Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo
A principios de febrero, Mao buscó el refugio de Shanghai,
donde el jefe era un hombre de su total fidelidad, Ke Qing Shi. No era su
momento; era el de Liu Shao Chi y el de los “reformadores” que le habían hecho
caso, como Chou En Lai, Chen Yun, y un joven cuadro comunista, estrella
emergente, llamado Deng Xiao Ping. Estos gestores entraron en los planes
estatales como un elefante en una cacharrería. Los planes de requisa fueron
severamente recortados. El plan de construcción de submarinos nucleares fue frenado (o hundido, si lo preferís).
Siguiendo una tendencia que comenzaba a percibirse en la URSS posestalinista,
la inversión en industrias militares fue severamente recortada, mientras buena
parte de ese dinero se desviaba a la industria de bienes de consumo. Los
dirigentes del Partido, por una vez y sin que sirva de precedente, trataban de
mejorar la vida de la gente. Las inversiones en agricultura fueron
incrementadas e, incluso, en algunos lugares se permitió a los agricultores
arrendar tierras de las comunas. Fue promoviendo esta política que Deng Xiao
Ping acuñó su más famosa frase; una frase que, veinte años después,
mesmerizaría a Felipe González hasta convertirse en uno de sus mantras: “no
importa que el gato sea blanco o negro (aunque la frase original es amarillo o
negro); lo importante es que cace ratones” (una frase cuyo sarcástico fondo connotado nos es difícil de captar a los no chinos, ya que gato, en mandarín, se dice precisamente mao) . Este planteamiento estratégico es
nuclear en la China presente. La jornada laboral en las ciudades fue reducida
e, incluso, algunos ciudadanos recibieron autorización para salir del país.
Incluso la verja de Hong Kong se abrió durante unos días; los guardias
fronterizos incluso ayudaron a pasar bebés por encima de la valla.
Este tipo de acciones convierten a 1962 en el año menos
comunista de la Historia de la China de Mao. Incluso los purgados tras la caída
de Peng De Huai fueron rehabilitados; hablamos de 10 millones de personas
acusadas falsamente.
En gran parte, la revolución cultural de Mao es el resultado
de aquel año. De la rabia y la frustración que fue acumulando el Presidente, un
hombre que estaba acostumbrado a que todo el mundo hiciera lo que él quería; y
que, además, tenía un miedo terrible a que China consiguiese funcionar bajo
esas reglas más liberales (como de hecho ha terminado por hacer).
En puridad, para Mao el fin de la hambruna, en 1962, fue un
acicate para resucitar los planes que habían sido abandonados, y abordar otros.
Estaba, por ejemplo, mesmerizado por las aplicaciones militares de la nueva
tecnología láser, o si guang, como lo llamaba él: la luz de la muerte.
Por supuesto, su principal objetivo era La Bomba. En
noviembre, impulsó la creación de un comité, presidido por Chou, cuya función
era coordinar los diversos proyectos, y la mucha gente, que había en el país
implicada en el desarrollo de las tecnologías nucleares de uso militar.
Mao quería una bomba en dos años. Y los Estados Unidos
estaban cada vez más nerviosos. El presidente John Fitzgerald Kennedy dijo en
una rueda de prensa que una China estalinista en posesión de La Bomba era la
mayor amenaza que se le presentaba al mundo desde la segunda guerra mundial.
Como consecuencia de estos pensamientos, la Casa Blanca se planteó en serio la
posibilidad de bombardear las factorías nucleares de China.
Kennedy fue asesinado en noviembre de 1963 (que, por cierto,
no sé con qué base, pero Mao estaba convencido de que dicho asesinato había
sido organizado por “un magnate del petróleo”). Este asesinato escaló los
temas, puesto que Lyndon B. Johnson, su sucesor, comenzó a pensar en la
posibilidad de permitir a los taiwaneses que bombardeasen Lop Nor, el gran
centro nuclear chino.
