Un rey con dos coronas, y su pastelera señora
La puerta que abrió Jack Cade para Ricardo de York
El yorkismo se quita poco a poco la careta
Los Percy y los Neville
Ricardo llega a la cima, pero se da una hostia
St. Albans brawl
El nuevo orden
Si vis pacem, para bellum
Zasca lancastriano
La Larga Marcha de los York/Neville
Northhampton
Auge y caída del duque de York
El momento de Eduardo de las Marcas
El desastre de Towton y los reyes PNV
El sudoku septentrional
El eterno problema del Norte
El fin de la causa lancastriana
La paz efímera
A walk on the wild side
El campo de la cota abandonada
Los viejos enemigos se mandan emoticonos con besitos
El regreso del Emérito, y el del neo-Emérito
Rey versus Rey
The Bloody Meadow y la Larga Marcha Kentish
El rey que vació Inglaterra
Iznogud logró ser califa en lugar del califa
La suerte está echada. O no.
Las últimas boqueadas
La batalla de Barnet, sin duda, había sido decisiva. Warwick y Montagu perdieron la vida en la misma, pero no fueron los únicos. Contrariamente a una batalla tardomedieval, las bajas fueron enormes. El bando eduardiano también perdió importantes elementos: Lord Saye, Lord Cromwell, Sir Humphrey Bourchier, Sir Guillermo Blunt…
Londres recibió las noticias con
una cierta liberación. Los cuerpos de Warwick y Montagu fueron expuestos en
público para contrarrestar la fake news de que habían conseguido sobrevivir y
escapar. Sin embargo, en esa montaña rusa que es la Guerra de las Rosas, no
había mucho tiempo para relajarse. Pronto se supo en la ciudad que el Domingo
de Resurrección, la princesa Margarita y su hijo, el príncipe Eduardo, habían
desembarcado en Weymouth.
Margarita se encontró con
Somerset y Courtenay en Cerne Abbey; los dos lancastrianos trataron de
convencerla de que la causa no estaba perdida. De hecho, Somerset, que se
convirtió en el principal estratega militar del bando Lancaster, estaba hasta
contento: con la muerte de Warwick, se habían quitado de en medio a un incómodo
aliado que les podría haber traicionado en cualquier momento. Además, los
Lancaster confiaban en su capacidad de allegar tropas en las tierras
occidentales.
Eduardo mismo no se durmió. Ya el
18 de abril envió mensajes a diversas ciudades reclamándoles el reclutamiento
de tropas frescas. El día 19 dejó Londres camino de Windsor, donde permanecería
cinco días. Margarita, por su parte, reunida ya con Somerset, Dorset y
Wiltshire, se había dirigido a Exeter, donde se había reunido con Sir Juan
Arundel y Sir Hugo Courtenay, quienes habían comenzado las levas en Cornualles
y Devon.
Desde Exeter, los Lancaster
tenían dos opciones: o avanzar hacia Londres, preocupándose por pasar por Kent,
donde los apoyos construidos en su día por Warwick eran muchos (como pronto veremos); o refugiarse en
el Norte, en los tradicionales feudos Lancaster de Lancashire y Cheshire. Esta
segunda estrategia, además, aportaría el tiempo suficiente para juntar fuerzas
con Jasper El Pilas, que las estaba reclutando en Gales.
Margarita se decidió por la segunda estrategia, aunque envió algunas tropas hacia Shaftesbury y Salisbury, para hacer creer a los eduardianos que había adoptado la primera. Repitió en Yeovil y Wells esta estrategia de hacer como que hacía lo contrario de lo que estaba haciendo. Eduardo respondió a todo esto avanzando lentamente el 24 de abril por el valle del Támesis, pero muy despacio; no quería perder la capacidad de llegarse a Londres a toda leche si las noticias de que Margarita iba para allí resultaren ser ciertas. A partir del 28 de abril, sin embargo, comenzó a avanzar con mucha rapidez hacia Cirencester. Al llegar allí, recibió inteligencia de que los Lancaster estaban camino de Bath, y que los indicios eran de que pensaban plantar batalla en algún lugar de la zona el miércoles 1 de mayo. La llegada de lancastrianos a Bath el martes pareció confirmar estas impresiones.
Con esta información en la mano,
Eduardo hizo avanzar su ejército fuera de Cirencester para pasar la noche al
raso. El miércoles por la mañana, sin embargo, no encontró ni rastro del
enemigo. Eduardo decidió avanzar hacia Malmesbury, pensando que allí estarían
los Lancaster. Éstos, sin embargo, le habían engañado. En realidad, el grueso
de las tropas de Margarita había cruzado el Avon en dirección a Bristol, donde fueron
amigablemente recibidos por la gente y la municipalidad. Una vez repletos de
pertrechos y ayuda, se pusieron a pensar sobre cuál podría ser el mejor teatro
para una batalla, y aparentemente se decidieron por Sodbury Hill, en el camino
entre Chipping Sodbury y Malmesbury. Eduardo, en cuanto conoció los movimientos
lancastrianos, abandonó Malmesbury en dirección a Bristol, mientras Margarita
salía del propio Bristol.
