Resumen de lo publicado: El malvado Sauron, que sabe más por los siglos que lleva gobernando la Tierra Media que, en sí, por malvado, enciende un día su ojo en la cumbre de Mordor y lanza el mensaje inequívoco: de aquí no me mueve ni la Benemérita. Los hobbits, que ya se creían en posesión de la Tierra Media, se quedan con un palmo en las narices. Lo siguiente que hace Sauron es anunciar elecciones en la nación, con lo que los hobbits acaban ya por romperse: unos quieren presentarse a los comicios, convencidos de que pueden vencer al Señor Oscuro. Y otros quieren seguir repartiendo mangüitis.
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Hablando con propiedad, los sindicatos franceses han reaccionado días antes, tras el discurso de De Gaulle y la demostración de los Campos Elíseos, llamando a organizar un acto que suponga la digna respuesta a esa iniciativa. Sin embargo, poco a poco este entusiasmo de reacción se va matizando. Force Ouvrière, por ejemplo, no tarda a abrazar su táctica tradicional de que no merece la pena manifestarse en la calle por reivindicaciones políticas. Todo el mundo mira a la CGT. Pero la CGT es la mejor expresión del daño que le ha hecho el último gambito gaullista a las intenciones revolucionarias: lo más importante, dicen los sindicalistas, es, ahora, ganar las elecciones.
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Hablando con propiedad, los sindicatos franceses han reaccionado días antes, tras el discurso de De Gaulle y la demostración de los Campos Elíseos, llamando a organizar un acto que suponga la digna respuesta a esa iniciativa. Sin embargo, poco a poco este entusiasmo de reacción se va matizando. Force Ouvrière, por ejemplo, no tarda a abrazar su táctica tradicional de que no merece la pena manifestarse en la calle por reivindicaciones políticas. Todo el mundo mira a la CGT. Pero la CGT es la mejor expresión del daño que le ha hecho el último gambito gaullista a las intenciones revolucionarias: lo más importante, dicen los sindicalistas, es, ahora, ganar las elecciones.
La CGT llama, en este sentido, a una reunión sindical que
permita aglutinar un solo programa de izquierdas para las elecciones. Pero en
ese punto, lo que hasta el momento ha sido unión en la protesta, vuelve a
convertirse en los viejos conflictos sindicales. La CFDT rehúsa participar en
un acuerdo de este tipo.
A causa de todas estas disensiones, la manifestación queda
apoyada, únicamente, por la UNEF y la CFDT.
¿Qué es lo que hay en el fondo de la cuestión?
Evidentemente, es la actitud ante las elecciones. La UNEF, con el solo apoyo
importante del PSU (en ese momento), defiende la postura más lógica y coherente con el
movimiento de Mayo del 68: el boicot. En las últimas semanas, Mayo del 68 se ha
convertido en un movimiento revolucionario que lo que trata es de cambiar el
régimen existente; y eso incluye a las elecciones. Para los militantes de la
UNEF y del socialismo unificado, lo que tiene que pasar en Francia es que la
presión revolucionaria haga primer ministro a Mendes-France, y nada más. Ni
votar, ni leches. En ese sentido, el movimiento, a principios de junio, ha
perdido ya todo matiz democrático-parlamentario. El resto de las fuerzas,
incluida la CFDT, quieren ir a las elecciones, con o sin candidatura única de
izquierdas, para ganarlas. Han aceptado el reto de De Gaulle.
El corolario de esa situación no podía ser otro. Antes del
día 1, la CGT hace público un comunicado en el que recomienda a sus militantes
mantener la ocupación de las fábricas pero
no participar en las movilizaciones de la UNEF.
El sábado día 1, unas 35.000 personas, es decir una multitud
que difícilmente se compara con la acopiada días antes por las “gentes de
orden”, desfila por París. Entre otros eslóganes, por cierto, gritan De Gaulle, c’est Franco! Se puede ver
que la influencia de los doscientos cuarenta millones de españoles progresistas
que pasaron aquellas jornadas en París, en primera fila de barricada, era muy
fuerte.
