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El general Mac-Mahon decidió cruzar el Mosa por Remilly y Mouzon. Moltke estaba perfectamente informado de esto; para entonces, gracias al despacho de Havas, había podido seguir los movimientos franceses con total precisión; y decidió tratar de pararlo antes de que llegase a la ribera fluvial; así pues, le ordenó al príncipe de Sajonia atacar en las cercanías de Beaumont-en-Argonne.
El general Failly, uno de los jefes de cuerpo de ejército presentes, no pudo, o no quiso, porque la verdad es que para entonces iba con una depresión de cojones, obligar a sus soldados, cada vez más prostibularios y al borde del motín, a acampar como es debido. Así las cosas, a mediodía del 30 fue sorprendido por el XIV Cuerpo de Alvensleben, en un momento en el que sus soldados estaban literalmente tirados en las esteras haciendo el conas. Los soldados se retiraron a los bosques, desde donde contraatacaron hasta obligar a los alemanes a retroceder. Sin embargo, Moltke había previsto que el ataque estuviese reforzado por dos cuerpos de ejército del príncipe, que llegaron al teatro de la batalla más o menos en ese momento. Los franceses llamaron con el cañón a sus cuerpos V y VII, verdaderamente cercanos; pero éstos no se movieron hacia la batalla. El general Ducrot, que marchaba hacia Carignan, no se paró. Por lo que respecta al general responsable del otro cuerpo, Félix Charles Douay, difícilmente se hubiera podido encontrar un solo general prusiano más convencido de la victoria de los alemanes que él. Así pues, temiendo enviar a sus soldados, y enviarse a sí mismo, a una derrota segura, prefirió hacerse el sueco. Solamente el fiel ayuda de campo del emperador, el general Lebrun, hizo honor a sus entorchados prestando ayuda a Failly, y eso que ya había cruzado el Mosa y que, de hecho, Mac-Mahon, a quien todo lo que le importaba era llegar a Montmédy, le conminó a seguir avanzando y pasar de la lucha.
Así las cosas, Failly ordenó tocar retirada hacia Mouzon. Bajo el intenso fuego artillero, los franceses hubieron de cruzar el Mosa, que no es un río fácil de cruzar a menos que tengas algún puente practicable y pacífico a mano. En el camino, los franceses se dejaron 5.000 hombres y, lo que es peor desde un punto de vista bélico, la mayor parte de su artillería.
Muy tarde, el mariscal Mac-Mahon se daba cuenta de que había hecho el gilipollas. Él creía que en Beaumont los franceses sólo tenían enfrente al príncipe de Sajonia; eso es, de hecho, lo que Moltke había querido que creyera. Pero, en realidad, se habían enfrentado a la hidra prusiana en toda su turgencia, sufriendo gravísimas pérdidas y poniendo en peligro toda la retirada del ejército de Châlons; y eso, habiendo asumido ya con bastante seguridad que Bazaine estaría por algún lado recibiendo hostias por todos los lados. Así pues, resolvió abandonar el proyecto de retirarse hacia el norte y buscar abrigo algunos kilómetros río abajo, en Sedán. Ducrot le llevó el recado al emperador, quien hizo ademán de protestar, pero estaba demasiado débil. Así pues, el emperador fue introducido en un tren a Carignan. Llegó a Sedán ya de noche y se alojó en la subprefectura.
Sedan era una villa bastante débil, sin artillería ni aprovisionamientos. Pero tenía una ciudadela más que pintona en la que los franceses esperaban poder llevar a cabo una resistencia adecuada. El plan de Mac-Mahon seguía siendo retirarse, a Mezières; pero, antes, necesitaba parar a los alemanes, y pensaba que Sedán presentaba las características adecuadas para ello. La verdad, era una decisión irracional, dictada por la desesperación. Si los alemanes lograban tomar las colinas que rodean a la villa, podrían convertirla en una ratonera.
Los cuatro cuerpos franceses, en ambas riberas del Mosa, remontaron el río en una total desorganización. En la mañana del 31 de agosto, el V Cuerpo se estableció en el noreste, en el llamado Vieux Camp; el VII Cuerpo se colocó un poco más lejos, en el conocido como Butte de l'Argelie. Y, finalmente, el XII Cuerpo se estableció a unos cuatro kilómetros al sur de Bazeilles. Sí, falta el cuerpo de Ducrot. Pero es que no había llegado.
