- Las envidias entre Valente y Graciano y el desastre de Adrianópolis.
- El camino hacia la primera paz con los godos.
- La llegada en masa, y desde diversos puntos, de inmigrantes al Imperio.
- La entrada en escena de Alarico y su extraño pacto con Flavio Stilicho.
- Los hechos que condujeron al saco de Roma propiamente dicho.
- La importante labor de rearme del Imperio llevada a cabo por Flavio Constancio.
- Las movidas de Gala Placidia hasta conseguir nombrar emperador a Valentiniano III.
- La movida de los suevos, vándalos y alanos en Spain.
- La política de recuperación del orgullo y el poder romanos llevada a cabo por Flavio Aecio.
En efecto, el formidable ejército acopiado por Flavio Aecio
con ayuda de Bizancio en Sicilia nunca pudo salvar el charco hacia la vieja
Cartago, para poner a los vándalos en su sitio. Las fuentes disponibles, muy
escasas, nos hablan de una amenaza producida en el continente que se
concretaría en la llegada de hordas desde Escitia disparando flechas de fuego.
Esta cita se considera mayoritariamente como relacionada con algún tipo de
invasión por parte de los hunos.
Los hunos, por lo tanto, atacaron en el Danubio. Esto hizo
que, automáticamente, todas las tropas bizantinas que se encontraban en Sicilia
con Aecio anunciasen que no navegarían hacia África; que, lejos de ello,
volverían grupas en dirección a casa.
Solo y sin capacidad militar efectiva, para Aecio se hizo
necesario en el 442 firmar un nuevo tratado con Geiserico; un acuerdo en el que
el líder vándalo ganó el control sobre la Proconsularis y Bizacena. El Imperio,
por su parte, obtuvo el control sobre las dos Mauritanias (la Sitifensis y la
Cesariensis) así como las partes de Numidia que no le fueron reconocidas a los
vándalos.
Geiserico aceptó, al parecer, sellar este acuerdo con un pago
en forma de cereales hacia Italia que garantizase el suministro anterior; más
el envío a Rávena, como rehén de lujo, de su hijo mayor, Hunerico. En todo ese
contexto, el líder vándalo recibía la consideración ravenesa como rex socius
et amicus, esto es, monarca cliente del Imperio. Aunque, en realidad, no quedaba del todo claro quién era cliente de quién.
Con todo, el paso más histórico dado en el pacto del 442 fue
el compromiso entre Hunerico y la hija de Valentiniano III, Eudocia. Es cierto
que Alarico se había casado con Gala Placidia, miembra de la casta real
imperial; pero aquél había sido un matrimonio no sancionado, por así decirlo,
por la legalidad imperial. Ahora, sin embargo, se producía en un tratado de paz
el primer compromiso de matrimonio de sangre real con un noble bárbaro.
El tratado del 442 tiene un significado hondísimo desde el
punto de vista de la Historia de Roma, pues vino a sancionar la pérdida nada
menos que de Cartago, esto es, la ciudad, la provincia cuya invasión, derrota a
incorporación al territorio de obediencia romana comenzó a labrar la grandeza
imperial. Aun así, todo parece indicar que la propaganda imperial lo presentó
como una gran victoria por su parte (cosa que hacía siempre, por lo demás). En realidad, estuvo muy lejos de ser eso.
Geiserico ganó, con aquel tratado, un poder omnímodo dentro de sus territorios,
que usó, por ejemplo, para embargar las propiedades de los terratenientes
romanos y dárselas a sus compatriotas, en las conocidas como sortes vandalorum.
Diversas pruebas que nos han llegado, por otra parte, vienen
a sugerir que la capacidad de allegar ingresos a Rávena desde el norte de
África se vio reducida prácticamente en un 90% desde el acuerdo del 442. Aquel
pacto presuntamente tan victorioso, por lo tanto, había sido en realidad un
desastre presupuestario de una magnitud que hoy nos es muy difícil de imaginar.
De hecho, el Imperio se vio obligado a aprobar leyes que eliminaban
prácticamente todo beneficio o privilegio fiscal. Esto incluyó tanto a los
explotadores de tierras cedidas por el Estado como a las posesiones de la
Iglesia. Se creó una especie de IVA, del 4%, que debía ser sostenido por el
comprador y por el vendedor. A pesar de todas estas medidas de austeridad, fue necesario
hacer economías, y éstas, lógicamente, puesto que dos tercios del gasto se concretaban en gasto militar, se concentraron en el ámbito de la defensa. El
ejército debió perder unos 60.000 efectivos, 40.000 a pie y el resto
caballeros.
