lunes, noviembre 09, 2020

Franco y Dios (y 31: cuando Franco decidió mutar en Franco)

Como quiera que el tema de España, la República y la Iglesia ha sido tratado varias veces en este blog, aquí tienes algunos enlaces para que no te pierdas.

El episodio de la senda recorrida por el general Franco hacia el poder que se refiere a la Pastoral Colectiva

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Y ahora vamos con las tomas de esta serie. Ya sabes: los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.



La entrada de los Estados Unidos en la guerra mundial supuso un problema para España desde muchos puntos de vista. Pero, quizás, el más impactante para la pequeña historia que estamos contando aquí es el hecho de que Washington, tras la Conferencia de Río, arrastrase a la comunidad latinoamericana a romper sus relaciones con el Eje. Personalmente, creo que ponerse a discutir sobre si Franco tuvo, o no, la presciencia de darse cuenta de que Hitler iba a perder la guerra es una discusión inútil. Y es inútil porque yo creo que no fue el Franco militar el que tomó la decisión de tomar distancia con el Eje, sino el Franco jefe de un Estado que ahora se encontraba con que la partida diplomática mundial (antes incluso que la bélica) se ponía en contra de sus aliados y, por lo tanto, puesto que era un país no beligerante, tenía la flexibilidad de quitarse de en medio, y la necesidad de utilizarla. Como digo, cuándo se dio cuenta Franco de que Hitler perdería la guerra es lo de menos; lo demás es cuándo se dio cuenta de que no podía enfrentarse frontalmente con los Estados Unidos.

Quien sí que lo tenía claro, porque en esto tenía las manos menos atadas, era el Vaticano. En mayo de 1942, el nuncio Cicognani cursó a los obispos españoles la instrucción de que había llegado el momento de atizarle al nacionalsocialismo por su racismo y postulados antirreligiosos. Quien tomó ese rábano por las hojas fue el obispo de Calahorra, monseñor Fidel García, quien publicó una pastoral virulenta contra los nazis que circuló por España más que los huevos Kinder, animada por la propaganda inglesa, que hizo nada menos que medio millón de folletos con el texto (hay, por cierto, un libro reciente sobre este obispo que merece una lectura).

En ese momento, el Estado franquista se planteó tres grandes cosas para garantizar su supervivencia; la primera, el acercamiento, mediante algunas de sus terminales, a los aliados; la segunda, la tentativa de erigirse en árbitro bueno de la situación, apostando por un final pactado de la guerra en el que pudiera actuar de mediador entre las partes (y sacar la correspondiente tajada); y, en tercer lugar, abordar la definición constitucional del Estado para evitar su timbre de provisionalidad de dictadura militar y ganar prestigio internacional con ello (el proceso que acabaría por declarar que España era un reino sin rey a las órdenes de Franco).

En el marco de este proceso, Yanguas recibió la orden de sondear las ideas del Papa sobre la materia, aprovechando las celebraciones de su jubileo episcopal. En paralelo, el conde de Jordana diseñó para Franco un programa diplomático que buscaba convertir a España en el primer país que se convertía en valedor de los principios de política internacional expresados desde el Vaticano. Para ello, el gobierno franquista se planteó obtener la solidaridad y el apoyo, no sólo del propio Papa, sino de los países europeos más netamente católicos (Portugal, Irlanda y Hungría), a los que se quería unir a Suiza y Suecia como países neutrales. Después de eso, se pensaba hablar con los Estados Unidos para que participase en una gestión conjunta con España frente al Vaticano; la participación estadounidense debería recabar la solidaridad latinoamericana. Todo habría de cristalizar en una propuesta de paz.

En septiembre de aquel 1942, Myron Taylor, representante de los Estados Unidos ante el Vaticano, estuvo en Madrid; los españoles le comieron la oreja con el que sería su machaca exitoso durante los próximos años: el peligro comunista. Ya a finales de octubre, Jordana se entrevistó con Teotonio Pereira, embajador portugués en Madrid. Ambos apreciaron sintonía y avance, y el hecho es que para finales de noviembre se preparó un encuentro de Jordana con altos representantes lusos en Lisboa.

