao cabalgó la noche entera, bajo una tupida lluvia, para llegar a tiempo. Cuando llegó, hemos de asumir que oliendo a choto (dado que había sudado mucho, y es bien conocida su costumbre de no bañarse) hizo un discurso criticando al mando militar comunista. En la reunión había no pocos dirigentes que pensaban como él. Pero ninguno propuso que la solución era darle a Mao el mando.

La mayoría estuvo de acuerdo en que había que levantar el asedio de Guanzhou y avanzar hacia el oeste para confluir con otras unidades comunistas. Mao, sin embargo, defendió la idea de que había que ir en la dirección exactamente contraria. Ante la diferencia de opiniones, Chou En Lai decidió tomar una decisión salomónica; envió a un tercio de las fuerzas en la dirección en que defendía la mayoría, mientras que el resto se iría con Mao. En la práctica, pues, le entregó dos tercios de la fuerza comunista a un tipo que era evidente que no tenía apoyos suficientes para convertirse en comandante en jefe.

¿Cuáles pudieron ser las razones para una decisión tan ilógica? Es evidente que Chou estaba convencido de que tenía que tener contento a Mao. Para entonces, Mao había dejado claro que era capaz de poner en problemas a Zhu De y Peng De Huai, además de a Xiang Ying, otro dirigente del Partido que se le había opuesto. De todos ellos tenía fabricadas acusaciones de haber trabajado para el enemigo. Lo más probable es que Chou En Lai llegase, en ese momento, a la conclusión de que Mao Tse Tung tenía la capacidad, y la voluntad, de labrar su propia desgracia mediante acusaciones para las que contaba con importantes cajas de resonancia en la Prensa (los típicos chinorrondos de toda la vida). En consecuencia, el teórico líder del comunismo chino desarrolló un temor hacia Mao que ya no le abandonaría en todo el resto de su vida.

En las reuniones partidarias, Mao había informado de su intención de avanzar con su tropa hacia el norte. Sin embargo, en cuanto le fue dado el mando y comenzó la marcha, se hizo un Pedro Sánchez, y cambió de idea. Cogió a todos sus soldados y los dirigió hacia la costa en el sureste; informó a Chou de este movimiento cuando lo tenía prácticamente completado, buscando que su teórico jefe, si hubiese albergado la idea de ordenarle otra cosa, ya no tuviese tiempo. El movimiento, en sí, carece de lógica. Los comunistas no tenían capacidad de crear una base estable en el sureste.

Mao, en todo caso, tenía un comandante totalmente fiel para el día a día: Lin Biao, el hombre sin moral que le había ayudado a acorralar a Zhu De. El 20 de abril, Lin tomó la populosa ciudad de Zhangzhou. La ciudad en sí no tenía mucho valor (no por casualidad, estaba pobremente defendida); sin embargo, era una de esas ciudades chinas relativamente bien conocida en el exterior, por lo que la toma podía tener importantes repercusiones internacionales. Sobre todo si la entrada en la misma se convertía, como se convirtió, en un espectáculo. Mao entró en la ciudad montado en un caballo blanco y, no por casualidad, con un vestuario copiado de Sun Yat Sen. La principal consecuencia que buscaba Mao con esta pequeña campaña de imagen personal era obtener el respeto de Moscú. Y la verdad es que le funcionó porque, cuando meses después los comunistas de Shanghai intentasen echarlo o reducirle el mando, el representante de Moscú en la ciudad china, el alemán Arthur Ewert, les dijo que no mamasen.

La principal razón para tomar Zhangzhou era, sin embargo, bastante más personal: Mao quería forrarse. Tras la toma de la ciudad, a Jiangxi comenzaron a llegar un montón de pesadas cajas de embalaje de madera con carteles en los que se leía: “para ser entregados a Mao Tse Tung personalmente”. Mao y su gente sostenía que eran libros, y es probable que así fuera en muchos casos. Pero en otras cajas había oro, plata, joyas. Fueron llevados a una cueva en una montaña cercana y, ahí, fueron emplazadas por dos guardaespaldas de confianza, supervisados por Tse Min, el hermano de Mao. Ya sabes: ser comunista no quiere decir que tengas que vivir como un monje (más bien, vivirás como un Papa).

En mayo de 1932, Chang Kai Shek decidió poner en marcha su cuarta expedición de aniquilación, esta vez implicando a medio millón de soldados. El gesto del PCC de crear un Estado comunista le había convencido de que los comunistas nunca se unirían con él contra el enemigo común japonés; y de que, lo que es más importante, Moscú nunca avalaría o forzaría un gesto así. Ya el 28 de enero, los japoneses habían atacado Shanghai, aunque la Liga de las Naciones había sido capaz de negociar un alto el fuego. Esta relativa pacificación le permitió al Koumintang volver a pensar en objetivos internos.

El 15 de abril, los comunistas hicieron pública una declaración de guerra contra Japón, tratando de contraprogramar las intenciones del Kuomintang. Esta declaración predata en cinco años el primer tiro disparado por los comunistas contra tropas japonesas fuera de Manchuria; lo que ha convertido a esta guerra entre comunistas chinos y japoneses en una de las falsas guerras más largas de la Historia contemporánea.