Con las últimas luces del día, y
habiendo confirmado sus sospechas con los informes de sus exploradores y el
encuentro que habían tenido con unos exploradores lancastrianos en Chipping
Sodbury, Eduardo llegó a Sodbury Hill; pero no encontró allí al enemigo. Acampó
en la colina mientras docenas de sus exploradores salían en todas las
direcciones a la búsqueda del puto enemigo.
A las tres de la tarde del
viernes 3 de mayo, Eduardo recibió noticias de que los lancastrianos, en
efecto, habían salido de Bristol camino de Sodbury Hill; pero a medio camino
habían torcido a la izquierda y marchaban sobre Gloucester. Ahí debió ser
cuando se dio cuenta de la celada. Todo lo que habían hecho los lancastrianos,
especialmente cuando le hicieron moverse hacia Malmesbury, había sido alejar a
Eduardo de los pasos fundamentales sobre el Severn, el río más largo de
Inglaterra que abraza, si veis un mapa, el país de Gales.
Habiéndose alejado demasiado de
los pasos del Severn, ahora Eduardo no podía impedir que los Lancaster llegasen
a Gloucester y pasasen el Severn por ahí. Para el York, la única opción que le
quedaba era que la municipalidad le negase el paso a Margarita. Todo, pues,
estaba en manos de Sir Ricardo Beauchamp, el condestable de la ciudad nombrado
por Eduardo en su día. Así pues, Eduardo le mandó mensajeros a Campo Bonito
intimándole a conservar el control de Gloucester at all costs. Que no se preocupase, que él estaba en camino.
Dicho y hecho. A las diez de la
mañana del viernes, cuando Somerset llegó a Gloucester, se encontró la ciudad
cerrada. Ante la imposibilidad de tomar la ciudad, tuvieron que ir al otro
puente más cercano, en Tewkesbury. Llegaron allí a las cuatro de la tarde de
aquel viernes 3 de mayo. Pero allí se dieron cuenta de que su estrategia había
fallado. Eduardo estaba demasiado cerca y su tropa, casi todos soldados de a
pie, esta exhausta por las largas y rápidas marchas de los días anteriores. No
les quedaba otra que plantear batalla.
Eduardo, sin embargo, tenía el
mismo problema. Aunque se podía haber dado el gusto de marchar por un terreno
más propicio que el tomado por la tropa lancastriana, bordeando los Cotswolds,
cuando llegó a Chentelham su tropa estaba igual de cansada que el enemigo. La
noche del viernes al sábado, pues, ambos ejércitos la pasaron a menos de diez
kilómetros el uno del otro.
Eduardo quería atacar, a pesar de
que la posición tomada por los Lancaster en Tewkesbury era relativamente fácil
de defender. En la mañana del sábado 4, comenzó el fuego artillero, continuado
por los arqueros. Este primer ataque, que hizo mucho daño a las líneas lancastrianas,
convenció a Somerset de que la mejor defensa era un buen ataque. Había
observado que las rugosidades del terreno permitían mover algunas tropas hacia
su flanco derecho sin que dicho movimiento pudiese ser visto por el enemigo.
Esas tropas, finalmente, condujeron un ataque sorpresa sobre el centro de la
formación eduardiana. Sin embargo, este movimiento debilitó el flanco
lancastriano que atacaba Gloucester, por lo que éste pudo acudir en ayuda de su
hermano y definir así la batalla. Eduardo dirigió un contaataque contra el
flanco del ataque sorpresa, mientras movilizaba otras tropas que tenía en
reserva, generando una pinza demoledora. El arroyo que muchos lancastrianos
trataron de cruzar en su huida conserva, todavía hoy, el nombre que le pusieron
ese día: Bloody Meadow.
En la batalla perdieron la vida
Juan Courtenay, el hermano de Somerset o Lord Wenlock, entre otros. Pero, sobre
todos ellos, el principal muerto fue Eduardo, el hijo de Margarita y Enrique y
príncipe de Gales. En su parpadeo final, la casa de Lancaster perdía el último
de sus efectivos. El lunes 6 de mayo, Somerset y otros lancastrianos fueron
llevados a juicio delante de los duques de Gloucester y Norfolk. La sentencia no
sorprendió a nadie, y se cumplió ese mismo día. Al día siguiente, Margarita fue
capturada.