En la cabeza de aquella manifestación resurge, por un rato, Daniel
Cohn-Bendit. Los manifestantes cantan La
Internacional. Pero ya, ni la policía los teme, ni ellos esperan ser
temidos. La marcha transcurre sin incidentes. Alain Krivine, el dirigente de la
JCR, clama para que los obreros no abandonen las fábricas que han ocupado.
Esa noche, en la facultad de Ciencias, se celebra un “mitin
revolucionario”. En él, sin embargo, Danny el Rojo afirma: “la organización de
un movimiento revolucionario es prematura”. Y añade: “condenamos a todas las
organizaciones que están a punto de abandonar el movimiento revolucionario para
participar en las elecciones de la burguesía”. Esta retórica es bastante común:
cuando un revolucionario ve que pierde pie en sus intenciones, saca a pasear el
concepto de que lo que pasa es que la revolución no está madura. En realidad,
sin embargo, lo que está pasando, más bien, es que Mayo del 68 no sabe cómo
fagocitar el manifestón de aquella
semana, ni la forma en que la convocatoria de elecciones lo ha roto en pedazos.
Así las cosas, sólo quedan las elecciones.
Hasta el PSU, inicialmente soporte de las posiciones de la
UNEF, acaba cayéndose del caballo. Y se convierte, con ello, en la principal
formación de izquierdas que preconiza la candidatura única (las organizaciones
minoritarias, por razones que es muy fácil de entender, siempre son apasionadas
partidarias de las coaliciones electorales). Sin embargo, en esas horas Waldeck
Rochet se encarga de decir lo que todo el mundo con dos dedos de frente espera:
el Partido Comunista irá a la pelea con su programa y con sus candidatos. La
unión de las izquierdas, continúa, se hará en la segunda vuelta o ballotage, una vez que se vea cuáles son
los candidatos mejor colocados ante el electorado. O sea: premio para el que
mee más lejos en la primera meada; un principio que supone, cuarta más, cuarta menos, barrer al PSU de la Asamblea Nacional. El PSU reacciona inmediatamente anunciando
que presentará candidatos en todas las circunscripciones; lo hace, como el gallego del chiste, por foder. Lo que está claro es que el PCF, con su
iniciativa, trabaja para atomizar el voto de izquierdas. En el antedespacho de Pompidou, sus estrategas se hacen pajas.
El gobierno juega sus cartas. A pesar de que en 1968 el tema
ya se pide bastante, se niega a rebajar la edad para votar a 18 años; es más:
estableciendo febrero de aquel año como fecha tope para formar parte del censo
electoral, deja fuera a 200.000 jóvenes que han cumplido los 21 después de
dicho mes. Buscan, claro, elevar la edad media del votante, sabedores de una cosa que ya dijo el tremebundo político alemán Otto von Bismarck. Bismarck inventó el sistema actual de pensiones (de hecho, en su honor sistemas como el español se llaman bismarckianos, en oposición a los beveridgianos de corte sajón) y, cuando lo inventó, dijo algo así como que a la gente que hay que darle pensiones para que no haga la revolución. Viejetes progres los habrá siempre, desde luego; pero es un hecho que don Otto tenía razón al pensar que los electorados que tienen intereses que proteger suelen ser renuentes al cambio. Es probable que sea por eso que la mayoría de los revolucionarios triunfantes, en la Historia, son eso, triunfantes, porque no les dejaron elegir. Revoluciones en la Historia acometidas por mor de unas elecciones democráticas, hay muy poquitas.
Durante aquel fin de semana, además, las negociaciones
sociales, que nunca se han detenido desde Grenelle, continúan. El sector minero
está muy cercano a un acuerdo. Lo mismo le pasa a la RATP, a la SNCF. En
provincias, diversas empresas recomienzan el trabajo. La gasolina reaparece en
las gasolineras. El gobierno, además, se muestra muy comprensivo en las
negociaciones de los servicios públicos; para él, la prioridad es que se puedan
celebrar las elecciones. Se acuerda un aumento salarial galáctico para los
funcionarios (12% para el funcionario medio), amén de cláusulas varias sobre
jornada y otras cosas. Los empresarios, que se han venido arriba, desbloquean
incluso el hasta ahora indisoluble problema del pago de las jornadas de huelga…
que, sin embargo, harán en B (mientras Hacienda mira para otro lado con una
sonrisa). El martes 4 de junio, el Banco de Francia vuelve al trabajo. Como la
EDF. El día siguiente, circulan algunos trenes. El 6, la huelga de la SNCF ha
terminado. Ese mismo día, la policía desaloja a un millar de trabajadores que
quedaban dentro de la factoría de Renault en Flins. Cierta normalidad vuelve a uno
de los templos de la Gran Huelga Revolucionaria.
