jueves, febrero 01, 2024

Cruzadas (4): Nicea y Dorylaeum

Deus vult
Unos comienzos difíciles
Peregrinos en patota
Nicea y Dorylaeum
Raimondo, Godofredo y Bohemondo
El milagro de la lanza
Balduino y Tancredo
Una expedición con freno y marcha atrás
Jerusalén es nuestra
Decidiendo una corona
La difícil labor de Godofredo de Bouillon
Jerusalén será para quien la tenga más larga
La cruzada 2.0
Hat trick del sultán selyúcida y el rey danisménida
Bohemondo pilla la condicional
Las últimas jornadas del gran cruzado
La muerte de Raimondo y el regreso del otro Balduino
Relevo generacional
La muerte de Balduino I de Jerusalén
Peligro y consolidación
Bohemondo II, el chavalote sanguíneo que se hizo un James Dean
El rey ha muerto, viva el rey
Turismundo, toca las campanas, que comenzó el sermón del Patriarca
The bitch is back
Las ambiciones incumplidas de Juan Commeno
La pérdida de Edesa
Antioquía (casi) perdida
Reinaldo el cachoburro
Bailando con griegos
Amalrico en Egipto
El rey leproso
La desgraciada muerte de Guillermo Espada Larga
Un senescal y un condestable enfrentados, dos mujeres que se odian y un patriarca de la Iglesia que no para de follar y robar
La reina coronada a pelo puta por un vividor follador
Hattin
La caída de Jerusalén
De Federico Barbarroja a Conrado de Montferrat
Game over
El repugnante episodio constantinopolitano  




En realidad, Emich de Leisingen no fue una excepción. En su mismo tiempo, en la actual República Checa, un capitán llamado Volkmar estaba montando un pequeño ejército con el que atacó a los judíos de Praga y alrededores. Todos estos ejemplos lo son de aventureros y simples ladrones, los pandilleros medievales, que decidieron subirse al celo generalizado que generó la noticia de las cruzadas en torno a la imagen de Jerusalén, su necesaria y justa recuperación y el tema que lo había empezado todo: la muerte de Jesús; de la que, obviamente, los culpables eran los judíos. A la Europa cristiana latina siempre le costó mucho entender eso que los teólogos llaman el misterio de la Pasión. O sea, en el fondo, el cristianismo católico tiene una dificultad esencial a la hora de entender la resurrección. Al católico, históricamente, le cuesta comprender que el verdadero objetivo de la llegada de Jesús a la Tierra (supuestamente) era resucitar; pero que para resucitar tenía que morir, y no de un ictus precisamente, sino de forma violenta (entre otras cosas, porque así lo anuncia el Antiguo Testamento). Así las cosas, cuando menos en mi opinión, en pura teología dogmática católica, a Jesús no lo mataron los judíos; lo mató Dios. Lo mató su Padre, pues sin dicha muerte, violenta, sacrificial y pública, no podría existir resurrección, ni mensaje a los apóstoles, id y difundid mi palabra; ni, en esencia, existiría cristianismo, pues el cristianismo se basa en la resurrección de Jesús mucho más que en su vida. La piedad popular, que es la piedad del cachoburro, trató, inmediatamente, de buscar culpables en la Tierra de la muerte de su líder, de su Maestro; y esta voluntad fue inteligentemente excitada por los francisquitos, archifrancisquitos y todo lo demás; y eso, sin que se hubiese inventado todavía el progresismo. Poco se habla, en verdad, de los miles (porque fueron miles; pero la mala fue la Inquisición española, claro) de vidas de hombres, mujeres y niños que costó el celo hierosolimitano que despertó en todo el continente el clarinazo del PasPas Urban.

