miércoles, julio 12, 2023

El otro Napoleón (55: Oportunidades perdidas)

Introducción/1848
Elecciones
Trump no fue el primero
Qué cosa más jodida es el Ejército
Necesitamos un presidente
Un presidente solo
La cuestión romana
El Parlamento, mi peor enemigo
Camino del 2 de diciembre
La promesa incumplida
Consulado 2.0
Emperador, como mi tito
Todo por una entrepierna
Los Santos Lugares
La precipitación
Empantanados en Sebastopol
La insoportable levedad austríaca
¡Chúpate esa, Congreso de Viena!
Haussmann, el orgulloso lacayo
La ruptura del eje franco-inglés
Italia
La entrevista de Plombières
Pidiendo pista
Primero la paz, luego la guerra
Magenta y Solferino
Vuelta a casa
Quién puede fiarse de un francés
De chinos, y de libaneses
Fate, ma fate presto
La cuestión romana (again)
La última oportunidad de no ser marxista
La oposición creciente
El largo camino a San Luis de Potosí
Argelia
Las cuestiones polaca y de los duques
Los otros roces franco-germanos
Sadowa
Macroneando
La filtración
El destino de Maximiliano
El emperador liberal y bocachancla
La Expo
Totus tuus
La reforma-no-reforma
Acorralado
Liberal a duras penas
La muerte de Víctor Noir
El problemilla de Leopold Stephan Karl Anton Gustav Eduardo Tassilo Fürst von Hohenzollern.Sigmarinen
La guerra, la paz; la paz, la guerra
El poder de la Prensa, siempre manipulada
En guerra
La cumbre de la desorganización francesa
Horas tristes
El emperador ya no manda
Oportunidades perdidas
Medidas desesperadas
El fin
El final de un apellido histórico
Todo terminó en Sudáfrica 



La batalla no se define. Frossard no ha conseguido defenderse con eficiencia; pero, al tiempo, Canrobert ha conseguido frenar el avance prusiano. En esa situación indefinida, Ladmiraut se las arregla para juntarse con sus compañeros viniendo desde Sainte-Marie-aux-Chênes. Situado en el ala derecha francesa, en el bosque de Tonville, intentará desbordar al ala izquierda alemana. El general Changarnier, que estaba con él, le intimó a ser prudente en su enfoque. Y no se equivocaba. El príncipe Federico Carlos había llamado en su auxilio al X Cuerpo de ejército prusiano y, a su llegada, el francés hubo de retroceder. Los franceses estaban esperando sus propios refuerzos, al mando de Ernest Louis Octave Courtot de Cissey; y, cuando llegaron, ambas caballerías chocaron en un enfrentamiento frontal. Los prusianos, algo más numerosos y mejor preparados, consiguieron prevalecer sobre los franceses, que se batieron en retirada.

A decir verdad, Ladmiraut no estaba ni de lejos en una situación desesperada. Conservaba interesantes posiciones artilleras, y tenía unidades que no habían participado en la batalla y estaban frescas. La infantería prusiana, por su parte, estaba un tanto dispersa. Sin embargo, de nuevo el silencio: no tuvo noticias de Bazaine y la ayuda que le envió Le Boeuf estuvo lejos de ser la esperada. Así las cosas, retiró sus tropas hacia Arcourt, convencido de que serían necesarias en la batalla que esperaba para el día siguiente.

La batalla en Tonville había terminado ya cuando la de Rezonville seguía en todo lo gordo. Los prusianos estaban intentando tomar la principal posición del pueblo, conocida como la Casa Blanca. Su apuesta clara era por la artillería, pero a pesar de su fuego denso y continuado los franceses consiguieron mantener la posición. Así las cosas, al llegar la noche el conjunto de todos estos enfrentamientos, conocido por los franceses como batalla de Gravelotte-Rezonville-Mars-la-Tour, se saldaba sin ganador claro.

El empate, sin embargo, esconde el hecho de que, cuando menos en mi opinión, aquella noche los franceses debían estar celebrando, o preparándose para celebrar, una gran victoria. Tenían unos 136.000 hombres contra 91.000 prusianos; 364 cañones contra 222. Sin embargo, como en parte hemos visto, en la batalla de Gravelotte ha quedado claro que los generales franceses o no saben, o no quieren, aprovechar todas sus ventajas porque, simplemente, no quieren correr riesgos. A fuer de ser precisos, hay que decir que todo eso tiene una razón de ser. Para entonces, después de las dos grandes derrotas con que se había saldado el principio de la guerra, los altos militares franceses vivían obsesionados con la idea de no dejar franco el camino de París. Así las cosas, les costaba asumir riesgos.