A Buzancy había llegado el káiser Guillermo. Moltke estaba al cargo de todo. El príncipe de Sajonia, que estaba en la rivera derecha del Mosa, debería barrer la ruta hacia el este, mientras que el príncipe real bloquearía las del sur y del oeste, tratando de obligar a Mac-Mahon a buscar refugio en territorio belga. En esa posición, con su Ejército fuera del país y sin posibilidades de entrar, los franceses tendrían que capitular.
En esas horas, Mac-Mahon recibe al general Emmanuel Félix de Wimpffen, que ha sido enviado por Palikao desde París para sustituir a Failly, considerado incapaz de estar a la altura de la hora grave que se le presenta al país. Lo que Wimpffen se calló delante de su jefe militar fue que traía en su guerrera, escondida, una carta firmada por Palikao nombrándole comandante en jefe, con la instrucción del jefe de gobierno de hacerla valer si veía que Mac-Mahon flaqueaba o comenzaba a hacer el subnormal.
Los propios lugareños de la zona, que huían hacia Sedán para buscar refugio, informaron de que los alemanes avanzaban en un movimiento concéntrico. Las órdenes de Moltke habían sido perfectamente ejecutadas; por lo tanto, sólo la ruta hacia el norte permanecía abierta si los franceses querían huir. Para poder retirarse con garantías, los franceses deberían haber tomado el control de los altos del llamado bloucle d'Iges para, entre eso y la protección natural del Mosa, poder estar razonablemente protegidos. Pero, inexplicablemente, nadie se había dado cuenta de eso.
La moral francesa en Sedán, para entonces, estaba bajo mínimos. Douay le confesó en esas horas a uno de sus adjuntos: “ya no nos queda sino hacer lo mejor que sepamos antes de sucumbir”. Ducrot, bastante encabronado por los muchos y repetidos errores que se habían cometido, decidió pasar la que pensaba que sería su última noche al raso, junto al fuego, acompañando a sus zuavos.
En la mañana, antes de levantarse la bruma de madrugada, el I Cuerpo de ejército prusiano, formado por bávaros fundamentalmente, atacó Bazeilles. A la infantería de marina que defendía la villa se unieron los propios habitantes. Se luchaba calle a calle, y los alemanes debieron pedir refuerzos. Esperaban la salida neta del sol; en el momento en que salió, comenzaron a eructar los cañones.
En el momento que la lucha en Bazeilles se estabilizó, los alemanes se aplicaron a tomar las alturas desde las que sabían que podrían dominar Sedán. Mac-Mahon, en la tarde, se desplaza a revisar las tropas en Bazailles. Allí, sin embargo, le alcanzó un obús que lo desmontó; fue evacuado a Sedán. El emperador envió inmediatamente a su médico personal, quien aseguró que el mariscal viviría. En el camino hacia la villa, el mariscal, sin consultar al emperador, le había cedido el mando a Ducrot. El general, en cuanto se vio al mando de las tropas, ordenó la retirada hacia Mezières; era la medida que venía defendiendo desde días atrás. Lebrun trató de poner palos en las ruedas, pero Ducrot tenía a su favor el argumento del tiempo. No se podía perder ni un minuto. Si tardaban demasiado, pronto el paso por el desfiladero de La Falizette, camino de Vrigne-aux-Bois, no sería seguro.
Pero entonces, claro, aparece Wimpffen. El hombre que venía de París, aleccionado por un gobierno que por encima de todo quería que el ejército de Châlons asistiese a Bazaine, y que para eso le había dotado con una trump card que lo convertía en comandante en jefe. Y la jugó en ese momento, además de informar, fríamente, a Ducrot de que negaba su permiso para la retirada. Ducrot, con la voz temblorosa por la ira, le contestó: “llevo un mes luchando con lo prusianos. Puedo jurarle, mi general, que su objetivo es rodearnos. Os suplico que mantengáis la orden de retirada”. Wimpffen no le escuchó. Bazeilles parecía darles una ventaja, argumentó, y “todo lo que necesitamos es una retirada”. Ducrot, finalmente, lo abandonó, regresó a sus filas y, allí, le informó a sus oficiales de que todo estaba perdido.
Wimpffen no era mal militar. Algo anticuado para la época, eso sí. Y era un francés de pura cepa, pues era una persona profundamente infatuada. Para él, el movimiento necesario en ese momento para el ejército francés: presionar al príncipe real hacia el sur para poder ganar Carignan, era perfectamente posible. Algunas veces, a las personas la realidad no es capaz de estropearles una ilusión. Era un personaje tan infatuado que, a la misma hora que Ducrot le aconsejaba a sus oficiales que se pusieran a bien con Dios, él le estaba asegurando al emperador que “en dos horas arrojaré a los prusianos al Mosa”.