En el fondo de todos estos contactos se encuentra la mutación cuidadosamente diseñada en El Pardo: España, sin dejar de ser país no beligerante, pasaba de ser una nación decididamente proalemana y con veleidades fascistas para pasar a ser una nación frontalmente opuesta al peligro comunista y, en esa tentativa, fuertemente soldada a las concepciones vaticanas; lo cual, según esta teoría, le daba el “derecho” de tratar de coordinar internacionalmente a los países católicos no beligerantes ya citados.

Todos estos movimientos vinieron a coincidir con la sustitución de Yanguas Messía al frente de la embajada española cabe el Vaticano por Domingo de las Bárcenas. A Las Bárcenas, sin embargo, el cardenal Maglione no tardaría en echarle un jarro de agua fría con el tema del plan internacional español. Sin dejar de reconocerle, de boquilla, que España era el único país que estaba en condiciones de ser escuchado por ambas partes beligerantes, le dejó muy claro que el Vaticano, pieza fundamental en el montaje de El Pardo, no estaba por la labor de hacer ese viaje en la bicicleta de Franco.

Poco tiempo después, el propio Papa recibió al embajador. Lo primero que hizo fue informarle de que había escrito a Franco solicitándole el regreso a su diócesis del cardenal Vidal. Franco le contestaría en febrero de 1943 con múltiples expresiones de candor y obediencia católica, pero dejándole claro que consideraba que la vuelta de Vidal supondría un grave problema para la convivencia pacífica en España; así pues, el curita se quedaba donde estaba. Parece ser que Vidal, antes de fallecer en septiembre de 1943, hizo un intento de desembarcar en Barcelona por vía aérea, pero la policía lo pilló y lo devolvió.

En lo que Pacelli se mostró más claro todavía que su secretario de Estado era el tema del plan internacional de lavado de imagen de Franco. No albergaba dudas, le dijo a Las Bárcenas, de la sinceridad de las convicciones anticomunistas del general Franco; pero él, como pontífice, no podía olvidar que el comunismo no era el único peligro que acechaba en el tablero. Se refería, claramente, al nazismo.

Fue esta presión la que, de alguna manera, inventó lo que luego se ha dado en llamar nacionalcatolicismo. Ciertamente, el bando nacional se alzó contra la República, entre otras cosas, en defensa de la religión católica. Ciertamente, el nuevo Estado surgido tras la guerra civil nunca habría renunciado a su identificación católica. Pero eso no nos debe nublar: también radicalmente católica era Irlanda. Y, desde luego, eso habría supuesto, como supuso, que determinadas cosas, como el divorcio o el aborto, llegasen con mayor retraso a nuestro país como han ido llegando, por ejemplo, a Irlanda. Pero no quiere decir, exactamente, que la Iglesia y el Estado se interpenetrasen de la manera que lo hicieron en España. Esto fue fruto de la necesidad de Franco de convertirse, a partir sobre todo de la segunda mitad de 1942, en un estadista diferente del que él mismo había sido desde la primavera de 1939.