La mejor prueba de lo que digo es que la batalla del día siguiente, esa que esperaba Ladmiraut, no llegó nunca. Bazaine, quien tenía elementos de juicio suficientes como para dar la orden esperada por su subordinado, nunca la dio y, muy al contrario, ordenó el regreso de las tropas a Metz. Ciertamente, Bazaine le había prometido al emperador reencontrarlo en Châlons. Pero allí, o por lo menos muy cerca, está ya Mac-Mahon, un personaje al que Bazaine detestaba profundamente; y, además, el general le daba un gran valor estratégico a Metz. De poder colocar ahí el grueso de sus fuerzas, pensaba que podría evitar las grandes batallas a campo abierto, pudiendo aceptar, por así decirlo, los enfrentamientos que considerare más favorecedores, y con una gran flexibilidad a la hora de utilizar fuerzas y capacidades.

A las once de la mañana, pretextando una escasez de municiones y de víveres que, en realidad, no existía en ese momento, Bazaine le comunica al emperador que lo encontrará en Briey, y da la orden de retirarse.

En el campo prusiano, Federico Carlos ha emitido una orden general en la que ordena a sus tropas que mantengan sus posiciones. Él, como Ladmiraut, espera que los franceses ataquen. Para entonces ya sabe que el día anterior los prusianos han sufrido más pérdidas que los franceses y asume que los posicionamientos del enemigo son mejores que los suyos. Así que ordena a sus soldados poner el culo contra la pared, apretar los dientes y, si hay que dar hostias, se dan. Tras dar la orden, observa, alucinado, cómo el ejército francés comienza a moverse de sus posiciones hacia atrás. Inmediatamente, le escribe a Moltke contándole la subnormalidad que está viendo y ordena al ejército moverse hacia los franceses en un movimiento envolvente. De nuevo, el centro de todo será el ejército de Steinmetz, que ha pasado el Mosela.

A las ocho de la tarde del día 17, los franceses están asentados en una línea de unos doce kilómetros, desde Bozérieulles a Roncourt. Contando con la cercanía de Metz, la posición no es nada mala. El cuerpo de ejército al mando de Frossard, en el ala derecha, protege con solidez el camino a Verdún. En el centro, Le Boeuf y Ladmiraut, dos mandos que, personalmente, se matarían a hostias si pudieran. A la derecha Canrobert, en Saint-Privat. La Móvil está de reserva en Plappeville, al mando de Bazaine.

A mediodía del día 18, los prusianos están cerca. Han crecido. El ejército de Von Steinmetz y el de Federico Carlos se han unido en una masa de 160.000 hombres. Pero no se atacan, porque Moltke ha recomendado ser prudentes y Bazaine, por su parte, ha dejado claro que hay que defenderse pero no atacar. Aquel día, dice la lógica, no habrá batalla.

La lógica, sin embargo, tiene poco que ver con la guerra. Albrecht Gustav von Manstein, comandante del IX cuerpo prusiano (y abuelo adoptivo del mariscal Erich von Manstein), se apresta para la pelea. Considerando que Ladmiraut está mal defendido, decide atacarlo. Pero tanto la artillería como la superioridad técnica de los chassepots se impone. Los franceses incluso toman dos cañones prusianos.

Aislado del resto de sus compis, la vida de Manstein y de sus hombres pende, en ese momento, de un hilo que son las órdenes que pueda dar Bazaine. El comandante en jefe, sin embargo, no se toma en serio la posibilidad. Quien si lo hará será Federico Carlos que, viendo a su compañero en peligro, le envía al III Cuerpo. El empuje de los soldados nuevos es tan fuerte que la artillería francesa tiene que abandonar sus posiciones. A las cuatro y media de la tarde, el avance prusiano sobre el centro de la línea francesa parece imparable. Y en las alas la situación no es mucho mejor. En la izquierda, Steinmetz ataca a Frossard y Le Boeuf mientras, por cierto, el káiser y Moltke le observan en la distancia. Sin embargo, la defensa francesa es tan fiera que la tropa alemana queda en desorden. El káiser regresa a Gravelotte mientras Moltke comienza a planear el paso del Mosela de retirada. De hecho, para entonces Steinmetz no sólo no ha podido con los franceses, sino que está a merced de que Bazaine pueda enviar contra él a alguna de las tropas de reserva.

Las cosas, sin embargo, se definen en otro sentido en el ala derecha. Allí está Canrobert con apenas 23.000 hombres y casi sin artillería. Se enfrenta a la Guardia Real prusiana, al mando del príncipe Friedrich August Eberhard, Prinz von Würtemberg; así como un cuerpo de Sajonia, al mando del príncipe heredero de dichos Estados, que quieren tomar Sainte-Marie-aux-Chênes, muy cerquita ya de Saint-Privat. Los franceses, tras perder la mitad de sus efectivos, se retiran a Roncourt.

Con la caída del flanco de Canrobert, el movimiento de pinza que intentan los prusianos se hace posible. Por eso, el general solicita refuerzos a Bazaine, a lo que el general responde diciendo que le va a enviar una división de la Móvil. Pero no lo hace. Y mientras no lo hace, el príncipe de Wúrtemberg emplaza sus mejores tropas en el asalto a Saint-Privat. En la batalla, sin embargo, los alemanes sufren grandes pérdidas.