El pequeño problemilla de estos pequeños, algunas veces no tan pequeños, ejércitos teóricamente formados por cruzados, y realmente formados por la hez de una sociedad medieval que, como todas, producía más mierda, y con más velocidad, que el colon de un búfalo; el problemilla, digo, es que a estos ejércitos, cuando se les acabaron los judíos que robar, comenzaron a atacar a sus supuestos hermanos cristianos con el mismo celo. Rápidamente, pues, se convirtieron en unas extrañas armadas que, allí por donde pasaban, acababan enfrentándose con los ejércitos locales. Al paso de Emich de Leisingen por Hungría, por ejemplo, se montó la mundial. El rey Colomán les envió a la Acorazada Brunete que, la verdad, les pasó por encima como si Gavi le hiciese un tackle al delantero del Puerta Bonita Juveniles; y luego se los apiolaron como si fuesen cucharachas. Emich, sin embargo, consiguió escapar.

Otra cruzada de pobres, por lo tanto mitad cruzada, mitad peregrinación a lo bestia, salió del norte de Francia. Atravesó la actual Alemania, Bohemia, Hungría y los Balcanes, sin problemas militares pero con enormes problemas logísticos, pues nadie tenía posibles para alimentar y pertrechar a tanta gente que, además, necesitaba literalmente de todo. Sin embargo, y éste es un principio general para todas las cruzadas humildes no militares, en realidad cuando menos parte de ese problema se fue solucionando solo con cada kilómetro. Mucha gente se ahogó al pasar los ríos, o se escoñó por acantilados, por no mencionar los muchos a los que les dio un apechusque y la roscaron. A pesar de esto, los relatos contemporáneos, literalmente acojonados, que nos han quedado de los griegos que los vieron llegar a Constantinopla, nos permiten concluir que varias decenas de miles de estas personas debieron alcanzar la punta de Europa.

Si impresionante fue el traslado de mediopensionistas, el de soldados no lo fue menos. Se ha calculado que cualquiera de los ejércitos individuales, es decir acopiados por uno solo de los grandes personajes nobles que fueron a Constantinopla, tenía el tamaño y la capacidad suficiente como para invadir una nación de las que entonces se estilaban en el mundo medieval, normalmente algo más pequeñas de lo que ahora estamos acostumbrados a ver. Raimondo de Saint-Gilles, Godofredo de Bouillon y Roberto de Normandía, cada uno por separado, desplazaron por lo menos un millar de caballeros; pero los caballeros eran sólo la punta del iceberg de los ejércitos medievales. Bohemondo era famoso por tener un ejército pequeño, y llegaba a casi 800 efectivos, medio millar de ellos, caballeros. Cada caballero arrastraba, por así decirlo, unos cinco o seis combatientes más; y no hay que olvidar que mucha de esa gente se desplazaba con su familia. Luego estaban los arqueros, los pontoneros, los trabajadores que construían y mantenían las máquinas de guerra, y una nube de sirvientes varios, putas incluidas. Luego estaban los soldados comunes o piqueros, que también tenían sus propios sirvientes.

En total se colocaron en los alrededores de Constantinopla cuatro ejércitos que se pudieran considerar como tales: el de Lorena; el provenzal; el formado por francos, flamencos y normandos franceses; y los normandos de Sicilia. Eran tantos que desde el minuto uno Alejo el emperador estuvo acojonado, por ser consciente de que tenían la capacidad de hacerse con Constantinopla y con todo el Imperio bizantino si se lo hubiesen propuesto.

Los cruzados sabían que enfrente se iban a encontrar a un poder turco firmemente asentado en Asia Menor, que controlaba la totalidad de sus presidios, así como las vías de comunicación. Sin embargo, también sabían que ese poder era un poder dividido. De hecho, el momento, es decir la muerte de Malik Shah y la grave guerra civil que había provocado entre sus herederos, era perfecto para iniciar una ofensiva; tanto, que yo creo que los cruzados no se habrían hecho con Jerusalén en otra circunstancia geopolítica distinta en el ámbito musulmán. El reto de ir tomando las plazas y territorios de Nicea, Anatolia y Antioquía, era un reto que se aparecía como posible; y la etapa final de ese periplo era Jerusalén.

Así las cosas, es lógico que el primer objetivo del ejército cruzado, reforzado por una unidad griega al mando de Tacitio, fuese Nicea.