A principios de abril de 1942, cualquier persona en el Ministerio de Asuntos Exteriores os habría dicho que el plan Franco, normalmente conocido como Plan D o Plan Doissounave por quien fue su principal muñidor, iba de cine. Sin embargo, se jodió en una semana, porque el día 8 Irlanda comunicó que no participaría y, el 12, Suiza también se giñó. Detrás de todo ello estaba el hecho de que las principales naciones beligerantes estaban en contra del plan, aunque por motivos distintos. Este fracaso provocó que el franquismo iniciase un movimiento que, la verdad, de haber sido un régimen inteligente, habría ensayado antes: intentar, sólo o en compañía de otras potencias católicas, que Alemania cediese a la presión contra las instituciones religiosas. De esta manera, buscaba España que al Papa no le quedase más enemigo que el comunismo (lo cual convertiría a España en su mejor amigo, claro). Berlín , sin embargo, se mostró enormemente renuente a colaborar; en ese momento ya recelaban bastante de Franco, puesto que España, iniciando una iniciativa que, cuando menos teóricamente, tenía que terminar en un acuerdo de paz, se negaba la única tesis defendida por los alemanes, que era la victoria total. Con el atentado contra Hitler, los Estados Unidos hicieron algunas gestiones para saber si Madrid podría ser el teatro de conversaciones de paz, pero yo creo que lo hicieron sin mucha convicción; España, desde luego, se mostró dispuesta a participar en esas iniciativas. Franco, sin embargo, aparentemente siempre pensó que Alemania no sería definitivamente derrotada, por lo que todas sus gestiones despidieron siempre un tufo “de parte” que hizo más aconsejable a los aliados, conforme fueron teniendo más fuerza, fiarse de teatros de negociación más lógicos, como lo fue, por ejemplo Suecia.

Al fin y a la postre, pues, España no consiguió ser el mediador bienintencionado que había decidido ser para consolidar su posición internacional; cosa que pagaría cara cuando se formasen las Naciones Unidas y comenzase el largo proceso de aislamiento del franquismo; el cual, sin embargo, contó con un inestimable aliado en el bando republicano en el exilio, torpón, dividido, que nunca entendió que, sin coordinación con la oposición interior, no iba a ningún lado y que, salvo honrosas excepciones, tampoco entendió que enrocarse en un republicanismo con no muy buena prensa no era la mejor de las estrategias.

Sin embargo, lo que sí consiguió España a cambio de sus gestiones fue la identificación con el Vaticano; algo que le vendría muy bien con el tiempo. España volvería a convertirse en el baluarte de la Santa Sede, especialmente en aquellos tiempos, que fueron varios, durante los cuales el gobierno de la Iglesia pasase por etapas de corte más conservador. A la postre, pues, España se cobraría en el ámbito internacional parte de los favores que creía haber realizado a la Iglesia católica, y que, realmente, conformaban una deuda bastante abultada.




Dicho esto, espero haberos convencido, en estas notas, de que la relación entre Franco y la Iglesia, incluso en los primeros tiempos de su régimen, no fue un lecho de rosas. He escrito estas notas no porque tenga proclividad por los mismos; en realidad, ninguno de los dos bandos del enfrentamiento me cae muy simpático. Pero, cuando se lee Historia (yo no soy historiador, ni tengo ganas de serlo) acaba por sufrirse un picor muy molesto, que es el que se produce cuando te das cuenta de que hay hechos que son pasto de tópicos, de verdades más tocadas de la fe que del conocimiento; y, por mucho que te rasques, el picor nunca desaparece.

No sé si me he rascado lo suficiente, pero por lo menos quiero dejar este mensaje postrero. Sin cuestionar que el franquismo, en todos los universos posibles que puede ver Griffin, el arcaniano pentasimensional de Men in black III, fue y hubiera sido un régimen de misa diaria y educación a golpe de Ángelus, no fue, ni mucho menos, una balsa de aceite diplomática para el Vaticano, arrastrado por su necesidad imperiosa de cerrar cualquier hemorragia democratista o nacionalista en el episcopado español.

Y tampoco debéis olvidar que el general Franco, como le ocurre a todas las personas que entienden de política y practican ese entendimiento, nunca tuvo, esto debéis entenderlo; nunca tuvo amigos.

Sólo aliados.

La guerra civil española y el franquismo (la II República, desgraciadamente, ya no tanto) son experiencias intelectuales apasionantes. Están, desde luego, entre los episodios históricos que a mí me fascinan; y los episodios históricos que a mí me fascinan,  como puedan ser el Concilio de Trento, la Inglaterra de Isabel (primera), el II Imperio francés o el derrumbe de la URSS, siempre me fascinan por lo mismo: por su complejidad. La GCE y el franquismo son, ambos casos, dédalos complejísimos de factores, de protagonistas, de tendencias, de ambiciones. Cada vez que leo en las redes, normalmente en Twitter, a alguien,  normalmente educando en Historia, que dice rayarse con cualquiera de estos dos temas: la guerra civil o el franquismo, me entra una pena horrorosa, porque yo creo que debería ser exactamente al revés. Como españoles, es medio siglo de nuestra Historia que debería fascinarnos porque, por muchos años que lo estudiemos, nunca terminaremos de desbastarle todos los matices.