En el momento en que los franceses consiguen que el signo de la batalla cambie en el ala derecha, se llega al momento crucial de la guerra franco-prusiana. El momento de los valientes. Bazaine tiene la batalla, la guerra, en sus manos; pero debe reaccionar rápidamente. La mejor forma de definir la batalla en favor de Francia es reforzar la línea de Canrobert. Con el flanco izquierdo francés sólidamente instalado, si el flanco derecho resiste, no podrá haber maniobra de pinza. La estrategia primaria de Moltke habrá fracasado. Pero, como digo, Bazaine no es que no refuerce a Canrobert; es que ni siquiera le manda los tristes refuerzos que le prometió. Bourbaki, mucho mejor militar que su jefe, había entendido la gravedad del momento y había tentado a ayudar a su colega incluso en contra de las órdenes del comandante en jefe. Pero, finalmente, cuando se ve solo, decide quedarse quieto.

Para entonces, en Saint-Privat, Canrobert está aguantando el asalto de 210 cañones. Desde Sainte-Marie-aux-Chênes, llegan oleadas de infantería prusiana, una detrás de la otra. Los franceses resisten a la bayoneta. Pero llega un momento en el que el general no puede sino tocar retirada. El VI Cuerpo se dirige a Metz por el bosque. Allí, la artillería de la Guardia Móvil les da protección. Para entonces, Ladmiraut también tiene su flanco descubierto, y también se retira. Le ha pasado lo mismo que a Canrobert, sólo que en su caso ha sido Le Boeuf a quien no le ha salido de los cojones enviarle refuerzos.

A decir verdad, en el mismo momento en que caía Saint-Privat, Frossard podía dar por ganada la batalla contra Steinmetz. Pero, en realidad, ya daba igual. Con Canrobert y Ladmiraut retirándose, la línea francesa se abomba primero, y luego se rompe. Todos, pues, deben batirse en retirada, si no quieren verse aislados.

Todavía, sin embargo, hay una ventaja francesa. El Imperio ha perdido 12.500 hombres, por 20.000 los prusianos. Sin embargo, Bazaine, que ha perdido en las horas anteriores varias oportunidades de cambiar definitivamente el signo de las batallas y evitar la gravísima desorganización del ejército francés en ese momento, está a otra cosa. Desde su cuartel general de Ban-Saint-Martin, que es un vecindario de Metz, le escribe al emperador, el día 19 de agosto, que simplemente ha ordenado un cambio de frente para evitar un movimiento de pinza, y que tomará la dirección norte, hacia Sedán y Mézières para llegarse a Châlons.

Prusia ha hecho los deberes. Han llegado nuevos refuerzos para equilibrar las fuertes pérdidas de algunas unidades. Ahora Moltke cuenta con 280.000 hombres, aproximadamente. Con las mejores tropas (Guardia Real, IV y XII cuerpos) forma un nuevo ejército, el llamado Ejército del Mosa, confiado al príncipe heredero de Sajonia (el Chuleta), y que debe unirse al príncipe real en la marcha hacia París.

¿Y el emperador? Apenas llegó el emperador a Châlons, allí se encontró con Mac-Mahon quien, efectivamente, al mando del I Cuerpo iba de retirada. Este general, por lo demás, había cometido otro de los inexplicables errores franceses de aquella guerra, puesto que no había ordenado la voladura de los túneles y líneas férreas de Los Vosgos, con lo que los prusianos pudieron utilizar toda aquella infraestructura para perseguirlo de cerca. La retirada, por lo demás, había sido caótica y dramática, con los soldados sin pertrechos robando directamente todo lo que encontraban en los pueblos a su paso. Por lo demás, la disciplina brillaba por su ausencia, dado que la práctica totalidad de los oficiales y suboficiales estaba muerta.

Châlons, así las cosas, se convirtió en un enorme vertedero de soldadesca. Allí está el emperador, como está también el príncipe Napoleón, que no lo ha abandonado desde Metz. El 17 por la mañana, el emperador celebró una especie de consejo privado en su pabellón de campo con la asistencia del príncipe, Mac-Mahon, Trochu y otros mandos militares. En esa reunión se plantea el tema de que el emperador debe volver a París, pues su posición en aquel lugar es muy difícil, en medio de una tropa de hooligans. El emperador, física y moralmente derrotado, les da la razón. Y no sólo les da la razón; es que, además, afirma que debería haber abdicado.

Se propone el nombramiento de Trochu como gobernador militar de París. Como enemigo declarado de los republicanos, Trochu es extremadamente popular entre los más conservadores. De esta manera, el emperador estará seguro en la capital. El príncipe apoya sin ambages la idea, aunque no lo hace porque crea en ella, sino porque está deseando la caída de Eugenia y todos los que la apoyan.

El emperador duda. Cree que Trochu, en realidad, lo que es, es un orleanista. Que no le será fiel en la hora necesaria. Finalmente, sin embargo, huero de alternativas, acaba firmando dos decretos: uno, nombrando a Mac-Mahon jefe de las tropas de Châlons bajo la autoridad de Bazaine; la otra, nombrando a Trochu gobernador de París.

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