Nicea, un lugar de obvias resonancias para el orbe cristiano, estaba emplazada en el Bósforo. En el momento que relatamos, hacía 16 años que había caído en manos de los turcos; y no sólo eso, sino que uno de los caudillos selyúcidas, Kilij Arslan, había establecido allí la capital de su reino anatolio. Kilij era hijo de Suleimán, un príncipe que estaba lejanamente emparentado con los hijos de Malik Shah y, por lo tanto, era una más de las casillas del complejo sudoku selyúcida.

Cuando los cruzados cruzaron (obsérvese la aliteración) hacia Asia Menor, Arslan estaba guerreando en Armenia contra otro jefe musulmán: Malik Ghazi Gümüshtekin (nombre completo Gümüshtekin Danishmend Ahmed Ghazi). Malik Ghazi era un emir turcomano damishménida que le disputaba a los selyúcidas el control de lo que hoy es el norte de la Turquía asiática.

Kilij estuvo tardano. Cuando recibió en Armenia las primeras noticias del desembarco cruzado en Asia, no hizo nada primeramente hasta que le llegaron noticias de que aquella tropa tenía fuerza suficiente como para amenazar Nicea. Entonces sí que envió refuerzos a la ciudad; pero, como digo, lo hizo demasiado tarde. Para entonces, buena parte del asedio de apenas seis semanas a que los cruzados tuvieron que someter a la ciudad había ocurrido ya y, de hecho, la sultana, la mujer de Kilij (doña Kilija), quería negociar una rendición.

Esta victoria, que como digo fue una victoria relativamente sencilla, levantó sin embargo enormes suspicacias entre griegos y latinos. Los turcos, en todo caso, consideraban que el rey de Roum, es decir el rey de Roma, es decir el emperador constantinopolitano, era el líder de la cristiandad. Por ello, cuando decidieron negociar su rendición, hablaron con Tacitio, pero no con los cruzados que eran, en realidad, los que aportaban gran parte de la fuerza militar que les estaba acometiendo.

El caso es que Tacitio no consideró necesario informar a sus aliados de la apertura de negociaciones, a pesar de que los latinos estaban preparando un asalto a la ciudad. En la mañana del 19 de junio, cuando los cruzados estaban dispuestos a correr con sus escalas hacia las murallas para comenzar a escalarlas a sangre y fuego, se encontraron, sorprendidos, con que en las almenas de la muralla niceica comenzaba a ondear el pendón imperial.

En la práctica, este desarrollo de los hechos tuvo la consecuencia de que no hubo saqueo de Nicea; algo en lo que muchos de los soldados latinos habían puesto sus esperanzas. Y, lo que es mucho más importante, en Nicea se había podido comprobar la existencia de un nivel de comprensión relativamente elevado entre turcos y griegos. Los bizantinos, en efecto, tenían gran cariño por la ciudad, que consideraban suya, y en la práctica habían hecho todo lo posible para no verla saqueada. Los cruzados tomaron nota de aquello, aunque se guardaron mucho de hacer patentes sus protestas. De hecho, todos los barones, con la única excepción de Tancredo, sobrino de Bohemondo, renovaron su juramento de fidelidad al emperador. Alejo, en respuesta a este juramento, se comprometió a levar todas sus tropas y unirlas a las cruzadas en el camino de Siria. A partir de ahí, se produciría un avance coordinado: los latinos por el interior, y los griegos bordeando la costa del Mar Negro y tomando las provincias un día griegas de Misia, Jonia y Lidia.

Alejo, sin embargo, no abandonó su política de palo y zanahoria frente a los musulmanes, consciente de que la mejor forma de dividirlos era tratar a algunos de ellos con deferencia y, así, abrir una sima entre los que teóricamente se debían la solidaridad de sus creencias. Así las cosas, al emperador de Bizancio el emir de Nicea no le preocupaba demasiado; consideraba que su mayor peligro estaba en los reyes danishménidas, en ese momento muy fuertes, y el emir de Esmirna. Por esta razón, y para extrañeza de los cruzados, fue extraordinariamente exquisito con la mujer de Kilij Arslan (doña Kilija de Arslan), como sabemos atrapada en Nicea. La colmó de regalos y, finalmente, la dejó regresar con su marido sin siquiera haber exigido un rescate.