Paradójicamente, los pueblos suelen hacer con sus grandes sucesos históricos justo lo contrario. Los convierten en argumentos sencillos, fáciles de explicar; en cosas que caben en un esquema de ésos que se hacen para pasar una Selectividad pastueña. El proceso de hacer nuestro un pasado, o de alejarnos completamente de él para poder rechazarlo a gusto, normalmente necesita de este tipo de simplificación basta en el que los procesos históricos se convierten en la interacción de seres unidimensionales. La Historia ya no la construyen complejos mamíferos homínidos sino organismos unicelulares que sólo saben hacer una cosa. Y, repito, es una lástima. 

Los cinco primeros años de mando del general Franco desde que lo nombraron Generalísimo y él entendió que lo nombraban Jefe del Estado son la leche. Son años en los cuales Franco fusiló a falangistas y ordenó la censura de cartas pastorales escritas por cardenales de la Iglesia Católica. Años muy complejos, años en los que al general le fue imposible esconder esa complejidad; una labor a la que se aplicaría las siguientes cuatro décadas, sin conseguir alguna vez sus objetivos. Es esa complejidad la que yo he tratado de trazaros en esta serie. 

En tiempos de simpleza como los nuestros, este tipo de esfuerzos comportan  una gimnasia necesaria.

 

Pour en savoir plus:

Aguirre Prado, Luis. La Iglesia y la guerra española.

Comas, Ramón: Isidro Gomá, Françesc Vidal i Barraquer. Dos visiones antagónicas de la Iglesia española de 1939.

Garriga, Ramón. El cardenal Segura.

Gil Delgado, Francisco. Conflicto Iglesia-Estado.

Giménez Martínez de Carvajal, José: Relaciones de la Iglesia y del Estado.

Gómez Pérez, Rafael: Política y religión en el régimen de Franco.

Marquina Barrio, Antonio: La diplomacia vaticana y la España de Franco.

Muntanyola, Ramón: Vidal i Barraquer, el cardenal de la paz.

Petschen, Santiago: La Iglesia en la España de Franco.

Los acuerdos entre la Iglesia y España. Biblioteca de Autores Cristianos.


8 comentarios:

  1. Fantástica serie. He aprendido mucho.

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  2. Excelente serie. Para mí totalmente desconocida y, puedo asegurar, que quedo convencido de algo que antes no sabía, que la relación entre Franco y la Iglesia no fue un lecho de rosas. Eso sí, le deja a uno la sensación de inconclusa, ¿qué firmaron finalmente? Una búsqueda rápida me ha llevado a https://es.wikipedia.org/wiki/Concordato_entre_el_Estado_espa%C3%B1ol_y_la_Santa_Sede_de_1953
    Gracias y ya espero con ansias la próxima.

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  3. Podrías ser un poquito menos ampuloso. Nunca se sabe si se trata de una metáfora, un palabro traído de otro idioma o una errata :¿pentasimensional?

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  4. Anónimo9:45 p.m.

    gracias por la serie!

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  5. Como siempre, una serie genial e interesantísima! Muchas gracias!

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  6. Anónimo11:37 a.m.

    No entiendo por qué no cita usted entre la bibliografía sobre el tema el libro de Luis Suárez Fernández "Franco y la Iglesia", título que, por cierto, viene pintiparado para esta serie de artículos, mucho más que el de "Franco y Dios". El mismo Franco comentó en alguna ocasión que "Dios y la Religión son una cosa, y la Iglesia temporal, otra."

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    1. Pues tienes razón. Es un olvido bastante imperdonable por mi parte.

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