En abril de 1964, los científicos chinos informaron a Mao de
que estaban en condiciones de explotar una bomba nuclear. Así pues, para evitar
problemas, Mao, días después, aprovechó el setenta cumpleaños de Khruschev para
romper el primer borrador de telegrama de felicitación que había hecho, frío y
formal, y cambiarlo por un texto de comepollismo en modo experto. En todo caso,
su principal problema eran, obviamente, los Estados Unidos.
Como siempre, lo que Mao buscaba era un empeoramiento de la
situación con occidente que hiciese aparecer su gesto de desarrollar una
tecnología nuclear militar como alguno lógico y, sobre todo, como un gesto
defensivo. Y aquí es donde entra en juego Indochina. En 1963, los Estados
Unidos tenían 15.000 asesores militares en Viet Nam; pero el deseo de Mao era
que se implicasen militarmente a favor de Viet Nam del Sur y, a ser posible,
que invadiesen el norte. En otras palabras, Mao quería desplegar una Corea 2.0.
Por ello, comenzó a presionar a Ho Chi Minh para que escalase la guerra,
prometiéndole que, los estadounidenses atacaban Viet Nam del Norte, él lucharía
codo con codo con el Viet Minh.
El problema para el chino era que el Viet Minh estaba justo
en lo contrario. Su estrategia era, precisamente, aplacar a los EEUU,
invitarlos a tranquilizarse en la zona. Mao, sin embargo, desplegó varios
cientos de miles de soldados en la frontera sino-vietnamita. Buscaba la
implicación en el teatro indochino de cuantos más soldados estadounidenses,
mejor; en lo que consideraba una póliza de seguro contra un ataque nuclear de
Washington. Además de este movimiento, ordenó lo que se conoció como la Campaña
del Tercer Frente, en la cual más de 1.000 industrias militares, situadas
mayoritariamente en zonas costeras, fueron trasladadas al interior montañoso de
China para dificultar su bombardeo. El proyecto llegó a consumir algunos años
hasta dos tercios de la capacidad estatal de gasto y, la verdad, fue una flus.
Las factorías, por definición, dependían en buena medida de unas redes de
transportes adecuadas; y, obviamente, junto con las factorías, no se pudieron
trasladar ni las carreteras ni las líneas de ferrocarril, ni los aeródromos.
Las nuevas factorías fueron muchas veces levantadas con piezas de Lego,
colocadas en lugares donde estaban expuestas a inundaciones. La nueva
siderúrgica de Jiuquan, en Gansu, se tomó ¡27 años! de trabajos preparatorios
antes de comenzar a producir su primer kilo de acero. Por supuesto, cuatro
millones de personas fueron trasladados a zonas montañosas, donde, mientras
levantaban las fábricas, tuvieron que vivir en condiciones propias de osos
panda, con una tasa de mortalidad elevadísima. Por supuesto, en muchos casos
matrimonios de profesionales eran separados obligatoriamente y llevados a
puntos distantes de China. Muchos de ellos lograron reagruparse en 1984,
diez años después de que Mao las hubiese espichado.
Finalmente, en todo caso, el 16 de octubre de 1964, China
detonó su primera bomba nuclear en Lop Nor. Mao estaba en la Gran Sala del
Pueblo, en la plaza de Tiananmen, y apareció, una vez que se confirmó que todo
había ido bien, como si fuese una estrella del rock, mientras 3.000 personas
cantaban su himno particular, Oriente es rojo. A todo lo largo y ancho
del país se hicieron celebraciones felices porque ahora China era capaz de
destruir la Tierra si quería.
Se ha estimado que La Bomba le costó a China 4.100 millones
de dólares de los de hace 70 años. Unos 285.000 millones de hoy en día.
Así que echad cuentas. Pero, claro, todo ese coste no lo pagó Mao, ni lo
pagaron los cuadros comunistas, ni el Partido. Lo pagaron Juan Chino y María
China que, en una proporción abrumadoramente alta, acabaron enterrados bajo
tierra en la flor de sus vidas para que todos estos putos mafiosos tuviesen lo
que querían. Pero los nietos de estos mafiosos, hoy, van a La Sexta a decir que
el capitalismo mata. Y la gente, claro, les cree.