La realidad, sin embargo, es muy distinta. Todo el optimismo de Wimpffen se basaba en el pretendido éxito de la resistencia en Bazailles. Sin embargo, en Bazailles, conforme avanzaron las horas, los alemanes llegaron a triplicar sus fuerzas, y lanzaron una nueva ofensiva. Los franceses debieron evacuar finalmente la villa, excepción de la Maison Bourgerie, que los franceses conocerían como le Maison des Cartouches. Allí, a la salida del pueblo en dirección a Sedán, tres oficiales y cincuenta soldados resistieron más de una hora contra más de un regimiento prusiano. Los bávaros, encabronados por lo mucho que les había costado su victoria, hicieron una carnicería en el pueblo. Lo incendiaron por completo, fusilaron a todo aquél a quien encontraron con armas en la mano, y fusilaron a oficiales franceses detenidos y desarmados.
El XII, tras este durísimo castigo, se movió dos kilómetros al norte, a una villa llamada Balan. Hasta allí lo persiguió el II Cuerpo bávaro, obligándolo a retirarse. Pero la batalla fundamental se libró al noreste de Sedán. El V y XI cuerpos prusianos se aposentaron delante de Duay, mientras que los sajones en la guardia prusiana fueron dominando todas las villas del valle de la Givonne, amenazando seriamente a Ducrot. Los dos ejércitos prusianos habían conseguido converger, y ahora disponían de 540 piezas de artillería.
Rápidamente, las limitaciones de Wimpffen como jefe militar, que eran muchas, se hicieron evidentes. En esas circunstancias, hubo de ser Ducrot el jefe de operaciones de facto. Concentró sus tropas, y la poquísima artillería que le quedaba, en el alto de Illy, consciente de que aquél era el último gesto de una guerra perdida. Allí, las infanterías disponibles estaban bajo una lluvia de obuses. Como último recurso, le ordena a la caballería ligera que manda el general Jean Auguste Margueritte que caiga sobre las columnas prusianas que avanzan sobre Floing, para tratar de despresurizar el acoso. Margueritte está gravísimamente herido, de hecho morirá algunos días después, por lo que el mando acabó recayendo en Gastón Alexandre Auguste, marqués de Gallifet, por lo que normalmente lo encontraréis citado en los libros como el general De Gallifet. Los cinco regimientos disponibles cayeron sobre las líneas prusianas y llegaron a destrozar una batería. Pero la pelea era totalmente asimétrica, y Gallifet hubo de remontar las alturas con sus caballeros notablemente mermados. Ducrot le pidió que bajara una vez más “al menos por el honor de las armas” y, al tiempo, ordenó la carga de la propia infantería. Sin embargo, esa orden ya sólo fue parcialmente obedecida. Los soldados estaban cansados, sucios; llevaban días sin cagar ni comer ni beber como se debe, y para ellos, como para cualquiera, era evidente que el monstruo prusiano era demasiado grande y demasiado potente. Los generales, ésos que en todo momento tienen algún segundo para pensar en las enciclopedias del mañana, todavía querían salvar el honor. Pero los soldados sabían que, una vez que el Imperio estaba perdido, ya no había nada que salvar, salvo la vida propia; a ellos nunca los citaría la Larousse por muchas heroicidades que cometiesen. Así las cosas, la lucha, ya de por sí desigual, lo fue en grado sumo, pues no fueron todos los que bajaron a llevarla a cabo. Los prusianos, literalmente, destrozaron las unidades francesas.
Allí, abajo de Illy, quedaban algunas unidades luchando. Pero la mayoría del Ejército francés se había rendido. Eran las dos de la tarde, y los prusianos tenían en su poder miles de prisioneros. Y las cenizas del II Imperio.
Todos los indicios son de que el emperador deseó la muerte durante aquellas horas, consciente de lo que estaba pasando y sospechoso de lo que iba a pasar. No llegó hasta el punto de acercarse por Illy, donde muy probablemente algún obús se lo habría emasculado. Pero, montando a su alazán Phoebus (lo cual, para él, ya era un esfuerzo hercúleo que le hacía pararse cerca de árboles frondosos y apoyarse a ratos largos) fue a visitar a los defensores de Bazeilles y Balan, y estuvo por lo menos una hora plenamente expuesto al fuego artillero; tanto, que dos de los oficiales de su equipo murieron al ser alcanzados. Luego bajó al valle de Givonne y remontó hacia Garenne. A las once fue a Sedán, donde el bombardeo había terminado horas antes.
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