De todas formas, el reyezuelo Arslan había aprendido de la movida. Apenas cinco días después de que el ejército cruzado había dejado atrás Nicea, sufrieron un ataque sorpresa de un importante ejército turco liderado por el propio Arslan, que había hecho una leva rápida en Anatolia y, de hecho, incluso había pedido ayuda a su otrora enemigo Malik Ghazi ibn Danishmend.

Los cruzados quedaron rápidamente impresionados, y eso quiere decir acojonados, por la multitud de musulmanes que se les venía encima. A fuer de ser sinceros, en realidad tenían una capacidad bastante importante de repeler aquel ataque; pero el problema es que habían tomado la decisión un tanto estúpida de dividirse en dos grandes cuerpos que avanzaban separados; algo que, probablemente, hicieron para tratar de resolver los graves problemas de aprovisionamiento que presentaban unas armadas tan nutridas.

El 1 de julio del año 1097, pues, la parte más débil del avance latino fue atacada por los turcos; el marrón le cayó a Bohemondo. Siendo como era un buen militar, Bohemondo de Taranto leyó inmediatamente el partido y entendió que su principal labor, tal y como estaba la cosa, era resistir hasta que llegasen a auxiliarle otros. Así las cosas, colocó al equipo entre la línea de dos cuartos y medio campo, trazando fueras de juego a cascoporro, y allí se quedó, soportando la lluvia de flechas turcas, hasta que los musulmanes decidieron avanzar y atacar. Sin embargo, para cuando lo hicieron, los provenzales, francos y lorenenses llegaron y se les echaron desde detrás. Los turcos eran más, pero ahora estaban rodeados y, además, la caballería blindada (so to speak) francesa se demostró especialmente efectiva contra tropas mucho más desprotegidas.

Aquella tarde, Kilij Arslan y Ghazi fueron vencidos sin paliativos. Los latinos consiguieron de los musulmanes lo mejor que se puede conseguir en una batalla para conseguir una victoria total: el acojone y el maricón el último. Los turcos, en efecto, acabaron dándose la vuelta y saliendo a la naja, dejando tras de sí todos sus pertrechos. Su huida fue tan precipitada, de hecho, que incluso se dejaron el tesoro completo de Kilij Arslan que, como otros muchos reyes de su época, tenía la costumbre de ir a todas partes acompañado de su pasta, no fuera a ser que si la dejaba en el Banco de España se la robasen o la utilizase Urtasun para cualquier gilipollez.

Esto es lo que se conoce como la batalla de Dorylaeum o, españolizado, Dorilea, e hizo muchísimo por alimentar la moral de los cruzados; no tanto de sus cautelosos aliados bizantinos. Los latinos interpretaron aquella victoria como la señal de que Dios estaba con ellos, y no era para menos. En Arslan y Ghazi se concentraba buena parte del poder turco musulmán en Asia Menor, y ahora había doblado la rodilla. Los cruzados comenzaron a sentirse sinceramente como un ejército divino, protegido por Dios.

Ahora había que seguir avanzando. Tacitio, que conocía bien la zona, decidió que el ejército cruzado avanzaría por Frigia. Sin embargo, esa decisión se reveló como muy comprometida. Los musulmanes habían sido vencidos en el campo de batalla; pero retenían muchas capacidades de dar por culo. En una época del año en la que los cauces de los ríos están casi todos secos, los cruzados comenzaron a encontrarse los pueblos y los campos arrasados y, lo que es peor, los pozos envenenados. Esto causó que los cruzados comenzasen a pensar que todo aquello formaba parte de una estrategia de Tacitio para labrar su perdición; así de convencidos estaban de que, en el fondo, a los bizantinos la victoria de Dorylaeum no les había hecho ni puta gracia. Los cruzados salieron de Nicea el 26 de junio y sus primeras unidades tuvieron a la vista Antioquía el 20 de octubre. Es decir: los cruzados tuvieron que enfrentarse a cuatro meses de marcha por un territorio hostil y arrasado. Pero por fin estaban a la vista de la plaza que, conquistada, tenía que ser la llave de Siria y de la costa palestina.

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