Ahora Mao estaba en una situación ideal: tenía La Bomba, se
podía vender como un personaje fundamental en el juego del mundo; y los ecos de
1962 cada vez se iban haciendo más lejanos. De hecho, la política paciente pero
continuada que había desplegado de reversión de las medidas liberales iniciadas
por otros miembros del Partido estaba ya dando sus frutos. Además, el culto a
la personalidad de Mao estaba en todo su florecimiento, como demuestran escenas
como la vinculada a la primera prueba nuclear china.
Un aspecto importante en el que se refugió Mao durante el
año 1963, cuando estaba cogiendo impulsión pero todavía no era todo lo poderoso
que hubiera querido, fue la cultura. Mao era un tipo que odiaba la cultura; lo
cual, por cierto, hace que eso de llamarle a su campaña de represión nacional
revolución cultural no deja de ser comprar el mismo tipo de mercancía averiada
que compramos cuando al golpe de Estado revolucionario del PSOE y la Esquerra
lo llamamos revolución de Asturias.
Mao solía decir: “cuanto más lees, más estúpido te vuelves”.
Una filosofía que sería especialmente genocida pocos años después en Camboya,
donde el comunismo de los jémeres rojos hizo cosas como reprimir o incluso
asesinar a personas por el simple hecho de llevar gafas (si llevaban gafas,
entonces es que sabían leer). Llevado por este espíritu tan creativo (que nunca
te explicarán en un aula de Políticas, ni tampoco de Geografía e Historia), en
1963 Mao, que siempre le tuvo mucho gato a las tradiciones chinas de toda la
vida, le puso la proa a la ópera tradicional local y, muy especialmente, a un
género llamado algo así como “dramas fantasmales”, en los cuales los muertos
regresaban al mundo de los vivos para atormentar a los que habían provocado su
deceso. Las cosas como son, uno puede entender que eso no le gustase demasiado
a alguien como Mao. A los chinos ese modo de ópera les gustaba, dado que el
chino medio, prueba a preguntarle a los camareros de tu restaurante preferido,
por lo general no ha matado a nadie. Pero, claro; Mao, en esto, era ligeramente
diferente. Para ser más exactos, 70 millones de personas diferente.
A partir de ahí, ya bajó de culo y sin frenos. A finales de
1963, Mao produjo una declaración-decreto por la cual acusaba a todas las
formas de arte (operas, teatro, bailes folklóricos, música, pintura, escultura,
cine, poesía o literatura) de ser “o bien feudales, o bien capitalistas”. Y fue
por eso que dio la orden, que es la consecuencia más habitual de la revolución
cultural que conoce la gente que sabe algo de ésta, de que los artistas fuesen
enviados a zonas muy remotas del país para ser “profundamente reformados”.
[Cuando yo hice la mili, tuve un cabo furriel que era de
Almonacid del Marquesado (Cuenca), que un día me dijo: “tú habrás ido a la
universidad, pero no sabes cuántos dientes tiene una oveja en la mandíbula de
arriba en primavera”. Yo le dije que acababa de hacer una afirmación maoísta;
pero, obviamente, no lo entendió. Me calzó un servicio de cocina que no me
correspondía, y yo le denuncié. Al final tuve que hacer el servicio; pero nunca
olvidaré la cara del capitán, cuando nos llamó para dirimir la denuncia, cuando
me decía: “pero, eso de maoísta, es un insulto, ¿no?”]
Por supuesto, los monumentos de la antigua civilización
china fueron víctimas propiciatorias de este enemigo de la cultura; por ello,
debemos felicitarnos de que el primer descubrimiento de los famosos guerreros
de terracota se produjese en 1974; de haber sido antes, cualquiera sabe lo que
habría hecho con ellos este hijo de puta.
Por prohibir, Mao incluso llegó a prohibir la horticultura
porque, dijo, plantar flores era “un resabio de los tiempos pasados”.