Por increíble que pueda parecer,
la partida no había terminado. La resistencia anti-York, o si se prefiere pro-Lancaster,
no era una mera pelea dinástica. Era un conflicto que tenía fuertes componentes
territoriales, nacionalistas diríamos hoy, en una Inglaterra que, entonces,
estaba menos unida de lo que lo pueda estar hoy. Tanto los pueblos del norte de
Inglaterra como los del área de Kent no estaban por la labor de una Inglaterra
eduardiana, de la que recelaban en lo que se refiere a sus privilegios y modo
de vida. Además, eran territorios, uno en el que quien realmente mandaba eran
los Percy; y el otro, fuertemente influido por el conde de Warwick. Los dos
territorios, pues, se alzaron en revuelta casi sin solución de continuidad con
los hechos del arroyo sangriento. Eduardo, ahora, debía decidir si ir a
Londres o ir personalmente al Norte. Se decidió por lo segundo. El 11 de mayo
estaba en Coventry. Sin embargo, cuando llegó allí no había batalla; los
hombres del Norte se habían alzado ante las noticias de la llegada de Margarita
a Inglaterra; pero las noticias sobre Tewkesbury les convencieron de que mejor
se quedaban en casa viendo el fútbol. De hecho, todos los nobles locales estaban
buscando el perdón del rey, para lo que comandaron al conde de Northumberland. Ahora,
pues, sólo quedaba el sureste, donde el bastardo de Fauconberg (Tomás
Fauconberg, hijo bastardo de Guillermo Neville, Lord Fauconberg), primo de
Warwick, comandaba las revueltas.
Los apoyos de Tomás en Kent no
eran para despreciarlos. Tenía partidarios tan importantes como Nicolás Faunt,
entonces alcalde de Canterbury. O Juan Thornton, sargento de las tropas
municipales.
El miércoles 8 de mayo, la marcha
de Fauconberg hacia Londres había llegado a Sittingbourne. Desde allí, envió
cartas a las autoridades londinenses pidiendo permiso para cruzar la ciudad
camino del campamento de Eduardo. Les dio hasta las nueve del viernes para
responder. Aunque el bastardo prometió que no habría pillaje y que no se
llevarían nada que no pagasen, las pasadas razzias
de gentes de Kent en Londres no movían precisamente a confiar. De hecho,
las autoridades de la ciudad estaban convencidas de que el principal objetivo
de Fauconberg en Londres sería liberar al (de nuevo) emérito Enrique de la
Torre. Así las cosas, el 9 de mayo el ayuntamiento respondió que su decisión
era firme a la hora de conservar la ciudad al mando del rey Eduardo.
Eso, sin embargo, no detuvo a la
Larga Marcha Kentish. El 12 de mayo estaban en Southwark. En paralelo a la
subida a pie, sus barcos habían remontado el Támesis y ahora estaban
amenazadoramente anclados en el entorno de la Torre. El ayuntamiento se acojonó
y le escribió a Eduardo para que se llegase a defenderlos; pero, la verdad, lo
hizo demasiado tarde.
Fauconberg lanzó un ataque casi
nada más llegar a Southwark, con el objetivo de abrirse paso por el puente de
Londres. La puerta sur de la ciudad fue incendiada, pero los defensores de
Londres lograron mantener el puente de su propiedad. A la mañana siguiente, el
bastardo cambió de planes y, en lugar de atacar de nuevo, marchó hacia el
oeste. Comunicó que pensaba cruzar el Támesis en Kingston, subir desde ahí y
tomar Westminster a hostias; que después entraría en Londres y, entonces, los
que le habían negado la entrada iban a conocer el exacto valor de un peine.
Earl Rivers, responsable de
defender la ciudad, envió efectivos a Kingston Bridge; pero nunca tuvieron que
luchar, porque esa misma tarde Fauconberg cambió de opinión de nuevo y regresó
a Southwark y se colocó en formación de batalla en St. George’s Fields. Entre
Londres y las tropas de Eduardo. No era una idea muy inteligente.
Me encantan estas series medievales y estaba deseando que la retomases después del verano. Aunque es difícil no perderse con los que alternan el nombre y el título, los títulos cambian de manos, y todo el mundo cambia de bando. Para volverlo a revisar tomando notas y con un mapa delante, sería. También me gustan mucho tus series de historia contemporánea, donde claro, me pierdo menos. Me gustaría algo más sobre España medieval, porque la de Isabel la catolica y la de Álvaro de Luna estaban fenomenal.
ResponderBorrarMe gusta muchísimo tu blog, muchas gracias por currar tanto
Es un placer. Sí, la Edad Media y el Renacimiento español tienen cosas muy interesantes que merece la pena contar. Alguna ya la tenemos en el almacén...
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