Para poder contar el pacto con Geiserico, sin embargo, hemos
pasado muy por encima de los hechos que obligaron al ejército imperial a
desechar la idea de invadirlos desde la península itálica por mar. Hemos
hablado de una invasión de los hunos pero, en realidad, estamos hablando de la
invasión de los hunos.
Estamos hablando, amigos, de Atila.
Allá por el año 435, el pueblo de los hunos estaba siendo
comandado por un tal Rúa o Ruga que, sin embargo, no pudo tardar mucho en morir
y dejar el mando de la nación huna a dos corregentes: los hermanos Bleda y
Atila. Contra lo que se pueda pensar de Atila como una especie de líder okupa
con caballo y arco, brutal y primario, en realidad era un jefe militar que
entendía las necesidades y virtudes de la diplomacia. Atila y Bleda enviaron,
de hecho, su primera embajada a Rávena el 15 de febrero del 438, una fecha que
no puede estar muy lejos del momento de su acceso al poder o incluso puede ser
anterior al mismo.
De hecho, Atila y Bleda llegaron al poder con ideas nuevas, y
poco tiempo después de haberse convertido en correyes de los hunos, renegociaron
los acuerdos que tenían con el Imperio Oriental. De la reunión negociadora
entre hunos y romanos conocemos el dato de que éstos hubieron de parlamentar
subidos a sus caballos, puesto que los hunos se negaron a desmontar. En aquel
acuerdo se pactó un incremento del subsidio que recibían los hunos por estar
donde estaban (en realidad, el subsidio fue doblado), amén de otra serie de
cláusulas relativas al trato humanitario y la devolución de los prisioneros romanos
que pudiesen hacer. A cambio, Constantinopla recibía la garantía de que no
tendría que acoger refugiados hunos.
Aquellos términos, a todas luces, no gustaron a los hunos.
Independientemente de lo que sus reyes considerasen justo pactar, parece que la
gente huna tenía otras ideas. En algún momento del paso del año 440 al 441,
durante una feria de mercado en la que ambas partes intercambiaban productos,
los hunos se mosquearon, sometieron a asedio el fuerte romano donde se estaba
produciendo el mercado, y mataron a los guardias y a algunos comerciantes.
Cuando los romanos protestasen, los hunos ofrecieron una disculpa que hasta
ellos tenían que saber era una chorrada: según ellos, el obispo de Magus (en
Serbia; más o menos en la actual Pozarevac) había cruzado el Danubio para robar
las riquezas de las tumbas de los notables hunos. En realidad, lo que ellos
querían, y exigieron, era que Constantinopla aceptase la entrada en su
territorio de tantos refugiados como romanos habían apresado los hunos con ocasión
del presunto affaire de las tumbas. El Imperio se negó y por eso, cuando
llegó de nuevo el buen tiempo, los hunos cruzaron el Danubio y comenzaron a tomar
ciudades y fuertes a cascoporro. Incluso tomaron y destruyeron la súper base
terrestre romana de Viminacium, situada donde hoy está la pequeña ciudad Serbia
de Kostolac.
En ese punto el obispo de Margus, quien pese a suponerse
siempre dispuesto al martirio quería salvar el gañote como todo hijo de vecino,
entró en pánico, y le ofreció a los hunos entregarles la ciudad a cambio de que
retirasen las acusaciones contra él. Para Bleda y Atila, aquello era oro
molido: controlar Margus suponía controlar la principal vía militar romana que
cruzaba Serbia, y por lo tanto les ponía en bandeja el sitio de Naissus, hoy
conocida como Nis. A partir de Nis, los hunos podrían elegir: al sur, hacia
Tesalónica; o al sureste, hacia Serdica (Sofía) y, de allí, a Constantinopla.
En el 442, Nassius estaba en poder de los hunos.
Era la primera vez que Atila había atacado a los romanos, y
en esa campaña había dejado bien claro que era, como decían los payasos de la
tele, más que capaz, capataz, de apiolarse las ciudades y, lo que es más
importante, los mejores fuertes romanos.
Esta habilidad, sin duda, sorprendió a los romanos con la
ropa interior por los tobillos. Hasta entonces, la guerra contra los bárbaros
(queremos decir, los godos) no había incluido la vulnerabilidad de los fuertes,
contra los que aquella tropa germánica tenía poca fuerza. Se ha especulado, sin
embargo, que la posible participación de los hunos en la conocida como
confederación Hsiung-Nu, que guerreó contra el Imperio Chino en batallas que
incluyeron asedios, pudo enseñarles las bases de esta habilidad bélica. Eso sin
mencionar que Aecio había empleado a muchos hunos, hunos que tenían ojitos para
ver, y cerebro para entender, las cositas que le veían hacer a los romanos
cuando llegaban a una ciudad que se les resistía.
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