Hay que tener en cuenta que, para entonces, incluso la CGT
combate las huelgas. Su tesis es que el momento para los obreros de expresar su
voluntad serán las elecciones, y por lo tanto no está dispuesta a que éstas no
se celebren a causa de los movimientos huelguísticos. Este movimiento ha sido
aprovechado por la CFDT, que se coloca al lado de quienes quieren seguir en las
fábricas, con lo que el sindicato mayoritario experimenta un peligro real de sorpasso.
Las izquierdas andan a la greña en estos enfrentamientos
cuando, el 7 de junio, el poder constituido da un nuevo golpe. En dicho día, el
presidente De Gaulle es entrevistado por Michel Droit, redactor-jefe del Figaro Litteraire y uno de los
periodistas más prestigiosos de Francia. Aparece tranquilo y apaciguado. Frente
a los televidentes, reconoce que el 29 de mayo pensó retirarse, pero que el
crecimiento de la “subversión amenazadora” le convenció de no hacerlo.
Interpreta el movimiento huelguístico como un intento de los comunistas de
paralizar el país ante el hecho de que otras fuerzas de izquierdas les estaban
disputando el monopolio revolucionario. Y sentencia, hablando de las
elecciones: “si les résultats sont
mauvais, alors, tout ça c’est perdu”. Se habrá perdido todo. Por si no se
había enterado el votante francés, ya lo sabía. En las urnas, la República se
juega un ser, o no ser.
Ese mismo viernes 7, en Flins, se produce un mitin muy cerca
de la factoría de Renault, que ha sido ocupada por la policía. Los
sindicalistas de la CGT afirman que ellos decidirán quién habla. Los
trabajadores braman para que hable Alain Geismar, que está presente. La CGT se
niega. La CGT, finalmente, cede. También habla un militante del Movimiento 22
de marzo. Tras este baño de solidaridad panprogresista, todos se van a la
fábrica y la rodean a eso de las 10 de la mañana. En apenas hora y media, la
policía cargará tres veces. Medio centenar de heridos, 240 detenidos.
En París, en la tarde de ese mismo día, una manifestación de
militantes de la CFDT que ha comenzado en la avenida Wagran se acaba juntando
en Saint-Lazare con otra de estudiantes. Son unos 3.000. Quieren ir a Flins.
Sauvageot, subido a un camión, les convence de que es imposible. Deciden ir a
Billancourt. A las diez de la noche, no serán más de 1.000 los que lleguen a la
mítica factoría renaultina. Montan un mitin. A las 12, la policía empieza a tirarles
granadas lacrimógenas.
El sábado, día 8, la CGT saca un
comunicado criticando la violencia policial en Flins; comunicado en el que, ya
si eso, pone a parir a los estudiantes, que, dice, “son agitadores al servicio de los peores enemigos de la clase obrera”.
En Bécheville, muy cerca de Flins, se celebra un mitin en el que al
representante del PCF, Le Toulec, casi le pasan por encima una multitud de
obreros que portan, como los mozos en San Fermín, el ejemplar del día de L’Humanité, en el que se puede leer:
“Completamente extraños a las luchas reivindicativas de la Universidad, los
comandos Geismar, organizados militarmente, han pasado a la provocación del
movimiento obrero”. Las cosas en Billancourt están en un tal plan que la
policía acaba abandonando la fábrica el martes 11, con lo que es inmediatamente
re-ocupada.
Mayo del 68 se desinfla. Pero aun será capaz de alumbrar una tragedia.
Mayo del 68 se desinfla. Pero aun será capaz de alumbrar una tragedia.
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