Estando los nacionalistas trufados de emboscados comunistas, en Shanghai no tardaron en el PCC en estar perfectamente informados de sus intenciones. Cuando lo supieron, inmediatamente le enviaron un telegrama a Mao encareciéndolo para mover el culo hacia la base de Jiangxi. Mao contestó que él, personalmente, no creía que Chiang fuese a lanzar una ofensiva. Con esa coña estuvo un mes entero en Zhangzhou sin hacer nada (bueno, nada; robando a manos llenas) hasta que Chiang hizo pública su ofensiva, y quedó con el culo al aire. El 29 de mayo tuvo que regresar a Jiangxi a pelo puta. Por el camino, tuvieron que enfrentarse a los cantoneses, que habían decidido independizarse de los nacionalistas.

Todas estas circunstancias causaron importantes bajas en la tropa comunista de Mao, que recordad que era la más importante con que contaba el PCC. Mao, sin embargo, consciente de que la mejor defensa es un buen ataque, no sólo no se amilanó y se preparó para ser criticado a su llegada a Jiangxi, sino que decidió reclamar para sí el puesto más importante en el ejército rojo: jefe de la Comisaría Política. Para ello, contaba con la clara actitud de Moscú a su favor. La Komintern quería a Mao en el bando comunista a toda costa, consciente de que en aquella China las fidelidades eran muy líquidas. El 25 de julio, Chou En Lai recomendó atender las demandas de Mao, en contra de la opinión mayoritaria en la cúpula comunista, que prefería ver en ese puesto precisamente a Chou. Sin embargo, el 8 de agosto Mao fue nombrado comisario político jefe del ejército.

Aquel mismo verano de 1932, Chiang estaba atacando dos zonas al norte de Jiangxi. La orden de Moscú fue enviar tropas a repeler aquella presión. Las órdenes para Mao fueron atacar diversas ciudades para utilizarlas de trinchera contra el avance nacionalista. La cosa es que lo hizo durante un tiempo; pero, repentinamente, decidió dejar de luchar. Se quedó un mes sin hacer nada (salvo robar a manos llenas), mientras el ejército de Chiang tomaba los dos enclaves septentrionales en liza.

Chiang avanzaba hacia Jiangxi, y Moscú quería que los comunistas presentasen batalla frente al avance. Pero, una vez más, Mao no fue de esa opinión, y le dijo a la Komintern que lo que había que hacer era dispersar las tropas y esperar. Lo cierto es que la opción de Mao no era ninguna tontería. En primer lugar, el enfrentamiento con los nacionalistas era un enfrentamiento notablemente asimétrico, pues Chiang tenía muchos más efectivos que los comunistas. En segundo lugar, Moscú y Nanjing estaban entonces negociando una eventual revitalización de sus relaciones diplomáticas, que estaban bajo mínimos desde que en 1929 China tomase el control de la línea férrea oriental de Manchuria. Mao consideraba posible que, en el marco de esas negociaciones, el Koumintang pudiera ofrecer a cambio su comprensión respecto de la existencia de las tropas comunistas.

La mayoría de los dirigentes comunistas, sobre todo los dirigentes sobre el terreno, estaba muy cabreada con Mao. Por esta razón, se convocó una reunión de urgencia en octubre, en una base comunista establecida en la ciudad de Ningdu. Allí, Mao fue denunciado por faltar al respeto al liderazgo del Partido. No le dieron tiempo para hablar y, en una decisión inmediata, lo relevaron de su mando militar. Sin embargo, puesto que aquellos comunistas conocían bien la posición de Moscú, en el sentido de que Mao era un importante activo internacionalmente hablando y, en consecuencia, no se debía dañar su imagen, el relato oficial que se le hizo a las tropas fue que Mao estaba regresando temporalmente al gobierno central. A Moscú le dijeron que estaba enfermo.

En el curso de la reunión de Ningdu, Mao envió cuando menos dos telegramas a Shanghai, claramente buscando que Moscú fuese informado de lo que estaba pasando, y reaccionase. En la ciudad china, sin embargo, el alemán Ewert había llegado a la conclusión de que estaba hasta los cojones de aquel chinorri que todo lo hacía según le parecía en cada momento; y, en consecuencia, eligió informar a Moscú del cese de Mao por correo ordinario. De esta manera, se garantizó que la información llegase al centro del mundo comunista cuando ya fuera un hecho.

Moscú, en todo caso, reaccionó. Cuando supo las nuevas, telegrafió a Shanghai que los comunistas chinos debían hacer todos los esfuerzos para “mantener al camarada Mao en la lucha con camaradería”. El propio Stalin fue consultado sobre el tema, y estuvo a favor de la idea de que había que ser más generoso con el chinorri.

El apoyo de Moscú, gracias a Ewert, llegó demasiado tarde. El 12 de octubre, una vez que Chou le había guindado su puesto en el ejército, Mao había dejado Ningdu, maldiciendo a quienes lo habían echado (y que lo pagarían). El principal objetivo del resentimiento de Mao era Chou En Lai, con lo que fue quien más terminó pagando por aquello. Durante el resto de su vida, Chou En Lai hizo más de un centenar de “confesiones” de pasados errores; y Ningdu siempre fue el principal elemento de su “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”.

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