La campaña de Mao contra la cultura y el esparcimiento
provocó una nueva corriente de oposición dentro del propio Politburo. La cosa
tiene su lógica: como ya os he explicado mil veces, pero os explicaré las otras
mil que hagan falta, ni el objetivo de un cura es salvar almas, ni el objetivo
de un comunista es el bien del proletario. En ambos casos, el objetivo real es
el business model. En un caso, la pasta; en el otro, el vodka y
las putas. Pero, ¿qué leches de vodka y putas se puede disfrutar en una sociedad
como la que estaba dibujando Mao: una sociedad de personas totalmente dedicadas
al trabajo y el servicio al Estado, sin divertimentos, sin esparcimientos, sin
expresiones culturales? Hombre, los altos comunistas podían aspirar,
ciertamente, a que para ellos sí que hubiera un poco de todo eso; como
los políticos que, durante el confinamiento de la pandemia, se fueron de joda.
Pero, las cosas como son, no es lo mismo si todo lo que hay cuando sales a la
calle con tu coche oficial es aburrimiento y caras largas. De hecho, la actitud
escéptica de todos los demás comunistas provocó que algunas actividades
culturales, y el cultivo de flores, continuasen para frustración del
Presidente.
Mao, sin embargo, avanzó mucho en el adoctrinamiento de la
población. Para ello inventó una herramienta muy útil, que fueron las memorias
de Lei Feng. Lei Feng nunca existió y mucho menos escribió unas memorias. Pero
se supone que fue un soldado ya muerto que había escrito un diario en el que
contaba los muchos esfuerzos que hacía cada día para cumplir con los deseos de
Mao. Lei Feng es el mejor ejemplo de la obediencia ciega que Mao reclamaba de
su pueblo y, también, de otro elemento nuclear de su pensamiento: odiar al
enemigo no sólo no es punible; es que es bueno.
El año 1964, además del año de La Bomba o, con más
precisión, precisamente porque fue el año de La Bomba, fue también el año en el
que Mao decidió ir definitivamente a por Liu Shao Chi. Lo atacó frontalmente en
una sesión del Politburo celebrada el 8 de junio. Mao había decidido acuñar la
expresión “el Khruschev chino” para Liu; una expresión con toda la carga de
desprecio hacia el líder soviético que para entonces destilaba el líder chino.
El 14 de octubre de 1964, sin embargo, Khruschev dejó de ser
Khruschev. Un golpe de Estado palaciego lo desalojó del poder, en un movimiento
cuyo principal beneficiario fue su otrora fiel escudero, Leónidas Breznev. Mao
sabía poco de Breznev, pero pensó que peor que con el ucraniano no le iba a ir,
y que tal vez ahora China y la URSS podrían volver a entenderse; léase que
China podría volver a chupar del bote de la tecnología soviética.
Chou En Lai, por ello, reclamó ser invitado a la celebración
del aniversario de la revolución de aquel año. Con su característica ausencia
de mano izquierda, sin embargo, Mao no supo darle ningún cuartelillo a Breznev
pues, en el mismo momento en que fue informado por el embajador Stepan Vasilievitch Chervonenko del
cese de Khruschev, reaccionó diciendo algo así como a ver si ahora hacéis lo
que tenéis que hacer, machos. Le vino a decir que esperaba el regreso del
estalinismo.
En la recepción del 7 de
noviembre, el ministro soviético de Defensa, Rodion Malinovsky, se acercó a
Chou, y le dijo: “Nosotros no queremos que ningún Khruschev obstaculice nuestra
relación". Pero añadió, arrastrando las palabras: "ningún Khruschev, ni ningún Mao”. Chou le dijo que no entendía lo que
quería decir, y salió echando leches de allí. Pero Malinovsky, entonces, se
volvió hacia Ho Lung, el jefe del ejército chino, y le gritó más que le dijo:
“Nosotros ya nos hemos deshecho de Khruschev. Ahora ustedes tienen que
deshacerse de su Mao”.
Los chinos abandonaron la recepción. Chou En Lai, más nervioso que un filete del Lidl y Ho Lung, repentinamente invadido en su interior por pájaros negros. Él no había hecho nada para merecer la confidencia de Malinovsky; pero también sabía que eso, en el fondo, daba igual. Aquella escena marcaría el resto de su vida, y él lo sabía.